Españoles en el mundo (del cómic)



En las redes sociales está levantado cierta polvareda la decisión de Ficomic de dejar fuera de las candidaturas a su premio a la mejor obra de autor(es) español(es) a todos aquellos cómics que no se hayan publicado originariamente en España, una medida que habría hecho imposible que en el pasado obtuvieran este premio obras como Blacksad (2001), Blacksad 3 (2006) o Arrugas (2008). Evidentemente, existen tanto razones para estar de acuerdo con la decisión como para no estarlo. Nosotros mismos, cuando organizamos nuestras votaciones entre los lectores para elegir lo mejor del año, incluimos en las bases para la elección del «mejor cómic nacional» que este ha de ser «producido y publicado originalmente en España, independientemente de la nacionalidad de sus autores». Claro que, nuestra categoría es de «cómic nacional», no de «autor español», como la de Ficomic. Independientemente de la consideración que nosotros hacemos y que pedimos a los lectores que tengan en cuenta a la hora de votar la mejor «obra nacional», cada año hemos tenido que rendirnos a la evidencia: los lectores consideran como obras españolas a Blacksad, Ken Games, El juego de la Luna, Las calles de arena o Las serpientes ciegas (que comenzó a publicarse en capítulos en España pero no vio su edición completa hasta que Dargaud lo publicó en Francia).

Podría parecer que lo que se plantea con esta situación es una diferenciación entre arte (autor) e industria (editor), pero es obvio que no hablamos de compartimentos estancos y que todo se entremezcla de forma que hace muy complicado establecer un criterio claro. Hay autores que preparan proyectos personales que tratan de vender aquí y allá, hay autores que preparan proyectos con un mercado extranjero en mente o por encargo y hay autores que trabajan perfectamente integrados en una industria extranjera. Imaginemos un escenario en el que la industria española produjese de forma habitual obras de autores extranjeros, como de hecho se ha dado algún caso. ¿Cómo afectaría eso nuestra percepción del asunto? En definitiva, la decisión de Ficomic, independiente del malestar que pueda causar en muchos autores y editores o tal vez precisamente por ello, suscita muchas preguntas interesantes. ¿La obra es de quien la hace o de quien la paga? ¿Hasta qué punto se puede hacer una diferenciación entre una obra personal y una obra de encargo, entre un «autor» y un «profesional»? ¿Qué es más importante, apoyar a la industria o apoyar a los autores? ¿Un autor extranjero que lleva 20 años viviendo en España es español o no lo es? ¿Hay que examinar independientemente cada una de las obras antes de decidir su nivel de españolidad? Ahí quedan esas preguntas, porque aunque en algunos casos concretos no tendríamos dudas en conceder o no la nacionalidad española a una obra, se nos escapan las reglas concretas para hacerlo.