Albert contra Albert (Arnau Sanz)

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Albert contra Albert (Arnau Sanz). Edicions de Ponent (2013). Rústica con solapas. 17 x 24 cm. 120 págs. Color. 19 €

Ésta va a ser una reseña confesional, o por lo menos va a serlo su introducción. Porque tengo que confesar que no conocía el trabajo de Arnau Sanz antes de leer Albert contra Albert. Y eso que ha publicado ya varios fanzines, el último de ellos, Tito. Pero vamos al tema, que este cómic tiene mucha tela que cortar.

Gráficamente es sorprendente. Echando un vistazo al material de Tito, veo que Sanz venía siguiendo una línea deudora de la Nouvelle BD más sintética, lo que lo emparentaba también en cierto modo con el Álvaro Ortiz de Cenizas. Pero en Albert contra Albert evoluciona, paradójicamente, o no tanto, simplificando todavía más las formas, y adoptando un aire engañosamente infantil, que no oculta un puñado de soluciones narrativas excelentes. Eso le permite, por ejemplo, que una conversación por teléfono con un plano fijo en el protagonista sea fascinante. Otro recurso remarcable: la descomposición de los rostros, durante un diálogo, hasta tocar el límite de la abstracción. En todo esto tiene mucho que ver el interesante uso del color, aplicado con factura artesanal y con fines simbólicos, toques que matizan emociones o ambientan en los fondos.

Pero todo esto, en realidad, no importa demasiado frente a lo que cuenta Albert contra Albert, que ya va siendo hora de afrontar. Este cómic pertenece a ese puñado de obras autobiográficas que abordan temas duros de verdad. En este caso, la bipolaridad y las adicciones del padre, Albert. Siempre me ha alucinado que haya gente que menosprecie esto porque «contar tu vida» es un recurso «fácil», y que piense que hay «demasiados» tebeos de este tipo. Sobre esto, no puedo estar más en desacuerdo, y me temo que las estadísticas me avalan —anda que no tendrían que dibujarse cómics autobiográficos para alcanzar tan sólo el 1% de cómics de géneros clásicos que se han publicado y se publican—; sobre lo primero, la verdad es que se me ocurren pocas cosas más jodidamente difíciles y complejas que exponerse así al lector, explicar las dudas, el egoísmo, y las interioridades de la familia, darse, en definitiva, como acto artístico de pura generosidad.

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Sanz explica cómo tuvo, a partir de cierto punto, que tomar las riendas económicas de la familia y pasarle un dinero a su padre y a sus abuelos. Tras una primera fase de rechazo, contada en un flashback, Arnau decide hacerse cargo de la situación. Pero lejos de contarse como si de una especie de revelación se tratase, esta decisión conlleva dudas constantes. En la ficción, o en la mala ficción, en realidad, los conflictos se solucionan. Los problemas de la vida se superan y a partir de la palabra «fin» todo irá bien. Pero las cosas no son nunca tan fáciles. Arnau se sincera y reconoce que no le apetece hacer nada de lo que hace, que es lo último que necesita en su vida, pero lo hace igualmente. Se enfrenta a una de las situaciones más emocionalmente difíciles que pueden afrontarse: la inversión de roles, ocuparse del que se supone que ha de ocuparse de ti, casi como si de un niño se tratase, alguien que en cualquier momento puede llamarte para que acudas corriendo a atenderle, que te impedirá llevar la vida que quieres.

Gracias en parte a unos diálogos lo suficientemente naturalistas todos los personajes nos parecen humanos. No hay «villanos»; salvo quizás la exnovia de su padre, aunque incluso a ésta intenta relativizarla Sanz, que tiene además una habilidad especial para plasmar situaciones duras y angustiosas, sin caer en el drama barato de telefilme de sobremesa, con naturalidad. El dibujo, desde luego, ayuda mucho en esto; el contraste entre dibujo sencillo y hechos duros para mitigarlos no es, ni mucho menos, nuevo, pero sin duda es lo más efectivo, y Sanz usa el recurso con maestría.

Tal vez se le podría pedir más pausa en algunas escenas, o algo de contundencia en otras, pero no voy a hacerlo. Y no voy a hacerlo porque cualquier pega que le pueda poner será siempre menor frente a un resultado final tan redondo, sincero y falto de pedantería, moralina o buenos sentimientos a lo Hollywood. Insisto: esto no es nada fácil.