Jacques Tardi, la memoria del pueblo (V) Burma, detective en la bruma

Viene de:
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (I) Introducción
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (II) Aprendiendo a contar
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (III) Libertad, al fin
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (IV) Blanc-Sec, Adèle Blanc-Sec

La coherencia cronológica nos obligaría ahora a retomar la carrera de Tardi en Griffu, un cómic realizado entre 1977 y 1978, pero permitámonos una pequeña licencia que nos servirá para mejor hilar el relato y saltemos a 1981, año clave para el dibujante, ya que verá el nacimiento en el cómic de otro de sus personajes emblemáticos, el duro, ingenioso y hasta cierto punto melancólico detective de serie negra Nestor Burma creado en el ámbito literario por Léo Malet. Resulta llamativo, pero perfectamente lógico si nos situamos en el contexto mental de Tardi, que sus intereses pasaran del feuilleton al noir y el néo-polar sin detenerse en la parada intermedia que conecta todas estas tradiciones literarias. Superponiéndose a aquellos folletines que proponían protagonistas de moralidad dudosa y muy a menudo alegales, nació a mediados del siglo XIX otro tipo de literatura popular, la novela policiaca, que en sus primeras encarnaciones se nutrió de los trabajos de Wilkie Collins, Edgar Allan Poe o Arthur Conan Doyle, para alcanzar la cima de su popularidad con Agatha Christie o Ellery Queen. Uno de los subgéneros más extendidos en ese tipo de novela fue el “whodunit”, es decir, el planteamiento de un asesinato –a veces en la típica “habitación cerrada”– que habitualmente sucede en los primeros capítulos del libro y para cuya resolución se van acumulando pistas a lo largo de la novela. La gracia está en que el lector demuestre sus dotes deductivas y descubra al asesino antes que el detective de la historia. Con frecuencia la acción se enmarca en un estrato social relativamente elevado, y el lector se identifica con el detective, cuya investigación comparte, siendo este un agente al servicio de la ley. La novela policiaca –conocida en Francia como polar– tiene un claro componente moral supeditado al juego detectivesco en el que no se plantea en profundidad el motivo del crimen: lo importante es descubrir al ladrón y entregarlo a la justicia. Esta literatura, por tanto, se pondría del lado del poder, del orden establecido, que el protagonista –también a menudo miembro de las fuerzas de orden público– se encarga de restituir tras la perturbación provocada por el criminal. Esta filosofía, como a estas alturas ya resultará obvio al lector de este texto, no tiene nada que ver con el ideario político de Tardi. Este patrón cambia radicalmente con el auge en los Estados Unidos de los años 30 del hardboiled de la mano de escritores como Dashiel Hammett, James M. Cain y Raymond Chardler. Esta nueva aproximación es una “perversión” del género detectivesco en la que el protagonista puede presentar un lado oscuro, en la que los cadáveres se amontonan a lo largo del relato, y en la que es más importante conocer las motivaciones del criminal que atraparlo, obviando muy a menudo los juegos lógicos a favor de la inmersión en el ambiente criminal. Si la novela policíaca se preguntaba quién era el asesino, el hardboiled quería saber por qué era un asesino, y si para ello había que recurrir a la plasmación explícita de escenas de sexo y violencia, bienvenidas fueran. Asimismo, el hardboiled convertía a menudo en corruptos y amorales a políticos, empresarios, militares y otros representantes de estamentos generalmente respetados como garantes de la normalidad y el statu quo. Esto ya nos suena mucho más cercano a Tardi.

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Ilustración con aire noir para (À Suivre).

