Jacques Tardi, la memoria del pueblo (VIII) Negro y social

Viene de:
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (I) Introducción
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (II) Aprendiendo a contar
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (III) Libertad, al fin
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (IV) Blanc-Sec, Adèle Blanc-Sec
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (V) Burma, detective en la bruma
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (VI) Las manos manchadas
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (VII) New York, mi amor

En 1992, entre los números 175 y 178 de la revista (À Suivre) se publicó Juegos para morir, finalmente editada en España en 2012 tras 20 años de espera. Lo cierto es que entre finales de los años 80 y principios de los 90, Tardi se aplicó casi exclusivamente a la labor de ilustrador –de las novelas de Céline– y escritor –de su propia pequeña novela–, tomándose un respiro para realizar Una resaca de cuidado, de la serie Nestor Burma. Pero el dibujante había recibido un adelanto de Casterman y buscó otro roman polar que adaptar “rápido”. Por recomendación de un librero, el dibujante leyó Juegos para morir, la novela de Géo-Charles Véran [dentro foto] ganadora en 1950 del Grand Prix de Littétature Policière, y decidió dedicarse a traducirla en viñetas. No sin dificultad, consiguió ponerse en contacto telefónico con Véran y mantener una conversación sobre la posible adaptación. Sería el primer y último contacto del dibujante con el escritor. Escritor que, por cierto, solo llego a publicar la citada novela. Tiempo después de realizada la adaptación y para su consternación, Tardi se enteraría de que Véran fue periodista en Le Petit Parisien durante la 2ª Guerra Mundial, lo que equivale a decir que colaboró en el régimen de Vichy.

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Viñeta de Juegos para morir.

Anécdotas aparte, Tardi decidió no alejarse demasiado del estilo que había marcado Una resaca de cuidado; esto es, color, pocas viñetas por página, y un dibujo esquemático, poco detallado. El color era un modo de salir del depresivo gris de las ilustraciones para las novelas de Céline, y dado que, al igual que en Una resaca de cuidado, la historia transcurría fuera de sus habituales ambientes urbanos, no había necesidad del detallismo y cuidado que estos requieren. Las cerca de 200 páginas de Juegos para morir sitúan la acción durante cuatro días de agosto de 1950 en el extrarradio de París, lo suficientemente cerca de la ciudad como para ser una zona industrial pero lo suficientemente lejos como para que los personajes se sientan encerrados en su pequeña comunidad y desplazados del resto del mundo. Es sintomático que los protagonistas tengan su refugio en un basurero: para ellos, esa es el alma de su ciudad. Los personajes principales son un grupo de cuatro niños de edades comprendidas entre los 9 y los 15 años que asesinan a una anciana para robar sus joyas. Todos ellos son huérfanos o tienen problemas serios con sus progenitores. En concreto, el líder de la banda, Cat –todos tienen como apodo una especie animal–, es hijo de un policía viudo y alcohólico, Maringer, que debe investigar el crimen que no sabe que ha cometido su hijo, al que propina periódicas palizas con cualquier excusa. En su persona se encarna todo el desprecio de Tardi por las fuerzas de seguridad del Estado. Maringer no solo es cruel con su propio hijo, sino que es una nulidad en su trabajo debido a su adicción y consigue mediante la tortura que un inocente se declare autor del crimen.

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Viñeta de Juegos para morir.

