¡Puta guerra! (Verney & Tardi)


¡Puta guerra! (Verney & Tardi). Norma, 2010. Cartoné. 144 págs. Color. 19,95 €

Jacques Tardi (Valence, 1946) es uno de los más claros precursores dentro del mercado francobelga de algo que podríamos emparentar con la novela gráfica, aunque realmente sus tebeos nunca hayan recibido esa denominación. Con Adèle Blanc-Sec hizo una concesión a la industria necesitada de personajes que explotar, pero incluso sus álbumes de Nestor Burma se parecen más al cómic adulto de hoy en día que a la tradición del álbum francoblega. Ya Ici Même, con guiones de Jean-Claude Forest, caminaba varios pasos por delante de su tiempo en forma y fondo, Casterman publicó en 1974 y sin serialización previa El demonio de los hielos en formato álbum, y cuando la revista Pilote rechazó la historia Un épisode banal de la guerre des tranchées, esta encontró asilo en el periódico Libération, alcanzando –es de suponer- a un público tradicionalmente alejado del mundo de las viñetas. Tampoco es de extrañar que Art Spiegelman y Françoise Mouly publicasen un capítulo de La guerra de las trincheras en su antología de vanguardia RAW ya en 1983, y si consideramos que una de las señas de identidad de la novela gráfica es la impronta autoral en la obra, en Tardi y sus obsesiones, concretamente en su obsesión por la I Guerra Mundial, encontramos elementos pioneros en este sentido. Este tema recurrente ha dado lugar en manos de Tardi a obras de envergadura como la misma La guerra de las trincheras o El soldado Varlot… y ahora ¡Puta guerra! De nuevo cuenta con Jean-Pierre Verney en labores documentales, que se extienden en esta ocasión a la redacción de los textos históricos que acompañan al cómic. Pero, ¿por qué volver a dedicar tantos años a un cómic sobre la I Guerra Mundial con el mismo colaborador y una aproximación similar a la empleada en La guerra de las trincheras? La respuesta es obvia: el tema obsesiona al dibujante francés, pero ¿aporta algo ¡Puta guerra! a quienes conocen su obra previa?



En La guerra de las trincheras, Tardi tejía una narración episódica alternando las voces narrativas: tercera persona, primera persona e incluso una especie de falsa primera persona, cuando algunos personajes, en voz alta (esto es, mediante bocadillos) relataban su experiencia dirigiéndose claramente al lector en lugar de a su entorno en la viñeta. La brutalidad de los textos, alimentada por su propio carácter expositivo alejado del drama superfluo, el dibujo en formato panorámico y la intención de no ocultar la referencia fotográfica en muchos de los dibujos, contribuían a dotar al libro de un aire de documental, de realismo. El objetivo de este aparentemente impávido y paradójicamente desgarrador acercamiento, era la individualización de los soldados. Su consecuencia, hacernos partícipes de todas y cada una de las muertes. Según Michael Hein1, “Al final llega la muerte, pero antes de la muerte llega la destrucción de la vida del individuo, su integridad, su identidad.” La afirmación de Hein puede extenderse a ¡Puta guerra! Tanto es así que precisamente la página 8 del primer relato de La guerra de las trincheras, una retícula de viñetas con retratos individuales de soldados, y las páginas 84 y 85 de ¡Puta guerra!, una nueva retícula con los rostros deformados de los soldados heridos tras la batalla, dibujan ese punto intermedio entre la vida y la muerte –tal vez más cercano a la muerte- de destrucción de la identidad.




Pero si la individualización, exenta de matices psicológicos y construida mediante la multiplicidad de voces, vertebraba La guerra de las trincheras, este nuevo libro sufre el lastre de un único narrador a lo largo de casi todo el cómic –falso único individuo, eso sí, a tenor de su omnisciencia. Son entonces las imágenes de Tardi, que a menudo parecen desligarse del texto, las que desempeñan esa labor humanitaria, en el sentido de que recogen la realidad del campo de batalla, aunque lo hacen desde una distancia -planos largos, generales- que dificultan agarrarse emotivamente a algo. A ese problema, habría que sumar el que estas instantáneas del horror plasmadas por Tardi chocan, a lo largo de casi todo el cómic, con eso tan indefinible que es el tono del texto, las palabras del testigo único. Céline solo hay uno, y por mucho que Tardi pretenda emular su cinismo en la voz del narrador principal, no acaba de resultar más que irónico. Y desde luego, la ironía resulta frívola y fuera de lugar cuando en la página vemos manos arrancadas colgadas de un alambre espino, seres humanos incinerados o cadáveres cubiertos de moscas. Afortunadamente Verney y Tardi se redimen en el último capítulo, utilizando la narración en segunda persona y acercándose al tono, ahora sí, de La guerra de las trincheras. La ironía desaparece para ser sustituida por una especie de voz monocorde, ya sin fuerzas para pretender ser cínica, que desapasionadamente atomiza el relato de multitud de víctimas en distintos grados y maneras. Chapeau.

Aunque ¡Puta guerra! es un buen trabajo, muy bien trabajo, incluso, no acaba de despegarse de la sombra de la obra maestra del autor. Pero tampoco importa, porque no lo ha dibujado para nosotros, sino para él.

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1Hein, Michael (2001). Representations of combat trauma in the Works of Jacques Tardi.  En The graphic novel, editado por Jan Baetens. Leuven, Leuven University Press. Leuven, p.110.