El año que vimos nevar (Fermín Solís)

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El año que vimos nevar (Fermín Solís). Astiberri, 2005. Rústica con solapas. B/N. 96 págs. 10 €


Que el bote redondo del Colón es una referencia guarda-juguetes para varias generaciones, es algo indiscutible a estas alturas y muchas de las personas que puedan estar leyendo estas líneas podrán corroborar lo que nos viene a contar Fermín Solís en este álbum: una infancia marcada por los programas de radio y los primeros en la televisión, cuando nos iba llegando el color: nada volvió a ser lo mismo después de ver El Hombre y la Tierra con los colores del paisaje y los animales.

Es éste El año que vimos nevar un tebeo que nos lleva a aquellos años, maravillosos al pasar por el tamiz de los recuerdos, con sus particularidades que son más generales de lo que nos habíamos pensado, por lo que podemos leer. Y así, el autor arranca de sus propios recuerdos para componer un relato de falsa autobiografía, poniendo en boca del niño protagonista, llamado Martín Mostaza, experiencias que son típicas -y casi tópicas- de la época en que nos sitúa: la España de finales de la década de los setenta, donde se empezaban a producir grandes cambios en toda la sociedad. Este tomo está formado por pequeñas historias que nos retrotraen (a algunos, a otros, les hará ver una historia no tan lejana en el tiempo y cómo esa generación vivió parte de ella ) a aquellos días que, de un modo muy similar, les tocó vivir. Así nos encontramos con referencias a las carreras de chapas, emulando a los corredores de la Vuelta Ciclista; la primera bicicleta, casi siempre heredada; el tebeo de la semana; la serie de dibujos de los sábados después del parte y el cine de barrio con la sesión continua; la llegada del vídeo, como avance tecnológico sin par; las vivencias en casa, con las abuelas, como seres llegados de otra dimensión, el hermano pequeño que llega para fastidiar o para convertirse en cobaya de tus experimentos, los padres, que parecían enormes y sabios; y fuera de casa, en el colegio, con su sabor a bocadillo de Nocilla y capones del profesor rancio, en general y fresco y renovador con la juventud de alguna maestra nueva que se colaba por los entresijos del régimen, y –sobre todo- en la calle: benditos descampados en los que la mayoría de las veces había algo que podía ser rescatado y reconvertido en el origen y centro del juego, que consistía, básica y generalmente, en pasarte a tarde corriendo y haciendo el cabra.

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Página de arranque del tomo y de la historia titulada La Vuelta Ciclista a España


Todas estas historias están dibujadas con el estilo propio de Fermín Solís, que parece sencillo y casi naïf en un primer vistazo, pero que seguro que conlleva trabajo de composición y planificación que nos hace que todo resulte fácil y cómodo: todo parece tener un sitio justo y es cabalmente el que ocupa, destacando la figura humana, protagonista absoluta de la historia, que con trazo limpio y a veces cercano a la caricatura, nos presenta a unos niños que dominan todas y cada una de las viñetas, pues podríamos contar con los dedos de una mano aquellas en las que no aparece alguno de los protagonistas infantiles de este tomo y tanto es así, que suelen aparecer en un fondo blanco, que aún potencia más esa importancia, consiguiendo, de este modo, que el lector se identifique plenamente y participe de lo que nos están contando.

La obra está editada por Astiberri, en su colección Sillón Orejero, invitándonos a hacer lo propio con el tomo que tenemos entre manos, aunque nos deja un sabor agridulce, como si faltase algo: más profundidad en cada una de las historias, como la del niño accidentado, en la que los sentimientos parecen quedar velados o en suspensión, como si quedase mucho más que contar y el autor se lo estuviese guardando para una nueva entrega… o es que, tal vez, quiera que cada cual haga su propia lectura y composición, partiendo de los datos de las aventuras del niño Martín Mostaza (¿será una parte de Solís?) y completándolas con las experiencias propias.

De cualquier manera y picada por la nostalgia, que es una gran mentirosa que se retroalimenta de bondades escogidas, apetece saber algo más de este grupito de chavales y sus correrías, pues –de alguna manera- vinieron a ser las de muchos de nosotros.

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Bueno, este es el nivel medio que habría que pedir a cualquier tebeo

Mar

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