Devilman (Gō Nagai)

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Devilman (Gō Nagai). Kodansha, 1972-1973. Tankōbon. 12,8 × 18,2 cm. B/N. 5 tomos.

Hagamos concesión al tendido: aunque Gō Nagai es considerado el padre del manga, donde el abuelo es Osamu Tezuka, o el dios demonio del manga, por contraposición al mismo dios anterior, lo conocemos en España sólo por una mínima parte de sus trabajos: Mazinger Z. Si bien es cierto que trabajaría el género mecha con cierta fruición, hasta el punto de ayudar en la creación de la seminal Getter Robot, quedarse con la (relativamente) amable Mazinger Z sería pecar de ingenuidad sobre qué o quién es Gō Nagai. Principalmente, porque el manga infantil no está entre sus hábitos más conocidos. Aunque en Mazinger Z se pueden intuir ya algunas de sus constantes de forma más soterrada, en particular lo erótico —Afrodita lanzando sus pechos, cabalgados o no por Mazinger, es una estampa poco infantil— o la violencia extrema —ya en los primeros capítulos Kabuto descubre un edificio sangrando tras un puñetazo errado; centenares o miles de muertos por un golpe accidental en una serie infantil—, Devilman sería el trabajo en el cual llegaría más lejos al respecto.

Devilman es la historia de Akira Fudo, un chico tímido y por bueno atolondrado, que está enamorado de la preciosa Miki Makimura; giro de guión: para Miki hay algo en Akira, su pasividad, que le impide terminar de estar a gusto con él; ella demuestra tener valor para confrontar la vida, mientras él la pasea evitando cualquier posible confrontación. No hay nada de héroe prototípico en Akira, que no rehúye su labor, sino que ni siquiera se plantea la necesidad de tener que abordarla. Lo irónico —siendo la ironía, por lo particular visceral, una constante de Nagai— es que es esa actitud, ese pacifismo llevado hasta la inacción, consigue que, al ser poseído por un demonio, logre mantener control sobre sí mismo a la par que obtiene los poderes del demonio. A partir de aquí, todo cuesta abajo. Aunque Miki se percata de que ahora muestra una actitud más violenta, más cerebral, la constante desatada a partir de éste momento será el clásico seek & destroy: demonio alcanza la tierra, Akira/Devilman lo masacra hasta resolver el problema convirtiéndolo en masa de pulpa sanguinolenta.

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El problema: el infierno son los demás. Si bien la primera parte es básicamente shōnen, peleas de orden sobrenatural donde el héroe va creciendo de poder según se enfrenta contra enemigos cada vez mayores —en ese sentido, Devilman no dista demasiado de Kamen Rider, del rey del manga Shōtarō Ishinomori—, en la segunda es donde se comprende por qué es una de las obras maestras del manga. Cuando se descubre la existencia de Devilman, la sociedad, fruto de la paranoia, consigue sacar a la calle tanto civiles como fuerzas paramilitares del gobierno para confinar o asesinar a cualquiera que manifieste, o pueda entenderse que manifiesta, poderes demoníacos. Aquí comienza la verdadera esencia Nagai. Con una cacería de brujas brutal por bandera, Devilman/Akira debe confrontar las fuerzas cada vez más intensas de Lucifer, mientras la humanidad a la cual pretende salvar intenta destruirlo. Comienza como una serie de hostias para acabar como una reflexión teológico-social sobre la imposibilidad de vivir en sociedad cuando la mayoría de la población son seres ciegos a cualquier razonamiento; la batalla entre las fuerzas del cielo y el infierno se ven mediadas por ese tercero en disputa, la humanidad, que cuando va a ser condenada en vez de luchar por su supervivencia decide de forma generalizada linchar a quienes sí aceptan luchar contra su destrucción.

Devilman es una historia de desesperación. Convertirse en un demonio —que si bien le reporta ciertos beneficios en poder y carácter, le introduce de facto en la imposibilidad de volver a su vida anterior— y ver cómo el apocalipsis se acerca inevitable mientras carece de todo apoyo para impedirlo, hacen de su lectura, en tanto asumimos el punto de vista del protagonista, algo demoledor: afirmar su nihilismo no quedaría lejos de la realidad, salvo porque sería ignorar la esencia misma de la historia: la voluntad férrea de Akira. Héroe normal, por persona normal que no por héroe, que se sacrifica y sacrifica a la persona amada y a su familia y a todos sus amigos por intentar salvar a la humanidad, humanidad que lo desprecia por semi-demonio, es la base seminal de la historia: Gō Nagai nos tortura haciéndonos vivir desde su piel como masacran, de forma sistemática, todo aquello que lo ata a la humanidad. Incluso, fuera de lo humano, como cae de rodillas una y otra vez para volver a alzarse contra fuerzas más allá de todo orden mortal, porque ahí reside su carácter humano. Ser humano es no rendirse ante la imposibilidad, no aceptar la terrible composición de la realidad.

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Toda aquello que hay de desesperación, de nihilismo del cual salimos renacidos, se filtra en la forma de componer la historia de Nagai: su dibujo de línea clara y gesto infantil, sin llegar hasta el extremo de Tezuka, juega con los contrastes entre tinta y página en blanco para resolver la composición en formas amables representado actos siniestros. Puede presentarnos sombras chinescas dispuestas a matar o violar a una muchacha y todas ellas tendrán gestos malévolos, pero que en otro contexto podrían ser paródicos; no aquí, no en Devilman, donde cada atrocidad no se promete porque se cumple incluso antes de poder verla. La distancia icónica entre el horror y la parodia es la consciencia de posibilidad del horror. Sus atrocidades sin límites, límites tanto de lo humano —no es inhumano decapitar a un niño, aunque nos encantaría pensar que lo es— como de lo divino —la motivación última de Lucifer es extra-humana; cualquier pretensión de dotarle de un sentido lógico, un sentido según nuestras propias inferencias, fracasa en tanto resulta penetrar una abstracción: las razones del corazón sólo el corazón las conoce—, nos dan el sedimento de aquello que es Devilman: una historia en dos niveles, la lucha interior (la bondad contra la maldad, la civilización contra el instinto) y la lucha exterior (demonios contra el cielo, la humanidad contra los demonios), que es en realidad uno sólo: hombre-mujer, demonio-ángel, civilización-instinto, ¿existe alguna distancia entre aquellos?

No según Gō Nagai, en uno de los mangas más descarnados, valientes e imprescindibles jamás escritos. Brutal hasta lo inconfesable, incluso más en el plano emocional que en el físico, por su capacidad para hacernos cuestionar aquello que somos y aquel lugar donde vivimos: el yo, los otros, la lógica, la humanidad, el mundo.