Terry (VVAA)

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Pilón. nº Terry (VVAA). Fulgencio Pimentel (2014). Rústica. 21 x 29,7 cm. Color. 192 págs. 22 €

Cuando debatimos en torno a la buena o mala salud del mercado del cómic español y señalamos, con buen criterio, la necesidad de dar con la tecla de títulos comerciales, que lleguen al público general y se conviertan en los best-sellers que sean la piedra sobre la que se levante la industria, no podemos olvidarnos de que la vanguardia también es industria y también es indicador de la buena salud artística de un medio. Históricamente no tiene sentido negar su importancia, en esta o en cualquier otra forma artística. Por eso la existencia de editoriales como Apa Apa o Fulgencio Pimentel, cuya vocación no es vender decenas de miles de ejemplares de sus cómics, es pese a ello un elemento dinamizador esencial. Hay autores y obras que no importa cuánto vendan: deben ser publicados en cualquier mercado que se pretenda saludable.

La vanguardia del cómic, lo formalmente más rompedor con las normas preestablecidas, ha estado siempre asociado con la revista antológica, desde el Raw editado por Françoise Mouly y Art Spiegelman al Garo de Tsuge y Tatsumi. Pero en España desde el cierre de NSLM nos faltaba esa ventana a lo último de lo último que se estuviera haciendo. Por eso me parece que la aparición de Terry, primer número de Pilón, publicada por la antes citada Fulgencio Pimentel, es una de las mejores noticias que vamos a tener este año.

Aunque tenga en común con la añorada revista dirigida por Max y Pere Joan que los autores publicados en sus páginas aparecen porque son los que gustan a los editores, sin consideraciones comerciales, en el fondo Terry tiene mucho más que ver con antologías contemporáneas como Kramers Ergot —editada por Sammy Harkham— o la revista de Nobrow, porque es más un acontecimiento que una publicación periódica, y como tal se edita y se cuida. Por supuesto, Terry es, como objeto, una declaración de intenciones, un manifiesto artístico no explícito —porque no hace falta explicitarlo— que supone el epítome de Fulgencio Pimentel.

Por eso me parece lógico que en Terry se junten autores que ya han sido publicados en la editorial con otros que no lo han sido aún pero podrían serlo, y probablemente lo serán. Todos, a pesar de que en realidad se parecen poco entre ellos, comparten cierta visión del cómic como un medio cuya potencia está en lo gráfico por encima de lo textual, lo cual les dirige de manera natural a una narrativa poco clásica, donde la historia, entendida como peripecia en tres actos, casi nunca existe. También comparten el alejamiento del dibujo naturalista, al que bien haríamos, creo, en dejar de llamar «académico»¸ porque el otro, el no naturalista, también puede serlo, desde luego, y de hecho hay en esta antología autores que, si no estrechamos mezquinamente el significado del término, son decididamente virtuosos, y auténticos formalistas que además buscan un lenguaje gráfico propio y personal, diferente a cualquier otra cosa.

Hay un contraste muy significativo entre veteranos consagrados y jóvenes valores, que me parece que también representa el momento actual en el cómic de autor, donde las generaciones no se sustituyen las unas a las otras sino que se superponen e influyen entre sí. Por eso tiene sentido encontrar a Jim Woodring en Terry tan sólo unas páginas despúes de Nacho García. No tienen nada que ver entre sí, pero al mismo tiempo algo los une, un hilo invisible que conecta sus obras porque ambos las crean con la libertad necesaria para expresar su universo personal.

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Ya que lo he mencionado, voy a comenzar el repaso a los dibujantes que participan en Terry por Woodring, que se ha convertido en algo más que un autor predilecto para mí. Frank me parece una obra magna, pero más allá de eso, me tiene obsesionado, y por eso encontrar una nueva historia del personaje en esta antología era uno de sus principales alicientes para mí. Una vez más, Woodring consigue plasmar al mismo tiempo una imagen poderosa y una sensación repulsiva. En «Frank y el diente»  Frank, que sabe ser víctima y verdugo, escoge lo segundo. De esta historia, por cierto, hay que decir también que es inédita, dibujada expresamente para Terry. No es un logro menor para Fulgencio Pimentel.

Seiichi Hayashi es el otro gran veterano de la antología y el representante de Japón de la misma. Elegía roja, lo único publicado previamente del autor en castellano, no lo he leído, pero desde luego tras disfrutar «Vivíamos entre las flores» lo voy a hacer. Hayashi, que llegó a publicar en Garo, maneja un registro intimista que articula con una cadencia netamente japonesa, llena de pausas, silencios y planos de paisaje. Hay una historia dura que se nos escapa de las manos, que tenemos que leer prestando atención también a lo que no está escrito. Hay una escena de sexo impresionante. Y el uso del color de Hayashi, que recurre casi exclusivamente a la gama primaria y secundaria, refuerza todo lo que de emocional tiene la historia. Dibuja hundiendo las raíces en la tradición ilustrativa japonesa pero al mismo tiempo es totalmente contemporáneo, y algunas viñetas contienen soluciones muy rompedoras, dentro de la composición aparentemente clásica de la página.