Si por algo se caracteriza esta novela es por su intensa negrura y pesimismo, que el dibujante exagera por encima incluso de la novela. El pueblo en el que habitan los personajes y que es el único decorado –con su par de bares, su basurero, sus fábricas en el horizonte– está comunicado con el mundo por un tren. La estación de tren, rodeada por un bar y un apartamento relevantes en la trama, es uno de los epicentros de la historia y, a la vez, la promesa de un futuro que nunca llegará. Así pues, el tren funciona como comentario irónico, en tanto en cuanto los personajes tienen a su alcance el modo de escapar de sus tristes vidas y nunca llegan a conseguirlo… salvo que consideremos como una liberación la muerte de uno de los niños bajo las ruedas de la locomotora. Además de la investigación policial, que corre en segundo plano, la historia plantea la propia disolución del grupo de amigos cuando el botín robado a la anciana desaparece del lugar donde lo escondieron. Crece la desconfianza entre ellos y comienzan a maquinar traiciones para evitar ser traicionados. El hecho de que sean prácticamente unos niños quienes caen en picado en esta espiral de abyección convierte la historia en más tétrica y la desesperanza que describe en más inevitable, si cabe. Según Carlos Vadillo en Jacques Tardi: la conciencia crítica de la historieta francesa contemporánea (Universidad de Burgos, 2000): “Más que a una intriga puramente policiaca, en Jeux pour mourir asistimos a la muerte progresiva de una esperanza, al desvanecimiento paulatino de la ilusión de unos muchachos que son conscientes de que necesitan huir de un lugar en el que reina la desolación y la miseria. Esa ilusión, aunque de manera esporádica, se manifiesta en diferentes episodios de la obra de Véran. Tardi, al contrario, haciendo gala de un pesimismo total, elimina de la adaptación cualquier vestigio de esperanza”. En efecto, en Juegos para morir Tardi demuestra por qué le fascina tanto la obra de Céline.

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Viñeta de Juegos para morir.

Saltamos ahora hasta 1997, porque fue en este año que Tardi publicó su siguiente álbum policiaco no perteneciente a ninguna serie, La última guerra. Precisamente, 1997 es también el año en que la revista (À Suivre) cierra sus puertas, cortando el canal habitual de serialización de las obras del dibujante, que editó este trabajo directamente en formato de álbum sin pasar por ninguna revista. En esta ocasión Tardi volvía a fijarse en una figura preeminente de las letras negras de su país, Didier Daeninckx. Si Manchette se podía considerar de algún modo un “hijo” de Malet, Daeninckx continuaba la estirpe como heredero de Manchette. Daeninckx no era solamente uno de los autores de néo-polar de más éxito en Francia, sino que se había especializado en un nicho muy concreto dentro del género: la novela negra como reivindicación en clave social de la memoria histórica. Esta reivindicación tenía un sentido muy concreto, que era el de destapar las oscuras u olvidadas maniobras salvajes y criminales perpetradas por el estado contra los ciudadanos. En su obra más conocida, Asesinatos archivados, el escritor recupera el recuerdo de una matanza llevada a cabo por la policía –y silenciada– en Francia en los años 60 durante una manifestación por la liberación de Argelia del yugo francés. Los hechos, además, acaban relacionándose también con la época del colaboracionismo francés, con lo que Daeninckx no se coloca muy lejos de Manchette en cuanto a crítica de los gobiernos, solo que prefiere hacerlo con perspectiva histórica. Estas características por si solas, a las que habría que añadir cierto tono pesimista, ya parecen suficientes para atraer la atención de Tardi, pero La última guerra tiene un valor añadido para el dibujante: la acción se sitúa poco después de la 1ª Guerra Mundial, en 1920, y la trama gira en torno a ella en términos “antipatrióticos”. La decisión del dibujante de realizar la adaptación de esta novela demostró ser un acierto, y el cómic se convirtió en un auténtico súper ventas. La última guerra –en el original, Le der des ders, juego de palabras con “la der des ders”, esto es, “la última de las últimas”, término con que se denomina en ocasiones a la 1ª Guerra Mundial– se disputa con Asesinatos archivados el puesto de mejor novela de Daeninckx. El retrato de la época, con los americanos que se quedan en Francia para explotar el mercado negro, los mutilados de guerra, los primeros pantalones vaqueros, los salones de baile y los coches “al alcance del consumidor”, es sumamente vívido, y la investigación que se propone como cebo para captar el interés del lector es interesante sin caer en complicaciones innecesarias. El protagonista, que en la novela a pesar de estar fuertemente traumatizado por su estancia en el frente hace gala de bastante buen humor y da pie a momentos de alivio cómico, en la adaptación de Tardi pierde la comicidad, tal vez para ahorrar espacio y para centrar el tono de la obra al mismo tiempo. En cualquier caso, el dibujante no se priva de introducir un homenaje al novelista en su adaptación, dotando de los rasgos de Daeninckx a un periodista de L´Humanité, periódico socialista. En esta ocasión, el “crimen del pasado” que Daeninckx destapa es el bombardeo por parte de los franceses durante la 1ª Guerra Mundial de un regimiento de aliados rusos que habían decidido amotinarse. El comienzo de la historia recuerda a El sueño eterno de Raymond Chandler: el detective Varlot –en la novela se llamaba Griffon, pero Tardi decidió cambiar el nombre para evitar la relación con su otro personaje, Griffu–, veterano de la guerra, es requerido por un coronel retirado que cuida de su hija para llevar a cabo una investigación que acabará destapando un chantaje. A pesar de albergar un enorme resentimiento hacia la casta militar, Varlot decide aceptar el caso y su investigación lo hará deambular entre los ambientes viciados de las altas esferas y la miseria humana provocada por las secuelas de la guerra.

