Thor: Dios del trueno (Jason Aaron y Esad Ribic)

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Thor: Dios del trueno números 26 a 31 (Jason Aaron y Esad Ribic). Panini, 2013. Comic-book. 17 x 26 cm. Color. 24 o 48 págs. 1,95 o 3,25 €

Una vez que has contado el Ragnarok —dos o tres veces— ¿qué te queda por contar con un personaje como Thor? Éste es el problema que viene arrastrando desde hace tres décadas, más o menos el tiempo que hace que Walter Simonson contó su epopeya definitiva. Desde entonces, poca cosa verdaderamente reseñable más allá de algún hallazgo circunstancial. Cambiamos a Thor por otro tipo, le ponemos un martillo más gordo, o repetimos una y otra vez el esquema de Simonson con la esperanza de que haya alguien ahí fuera que no recuerde aquellos tebeos. Confieso que sólo leí cuatro números de la etapa guionizada por J.M. Straczynski antes de abandonarla, aburrido por el ritmo cansino que le imponía. Pero he querido aprovechar el reinicio —relativo— de Marvel Now para leer los primeros doce números del nuevo equipo creativo formado por Jason Aaron y Esad Ribic.

Ese primer año de la serie lo componen dos sagas que en realidad forman una sola historia: «Carnicero de dioses» y «Bomba de dioses». Me preguntaba antes que qué podía contarse con el personaje que fuera nuevo. Lo que hace Aaron al respecto es bastante inteligente: de entrada, prescinde no ya del entorno superheroico de Thor, sino también prácticamente de toda la mitología de la Asgard de Marvel. A Aaron le interesa el concepto mismo de deidad, y para ello le vale Thor como le habría valido cualquier otro. Me parece que precisamente por eso estos tebeos son más interesantes de lo que habrían sido si el guionista hubiese querido contar solamente otra historia de Thor.

En lugar de eso lo que hace es presentar un concepto que, de puro lógico, resulta sorprendente que no haya sido explotado antes: si en el universo Marvel existen los dioses de una forma, digamos, física, lo lógico es que cada mundo habitado tenga los suyos, y que sus habitantes les recen para que intercedan por ellos, y a veces incluso obtengan respuesta. En algunos cómics —recuerdo sin pensarlo demasiado Tierra X— se insinuaba que los asgardianos no eran dioses reales, sino una especie extraterrestre superpoderosa e inmortal que los terrestres tomaron por los protagonistas de sus mitos. Pero para Aaron la gracia está precisamente en que sean dioses sin ningún género de duda, y sus historias esquivan tanto el componente pop de las originales de Stan Lee y Jack Kirby como cualquier lectura posmoderna que pueda hacerse. Esto no es una revisión: es una historia grandiosa de dioses que pegan hostias como panes.

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Un relato así por fuerza tiene que ser grandilocuente y majestuoso. Y clásico, muy clásico. El dibujo de Ribic lo es hasta el extremo, y su Thor de mirada torva y músculos siempre tensos recuerda al Conan de John Buscema tanto como a las ilustraciones de Frazzeta, aunque sin el intenso sentido del color de éste. A mí, la verdad, no es el estilo que más me emociona, pero sería absurdo no reconocer que es un gran trabajo y que, precisamente, el cómic tiene el tono que tiene gracias a él. Y, además, es la primera vez que me gusta cómo queda el color digital sobre los lápices reproducidos directamente, sin entintado. Las páginas con pocas pero enormes viñetas generan el ritmo lento que conviene a ese tono épico, de ópera excesiva, de testosterona chorreante. Aaron se lo toma tan en serio que es un milagro que no caiga en lo ridículo o lo kitsch, ni siquiera con sus textos de apoyo algo recargados, pero así es. Consigue crear una historia que crece en intensidad poco a poco, aguantando el interés del lector como se aguanta la rienda de un caballo salvaje, pero cuando Aaron la suelta el resultado es justo lo que esperábamos: una batalla espectacular en la que se decide el destino del mundo.

Pero más allá de todo esto hay una cuestión que me ha parecido bastante interesante. Resulta que el villano de la historia, Gorr, es un tipo que se dedica a viajar por el universo cazando dioses porque los considera nocivos para los mortales. Como un moderno Nietzsche —que no decía solamente que Dios hubiera muerto, sino que de no ser así había que matarlo— se propone liberar a todas las especies inteligentes de la dependencia divina y hacerlas completamente libres. Que asuman la responsabilidad sobre sus propias vidas y dejen de mirar al cielo sumisos. Es imposible no simpatizar con él, claro, más aún cuando asuma que él mismo, con sus actos, se ha convertido en un dios, de manera que sólo habrá un fin posible cuando termine su misión. A su enfrentamiento con Thor en tres momentos de la vida de éste —magníficamente llevados por Aaron— lo sigue una batalla final en la que los tres Thor unirán fuerzas. Todos sabemos cómo va a acabar, claro, y ahí radica la mayor debilidad de esta saga. Su mayor fuerza es sembrar la duda en el Thor del presente, nuestro Thor, que llega a plantearse si realmente no tendrá Gorr razón y los dioses frenan el avance de los hombres. Aunque su respuesta a esa pregunta demuestra que no ha terminado de entender los motivos de su enemigo.

 A mí me habría gustado más que Aaron profundizara en este dilema, pero en realidad sería injusto considerar eso un error por su parte, porque está bastante lejos de su intención. Estos primeros doce números de Thor: Dios del trueno son sobre todo un espectáculo. Algo previsible, pero disfrutable igualmente, sobre todo porque no hay nada parecido en la Marvel actual.