El Polo Sur (Alexis Nolla)

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El Polo Sur (Alexis Nolla). Apa apa, 2014. Cuadernillo grapado. 18 x 24 cm. 40 págs. Color. 10 €


En 2012 se cumplió un siglo de la trágica y legendaria carrera entre Roald Amundsen y Robert F. Scott por alcanzar el punto más austral de La Tierra, y que con el paso del tiempo convertiría a sus protagonistas en auténticos héroes. Ese hito, junto con el protagonizado por Ernest Shackleton pocos años más tarde (tan bien retratado en Endurance por Luis Bustos), vino a suponer, en cierta manera, el épico colofón a toda una era de descubrimientos. El advenimiento de la revolución tecnológica, junto con el estallido de la Primera Guerra Mundial, acabaría con el halo romántico que rodeaba siempre este tipo de hazañas, tras las cuales quedaron ya pocos rincones del planeta por pisar.

Según los diferentes trabajos que han investigado el desarrollo de aquella aventura, y que proliferaron, como es lógico, con motivo de la conmemoración, parece ser que la expedición noruega estaba mejor planificada y preparada técnicamente que la británica, además de estar liderada por una persona, Amundsen, entregada plenamente a cumplir con el objetivo final. El testimonio de Apsley Cherry-Garrard, quien formaba parte del primer grupo de Scott, es bastante clarificador en este sentido, cuando defiende que la misión de su equipo, formado entre otros por zoólogos, oceanógrafos o geólogos, era científica, mientras que los escandinavos se guiaban por pura competitividad, por aparecer en los futuros libros de historia. Entre las causas que explican el fracaso de Scott y los suyos (¿se puede calificar de fracaso lo que hicieron?) se suele destacar cómo desaprovecharon la ayuda animal para tirar de los trineos, al compadecerse de los perros, soltándolos a medida que el camino se complicaba, posibilitando su regreso al puesto de partida. Fue, por lo tanto, él mismo junto con sus cuatro compañeros (Edward Wilson, Edgar Evans, Lawrence Oates y Henry Bowers) quienes finalmente arrastraron la carga en los kilómetros finales.

Y es precisamente en ese punto de la historia, cuando restan apenas 40 millas para completar el recorrido de ida, donde comienza el cómic de Alexis Nolla. Cubierto por unas guardas casi de tebeo infantil, con diminutos y coloridos dibujitos reproducidos del interior, repetidos numerosas veces, con alguno ciertamente cómico, arranca con una escueta presentación de personajes, mostrando los semblantes de cada uno de ellos mientras descansan en el interior de la tienda. Ya desde el principio se aprecian dos de las constantes narrativas que se mantendrán a lo largo de las cuarenta páginas: el silencio, o más bien la escasa presencia de textos, y el color, básico, plano, pero muy descriptivo. Es evidente que una gesta de estas características (con tal grado de sufrimiento, desesperación y valor), convenientemente aderezada, resulta muy atractiva como base para todo tipo de adaptaciones. No obstante la atractiva aproximación de Nolla no es un acercamiento al uso. En primer lugar por la estética, casi caricaturesca, de trazo sencillo, de línea –vamos a llamarla así- clara, muy reconocible. Pero también por la ausencia de explicaciones, de fórmulas de apoyo, armando el discurso a través de elipsis de diferente longitud.

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En algunos de sus trabajos inmediatamente anteriores Nolla ya había demostrado su interés por los viajes y los lugares agrestes e inhóspitos. Tanto en la recopilación de historias cortas editada también por Apa Apa (La Isla del Diablo/Escondite) como en el cuaderno coloreable Tierra extraña, del sello Anti, plantea escenarios de la aventura más clásica, con actores de película de estudio en blanco negro, viejos marinos en busca de tesoros, o vaqueros perdidos en selvas exóticas. De igual modo se comportan los exploradores antárticos de El Polo Sur, siguiendo el código del héroe ancestral, o más bien el del caballero inglés de tradición victoriana. Pese a las innumerables adversidades ninguno de ellos se dejará llevar por la desesperación, ni abandonará, ni siquiera cuando está claro que la situación es insostenible. Como aquel anciano que embarca a sus hijos en busca de la Isla del Diablo, y que cuando se da cuenta de lo absurdo de su empeño, se contenta con haber pasado todo ese tiempo con ellos, Scott sigue escribiendo en su diario hasta el final, lamentándose únicamente de haber arrastrado consigo a los demás hacia su muerte. Aún así el tono es delicado, pasmosamente tranquilo, sin circunloquios, ni monólogos introspectivos. Recuerda en gran medida al tratamiento habitual de Jason, en su sencillez y en su tono, en el deleite en la pausa y la concisión, en la impavidez de los rostros, en el amargo contraste entre el drama del argumento y el dibujo inocente.

Según confiesa el autor en su blog la idea le llegó junto con el suplemento dominical del periódico, pero a buen seguro a esto le siguió un proceso de documentación que ahora da sus frutos: los acontecimientos que narra, los diálogos, los hechos puntuales, o las etapas del camino, todo se muestra fiel a las fuentes y a los testimonios que hemos conocido. No es ese un factor esencial, es cierto, pero sí dota a la historieta de mayor envergadura así como de un plus de interés que acaba por redondearla.