Jacques Tardi, la memoria del pueblo (I) Introducción

En verano de 2011 realicé un artículo sobre Jacques Tardi más largo de lo que había previsto. La intención inicial era publicarlo en una revista, pero su extensión y la difícil situación de las revistas sobre cómic en España acabaron por malograr el proyecto. Desde entonces, se han barajado otras posibilidades de publicación en papel, y dado que ninguna era totalmente satisfactoria, a partir de hoy y con cadencia (aproximadamente) semanal, iré publicando en esta web entregas del citado texto, ligeramente remozado y actualizado, salvo por el último trabajo del francés, Yo, René Tardi, cuya segunda parte aún no se ha editado. Espero que disfrutéis con estas líneas tanto como yo disfruté revisando la totalidad de obra de este autor fundamental que es Tardi.

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Si ahora mismo organizásemos una votación entre los lectores de esta web para decidir quién es, en términos de éxito e influencia, el más importante autor europeo posterior a mayo del 68, seguramente el nombre de Jacques Tardi ni siquiera aparecería entre los 5 primeros puestos. Y sin embargo, especialmente tras la muerte de Moebius, se puede considerar que Tardi merece un puesto en el podio de los dibujantes más relevantes del viejo continente, y no cabe duda de que su huella histórica será profunda. Pero entonces, ¿por qué el nombre de este autor no aparece constantemente en las conversaciones de los lectores de cómic, por qué no se celebra la salida de cada uno de sus nuevos libros como un acontecimiento? Posiblemente por dos motivos: gráficamente se aleja de la espectacularidad de muchos de sus compañeros, haciendo de la sobriedad virtud, y además no es un autor complaciente, instando constantemente al lector a revisar sus propios principios morales y a revisitar una historia que muchos prefieren olvidar.

De alguna manera, solo hoy, desde el momento actual y con más de 4 décadas de trabajo a las espaldas del francés, podemos aprehender en su totalidad la dimensión del trabajo de Tardi y valorar en su justa medida su aportación a la historia del cómic, una aportación que pasa por la plasmación de la alocada fantasía folletinesca, sí, pero también de lo real, lo tangible, la historia común y la denuncia social. Y, si atendemos al rumbo que ha ido tomando el cómic adulto en las últimas décadas, lo cierto es que han sido muchos los que han transitado con éxito la senda abierta por Tardi. Obras autocontenidas, sin restricciones en cuanto a extensión, creadas con total libertad desde una perspectiva humana y artística antes que comercial, con una temática y un enfoque dirigidos al público adulto… En definitiva, características presentes en la obra del francés desde hace décadas que solo muy recientemente se han adscrito a un movimiento concreto, el de la novela gráfica, del que Tardi, en cierto modo, es precursor.

Tardi a menudo ha ejercido de francotirador desde una trinchera solitaria apelando a la conciencia social y a la reavivación de la memoria histórica… cuando no estaba haciendo cómics del género menos estándar imaginable, el folletín casi decimonónico de Adèle Blanc-Sec. Con respecto al (no) encasillamiento de la obra de Tardi, es muy revelador lo difícil que ha sido siempre definirlo en términos estrictos, encorsetarlo en una escuela concreta de dibujo o corriente estilística o temática. Su dibujo bebe directamente de Hergé y de Edgar P. Jacobs en cuando a claridad, simplificación y legibilidad, y muy especialmente en la ambientación realista y documentada. Por otra parte, la soltura y espontaneidad de su trazo en las figuras humanas, cercanas siempre a la caricatura, o la rotundidad de sus negros sobre la página, lo emparentan con Franquín. De este modo, el dibujante aúna características de las denominadas “escuela belga” y “escuela Marcinelle”, consideradas en su momento antagónicas. Tampoco es de extrañar en un autor que ha crecido leyendo las revistas Tintin y Spirou,  pero en el crisol de influencias de Tardi también se cuecen la huella gráfica de Joe Kubert y Hugo Pratt, de Sergio Toppi y Dino Battaglia, de Gus Bofa y de Otto Dix. Esta amalgama estilística ya sería suficiente para convertir a Tardi en único, pero no es, ni mucho menos, el motivo último de su peculiaridad, cuya base hay que buscar en lo inclasificable de su propuesta argumental y temática. En su mensaje. Porque, ¿qué otro autor, en 1974, se descolgaba con una aventura en el más puro espíritu de Julio Verne imitando el grafismo del grabado decimonónico y publicada directamente en álbum? ¿Hubo otro dibujante que, por esas mismas fechas, colase una historia sobre la 1ª Guerra Mundial en un periódico de tirada nacional? ¿Quién sino Tardi logró que el escritor considerado como padre y máximo representante del néo-polar le escribiera en 1977 el guion de una historia más negra que el interior del cañón de una pistola? ¿Y si añadimos que durante ese mismo período colaboraba con el creador de Barbarella en un relato surrealista de casi 200 páginas? Y esto es solo el principio.

