Buñuel en el laberinto de las tortugas (Fermín Solís)

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Buñuel en el laberinto de las tortugas (Fermín Solís). Editora Regional de Extremadura, 2008. Cartoné con sobrecubierta. 120 págs. B/N. 20 €


Si hay algo gratificante en el hecho de seguir a un autor a lo largo de años y obras, es es darse cuenta de que al igual que uno crece como lector, el autor crece al mismo ritmo. Evidentemente, ni todos los árboles crecen derechos ni todos los años añaden un anillo del mismo tamaño a su tronco y, por eso, cuando se constata un crecimiento anormalmente grande, un salto cualitativo importante, la satisfacción también es grande.

Fermín Solís comenzó a despuntar entre los aficionados con algunas obras autobiográficas como Los días más largos (Ediciones Balboa, 2003) o El año que vimos nevar (Astiberri, 2005), donde repasaba momentos de su infancia que realmente podían ser los de muchos otros miembros de su generación. Jugaban a su favor por tanto la identificación del lector con lo narrado y el efecto nostalgia, y si bien se trataba de tebeos recomendables, es cierto que adolecían de cierta autocomplacencia. Con Lunas de papel (Dibbuks, 2007) el autor dio muestras de inquietudes narrativas, adentrándose en una historia de género negro y cambiando radicalmente de formato. Si bien pensamos que el resultado no fue redondo, sí que fueron elogiables las intenciones de probar nuevas vías narrativas y argumentales. Y así llegamos a la obra que nos ocupa, una nueva vuelta de tuerca a la exploración del propio Solís como narrador y tal vez el paso más importante que ha realizado como autor.

Buñuel en el laberinto de las tortugas es una obra biográfica (no auto-) centrada en el rodaje del director aragonés del documental Las Hurdes: Tierra sin pan, sección que ocupa el grueso del cómic y que viene precedida de dos capítulos reveladores. El primero de ellos, un sueño, actúa como prólogo, seguido de un capítulo más largo donde se retrocede en el tiempo y se sientan las bases de la personalidad de Buñuel y su momento histórico. Para ello, Solís recurre a una larga conversación por las calles de París trufada de pequeñas anécdotas y gags que la dinamizan y en la que, a veces con bastante sutileza y otras de manera un poco más forzada, se van descubriendo las filias y fobias del director, sus motivaciones y sus (muchas) incongruencias que lo convierten a la vez en un personaje simpático y en un ser odioso. Tal vez por la localización (excelentemente resuelta), tal vez por tratarse de una conversación entre artistas con el consiguiente tono metafísico y pseudofilosófico, esta parte puede recordar al lector al Pascin de Joann Sfar. Por otra parte, la representación de ese París nocturno de callejas y adoquines, prostitutas y cafés, tejados y cabras etílico-fantasmales y personajes de largos brazos y piernas recuerda al pincel de Christophe Blain. Sin duda, dos buenas referencias, aunque Solís hace ambas completamente suyas. El estilismo más amable heredero de Dupuy y Berberian de sus anteriores obras da paso, en consonancia con las necesidades del relato, a grafismos más duros, oscuros y con más contrastes y matices. También la narrativa parece mucho más elaborada que en anteriores obras, consiguiendo que una conversación de 22 páginas resulte interesante y absorbente.

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Pero sin duda el plato fuerte del álbum llega con el rodaje del documental. Si el París de Solís resonaba convincente en la mente del lector, su representación de las áridas tierras extremeñas no desmerece en absoluto. Con un trazo mucho más despojado consigue transmitir la dureza del paisaje, su estéril suelo y su horizonte pelado al tiempo que lo dota de una belleza que, a la luz de los padecimientos de sus habitantes, resulta macabra. Y los hurdanos… bueno, parafraseando al protagonista, consiguen cerrarle a uno las tragaderas. Es en esta tercera sección donde Solís despliega un mayor número de recursos, dosificando las penurias de los sufridos hurdanos, entremezclando escenas oníricas y surrealistas, descubriendo las tensiones entre los miembros del equipo de rodaje y, sobre todo, añadiendo matices a un Buñuel rico en contradicciones: sensible y duro como un piedra a un tiempo, burgués y revolucionario, pragmático e innecesario, descreído pero tan dependiente de la simbología de sus propios sueños. Simbología de la que se hace partícipe Solís de forma convincente, llenado las páginas de sentidos más allá de los evidentes a simple vista. Y por supuesto, Solís borda a los coprotagonistas de esta parte, los hurdanos, y al documental de Buñuel nos remitimos. Para ellos quedan reservados los trazos más bruscos, espontáneos y expresivos, a veces simples bocetos, y las escenas más emotivas, muchas veces desgarradoras. Tal vez el único pero a este álbum sea que, en la necesidad de incluir o reforzar algunas ideas tangenciales que enriquezcan al personaje de Buñuel, se recurra a diálogos que pueden sonar algo artificiales, sobre todo entre los miembros del equipo de rodaje. Por contra, las declaraciones de los habitantes de Las Hurdes suenan estremecedoramente convincentes.

Con esta obra, Fermín Solís ha sabido despojarse de antiguos tics y ha emprendido el duro camino de reinventarse a sí mismo, abriendo su futura obra a un amplio abanico de posibilidades. Y lo mínimo que se puede decir es: Chapeau, Fermín. Y chapeau a la Editora Regional de Extremadura por la excelente edición, por cierto.

Como siempre, el momento más complicado es el de «poner nota». A caballo entre el tres y el cuatro, sólo por la alegría de haber certificado las ganas que Solís sigue teniendo de crecer como autor y por animar a los lectores indecisos a acercarse a este atípico cómic, esta vez tiramos para arriba (y aprovechamos para recordar el carácter accesorio de las puntuaciones).

4
Excelente, tebeos como este hacen grande el cómic.



el tio berni

Enlaces de interés

Las Hurdes, tierra sin pan en Wikipedia
Las Hurdes, tierra sin pan en Youtube
Bocetos de Solís para el cómic