Elegía roja (Seiichi Hayashi)

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Elegía roja (Seiichi Hayashi). Ponent Mon, 2008. Rústica con sobrecubiertas. 232 págs. B/N. 15 €


Cuando se habla de revistas o antologías de cómic de vanguardia se suele citar RAW, El Vívora, Strapazin, Canicola, Kramers Ergot… Pero antes que todas ellas estuvo Garo, una cabecera japonesa fundada en 1964 donde se sentaron las bases de lo que sería el nuevo manga, recogiendo el testigo del género gekiga que propulsara Yoshihiro Tatsumi y llevándolo un paso más allá. Además de alejarse de las tendencias tradicionales del manga de puro entretenimiento, Garo proponía a sus autores una libertad creativa absoluta, lo que dio lugar a la experimentación y al abordaje de nuevas temáticas, un poco al estilo de lo que casi simultáneamente sería el underground americano. Por sus páginas pasaron a lo largo de los años el propio Tatsumi, Sampei Shirato, Yoshiharu Tsuge, Suehiro Maruo y el autor que nos ocupa, Seiichi Hayashi.

Entre 1970, Hayashi, con tan sólo 25 años, comienza la publición de Elegía roja en las páginas de Garo, una obra que, leída hoy en día, conserva el aire renovador y una visión muy particular de lo que se puede hacer mediante el cómic. Y de cómo puede hacerse. De carácter introspectivo y con una enorme sofisticación tanto visual como narrativa, Elegía roja relata de forma fragmentaria el relato de un mangaka angustiado por un impulso creativo que choca con las necesidades mercantilistas de la industria, la relación tormentosa con su novia y las presiones familiares que no hacen sino alimentar su depresión crónica y visión desencantada de la vida. Elegía roja no es un libro entretenido, es un diario de la desesperación, de la alienación y de la asunción de la propia impotencia expresadas a través del mismo arte que provoca el sufrimiento. Es, al mismo tiempo, un retrato descarnado del amor y sus contradiciones donde el autor desnuda sus sentimientos no tanto ante el lector como ante sí mismo.

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Hayashi demuestra en sus páginas el conocimiento y asimilación de otras disciplinas artísticas como el cine de la nouvelle vague, la ilutración, la publicidad y la animación, que incorpora a un relato que adquiere forma de collage y ritmo sincopado. La alternancia de viñetas y secuencias sin continuidad aparente despiertan en el lector asociaciones incoscientes, convirtiendo Elegía roja en una narración abierta a una interpretación no tanto argumental como emocional. Esta labor de descontextualización es una de las mayores virtudes de Hayashi, que se combina muy apropiadamente su con capacidad para aprehender sensaciones en imágenes, muy a menudo de estilo naíf, muy a menudo inacabadas, convertidas así en símbolos y emparentándolas con las de su compatriota Tsuge en su calidad surrealista. Las imágenes en Elegía roja, más que narrar en el sentido convencional, apelan al subconsciente del lector para encontrar su significado y la gestualidad de sus personajes conmueve sin necesidad de palabras, porque el dibujo de Hayashi es pura escritura.

Elegía roja es la plasmación en un cómic-poema de esa abstracción tan física que es la angustia, una aproximación que han intentado otros grandes historietistas modernos como Daniel Clowes o Chris Ware. Sólo que Hayashi en Elegía roja propone otro camino, el suyo propio, en un libro de exigente lectura y difícil digestión, un artefacto artístico atemporal de primera categoría.


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