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No es que Tardi haya nadado toda su vida contracorriente, ni que sea el autor más original del panorama de la BD. Simplemente, a base de esfuerzo, talento y, sobre todo, de mantenerse fiel a unos principios artísticos e ideológicos, ha conseguido construir una carrera de modo similar a como lo han hecho Francis Ford Coppola o Martin Scorsese en el cine. Autores de culto, mentes preclaras cuyo éxito solo ha llegado cuando el mercado se ha amoldado a sus principios, cuando al fin el gran público puede reconocerse en sus propuestas. Hoy, grandes centros comerciales dedicados al ocio están llenos de novelas gráficas, pero hace 20 o 30 años, en una librería francesa, una de las pocas cosas remotamente similares a una novela gráfica era un álbum de Tardi. Tan revelador como lo que se publica, es dónde se publica. Más adelante hablaremos de las peculiaridades de las ediciones de Tardi en Francia, pero también es muy interesante observar lo difícil que ha sido siempre encasillar al autor fuera de su país. En España, sus historias se han publicado en revistas tan antagónicas como El Víbora, Cairo y Cimoc, y no sería de extrañar que fuese el único autor que ha conocido tal honor. Por otra parte, desde un principio se trató a Tardi como un dibujante de prestigio, siendo uno de los buques insignia de Cairo e inaugurando la longeva colección de álbumes Cimoc Extra Color, que publicó nada menos que cinco números de Adéle Blanc-Sec entre sus siete primeras referencias (el primero de ellos, con el número 0, apareció previamente, en 1980, como única referencia la colección Super Cimoc editada por el sello Riego Ediciones).