Este nuevo subgénero del polar triunfó en Francia, que lo bautizó como noir y lo abrazó con tanta pasión que años después habrían de ser los franceses quienes lo reivindicasen como auténtica literatura. Pero, ¿qué hay del noir netamente francés? La novela policiaca había demostrado la dominancia anglosajona en nuestro país vecino, y la famosa colección francesa La Masque básicamente traducía obras del inglés, aunque publicaba también a algunos autores patrios como Jacques Decrest o S.A. Steeman. El ratio de éxito entre obras nacionales y extranjeras mejoró con Georges Simenon y su inspector Maigret, una especie de puente entre el detective clásico y el hardboiled. Y por fin, hacia mediados de los años 40, llegó Léo Malet. Huérfano a temprana edad y proveniente de un ambiente humilde, Malet trabajó durante su juventud en las ocupaciones más diversas (cantante de cabaret, vendedor callejero de periódicos) y entró en contacto con el movimiento anarquista tan pujante en aquel momento. Después, en los años 30, conoció y entabló amistad con los más importantes miembros de la escena surrealista francesa, labrándose una reputación como poeta entre ellos. En la década de los 40 se distanció del movimiento y, ya bajo la ocupación alemana, se le presentó la posibilidad de escribir novelas policiacas. Habida cuenta de que eran los libros americanos los que causaban furor entre el público y de que los nazis habían prohibido la importación y traducción de estos libros, surgió en Francia un importante mercado para la edición de novelas policiacas escritas por franceses bajo seudónimo anglosajón. Así, Malet acuñó el nombre de Frank Harding para sí mismo –entre otros– y el de Johnny Métal (anagrama de Malet) para su personaje en unos cuantos relatos policiacos. Todas estas novelas se ambientaban en un Estados Unidos que Malet solo conocía por el cine y la literatura, hasta que finalmente tuvo la feliz idea de crear al primer detective francés cuyos casos se desarrollasen también en Francia. Aquello sucedió en 1942, el personaje fue “Dinamita” Nestor Burma, détective de choc, y su primera aventura fue Calle de la Estación, 120. Seguirían otras historias del personaje hasta que en 1949 Malet se tomó un descanso. Cuando retomó a su detective en 1954, lo hizo con una idea en la cabeza: dedicar una novela de Nertor Burma a cada uno de los distritos (arrondissements) de París. A esta nueva serie dentro de la serie la bautizó como Les nouveaux mystères de Paris, en claro homenaje al folletín decimonónico de Eugène Sue, Les mystères de Paris. Malet escribió la nada despreciable suma de 15 novelas antes de dejar la serie inacabada en 1959. Gracias a sus relatos protagonizados por Burma, en los que se utilizaba el narrador en primera persona y otros códigos del hardboiled adaptados a un ambiente, unos protagonistas y una idiosincrasia francesa, Malet está considerado como el padre del noir francés.

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Arriba, Malet visto por Tardi. Debajo, Malet en la vida real y su carné de vendedor de periódicos.

El lector atento ya habrá encontrado en las líneas precedentes muchos puntos de conexión entre Malet y Tardi. El más evidente es –si obviamos la condición de ambos de fumadores compulsivos–, simplemente, la afición de los dos por los relatos de misterio en general y por la novela negra en particular. Pero además, ambos autores profesaban simpatías hacia la ideología anarquista. Por otra parte, Malet, miembro del grupo surrealista, introduce pasajes oníricos o alucinógenos en sus novelas, mientras que Tardi ya había dado muestra de su gusto por esta disciplina en La véritable histoire du soldat inconnu, La guillotina o Ici Même. Y por último, y tal vez sea aquí donde radica tanto la decisión última de Tardi de adaptar la obra de Malet como el propio éxito de la serie, las novelas de Nestor Burma son un canto a la ciudad de París, que se transforma en auténtica coprotagonista de los relatos. Malet prefiere dejar de lado los monumentos y las localizaciones más conocidas y centrarse en aquellos rincones que dotan a la ciudad de su encanto especial, sobre todo teniendo en cuenta que por esas fechas París estaba comenzando a sufrir una reforma urbanística importante. Las páginas de Malet son a la vez una incitación a los parisinos para que miren su ciudad con otros ojos y un último intento de preservar la memoria de una ciudad cuyo rostro comienza a mutar. Según Michelle Emanuel en From Surrealism to Less-Exquisite Cadavers. Léo Malet and the Evolution of Roman Noir (Rodopi, 2006): “El París de Léo Malet se sitúa en algún lugar entre el Chicago dominado por los hampones de la tradición americana y la ciudad estrictamente europea de la ficción detectivesca de sus contemporáneos. Su ciudad es moderna, con preocupaciones modernas y preocupaciones que se extienden más allá de su rol histórico. Nestor Burma es el guía turístico del lector, señalando los puntos de interés histórico que jalonan el curso de su investigación como si “contemplara por nosotros todo el París de la época”. Es muy probable que Burma señale algo nuevo incluso para el lector parisino, ya que, según el detective, la mayoría de los parisinos no conocen la historia de su propia ciudad, y él intenta picar su curiosidad. Varios artículos biográficos sugieren que Malet dejó inacabada su serie de Les nouveaux mystères de Paris, con las historias de seis arrondissements sin escribir, a causa de la depresión causada por la cara cambiante de París en la renovación posterior a la ocupación”.