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Más trenes en esta ilustración para La última guerra.

A nivel gráfico, nos encontramos con uno de los trabajos más cuidados de Tardi, con una ambientación exquisita y un gusto por el detalle que recrea la época como pocos otros podrían hacerlo. El contraste entre los lujosos salones de las clases altas y el hospital de mutilados de guerra, entre la belleza de los paisajes nevados y los flashbacks en las trincheras inmundas, sirve tanto a intereses estéticos como narrativos. En una historia de este tipo –novela negra, investigación–, donde los personajes dialogan constantemente y por añadidura existe un narrador en off, es importante que no haya un desequilibrio con el apartado gráfico, aunque en ocasiones sea inevitable. Por supuesto, al igual que la novela, el cómic trata de compensar el ritmo alternando escenas más discursivas con otras más expeditivas, pero hay momentos en que no se puede evitar cierta sensación de extrañeza. Basta con ver, por ejemplo, la escena de la conversación entre Varlot y el coronel en la cocina de este último, donde ambos hablan… ¡sin mirarse entre sí! En realidad, esto se repite en varios momentos del libro, siendo una característica muy del dibujante esa de situar a dos personajes dialogando que parecen mirar directamente al lector, como si estuvieran recitando un papel aprendido. En cualquier caso, por cada maña “artificiosa” de Tardi, encontramos varios recursos muy efectivos. Así, ya en las dos primeras páginas podemos apreciar algunas de las argucias del dibujante. En primer lugar, Tardi elimina la escena doméstica introductoria del protagonista y su esposa con la que comienza la novela para arrancar directamente con el detective dirigiéndose a la mansión del militar en respuesta a su llamado. En la primera página ni siquiera llegamos a ver a Varlot, simplemente seguimos su coche por un ambiente urbano que nos lleva a través de los húmedos adoquinados, los puentes, nos muestra la convivencia de los automóviles y los coches de caballos, pasa junto a fábricas, trenes y barcos. Con esta primera página en la que Varlot en primera persona va introduciéndonos en la trama, Tardi nos ha situado de forma gráfica en la época con tan solo 4 viñetas en las que ni siquiera podemos distinguir el vestuario de las figuras humanas.

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Aquí están la primera página de La última guerra y otra página comentada unas líneas más abajo.