Todavía más significativa es la historia editorial de Tardi en Estados Unidos. Como es sabido, los autores franceses por lo general no gozan de un éxito excesivo en la cuna de los superhéroes. Así y todo, es natural que las páginas realizadas por Tardi para la francesa Métal Hurlant aparecieran en su prima estadounidense Heavy Metal allá por 1977. Después, hacia finales de los 80 y principios de los 90, la editorial independiente Dark Horse trataba de rellenar el nicho de la ya agonizante Heavy Metal publicando a distintos autores europeos “adultos” en su revista Cheval Noir, y de entre las obras de Tardi escogió las primeras aventuras de Adèle Blanc-Sec, El exterminador de cucarachas (ambientada en Nueva York), Adiós Brindavoine y La flor en el fusil. Pero si hay un punto que marca decisivamente la conexión de Tardi con la novela gráfica es la aparición entre 1982 y 1990 de varias de sus historias cortas en la norteamericana RAW, la antología editada por Art Spiegelman y Françoise Mouly que sirve de puente entre el underground y el cómic actual a través de la vanguardia entendida como una mirada bidireccional –hacia el futuro y hacia el pasado– y amplia –hacia Estados Unidos, pero también hacia Europa y Japón–. Allí, el francés compartió páginas con referentes actuales de la novela gráfica como Charles Burns, Lynda Barry, Chris Ware o, por supuesto, el propio Spiegelman, que serializaba Maus. Por tanto, no sorprendería a nadie que, pasados los años y afianzadas ya las editoriales y el público adultos, Tardi volviera a asomar por el mercado americano, en esta ocasión de la mano de Drawn & Quarterly, que se atrevió en 1994 y 1995 con los primeros capítulos de la obra magna de Tardi, La guerra de las trincheras. Pero, como decíamos, Tardi ha sido un autor de culto hasta que el entorno –en este caso el entorno americano– se ha adaptado a sus coordenadas como autor, y la prueba más clara es el proyecto de Fantagraphics, una de las editoriales punteras a nivel mundial en edición de novela gráfica, de editar todo (o casi todo) Tardi en inglés. Un proyecto comenzado hace cinco años que ya cuenta con 8 libros publicados y que ha recibido el espaldarazo de los dos Premios Eisner cosechados por La guerra de la trincheras en las categorías de Mejor Material Internacional y, atención, Mejor Trabajo Basado en la Realidad. Si esto no es la industria norteamericana concediendo un premio a la mejor novela gráfica a un cómic francés realizado entre 1982 y 1993, que baje dios y lo vea.

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Algunas editoriales que han intentado introducir a Tardi en el mercado USA: NBM, Dark Horse, Humanoides/DC, iBooks y Fantagraphics.

No es casualidad que el trabajo de Tardi fuera adelantado a su tiempo. Como tan a menudo sucede, el dibujante no debe su calidad de visionario a una idea mental clara de aquello que quería hacer en el cómic, sino todo lo contrario. Tal vez no sabía lo que quería hacer, pero tenía claro lo que no quería hacer. No creció queriendo ser dibujante de cómic, ni siquiera le interesaban demasiado los temas y las aproximaciones en boga en la época en la que él empezaba, y muchas de sus influencias venían de otros medios. Precisamente por ello, por no haber implantado en su mente unos patrones rígidos basados en la historia del medio sobre lo que debe o cómo debe ser el cómic, Tardi fue capaz de ver más allá, de identificar problemas como la abundancia de algunos géneros y la escasez de otros, como el tono obligatoriamente infantil y juvenil de la historieta o como el corsé creativo que suponían los formatos imperantes. Tampoco encontraban acomodo en los usos del momento algunas de sus obsesiones, como la descripción adulta y reivindicativa de la 1ª Guerra Mundial –que hoy, por cierto, nos parece perfectamente normal– de manera que se vio obligado a inventar recursos para narrarla. En definitiva, lo que ha hecho grande a Tardi dentro del cómic es, precisamente, ser ajeno al cómic.

Así que antes de comenzar el repaso pormenorizado de la vida y obra de Tardi, recapitulemos ciertas ideas y conceptos que serán centrales a la hora de entender su obra. En primer lugar, nos encontramos ante un autor tremendamente peculiar, especialmente si consideramos el panorama del cómic en su primera época, por los temas y abordajes elegidos. En segundo lugar, estos temas y abordajes lo acercan a una concepción del cómic entendido como vehículo de transmisión de una serie de ideas de calado social. En el caso concreto de Tardi, estas ideas incluyen la recuperación de la memoria histórica, la desmitificación de los héroes institucionalizados y el ataque directo a las clases dirigentes e incluso a la clase media aquiescente con estas. Es lo que podríamos llamar un autor comprometido. Ello implica que, aunque en ocasiones se escude en las convenciones del género del folletín y la novela negra, su trabajo bebe y refleja directamente una realidad histórica. En tercer lugar, el recorrido editorial de Tardi lo sitúa como pionero de una tendencia del cómic casi inédita en su momento pero que hoy en día está perfectamente establecida. Sentadas estas bases, podemos comenzar el viaje al interior de Tardi.