Fabricar historias (Chris Ware)

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Fabricar historias (Chris Ware). Penguin Random House (2014). Caja con múltiples formatos en su interior. 260 págs. en total. Color. 59,90 €

Este artículo fue publicado originalmente el 26 de noviembre de 2012 en The Watcher and the Tower con motivo de la lectura de la edición original del cómic.

Recientemente he terminado de leer Fabricar historias, la última creación de Chris Ware. Como ya me pasó con el Catálogo de novedades ACME y, sobre todo, con Lint, cuando he terminado he sentido cierta sensación de vacío, la certeza —afortunadamente transitoria— de que no volveré a leer algo así en mi vida, de que todo me parecerá simple, infantil, atrasado. Pero no es justo, claro. No es que los demás vayan por detrás; es que Ware va muy por delante. A veces me pregunto si no lo estaremos sobredimensionando, si no estaré exagerando con él. Pero basta coger cualquiera de sus cómics, para confirmar que no, no es exageración. Y ahora, como uno no puede evitar intentar comprender lo que lee y aprehenderlo, tengo que escribir sobre Fabricar historiass. Es pronto porque sé que no tengo todas las claves, que se me escapan por mucho que quiera abarcarlas. Pero como nada me garantiza que en el futuro pueda decir algo mejor, allá voy.

            Fabricar historias se presenta en una caja enorme, que en un primer vistazo parece que va a contener un juego de mesa. Una vez uno abre la caja —momento mágico e irrepetible— se encuentra catorce unidades: libros, cómics grapados, panfletos, periódicos en formato tabloide, desplegables, y hasta algo que parece el tablero de ese juego de mesa que imaginamos en aquel primer vistazo. Pero Fabricar historias no es un pack, ni un conjunto de cómics: en el reverso de su caja el propio Ware lo define inequívocamente como una graphic novel. Ahí mismo también explica que, en parte, es una especie de reacción a lo digital: «algo que agarrar», escribe. Pero a mí me interesa más, en su formato, fijarme en otra cosa. Con Fabricar historias Ware parece mandar un mensaje de superación definitiva del debate en torno a si la novela gráfica es un formato o no. Su nueva obra contiene todos o casi todas las formas que ha adoptado el cómic, y las combina sin prejuicios. Desafía cualquier clasificación formal y ofrece una experiencia de lectura completamente inédita, porque no se trata simplemente de que uno tenga que cambiar de libro —o lo que sea— para continuar la lectura; esto implica mucho más.