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Mapa del distrito XIII en Niebla en el Puente de Tolbiac.

Teniendo en cuenta todas estas conexiones con el propio ideario de Tardi, no es extraño que el dibujante entrase en contacto con el escritor para adaptar alguna de sus obras. La única cuyos derechos de adaptación estaban libres en aquel momento era Niebla en el puente de Tolbiac. Curiosamente, también era la novela favorita de Malet y una de las que le han reportado mayor fama mundial. Así pues, en 1981, entre los números 40 y 44 de (À Suivre), Tardi adaptó la novela de Malet, prácticamente sin intervención directa de este, que en diversas ocasiones manifestó su desinterés por el medio del cómic. Fue la primera adaptación del dibujante de una novela y marcó lo que sería el estilo de la casa: una fidelidad extraordinaria a la fuente original en la que, si acaso, se prescinde de algunos pasajes poco importantes pero que en líneas generales trata de respetar no solo el fondo del original sino también la forma, en la medida en que el trasvase de la obra de un medio a otro lo permite. La relación entre estos dos autores poseedores de la Orden de Caballero de las Artes y las Letras fue más bien distante, debido en parte a escollos ideológicos insalvables –la xenofobia declarada de Malet, que al final de su vida llegó a describirse como un “anarquista de derechas”–, lo que no impidió que Tardi firmase un cómic memorable. Como más tarde se convertiría en costumbre, Tardi, que en su momento luchó porque se equiparase el sueldo de los guionistas al de los dibujantes, no tuvo ningún reparo en que el nombre del escritor figurase en la portada en el lugar reservado al guionista, cuando habría sido más apropiada la leyenda “basado en la novela de Léo Malet”.

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Tardi y Malet.

Como apuntaba, la novela y su adaptación al cómic son muy similares, pero no puede dejar de señalarse la inteligencia de Tardi ya en la primera página introduciendo un elemento no presente en la novela. En la primera viñeta de Niebla sobre el puente de Tolbiac, vemos una imagen del puente en plena noche cerrada con una figura espectral en primer plano: “Un hombre deambula. En su mirada, la locura”. En la segunda viñeta el foco de atención cambia totalmente, y no será hasta varias páginas después que reaparezca esta alma en pena, que acaba siendo un actor relevante en la trama. En la novela, este personaje solo se menciona ya en su parte central y cumple un papel muy específico. En el cómic de Tardi, mediante este comienzo tan especial in media res y sin continuidad, se marca desde el principio un tono onírico –pero con tintes pesadillescos– y, por qué no decirlo, poético, que acompañará al lector durante todo el libro. Lo que el escritor ha de lograr con palabras, el historietista lo consigue con imágenes.

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El misterio en Niebla en el Puente de Tolbiac.

