FIRMADO MR. J (XVI) El lobo solitario del futuro

portada ronin

A veces se olvida, pero Frank Miller (Olney, Maryland, 1957) tenía solo 22 años cuando puso patas arriba el género de superhéroes con Daredevil. Vamos, que si ha habido un genio precoz en la industria estadounidense, ese ha sido Miller. Los hay que empezaron más jóvenes, pero ¿qué otro ha creado una obra tan sólida e influyente a esa tierna edad? Para muchos el título por excelencia de Miller es Batman: El regreso del Caballero Oscuro o Año Uno o Sin City o incluso 300, pero para mí lo más de lo más será siempre el primer Daredevil, porque recuerdo vivamente la revolución que provocó en el medio, su antes y su después. Sé que se abusa de la siguiente frase hecha, pero nunca es más verdad que en este caso: el mundo no volvió a ser el mismo.

En Daredevil, el jovencísimo Miller tomó el testigo de una irrepetible generación de iconoclastas, con Steve Gerber, Neal Adams o Howard Chaykin entre sus figuras principales, y lo llevó todo un paso más allá. La acidez y la violencia, la variedad de signos, la experimentación gráfica, el ritmo visual, la transformación como norma, todo ello se quedó en el estilo en ciernes del guionista-dibujante, al que pronto le sobraría incluso la ayuda de Klaus Janson a las tintas. Ignoro, porque me es imposible desaprender, la impresión que causan hoy aquellos episodios seminales de Daredevil, aunque intuyo que no serán para tanto, no porque el tiempo haya borrado un ápice de su fuerza o su riesgo, sino porque están tan integrados en el lenguaje actual que han de resultar un poco trillados. Y es que seguramente lo sean: quienes no los leyeron en su época los han leído mil veces en otros tantos tebeos que bebieron de ellos.

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Lo cierto es que Miller creó escuela desde el principio, y tuvo tanto éxito que pudo haberse conformado con seguir estampando su firma en un eterno más de lo mismo. No sería el primero ni el último que se enamora de sus logros y abandona el riesgo, pero no, el tipo quería seguir avanzando, y ahí está esa larga y rica bibliografía como muestra de cuán lejos llega su talento. Por lo pronto, cuando ya había convencido a la audiencia de que era el mesías de los superhéroes Marvel, se lió la manta a la cabeza y produjo Ronin, una rompedora miniserie de seis números publicada entre 1983 y 1984 por DC, y sin superhéroes por medio. Con la mera, y nunca suficientemente ponderada, ayuda de la colorista Lynn Varley, Miller ejerció por primera vez como autor completo (guion, lápices y tinta) en esta fascinante mezcla de historieta de samuráis y de ciencia ficción ciberpunk, homenaje explícito a El lobo solitario y su cachorro, aunque, eso sí, pasado por la túrmix junto con otros cien ingredientes. Aquí se halla la culminación de muchos elementos del viejo Daredevil y el germen de lo que vendrá a continuación: El regreso del Caballero Oscuro, Born Again y demás virguerías. Es una lectura formidable, con todo lo bueno y lo malo de Miller, que ahora ECC recupera en un lindo tomo. Parece una obra de madurez, y el muy niñato apenas tenía 26 años.