Los entusiastas (Brecht Evens)

Los entusiastas (Brecht Evens). Sins Entido, 2012. Rústica con solapas. Color. 19,5×24 cm. 216 págs. 25€

Brecht Evens es un joven autor belga que ha irrumpido con fuerza en el campo de la novela gráfica en los últimos años, y que responde a un paradigma cada vez más frecuente: Evens viene del mundo del arte, de las Bellas Artes que estudió en la universidad, concretamente, y sus referentes no son Will Eisner o Harold Foster, sino el arte pictórico de vanguardia. Evens, claro, lee cómics, los estudia y le interesan. Pero ha llegado a ellos de adulto, no ha absorbido durante toda su vida los códigos asentados en el medio, ni ha imitado a los maestros de la historieta dibujando de pequeño. No tiene ideas preconcebidas de lo que se puede o no se puede hacer en un tebeo, ni le preocupan esos debates. Su mirada limpia se dirige hacia un camino nuevo, en el que no está solo —se me ocurre que Bastien Vivès tiene bastante en común con él—, pero del que le toca ser vanguardia. Lo demostró con Un lugar equivocado el año pasado, cuando tenía veinticinco años, y lo confirma con Los entusiastas, recientemente publicado en España por Sins Entido, como el anterior.

Si en Un lugar equivocado Evens situaba la trama en un ambiente urbano, ahora se traslada a la campiña. Y si en el primero el argumento era mínimo y se centraba en las idas y venidas de un grupo de jóvenes despreocupados en la noche, ahora ofrece una historia más sólida, más clásica, pero sigue hablando de lo que conoce: el mundo del arte y el concepto que tenemos del mismo. Pieterjan es un artista urbano reconocido y culto, que es invitado a la diminuta villa de Bierpoele, donde va a celebrarse un festival de arte del que él es el máximo atractivo. En Los entusiastas se plantea la dicotomía entre el arte académico profesional y el amateurismo del aficionado que sin formación alguna se expresa artísticamente por el mero placer de hacerlo. Se detecta cierta autoindulgencia y una pizca de sarcasmo hacia los artistas locales en una historia que, por otra parte, ni es original ni aporta nada nuevo, ni siquiera en su cuestionamiento de la función del arte. Es exactamente la historia que podríamos esperar de un artista veinteañero que empieza hacerse las preguntas adecuadas, pero que todavía no ha dado con las respuestas. Pero eso es lo de menos.

Y lo es porque la clave está en el impresionante y desbocado despliegue artístico de Evens. No sorprende porque en Un lugar equivocado ya encontrábamos todos sus rasgos, pero aquí los depura y amplía con una facilidad desconcertante en alguien tan joven. Guiado por una sensibilidad hacia el color enorme, que basta para despertar todo tipo de emociones en el lector, su dominio de la acuarela es total, como pocas veces vemos en el cómic. Con ella se permite todo tipo de recursos técnicos, como la superposición de figuras, aprovechando la transparencia de la pintura acuosa. Evens rara vez recurre a la línea; su dibujo es un juego de masas, de formas sin delimitar. Como él mismo ha contado recientemente en una entrevista, esto le permite ser concreto cuando es preciso o brumoso cuando no. La mancha puede encerrarse en una forma determinada, pero siempre será ilusoria: la acuarela es libre, y cuando Evens lo desea, se expande y desdibuja, deforma a los personajes y abandona lo figurativo para adentrarse en lo abstracto. Su dibujo es emocional, y refleja con asombrosa fidelidad los estados de ánimo, pero también las atmósferas de unos escenarios con una extraña magia, especialmente los nocturnos, donde casi podemos oír a los grillos.

Como en su anterior libro, Evens recurre a soluciones imaginativas para no verse abocado a las convenciones del medio. No hay bocadillos de texto, ni apenas marcos de viñeta. Las páginas carecen de estructura y la unidad orgánica de las mismas la proporciona el color casi exclusivamente. Hay páginas oscuras, llenas de formas exhuberantes y colores violentos, pero también hay otras blancas, con figuras mínimas. Hay brutales páginas con una sola viñeta y otras con más de diez. Cada personaje está asociado a un color, y la ausencia de globos se soluciona adjudicando ese mismo color a las líneas de diálogo. Su atrevido manejo del espacio y del movimiento a través de él no es tan evidente como en Un lugar equivocado, donde los edificios urbanos ofrecían más juego en este sentido, pero sigue estando ahí, especialmente en sus paisajes naturales, inspirados en Charles Burchfield y en artistas medievales, algunos de cuyos trabajos recrea en las páginas de Los entusiastas.

Por supuesto, Evens aún tiene aristas que pulir. Necesita ser más sutil en lo argumental, o, por lo menos, no dejarse domar por el argumento, seguir siendo libre, no asustarse ante la inmensidad de lo desconocido. Necesita no perder la osadía de la juventud más que aprender a armar una trama como es debido. Su abrumador dominio de las técnicas y el uso del color más audaz que he visto en años lo colocan ahora mismo en un lugar privilegiado dentro del pujante cómic adulto europeo, y es aún muy joven. Por eso no me inquieta demasiado que no se aprecie una evolución más significativa entre sus dos obras y se pierda en esta última el factor sorpresa de la primera; todo llegará. A Brencht Evens hay que seguirlo de cerca y marcarlo al hombre, porque, estoy convencido, va a ser uno de los grandes de esta década.