Tal vez por tratarse de su primera adaptación, tampoco Tardi se permite demasiadas libertades en forma de homenajes, aunque hay dos detalles que sin duda no se le escaparon al dibujante cuando leyó la novela: el número de cadáver de Lenantais en la enfermería –el cadáver que sirve de arranque a la novela– es el 18, número fetiche de Tardi, y un enfermero conocido del fallecido se llama Forest, lo que da pie al autor a dibujarlo con los rasgos de, como no, Jean-Claude Forest. Casualidades aparte, el dibujante sí que se permite en ciertos momentos alejarse del patrón rígido de la novela e insertar en los fondos de las calles del París de 1956 pintadas a favor del Frente de Liberación Nacional, partido de orientación socialista que por aquel entonces aún luchaba por la independencia de Argelia. La novela presenta un flashback que se retrotrae hasta 1927 en el que se relata la juventud de Burma como vendedor de periódicos anarquistas hospedado en el Hogar Vegetaliano –que no Vegetariano– de Tolbiac, un pasado que refleja el del propio Malet. Toda la trama gira en torno al destino de varios de los anarquistas que vivían en aquel refugio mientras en paralelo se desarrolla la historia de amor de Burma con una gitana, Belita. Mediante su pasado anarquista, su uso del argot, su comprensión de los bajos fondos y su condición de detective privado, Burma queda justificado como antihéroe no supeditado a las instituciones, aunque mantiene una relación cordial con el comisario de policía Faroux, uno de sus pocos amigos. El elenco de secundarios habituales se completa con el periodista Covet, que permite a Burma bucear en sus archivos al tiempo que lo convierte en héroe de sus crónicas, y la secretaria del detective, Hélène, colmo de la eficacia y el sentido común que mantiene una relación con su jefe marcada por una tensión sexual latente.

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Hélène, ángel de la guarda de Burma.

En Niebla en el puente de Tolbiac destaca el hecho de que, más que sus dotes deductivas, Burma emplea su conocimiento del ser humano en una historia donde, precisamente, el núcleo central es la propia alma humana, la fidelidad a los principios y el modo en que el hombre y su ambiente labran su propio destino. A pesar de su sordidez, y en la tradición del mejor hardboiled americano, la novela de Malet no carece de alivios humorísticos en forma de réplicas ingeniosas. Sin embargo, Tardi prefiere centrarse, en las menos de 70 páginas de su cómic, en el drama y la ambientación, extirpando todos las diálogos humorísticos de Burma y restando importancia a la historia de amor. Las convenciones del género permiten a Tardi ahorrarse muchas explicaciones, utilizando ese espacio para recrear un lluvioso distrito XIII: un corto paseo en coche puede durar tres páginas durante las cuales a penas si se dedican unas pocas viñetas a los personajes, y desde la plancha 50 hasta el final prácticamente solo asistimos a largos paseos de Burma por la ciudad, un Burma que muy a menudo se dibuja de espaldas, pequeño, prácticamente un mero punto de conexión entre las distintas viñetas de paisajes parisinos. Por supuesto que, como ya se ha comentado, en la obra de Malet son importantes las localizaciones, y buena prueba de ellos son los títulos de muchas de sus novelas, pero Tardi lleva esta tendencia al paroxismo. Niebla en el puente de Tolbiac se desarrolla en el distrito XIII, y tanto el cómic como el libro incluyen un mapa del arrondissement con indicaciones de los lugares más relevantes de la trama. El puente de Tolbiac fue desmantelado definitivamente en 1996, dos años después de la muerte de Malet.

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Burma, detective paseante en Niebla en el Puente de Tolbiac.

El éxito de Niebla en el puente de Tolbiac animó a Tardi a seguir con la adaptación de novelas de Malet. No lo hizo inmediatamente, ya que entre aquella y su siguiente adaptación mediarían El exterminador de cucarachas, Le trou d’obus y un álbum de Adèle Blanc Sec, pero finalmente, entre 1986 y 1987 y entre los números 97 y 116 de (À Suivre), se publicaron las 184 páginas de Calle de la Estación, 120, cuyo libro recopilatorio apareció en 1988. Se trata de una historia de misterio, todavía con reminiscencias de la novela policiaca más clásica, incluido el tesoro escondido como móvil del crimen o el hecho de reunir a todos los personajes en una única estancia en la escena final para desenmascarar al culpable. Si algo no se le puede negar a Tardi es que juega limpio. A diferencia de Malet, trata de hacer que resalten ciertas pistas de cara al lector, e incluso idea algunas nuevas que pueden ayudarnos a resolver el –enrevesado– enigma antes que el mismísimo detective. En el apartado gráfico, Burma adquiere su aspecto definitivo, todavía algo indefinido en el álbum anterior, y Tardi demuestra su compromiso a través de un tipo de dibujo con atención extrema por el detalle realista pero con la capacidad de introducir la expresividad de la caricatura en los personajes.

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Así anunciaba (À Suivre) la nueva serie de Tardi, Calle de la Estación, 120.

