George Sprott. 1894-1975 (Seth)

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George Sprott. 1894-1975 (Seth). Random House Mondadori, 2009. Rústica con solapas. Bitono. 96 págs. 17,90 €


Seguir la evolución de Gregory Gallant, más conocido como Seth (Ontario, 1962), es todo un lujo para cualquier aficionado al cómic, porque lo más habitual es que su última obra sea, como mínimo, un poco mejor que la anterior. En el canadiense se perciben una serie de temas recurrentes que a lo largo de los años van tejiendo el tapiz de un corpus artístico muy compacto y definido, pero esta “reescritura” constante –algo muy habitual en los grandes artistas- viene acompañada de un refinamiento narrativo, de una búsqueda de la forma que sea capaz de expresar con la mayor complejidad –y claridad, al mismo tiempo- el concepto artístico del autor.

Así las cosas, en George Sprott Seth ha dado la campanada y firmado su mejor trabajo hasta la fecha, una obra maestra absoluta en la que el autor redefine los temas de fondo de La vida es buena si no te rindes (la persistencia de la persona a través del arte, el olvido, la memoria, la nostalgia del pasado) y perfecciona los nuevos modos narrativos que ensayó en Wimbledon Green. Sin duda, este nuevo acercamiento formal tiene mucho que ver con la influencia de Chris Ware, su plasmación del tiempo en la página (y recordemos que el tiempo y el tempo son dos de las obsesiones de Seth), y su concepto del diseño global del libro como objeto artístico. Porque lo primero que llama la atención en George Sprott es el libro en sí (aunque un poco menos en la reducida y flexible edición española): GRAN tamaño, tapa dura, estampado en plata y azul… una edición que entra por los ojos por su elegancia y cuidado acabado, donde Seth juega con la tipografía de los títulos de los distintos capítulos pero también aporta su caligrafía hasta en el menor de los textos de créditos del libro, donde las guardas y páginas de cortesía están estudiadas para rimar con el contenido de los capítulos, donde se alternan las páginas con multitud de viñetas con otras grandes páginas dobles de sencillísimo grafismo para permitir una pausa al lector… En definitiva, Seth explota su autoría hasta el último detalle, consciente de la relación física del lector con el libro, llevando su papel hasta la elección del formato y convirtiéndolo en un elemento artístico más de su obra, igual que hace el ya mencionado Ware o han hecho David Mazzucchelli en Asterios Polyp y Sammy Harkham en Pobre marinero. Es pronto para decirlo, pero no es descabellado suponer que esta tendencia de fusionar fondo y forma vaya imponiéndose en el futuro. Si George Sprott se serializó inicialmente en The New York Times, la experiencia lectora del aquella obra no tiene nada que ver con el actual libro, y no es sólo porque haya páginas nuevas: es que la percepción del lector es completamente diferente.

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El argumento de George Sprott es tan sencillo como difícil y poco frecuentada es su plasmación en un cómic: mediante continuos saltos en el tiempo (que podemos ordenar, eso sí, gracias a una página introductoria con retratos fotográficos cronológicos), Seth trata de capturar la vida (¡la VIDA!) y la muerte de un antiguo aventurero ártico reconvertido en presentador de televisión y apoltronado a lo largo de décadas en un mismo programa ya pasado de moda. En su intento de plasmar sensaciones, emociones y recuerdos, el autor elude la narrativa tradicional, más apropiada para transmitir la acción, y recurre a una narración fragmentaria donde distintas voces aportan el conocimiento de distintas facetas del protagonista. Facetas que muy a menudo no son bonitas (Sprott es, a lo largo de su vida, grosero, racista, infiel, cruel, cobarde, pero también entrañable, patético, generoso), pero que al fin y al cabo conforman una personalidad tan contradictoria como la tuya y la mía. El propio Seth, en su papel de narrador, nos recuerda constantemente que ni siquiera él conoce todos los detalles, advirtiéndonos al mismo tiempo de que su obra de arte es, como todas, un intento fallido –pero necesario y, en este caso, muy aproximado- de aprehender la imponente complejidad de la vida, y por otra parte alentándonos a terminar de construir dicha obra. Las localizaciones (los edificios con sus tristes historias de decadencia, las grandes superficies árticas nevadas) son aquí tan importantes como los propios personajes que conocieron a Sprott, en tanto en cuanto formaron parte de vida y conocen parte de su historia. Los objetos -guías, trofeos, fotografías- son ventanas abiertas al pasado.

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Es muy acertada en George Sprott la manera en que Seth dosifica la información, el momento en que decide aportar un dato concreto y, sobre todo, la sutilidad con la que insinúa importantes motivaciones o sentimientos en la vida del personaje sin necesidad de llegar a verbalizarlos. Igual de interesante es la manera en que organiza la información dentro de la página como unidad narrativa básica. A pesar de que dentro de una misma plancha se pueden desarrollar distintos escenarios en distintos tiempos y narrados por distintas voces, Seth modifica el color y el diseño de las viñetas para focalizar la atención del lector –de nuevo, sin estridencias- y separar de forma natural cada uno de estos espacios narrativos. Aunque algunas páginas adoptan complejos diseños, la legibilidad es absoluta, gracias también a la sencillez e inmediatez icónica del dibujo del canadiense.

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Terminada la lectura del libro, al lector le queda un regusto agridulce. Agrio por entender lo efímera que es nuestra huella en este mundo, y por haber conocido el exterior y el interior de una misma persona y comprobar qué distorsionado ese interior llega a los otros. Dulce por comprobar hasta qué punto el arte es capaz de paliar y hacernos sobrellevar estas cargas. Y Seth lo ha logrado en este trabajo, ha hecho arte atrapando algo de la esencia de la vida en las viñetas de un cómic. Dicen que el olfato es el sentido más relacionado con la memoria, y George Sprott huele, desde ya, a clásico.