El gato perdido (Jason)

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El gato perdido (Jason). Astiberri, 2014. Rústica con solapas. 16 x 21,5 cm. 160 págs. Color. 16 €

Que Jason es uno de los mayores talentos del cómic europeo actual no creo que haga falta decirlo a estas alturas. Con su mezcla de género negro, ciencia ficción pulp y animales antropomórficos se ha construido una personalidad artística sólida y plenamente reconocible. Tanto, que últimamente yo estaba empezando a plantearme si no se habría convertido eso en un problema para él. Su estilo de dibujo es muy cerrado, perfecto, en el sentido de terminado: parecía que Jason no podía mejorar más sin dejar de ser Jason. Ese dibujo de líneas rectas, perspectivas ortodoxas y expresiones inexpresivas es el más adecuado para sus historias, pero con su ritmo de producción —al menos un par de tebeos al año desde hace bastante tiempo— se corre el riesgo de cansar y cansarse. Afortunadamente Jason ha sabido en su último cómic, El gato perdido, pegar un giro muy interesante. Si no se puede evolucionar hacia delante, hagámoslo hacia atrás. O lo que parece hacia atrás, claro, si nos atenemos a criterios clásicos —y desfasados— en la historia del arte. En lugar de recargar el dibujo y añadirle detalles, «dibujar mejor», dirían algunos, Jason opta por lo contrario, por desnudar más aún el dibujo y relajarse un poco. Su línea se vuelve ligeramente más irregular, a veces incluso prescinde de fondos, y, sobre todo, renunciar al color, que en su caso era decisivo y definitorio en el resultado final, pero también se aparta del blanco y negro puro que ha practicado en ocasiones, para dejar mucho más espacio en las viñetas, apenas matizadas por unos sutiles toques de sepia que le dan al acabado final una falsa apariencia de fotografía antigua.

Pero más allá de lo visual, El gato perdido me ha parecido uno de los mejores cómics de Jason hasta el momento. Y no digo el mejor porque Yo maté a Adolf Hitler me volvió loco en su día, pero éste, con un enfoque muy diferente, puede que sea incluso más redondo. Jason conserva sus señas de identidad: el hermetismo, la frialdad hierática de sus personajes, la sensación permanente de estar ante un relato abierto, en el que no todo se explica y que sorprende por ello. Sin embargo, aquí hay cierta vuelta de tuerca, puede que sutil, medida, pero está ahí. No voy a contar demasiado del argumento, sólo que parte, precisamente, del hallazgo de un gato perdido. Desde ahí Jason juega, diría que conscientemente, con lo que el lector puede esperar de uno de sus cómics. Sorprende mucho que arranque con una larguísima conversación —la más larga que le recuerdo— en la que dos personajes conectan desde el primer instante, algo que choca bastante encontrarse en un tebeo de Jason, que suelen mostrar precisamente lo contrario, la incomunicación, y en la que los silencios son muy significativos. Pero, en realidad, este inicio antecede a una forma nueva de tratar el gran tema de Jason: la soledad.

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También es más expeditivo a la hora de introducir sus típicos giros hacia la serie b. Es como si se estuviera sacudiendo las normas de encima, como si quisiera retorcer sus propios planteamientos para ir un poco más allá de ellos. Por eso en El gato perdido muchos de los mejores momentos son precisamente los puntos de giro, las escenas en las que aparece el elemento disonante en la trama de serie negra, de una forma siempre maravillosamente violenta y abrupta. Por supuesto, esto funciona porque Jason no explica gran cosa, y el lector es sorprendido de manera que se le genera una incertidumbre total. ¿Qué está pasando exactamente? Sólo podemos elucubrar e intentar llenar los huecos de la historia —o no—, que nos va a dejar siempre descolocados. Sé que hay gente a la que eso le pone un poco nerviosa, que tienen la sensación de que, de alguna manera, se les está escamoteando una resolución, pero a mí personalmente me atraen muchísimo estas historias que no me explican todo, que me dejan a mí la responsabilidad de completar lo que pasa, si quiero. Y en ese sentido aquí Jason me ha recordado al que ahora mismo considero el mejor autor haciendo esta clase de historias: David Sánchez, aunque Jason no es tan extremo como él en ello, ni, desde luego, se acerca a su enorme capacidad para dejar mal cuerpo.

Pero incluso más que todo esto de El gato perdido lo que más me ha gustado es el abrumador dominio de la elipsis narrativa que exhibe Jason, casi con suficiencia. Es un maestro haciendo esto, y el cómic está lleno de secuencias perfectas, que parecen compuestas por flashes cuidadosamente escogidos para lograr un ritmo sincopado y dinámico. Se nota que Jason sabe lo que hace y sabe hacia dónde va, y que toda su trayectoria ahora hay que verla no como una acumulación de buenos cómics, sin más, sino una búsqueda que por su lentitud no ha sido evidente hasta ahora. No sé por dónde irá su próxima obra, pero, desde luego, con El gato perdido he renovado mi interés por Jason.