En palabras de Art Spiegelman en el prólogo de la edición estadounidense de iBooks: Tardi hace por el cómic lo que la Nueva Ola de directores franceses de los años 60 hizo por el cine. Como ellos, reinventa las viejas formas del pulp, encontrando su poesía central y verdades existenciales. Las utiliza con una inteligencia juguetona y autoconsciente siempre repleta de respeto y afecto por las fuentes de serie B”. En concreto, Calle de la Estación, 120, la novela, cuenta con el valor añadido de haber sido publicada en 1942, en plena ocupación alemana, y de reflejar en sus páginas las diferencias existentes entre la zona ocupada (París), y la no ocupada y colaboracionista (Lyon) –y recordemos que Tardi vivió varios años en Lyon–. De nuevo, Malet, que adorna el despacho de Burma con un cuadro de Magritte, amigo del escritor, acude a su propia biografía para dar forma al relato, ya que él mismo pasó una temporada en un campo de prisioneros alemán durante la 2ª Guerra Mundial, escenario en el que comienza esta novela. Esta circunstancia une en cierto modo al escritor y al dibujante, ya que el padre de Tardi, a quien éste dedica Calle de la Estación, 120, también fue prisionero en un campo alemán. Precisamente, la última obra del dibujante hasta el momento, Yo, René Tardi, prisionero de guerra en el Stalag IIB, recupera esa memoria.

Si en Niebla en el puente de Tolbiac el dibujante eliminaba algunos elementos para ajustar la extensión de su adaptación, aquí se siente libre de las ataduras del espacio y se permite introducir algunas escenas de su cosecha. Todas ellas serán reveladoras de las preocupaciones del dibujante. Por ejemplo, durante la escena en el campo de prisioneros, Tardi representa una conversación entre dos personajes mientras defecan en las letrinas comunes y se limpian con restos de periódico –siempre tan útil–, alimentando el realismo de su relato centrándose en actividades cotidianas. Poco más adelante da un giro de 180 grados mediante la inclusión de una pesadilla ausente en el libro de Malet. Durante otra pesadilla, esta sí, parte del libro, Tardi sustituye a Greta Garbo por una monja e introduce un homenaje a La marca amarilla de Jacobs. En la escena en que Burma visita las oficinas del periódico, el dibujante se detiene en mostrarnos en detalle, en varias viñetas de gran tamaño, la maquinaria y el proceso utilizados en la impresión de un diario. Pero tal vez el añadido más importante por parte de Tardi lo encontramos en los decorados, en esos bustos y cuadros de Pétain en casas particulares y comercios y, sobre todo, en todas esas paredes de París y el neblinoso Lyon plagadas de propaganda francesa colaboracionista.

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Páginas y viñetas de Calle de la Estación, 120.

Lo que en la novela de Malet quedaba en un discreto segundo plano –tampoco la censura habría permitido otra cosa– en el cómic de Tardi, merced a la importancia extrema que concede a los decorados, pasa a ser un elemento de principal relevancia. También el dibujante inventa una exposición antijudía en París, con éxito arrollador de público. Por el contrario, los alemanes apenas si hacen acto de presencia en todo el libro. El auténtico enemigo es el francés colaboracionista, y Tardi no quiere que este hecho se olvide. El dibujante llega incluso a lanzar sus dardos contra su admirado Céline: una librería expone varios de los panfletos antisemitas del escritor junto al Mein kampf de Hitler. Además de todos estos añadidos más o menos significativos, el dibujante trufa la obra de mensajes encubiertos a su familia, sus amigos y su obra. Los nombres de Nicollet y Grange (apellido de su esposa) aparecen de una u otra forma en el decorado. Los mismísimos Léo Malet y Jack Palmer –el desastroso detective creado por Réne Pétillon, gran amigo de Tardi– hacen un cameo. Se incluye una viñeta de F’Murrr. Un cartel oficial en la pared informa de que un tal Jacques Tardi ha sido condenado por una corte marcial a la pena capital y será fusilado. También son interesantes las relaciones que el dibujante establece en este libro con su propia obra previa. Por ejemplo, sustituye la película Têmpete citada en la novela por Brouillard au pont de L’Alma, en clara referencia a su anterior adaptación de Malet. También podemos ver a un personaje leyendo un ejemplar del cómic Mickey y el tesoro, cómic que juega un papel importante en Ici Même. Cuando Burma se pone una boina, otros personajes le comentan lo ridículo de su apariencia. Años después, en El misterio de las profundidades, Tardi toca a Adèle con un sombrero que todo el mundo tacha de horrible en cuanto la ve. En última instancia se crea la sensación de que todas las obras de Tardi comparten un único universo, tanto las más fantásticas como Ici Même o Adéle Blanc-Sec como las más serias, véase el caso de la serie de aventuras de Nestor Burma. Ese universo, a pesar de que algunos o muchos de los hechos representados sean fantasías, es el mundo real.