Es llamativo y quizás precipitado incluir en el grupo de los consagrados de Terry a un treintañero como Olivier Schrauwen, pero méritos para ello tiene de sobra. Aún con el impacto —y la incertidumbre por saber cómo continuará— fresco de Arsène Schrauwen leo «Grises», publicado originalmente como un fanzine de escasas copias, y me vuelvo loco. Es un relato minucioso en clave testimonial de una abdución extraterrestre clásica, en su modalidad de visitantes nocturnos. Schrauwen lo protagoniza y lo cuenta con precisión y textos asépticos, con el tono propio de un informe. Dice en la introducción: «Como profesional de la novela gráfica que soy, he elegido contar esta historia en forma de cómic. Creo que es precisamente en esa zona gris que se extiende entre lo que puede decirse con palabras y lo que se muestra mejor con imágenes donde radica el lenguaje que puede transmitir con veracidad el misterio profundo de los hechos que llegué a experimentar». Es toda una declaración de intenciones de quien, como ha señalado recientemente Pepo Pérez citando entre otros a Beaty (En «El idioma analítico de Arséne Schrauwen», pág. 212, publicado en CuCo, Cuadernos del cómic nº 2), parece más cercano a las artes plásticas que a la narrativa. Así lo atestiguan las viñetas abstractas que buscan la representación no de una realidad tangible, sino de las emociones puras. Pero que nadie piense que «Grises» es un tebeo intelectual: el relato de Schrauwen es tremendo, sus alienígenas dan pánico de verdad y el repaso a la historia de la humanidad que hacen con O. Schrauwen como testigo es descorazonador y certero.

En mi opinión, estas tres historias son las mejores de Terry, pero afortunadamente no se acaba ahí el material interesante y, en algunos casos, excelente.

Por ejemplo «Bisabuelos 1» es un paso más en la evolución gráfica de Rayco Pulido tras aquel maravilloso golpe en la mesa que fue Nela. La importancia de la línea pura, del dibujo geométrico como generador de texturas, espacios y emociones que veíamos en aquella novela gráfica se dispara en apenas seis páginas y alcanza resultados aún más sobresalientes. Pulido se arriesga mucho, parece como liberado de prejuicios y listo para explorar nuevos territorios. Ese minimalismo gráfico que se reduce a lo imprescindible pero al mismo tiempo se muestra increíblemente dinámico y expresivo remite al manga, creo, pero también parece correr en paralelo a la búsqueda propia de otro autor que ya hemos mencionado: Max, en cuyas últimas obras parece plasmarse su interés por despojar su estilo de todo lo que no sea esencial. Más allá del despliegue apabullante de Rayco Pulido, «Bisabuelos 1» sorprende por el color de sus diálogos y por su densidad narrativa: es increíble lo que dan de sí seis páginas, que, por cierto, son la primera entrega de una serie que veremos desarrollarse en el futuro.

Otro autor cuya colaboración en Terry leo bajo la sombra de una gran obra es Michael DeForge, cuyo Ant Colony me dejó impresionado hace poco. «Universitaria de noche» no es tan bueno, ni tan radical en su experimentalismo, pero eso no impide que sea una historia alucinante que incomoda con su planteamiento: un chico que puede transformarse en chica a voluntad, algo que utiliza para follarse a todos los chicos que se le ponen por delante. Ranma ½ sórdido. Sexualidad y género cuestionados con una puesta en escena un pelo perversa —ese ligue que parece un reptiliano— y preguntas punzantes: «Mis amigos, ¿lo seguirían siendo si fuera una mujer? ¿Querrían follarme?».

Las cuatro páginas de Ed Carosia, «La Re-evolution», publicadas hace un par de años en Doppututto Max no sólo son fantásticas y lucen aún mejor en color, sino que me parecen de lo más interesante de Terry por contribuir a dar a conocer a un dibujante que por moverse en lo infantil y en Francia no termina de ser todo lo conocido que su calidad merecería. Carosia es elegante, divertido y osado en la composición de sus historias.

«La habitación de Búho» es una historia breve de Megg, Mogg and Owl, la serie de Simon Hanselmann que acabamos de conocer en España gracias precisamente a Fulgencio Pimentel. Cuenta una de las muchas putadas que Megg y Mogg le hacen a Owl bajo los efectos de las drogas, y está en la línea de lo visto en Hechizo total. Es divertida, aunque no es la mejor que he leído de la serie, de la que, leyendo esta historia, me he dado cuenta de que me atrae más cuanto más oscuro se pone Hanselmann.

Gonzalo Rueda ha sido todo un hallazgo con su locura titulada «The Three Catalans», que sólo puedo definir como una aventura gráfica. Me gusta que las páginas estén reproducidas directamente —o al menos es el efecto que se consigue—, con los restos de lápiz sin borrar, manchas y en definitiva el taller a la vista, lo que subraya la condición de dibujo de los personajes, y aprovecha la libertad que eso da.

«So Long» es la contribución del excepcional Sammy Harkham a la antología. La historia se mueve en su registro más críptico y onírico, que no es mi favorito en este autor en concreto —cosa que tengo que decir que me sorprende y me cuesta explicar—, aunque gráficamente sea tan buena como cualquier otra suya.