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Fuente: telegraph.co.uk

            Principalmente en cuanto al orden de lectura. No hay uno establecido a priori. Existe un orden en el modo en el que están empaquetados los tebeos, pero en cuanto se descolocan es irreproducible, y además es posible que ni siquiera sea el mismo en todos los ejemplares. Y tampoco están numerados, claro. Rachel Cooke en su crítica publicada en la web de The Guardian señalaba que habría preferido que se le indicara el orden de lectura más adecuado y afirma que «ciertamente hay uno, y  creo que pretender otra cosa no tiene sentido». Yo creo, en cambio, que lo que no tiene sentido es pensar que alguien como Ware puede dejar eso al azar, que no ha sido completamente deliberado: si él no marca un orden de lectura es porque no quiere que haya ninguno. Existe, por supuesto, un posible orden cronológico en lo que se cuenta, pero es forzosamente un orden establecido a posteriori: sólo cuando se hubiesen leído todas las historias sería posible ordenarlas en función del momento de la vida de la protagonista en que suceden, y aun así hay algunas de difícil filiación. Pero más allá de esto, la idea me parece errada porque presuponer que debe tener un orden es plantarnos en un paradigma narrativo que Ware deliberadamente ignora. Si Fabricar historias se ofrece al lector como se ofrece es porque su autor busca exactamente lo que consigue: que cada lector lo experimente de una manera distinta. No se me dan bien las matemáticas, pero las variantes son muchísimas —¿catorce elevado a catorce?—. Es prácticamente imposible que haya dos lectores que lean igual la obra, y por tanto la percepción sobre la misma cambiará más aún de lo habitual. Reconstruiremos las vidas de sus personajes completando el puzle de maneras diferentes, lo que afectará a nuestra opinión de los mismos. De hecho, incluso el papel protagonista se ve modificado en función de qué se lea primero. Y esto, ya digo, es algo completamente buscado. Tanto, que incluso hay algunos desplegables y folletos en los que no podemos saber cuál es el reverso y cuál el anverso. Hay que leerlos a ciegas y construir nuestro propio Fabricar historias. También tengo claro que el formato de cada pieza de este puzle tiene su porqué, aunque no haya sido capaz de explicarlos todos. Por supuesto, si te encuentras en un periódico una ilustración enorme de un bebé a tamaño natural, sabes que no habría funcionado en un formato menor, pero más allá de eso, es complejo. Lo que sí sé es que el hecho de tocar, manipular, elegir qué leemos, dónde y cuándo está inseparablemente unido a la lectura en sí. Ware reivindica el papel dándole sentido real, llevándolo más allá de lo que es hoy en día en lugar de agarrarse a la desesperada al pasado. Y lo hace, además, al tiempo que experimenta con las posibilidades del cómic digital, porque ambas cosas no deberían ser excluyentes.

            He hablado de la cuestión del formato, que es crucial, obviamente, pero a veces nos enrocamos en eso con Ware, y nos olvidamos de toda la tela que hay que cortar en sus cómics. Fabricar historias, cuyo título tiene una doble lectura —Historias de edificios o Historias en construcción—, se organiza en torno a edificios, a diferentes residencias de la protagonista, una mujer. La mayoría de las piezas de este rompecabezas giran en torno a ella en diferentes momentos de su vida, desde la infancia hasta la madurez —unos cuarenta y cinco años, más o menos—, pero otras apuntan a personas relacionadas con ella, no necesariamente demasiado: la infancia de su casera, un vistazo a una pareja de la que fue vecina… Y un par de cosas sobre Branford, la mejor abeja del mundo.

            Pero decía que la clave es esa mujer. Creo que es la primera vez, al menos en cuanto a lo que yo he podido leer, que Ware se centra tanto en un personaje femenino. La reconstrucción minuciosa y naturalista de su vida y de su psicología se sitúa un paso más allá de Lint, donde aunque la vida se abarcaba completa, había más interés por capturar los procesos mentales, los mecanismos del pensamiento, más que en la memoria y la personalidad. En Fabricar historias éste es el gran objetivo de Ware, y la verdad es que me resulta difícil encontrar un personaje en la historia del cómic que haya sido retratado con tanta perfección y que sea tan abrumadoramente complejo. Lo que tenemos ante nosotros es un ser humano real, con sus anhelos, sus miedos, sus traumas, sus amores y sus odios. En toda su misera y grandeza. Y más allá de eso hay una obsesión por reproducir esa ficción que llamamos memoria. Por eso es clave que el lector lea la historia de manera fragmentada y desordenada, porque de esta forma puede acceder mejor a ese proceso y entender cómo ha funcionado. La identificación es tal que asusta, por la capacidad de Ware para capturar emociones, sensaciones de momentos concretos en los que transmite exactamente y como mazos lo que nosotros sentimos. Con palabras e imágenes convoca la alegría o el dolor de hechos pasados con una precisión asombrosa. Cada relectura, estoy seguro, aportará nuevas claves y me hará descubrir conexiones que en la primera, con el primer orden de lectura, no podía percibir. Un ejemplo: el disfraz de Halloween que, ya adulta, cose para su hija la protagonista es prácticamente igual al vestido que le encantaba cuando, como joven postadolescente, se lo vio llevar a la mujer para la que trabajó de niñera. No se dice, ella no es consciente, pero el lector sí lo es: desde fuera apreciamos cómo la memoria se construye, cómo las pequeñas cosas nos marcan más de lo que creemos. En otro momento, en uno de los cómics de formato tabloide, la protagonista le comenta a su marido algo que él le dijo, pero éste le responde que en realidad fue ella misma la que lo dijo. La escena no se resuelve, no sabemos quién lleva razón: los recuerdos se inventan a partir de una base real, de los hechos, que son inaccesibles. Ware ha dedicado mucho tiempo a reflexionar sobre cómo nos relacionamos con el mundo y con los demás, cómo funciona la percepción humana. Olvidamos y recordamos constantemente, seleccionando qué en cada caso, tanto a largo plazo como a corto. El conocimiento intuitivo que tiene Ware de estos procesos le sirven tanto para mostrarnos cómo operan en su personaje como para hacerlo con nuestra propia memoria y nuestra percepción. A veces el recuerdo está asociado a una imagen, a una persona o a un objeto, que al revisitarse evocan vivencias del pasado. Aquí también juega un papel crucial el orden de lectura: no es lo mismo ver a la protagonista de niña con un oso de peluche antes de que su hija, años después, lo encuentre en la casa de sus abuelos, que al contrario.