Una resaca de cuidado, la siguiente incursión del dibujante en el mundo del détective de choc se serializó en 1989 en los números 135 a 137 de (À Suivre) y se publicó en álbum al año siguiente, suponiendo una ruptura con respecto a los trabajos anteriores. En primer lugar, no se trató de la adaptación de una novela ya existente de Malet, sino que Tardi escribió un guión original utilizando los personajes del escritor. Además, (À Suivre) estaba experimentando con el formato incluyendo un suplemento interior a color y del tamaño aproximado de un comic book americano, inferior al tamaño de la revista. En ese suplemento es donde apareció Una resaca de cuidado. Para afrontar este proyecto, Tardi disminuyó drásticamente el número de viñetas por página y el detalle dentro de las mismas, tratando de acercarse al espíritu del comic book americano, más centrado en la acción y menos en la contemplación y la reflexión. Además, dividió su historia en tres entregas, cada una de ellas con su portadilla, y las dos primeras terminaban en un cliffhanger que dejaba al lector con el corazón en un puño. Por estos motivos y por otros, Una resaca de cuidado ha quedado registrado como una anomalía dentro de los cómics de Nestor Burma realizados por Tardi. Un Burma abatido por la pérdida de Belita en Niebla en el puente de Tolbiac y destrozado por el alcohol vive una aventura marcada por la amnesia post alcohólica en la que se duda de su propia participación en un asesinato, tal y como le sucedía al protagonista de La guillotina. Burma no solo deberá descubrir a los autores de un crimen, sino que tendrá que asegurarse de que el asesino no es él mismo. En realidad, la investigación es mínima, y todo el pastel se destapa cuando otros personajes cuentan a Burma la verdad oculta tras las apariencias. Esta trama donde se oculta al lector el momento clave del crimen acaba de remarcar sus tintes surreales con la aparición de un personaje disfrazado de payaso y con la larga escena en la que el propio Burma se coloca una nariz de clown. Los colores estridentes –rojos, naranjas, amarillos– contrastan con el blanco, negro y gris de los álbumes previos, y Burma hace gala de un humor verbal muy semejante al de Adèle, cayendo deliberadamente en los clichés del pulp. En cierto modo es como si Tardi estuviera reafirmando la condición de apócrifo de su Nestor Burma, que no es sino una versión cómica del auténtico personaje de Malet, y de hecho se lleva al detective al extrarradio para evitar confundir su historia con alguna de las pertenecientes a Les nouveaux mystères de Paris del escritor. El Burma de Una resaca de cuidado pertenece más al terreno de los sueños que al auténtico universo del personaje.

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Burma hace el payaso en Una resaca de cuidado.