En la segunda página continúa el viaje de Varlot, que se detiene para ceder el paso a un rebaño de borregos camino del matadero. En la viñeta siguiente, que se lee como un flashback, Tardi muestra una hilera de soldados desde la misma perspectiva que mostraba al rebaño, invitando al lector –de forma bastante obvia, todo hay que decirlo– a identificar a unos y otros, hombres que desfilan hacia el frente y ovejas que desfilan hacia el matadero. Lo importante aquí no es tanto la metáfora visual que propone el autor, sino su habilidad para introducir ya, en la sexta viñeta de su relato, la referencia directa a la guerra. Es importante no olvidar que la labor de Tardi, a pesar de su fidelidad, no se limita a ilustrar las palabras de otro, sino que modifica, añade y elimina –siempre con respeto– aquello que considera necesario. La ambientación de las siguientes viñetas, sin estridencias, va señalando la salida de la zona urbana para adentrarse en la zona residencial donde vive el militar. En dos páginas, Tardi nos ha situado en el tiempo y el espacio con precisión, ha comenzado la investigación, ha presentado al protagonista y ha hecho una alusión importante a su pasado y a uno de los temas centrales del libro. Pero no siempre la solución narrativa más interesante pasa por la condensación. Más adelante, el matrimonio protagonista hace un corto viaje en tren para el que cualquier otro autor habría necesitado, seguramente, no más de un par de viñetas. Tardi emplea más de una página, lo que le sirve para recrearse en el dibujo del propio tren –que como ya hemos visto es uno de sus fetiches–, en los escenarios por los que transcurre, y recordarnos que son los años 20 y que se puede tardar mucho tiempo en recorrer una corta distancia. Como siempre, el dibujante se preocupa por captar los pequeños detalles del lugar y la época como herramienta indispensable para hacer creíble la peripecia de los personajes allí inmersos. De nuevo, como en Juegos para morir, el final resulta trágico y triunfa la inevitabilidad del destino, como si el ser humano estuviese abocado a ser protagonista de su propia tragedia y no pudiese hacer nada por evitarlo. Lo cual contrasta, claro, con el denodado esfuerzo de Tardi por transmitir una serie de ideales en sus obras. ¿Será posible que toda su negatividad, su pesimismo, no sea más que una coraza? Es posible, aunque sus propias declaraciones no parecen apoyar esta idea: “Como dice el pintor interpretado por Le Vigan en Le Quai des Brumes, “cuando pinto el mar, veo a los ahogados. Cuando pinto los árboles, veo a los ahorcados”. Tengo una visión pesimista de las cosas. Detrás de todas las tentativas humanas, detrás de todo ese enorme gasto de energía, no veo más que una cosa: el fracaso”.

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Viñeta de La última guerra

En 2000, Tardi volvió a publicar un álbum –directamente– en colaboración con un escritor de novela negra, pero en este caso no se trató de una adaptación, sino de un guión original. La obra, de 70 páginas a color, se tituló La patada, y el guión lo firmaba Daniel Pennac, un escritor versátil que ya había practicado tanto la literatura infantil como el ensayo –es reseñable su exitoso libro Como una novela– y, por supuesto, la novela negra… o así. Porque llamar “negras” a sus novelas de la saga del señor Malaussène es, ciertamente, estirar mucho el chicle. Es decir, en ellas se cometen y se investigan crímenes, pero aparte de esto, pocas son las convenciones del género que se mantienen intactas, destacando por encima de todo las grandes dosis de humor tirando a absurdo que imprime Pennac y el contenido social de sus textos, siempre desde una óptica irónica. Lo cierto es que los autores ya se conocían: Tardi había ilustrado el libro de Pennac Le sens de la Houppelande y había realizado varias portadas para las ediciones de Folio del escritor, pero la colaboración en La patada surgió a raíz de un tercero. La Régie Autonome des Transports Parisiens –consorcio de transportes– hizo un encargo a Pennac con motivo del centenario del metro de París en 1998, una novela que se dividiría en capítulos que a su vez serían distribuidos entre las paradas de una de las líneas de metro. Finalmente el escritor se retiró del proyecto por encontrar que la empresa estaba utilizando unos parámetros muy elitistas en la elección de artistas implicados en la celebración, pero el germen de aquella historia pasó a convertirse en La patada, una idea que había nacido en la mente del escritor a raíz del despido improcedente sufrido por su esposa. Contrariamente a lo que se podría pensar, Pennac intentó introducir la menor cantidad posible de texto en la historia, y tuvo que ser Tardi quien rectificase esta tendencia. ¿El motivo? Tardi no confía en la atención del lector y mantiene que este pasa la vista con demasiada rapidez por las viñetas sin texto, aunque estas contengan información visual importante. Así, su truco para retener al lector es incluir texto en el mayor número de viñetas posible. Al tratarse de una obra con –relativamente– poco texto, a color, y con un dibujo menos detallado de lo habitual probablemente debido a que la acción transcurre en nuestros días, puede dar la sensación de ser un álbum “ligero”, pero no hay que menospreciar la capacidad de Pennac para hilar argumentos delirantes y crear personajes idiosincrásicos. Y basta con ver la portada para intuir que en la historia van a intervenir muchos personajes.