            Hay mucho más que extraer de Fabricar historias. La protagonista es una mujer frustrada en casi todos sus afanes, que la mayor parte de su vida no ha conseguido ser feliz. A través de su historia Ware nos plantea una cuestión incómoda: ¿qué es la felicidad? ¿En qué consiste? ¿Se puede alcanzar? ¿Es el éxito profesional, es tener pareja y descendencia? ¿Es realizarse? ¿Qué es realizarse? La mujer —juraría que no dicen nunca su nombre— vive marcada por su minusvalía —de pequeña tuvo un accidente, que nunca vemos, en el que perdió la pierna izquierda de rodilla para abajo—; no define su vida, pero afecta a su carácter y a todo lo que hace. Su falta de autoestima provoca que sus pretensiones de convertirse en una artista —primero pintora, luego escritora— fracasen por completo. Esa frustración acaba por hacer de ella una persona infeliz. Sus relaciones de pareja no terminan nunca de satisfacerla, ni siquiera cuando acabe por casarse. La relación con su marido, un hombre que Ware presenta difuminado, imprecisamente definido, mina todavía más su autoestima. Sus dudas y traumas, de nuevo, asombran por lo naturales y bien reflejados que están. Es imposible no verse identificado al menos en parte con alguien así. Otra cuestión fundamental son las relaciones paterno-filiales. Esto es una constante en la obra de Ware desde Jimmy Corrigan, que responde a su propia biografía. Aquí, de nuevo, la protagonista tiene una relación si no complicada, sí compleja con sus progenitores. Pero el hecho de que el propio Ware ya sea padre enriquece su obra con otra faceta: la relación de la protagonista con su hija. En ella vuelca sus frustraciones, que se traducen en un intento desmedido de control y una preocupación excesiva por su felicidad. Un vistazo al futuro —lo más lejos que llega la narración en su vida— revela que la relación con su hija acabará siendo difícil. Hay más temas: la gentrificación de ciertas áreas urbanas, la crisis económica, la manera en la que las nuevas tecnologías afectan a las relaciones, el mundo del arte… Las páginas de Fabricar historias dan para mucho. Pero hay uno que creo que puede pasar desapercibido, y es la relación de las personas con las casas que habitan. Ware ha diseñado por completo los espacios que ocupan sus personajes, tanto en sus planos como en su decoración, en el mobiliario, y en los cambios que van sufriendo con el paso del tiempo. La protagonista no sale demasiado de casa en muchas fases de su vida, y sus hogares cobran aún más importancia. La casa de sus padres, la mansión de la familia para la que trabaja de niñera, su piso en la enorme casa señorial, o su vivienda unifamiliar de casada se convierten para nosotros, los lectores, en espacio orgánicos vivos y reales.