El siguiente Burma de Tardi tardaría en llegar, en concreto hasta 1996. Reyerta en la feria, donde el dibujante volvió al formato grande en blanco y negro –serializado entre los números 217 y 221 de (À Suivre)–, formaba parte de nuevo de Les nouveaux mystères de Paris de Malet, y transcurría en el distrito XII. Ambientado en 1957, la independencia de Argelia sigue siendo motivo de pintadas en las paredes, y Falso culpable de Alfred Hitchcock se exhibe en los cines. Incluso puede decirse que Reyerta en la feria bebe a partes iguales  de esta película y de Extraños en un tren, tanto de la película del maestro del suspense como del libro de Patricia Highsmith. A diferencia de lo que es habitual en la novela negra, la acción arranca cuando el propio protagonista, Nestor Burma, siguiendo a la femme fatale de turno, está a punto de ser asesinado durante un viaje en la montaña rusa del parque de atracciones. El asesino frustrado acaba muriendo y, a partir de ahí, se genera un juego de identidades confusas que lleva a Burma a investigar crímenes del pasado. En esta ocasión, Tardi sí que se permite jugar con cierto tono humorístico, tal vez alentado por su anterior trabajo con el personaje en Una resaca de cuidado, tono que contrasta con momentos intensamente dramáticos y con uno de los finales más trágicos ideados por Malet. Tampoco falta la crítica, casi siempre presente y casi siempre sutil, al cristianismo. En una escena, la madre de una joven paralítica a consecuencia de haber sido arrojada al vacío por un desconocido, se alegra de la muerte del agresor, “tuvo su merecido”, dice, mientras la imagen nos muestra junto a ella a un Cristo cargando con la cruz. En el plano de las autoreferencias encontramos apenas la aparición de un “pitecántropo”, que nos recuerda a Adèle y la bestia, y sobre todo es patente la referencia expresa Malet… no el autor de novelas policíacas, sino Albert Malet, el médico”, situando en un mismo plano la realidad y las aventuras de Nestor Burma, igual que ya hiciera Tardi en Adèle Blanc-Sec. Del mismo modo, es de nuevo revelador el modo en que Burma resuelve su caso, y es que la pista decisiva la obtiene revisando las páginas de sucesos de antiguos periódicos. Parece que Malet coincidía con Tardi en la importancia de la prensa escrita del pasado a la hora de entender nuestro presente.

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Viñeta de Reyerta en la feria.

En 2000, Tardi realizó la que sería su última incursión en el universo Burma con ¿Huele a muerto o qué?. Ambienta en el distrito X, en 1956, poco se puede añadir respecto a lo comentado sobre álbumes previos, salvo tal vez, y aparte de los guiños habituales, la pequeña anécdota de que Tardi se divierte haciendo pasar a Burma y su secretaria por el canal Saint-Martin, escenario donde años antes dos policías fueron asesinados por un tentáculo gigante en El ahogado de dos cabezas. ¿Huele a muerto o qué? subvierte la novela negra en el sentido de que está ambientada en el glamuroso mundo de la farándula y de que, sorprendentemente, no hay asesinato hasta prácticamente el final de la obra. Este hecho contraviene todas las convenciones del género, y el interés del lector, precisamente, radica en insistir tozudamente en la lectura hasta la inevitable aparición del preceptivo cadáver. La secretaria de Burma, Hélène, se muestra útil y resolutiva, convirtiéndose en pieza clave a la hora de desentrañar el misterio.

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Una ilustración donde Burma atraviesa el canal Saint Martin.

Los últimos álbumes de Burma aparecidos hasta la fecha –La noche de Saint-Germain des Prés (2005), Le soleil naît derrière le Louvre (2007) y L’envahissant cadavre de la plaine Monceau (2009)– ya no venían firmado por Tardi, siendo Emmanuel Moynot el encargado de traducir al lenguaje del cómic y en color las novelas de Malet. El trabajo de Moynot, por desgracia, aunque utiliza los diseños de personajes de Tardi y trata de emular su cuidado por la ambientación, dista mucho de acercarse siquiera a sus resultados. En mayo de 2013 –puede que al leer esta líneas ya se haya superado esa fecha–, se publica en Francia un nuevo tomo de la saga, Boulevard… ossements, en este caso realizado por un nuevo autor, Nicolas Barral. Destaca el regreso al blanco y negro y el alejamiento ya absoluto del estilo gráfico característico de Tardi.

No se sabe a ciencia cierta si Tardi volverá a dibujar al personaje ya tan suyo como de Malet, un personaje que forma parte del panteón mitológico francés a través de las novelas, las adaptaciones cinematográficas, una serie de televisión y, por supuesto, los cómics de Tardi. Lo que sí sabemos es que si Burma vuelve, su vida seguirá siendo un desastre, no habrá un orden burgués que reinstaurar al final del relato y, demonios, París seguirá siendo París.

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