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La patada, muchos personajes y muchos otros animales.

La narración principal alrededor de la que se articulan las pequeñas historias de los demás personajes es sencilla. Un buen día, dentro de una jaula del zoológico del Jardin des Plantes de París –donde también diera comienzo la serie Adèle Blanc-Sec– aparece un hombre de aspecto andrajoso. En la jaula luce el cartel “Homo sapiens. Labore carens. Europaeus”. Junto a él, una televisión y algunas latas de comida para perros. Aunque el hombre no pronuncia palabra, todos asumen que se trata de un parado que protesta así por su situación. Rápidamente, los medios de comunicación lo convierten en un fenómeno mediático. Continuar describiendo el argumento sería laborioso y confuso, de modo que baste mencionar que por la obra desfilan veterinarios, cazadores, pintores, empresarios, policías, periodistas y tigres, y todos ellos tienen papeles relevantes. En La patada hay un asesinato, amor, despidos, traiciones, proclamas, éxito y fracaso, pero sobre todo destaca el ataque nada soterrado hacia la sociedad consumista y la manipulación de la población, una crítica que se manifiesta a través del humor irónico y absurdo que Tardi alimenta con un dibujo más caricaturesco que de costumbre. También aprovecha lo alocado del argumento para introducir incluso más guiños que en otras ocasiones. Así en una página encontramos el doble guiño de un personaje con los rasgos del periodista Covet –habitual de Nestor Burma– portando la salamandra disecada que aparecía en El secreto de la salamandra. Por si esto fuera poco, todos los cuadros que pinta uno de los personajes del relato están dibujados en realidad por Jacques Loustal, amigo del dibujante, que también aparece caricaturizado en una viñeta (y no es el único). Recordemos también que Loustal tiene una larga carrera a sus espadas adaptando o realizando cómics junto a escritores de serie negra –muy notablemente con Philippe Paringaux–, con títulos tan interesantes como Barney et la note bleue o La sangre de los asesinos. Pero volviendo a Tardi, en último término lo que diferencia La patada de otras obras del dibujante es que alberga un poso de esperanza e insinúa cierta confianza en el ser humano. La ironía no cede su sitio al cinismo y la sensación tras la lectura del álbum, a pesar de su intención de denuncia, no es tremendamente deprimente, como tan a menudo sucede en otras obras del dibujante.

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Loustal y Tardi comparten viñetas en La patada.

Ya se ha mencionado que con el cierre generalizado de las revistas a mediados de los 90 y de (À Suivre) en particular, Tardi se quedó sin un espacio en el que serializar sus historias largas. El último resquicio que relacionaba al cómic con el folletín, su calidad de historia continuada pero interrumpida, su capacidad para mantener la tensión en el lector a la espera de un nuevo capítulo, había desaparecido. Sin embargo, allá por 2006, y aprovechando tanto las posibilidades técnicas de los tiempos modernos como la apertura del mercado a distintos formatos debido a la ruptura del canon por parte pequeñas editoriales como L’Association, Tardi decidió lanzar su siguiente cómic, El secreto del estrangulador, en el formato más parecido a un folletín que se pudiera imaginar. Así, entre marzo y agosto de ese año publicó 5 números de un panfleto con aspecto de periódico bajo la cabecera L’Etrangleur. El periódico, de 16 páginas, incluía páginas de historieta que se acompañaban de noticias referidas bien al escenario social y político de la época en que se desarrollaba la acción del cómic, bien a los propios hechos que acaecían en el cómic, y más concretamente a una ola de asesinatos que se extendía sobre París aprovechando la coyuntura de una huelga de policías. Este formato fue toda una declaración de principios por parte de Tardi –independientemente de que después Casterman publicase el correspondiente álbum–, que por fin encontraba un modo de volver a la esencia del folletín tanto en su forma como en su fondo.

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L’Etrangleur, el periódico.