Nacho García no se ha arrugado entre tanto animal del lápiz y ha conservado su frescura y osadía de siempre. La obra de Nacho, no lo oculto, es una debilidad personal. Así que es comprensible que a veces me cueste entender por qué hay gente a la que no le entra, pero sí entiendo, racionalmente, que lo que hace Nacho García es algo muy, muy arriesgado. En «Bugs and Mickey» articula lo más parecido que puede hacer a una historia convencional, con viñetas, textos y demás, y profundiza en ese nuevo registro que está tanteando en sus últimos fanzines dibujando con plantillas de curvas, algo que aparentemente desprovee de humanidad a sus dibujos, pero que en el fondo los dota de una iconicidad universal y al mismo tiempo mutante.

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Otro autor que no conocía previamente: Sébastien Lumineau, autor de «Hombrecillo de negro», historieta que me ha provocado un desconcierto que suelo agradecer en la ficción. En principio trata sobre un hombre con una capucha en la cabeza que se dedica a cortar el césped vestido de traje, pero cuesta ir más allá de eso, como me cuesta decidir si la historia me ha gustado o no, en realidad.

Con la que no tengo ninguna duda es con la divertida «HRMF!» del hasta ahora desconocido en España Sindre Goksøyr. Pervertidos funny animals de espíritu underground fácil de ubicar —inventar no inventa demasiado— metidos en un concurso de bar de preguntas y respuestas, con un pato socialmente tarado que se inserta en la mejor tradición de los Ignatius O’Reilly, Silvio José o Wilson.

«Tétanos» de Peter Jojaio es muy potente gráficamente, y uno de los cómics más redondos que le he visto a Jojaio, cuya habilidad para cambiar constantemente de estilo siempre me ha llamado la atención allí donde he podido leerlo —principalmente internet y fanzines—. No voy a negar que la influencia de Chris Ware le desborda por momentos, pero eso, ahora mismo, les pasa a los mejores, y Jojaio tiene suficiente personalidad propia como para cargarse sobre lo hombros semejante referente, al que tampoco intenta alcanzar, creo yo. El resultado demuestra que Peter Jojaio es uno de los autores españoles a los que hay que tener controlado ahora mismo.

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Y lo mismo se puede decir de José Ja Ja Ja, otro fanzinero que con «Belleza canónica» me ha dejado asombrado: seis planchas con una viñeta a toda página cada una, llenas de detalles y tiralíneas y un tono cósmico, mítico, que transmite verdad, no importa que sea algo imaginado. La última página es un compendio de mito y arte sobre el que detenerse a pensar el tiempo que sea preciso.

Con Bendik Kaltenborn nos acercamos al final de este repaso caótico y desordenado. El autor del interesante Ojalá te vaya bonito dibujó en 2012 «Un detective», una historia de cuatro páginas sobre la clásica escena del crimen, pero totalmente loca. Puede que demasiado, porque me ha dejado algo frío, incluso sabiendo que Kaltenborn juega a lo que juega.

Por ser fiel al caos, he dejado para el final de este texto la primera de las historias de Terry: «Porto Louro», de Los Bravú, que son una pareja de autores muy jóvenes —ganan por los pelos a Nacho García— que practican un estilo pictórico muy llamativo, y con los que Fulgencio Pimentel realiza una apuesta fuerte, al darles más de veintinco páginas y abrir con ellos el volumen. «Porto Louro» me ha gustado, aunque con algún matiz. Los Bravú, pese a irregularidades propias de su edad, me encantan, y de hecho en esta historia están fantásticos, y se nota que han hecho un esfuerzo especial aquí. Me gusta su estilo naif y su manejo del color y de la luz. Aunque el primer tramo de la historia me acabó haciendo pensar que se estaba alargando demasiado, el giro que introduce los diálogos en lo que hasta entonces había sido una historieta muda lo cambia todo y hace que remonte el vuelo brillantemente, con una retranca y un sabor local refrescantes. Aunque, en lo mejor, se nos emplaza al siguiente capítulo, al que tendremos que esperar para valorar justamente el trabajo de los autores.

¿Veredicto? Gran idea, ejecución en la línea a la que nos tiene acostumbrados la editorial —excelente papel, reproducción casi perfecta, rotulación y traducción cuidadas— y resultado artístico fantástico. Terry tiene un nivel que no se ve en prácticamente ninguna antología que yo conozca, mezcla autores nuevos y viejos, presenta a varios de ellos por primera vez en España y recupera material previamente publicado en fanzines extranjeros y por tanto prácticamente inalcanzable para el lector español. Y sobre todo me interesa que se ve, por encima de todo, el criterio de un editor. No son necesariamente los mejores, ni los más importantes, ni se ha tenido en cuenta ningún tipo de jerarquía o representatividad: son los que Fulgencio Pimentel puede publicar creyendo de veras en ellos, porque encajan en su proyecto y en su visión del medio, sin más. Ahora podemos jugar a hacer la quiniela del próximo número de Pilón, mientras disfrutamos de los cómics incluidos en Terry, que son, en el fondo, los cómics del futuro.