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Fuente: nycgraphicnovelists.com

            Sorprende que parte del material incluido haya ido prepublicándose en diferentes periódicos durante diez años, porque la coherencia y uniformidad del resultado final es total, en todos los aspectos. Es la obra más ambiciosa de Chris Ware, y la más monumental. Continúa con su propio viaje al centro del lenguaje del cómic, explorando nuevos territorios sin mirar atrás ni comprobar si alguien le sigue. El Ware que recuperaba a los grandes maestros de la tira de prensa y creaba personajes icónicos de apariencia infantil para vehicular sus intereses parece ahora, en comparación, primitivo. Es la maldición de Ware, superarse a sí mismo tanto que casi va anulando sus trabajos anteriores con cada nueva obra. En Fabricar historias hay páginas en las que, como ya hacía en Lint, dinamita por completo la estructura tradicional de página. Sigue sofisticando esa concepción que tiene de la misma como una unidad integral que el lector ve primero como un todo y luego decodifica, y sigue experimentando con la manera en la que nuestro ojo se mueve por la página con una lectura que a falta de un término mejor llamo en diagrama: al igual que uno puede escoger el orden de lectura de los diferentes libros o comic books de la caja, en muchas páginas también parece haber varias posibilidades de lectura, varios caminos posibles para leer todo lo que hay. Uno puede ir hacia la derecha, o hacia abajo, y si se ensayan ambas posibilidades se descubre que son igualmente válidas.

También hay páginas más convencionales en su diseño con sus viñetas dispuestas de manera más usual. La extensión de la novela gráfica y su fragmentación por formatos le permite jugar a esos contrastes sin problema, y del mismo modo se alternan cómics profusos en textos de apoyo con otros mudos. Y ambos funcionan, claro, y ambos son así porque no pueden ser de otra forma. Ware tiene una habilidad para narrar sin palabras fuera de toda duda, una capacidad increíble para golpear emocionalmente al lector con la evocación de objetos o paisajes. Pero también se descubre aquí como un buen escritor que clava la voz de su personaje de manera impecable. Con ello experimenta, como con todo: a veces el narrador es omnisciente, otras en primera persona, otras un híbrido. Cuando es la protagonista la que nos habla de su vida sabemos que ésta nos llega reinterpretada, y el monólogo interior puede servir como comentario a la acción que estamos viendo en las viñetas, de manera que el lector lee el cómic a través de ella. Es un recurso imposible en otro medio, que funciona a la perfección sin ser tan llamativo como algunas otras de las cosas que ensaya Ware. Sólo hace falta hacer la prueba de leer algunas partes sin prestar atención a los textos de apoyo para, por ejemplo, comprobar que la impresión que causa el marido de la protagonista cambia por completo. Otro recurso interesante: el uso de las notas del editor para corregir errores u omisiones en el monólogo interior de la protagonista.

Ware sigue buscando nuevas fórmulas para todo, y sigue experimentando con la tipografía, la rotulación —utiliza varias diferentes, todas manuales—, el color, y entremezcla estilos de dibujos con diferentes grados de abstracción en función de sus necesidades, desde las figuras geométricas de las historias de la abeja Brandford a un estilo casi realista que elige en contadas ocasiones y que, por ello, impactan mucho más. Recursos puramente historietísticos también son sometidos a un minucioso estudio: las onomatopeyas y sobre todo los globos de pensamiento. En algunos puntos tienen un uso, digamos, convencional, pero en otros sirven como apuntes, incisos en una conversación que aportan información sobre lo que realmente piensan los personajes. O quizás lo más novedoso, una de esas soluciones narrativas que, al menos yo, no había visto nunca hasta que Ware la ha usado: pequeños globos de pensamiento conteniendo palabras o imágenes que aparecen interrumpiendo un monólogo interior para mostrar lo que el personaje no quiere o no se atreve a decir. El monólogo es pensamiento coherente, racional, cribado por nuestros tabúes y por lo que estamos dispuestos a reconocernos a nosotros mismos. Los pequeños globos son retazos de nuestros sentimientos más íntimos y reales, lo que late por debajo y necesitamos mantener ahí, pero que, inevitablemente, aparece de forma inesperada e incluso dolorosa.