Y es que en esta ocasión el dibujante adaptaba una novela de Pierre Siniac –que también firmaba como Signac–, Monsieur Cauchemar. Siniac fue un escritor de novelas policiacas muy reconocido en su momento, amigo de Manchette pero con unas preocupaciones literarias muy distintas, ya que era mucho más cercano a la idea de la novela policiaca como novela popular. Eso le llevaba a plantear sus libros, publicados entre finales de los años 50 y principios de la primera década del siglo XXI, como una extensión del folletín donde ya no se podían tomar en serio las tramas rocambolescas –nunca mejor dicho– y los personajes poco menos que fantásticos. Así, en sus novelas se traslucen cierta ironía y calidad surreal que recuerdan constantemente la esencia de ficción de lo escrito. Por aportar un contexto, El secreto del estrangulador sería como una historia de Adèle Blanc-Sec que transcurriese en 1959 y donde ya no apareciesen monstruos o sabios locos. La ironía de Siniac es tal que, acabando la historia, presenta 3 finales alternativos para que el propio lector escoja su favorito, y tras ellos incluye varias páginas de “explicaciones racionales de hechos aparentemente inexplicables”. Pero la cosa no concluye aquí, ya que el álbum de El secreto del estrangulador posee aún más finales alternativos –e inexplicables– pero las páginas que los contienen están pegadas entre sí, de manera que el lector tiene que rasgar los bordes para poder leerlos. Como si estuviese abriendo un sobre, como si realmente estuviese accediendo a un final secreto y, dado que ha sido requerida su manipulación, su propia intervención física para hacerlo aparecer, como si fuese en cierto modo partícipe y autor de la historia. Este fenómeno era inédito en la obra de Tardi y a fecha de hoy no se ha repetido. En el fondo, todo El secreto del estrangulador gira en torno a las falsas apariencias, y el relato no es otra cosa que un ingenioso juego de golpes de efecto que revelan alternativamente la inocencia y la culpabilidad de unos y otros. La primera pista la encontramos ya en la primera página, en la que asistimos a una representación teatral sin que se nos advierta su naturaleza de actuación. A partir de ahí, veremos cómo aquello que se nos presenta como realidad también está trufado de disfraces y actuaciones de cara a engañar a los observadores. Todo es un juego de espejos donde prima la referencia metatextual a la relación entre realidad y ficción, vida y libros. El protagonista vende libros de misterio, y su apellido, Esbirol, contiene la palabra “libros” (o “libres”, en francés). En cierto momento aparece un personaje amenazante con una pistola, hasta que descubrimos que no se trata más que de un muñeco. El propio Nestor Burma aparece en el fondo de una viñeta, los niños leen cómics, y el asesino es presentado bajo una luz favorable mientras que el policía resulta antipático. El libro escrito por Esbirol tiene una portada hecha por “el famoso dibujante Tardi”. [FIG34]

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Viñeta de El secreto del estrangulador.

Teniendo en cuenta que en esta ocasión el relato que abordaba Tardi era poco más que un juego de investigación y misterio donde no cabían sus preocupaciones sociales, es en la sección de textos de L’Entrangleur, el periódico, donde éstas hallan acomodo, con artículos dedicados a la guerra de Argelia, la pena de muerte, la inmigración, las revueltas obreras sindicales, los huérfanos y los malos tratos. Es también el periódico un elemento importante dentro de la trama de El secreto del estrangulador, tanto o más que en la serie de Adèle Blanc-Sec. El protagonismo de la obra está compartido por Esbirol y su joven amigo Alphonse. Cabe preguntarse hasta que punto este Alphonse, adolescente aficionado a la lectura e hijo de un policía despertó en Tardi cierto instinto de identificación, ya que él mismo tendría aproximadamente la edad de Alphonse en 1959, también era lector de género, y su padre era militar de profesión. La relación entre Esbirol y Alphonse se va tensando a medida que se revelan datos sobre la identidad del estrangulador que asola un neblinoso y desprotegido París para terminar de muchas formas inesperadas.

Como hemos visto en este apartado y el anterior, Tardi no tiene problemas para adaptar o embarcarse en la novela negra más violenta, más desesperanzada, más reivindicativa, más surrealista o más folletinesca. Es suficiente que se presente alguno de estos dos factores: que le permita dibujar aquello que le gusta –preferentemente el París de la primera mitad del siglo XX– o que, por su temática, abogue por los más desfavorecidos y no tenga compasión con las instituciones.