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Fuente: comicsgrinder.com

El estudio del lenguaje en Fabricar historias da para mucho más de lo que yo ahora mismo soy capaz de afrontar. Casi cada página tiene algo interesante a algún nivel. Por ello tampoco voy a seguir aquí con esto, pero sí diré una última cosa: no puedo entender a los que piensan que Chris Ware es frío. Tengo que creer que no lo han leído con atención, o que se refieren a su estilo, en el que no caben los ojos grandes, los cuerpos deformados o los puntos de vista forzados de otros autores para añadir dramatismo artificial. Los personajes de Ware están desnudos, y todo es más sutil. Pero leyendo Fabricar historias es imposible no emocionarse, muchas veces hasta llorar. Porque su carga emotiva es demoledora. La manera en la que Ware nos hace revivir experiencias propias a través de las ficticias es increíble. La vida, hermosa y terrible, banal a veces y otras cargada de significados, está contenida en las páginas de estos tebeos, y hay muchos momentos en los que su peso nos asfixia. Puede ser en un acontecimiento crucial como la muerte de una amiga o de un padre, pero también en los pequeños detalles, en una viñeta fugaz en la que algo hace clic en nuestra cabeza. Ware juega con la memoria de su personaje, y con la suya propia, pero también con las nuestras. Y lo hace, como no puede ser de otra forma, desde la unión perfecta de fondo y forma. No creo que haga falta decirlo a estas alturas, pero los experimentos de Ware no son brindis al sol; son imprescindibles para que lo que se cuenta tenga el calado psicológico que tiene en el lector. Es una cuestión de percepción. Muchas veces uno ni siquiera sabe cómo ha conseguido Ware emocionarle. Es capaz de hacerlo con una simple imagen de las estanterías de una frutería, o con la simplicidad de un parque y sus diferentes colores. Y os juro que no sé por qué. O capturando con escalofriante exactitud la experiencia de tener que sacrificar a un animal enfermo, como nunca antes había visto en ninguna obra de ficción, de éste u otro medio.

A Chris Ware le preguntaron en una entrevista por lo que hacía para relajarse. Su respuesta fue que él no se relaja. También le preguntaron por sus mayores miedos, y el que mencionó en primer lugar fue «que mi arte y mi escritura sean tan malos como temo que son». Y creo que eso explica muchas cosas. Ware busca algo que no ha encontrado aún. Por eso sigue buscando. Sigue haciendo cómics porque ninguno de los que ha hecho le ha satisfecho. Tal vez si eso no fuera así habría dejado de dibujar. Su capacidad de trabajo, prácticamente extraterrestre, y su estricta autoexigencia son esenciales. Sin ellas simplemente sería inconcebible hacer lo que está haciendo, porque no es sólo cuestión de talento o de inspiración, sino también de eso, de trabajo. Y de no estar nunca conforme con lo que se hace. No debe de ser fácil ser Chris Ware. Pero espero que algún día se dé cuenta de que está haciendo historia. Y yo me pregunto qué cómics hará Ware con sesenta años. Bueno, en realidad me pregunto qué cómic hará el año que viene. Porque esto parece no tener techo, y ahora mismo me encuentro, como me sucedió con Lint el año pasado, pensando que Fabricar historias es lo más avanzado y complejo que se ha hecho hasta el momento en la historieta. Y por mucho que intento no exagerar y ser crítico, sigo pensándolo.