El rayo mortal (Daniel Clowes)

El rayo mortal (Daniel Clowes). Random House/Mondadori, 2013. Cartoné. 23,5 x 31 cm. 48 págs. Color. 17,90 €

2013 no podría haber empezado mejor en lo que a cómic se refiere que con la publicación de El rayo mortal de Daniel Clowes. The Death Ray se publicó en 2004 como el número 23 de Eightball, en formato de comic book, por tanto, aunque en 2011 fue reeditado como un libro, y así llega al mercado español publicado por Random House/Mondadori. El material es el mismo, pero el formato afecta irremediablemente a cómo lo percibimos, aunque el propio Clowes ha confesado que El rayo mortal debería haberse publicado desde un primer momento como libro.

Pero entremos en harina. En un primer vistazo, podemos decir que El rayo mortal es la historia de Andy, un adolescente a quien su padre lega superpoderes, activados al fumar un cigarro —una de muchas genialidades de Clowes en este cómic—, y una pistola de aspecto absurdo que vaporiza a los seres vivos sobre los que es disparada. Andy vive con su abuelo y es un paria en el instituto, y su mejor amigo es Louie, el único con el que comparte su secreto. Con estos mimbres y conociendo a Clowes, la cuestión que se plantea es obvia: ¿Homenaje a los superhéroes de su infancia, sátira mordaz o aproximación posmoderna? Y la respuesta es que todo eso a la vez y más. El rayo mortal es uno de los cómics más complejos de Clowes, y en él tienen cabida sus obsesiones habituales y todo tipo de temas, que conforman niveles de lectura diferentes y complementarios. La idea surge de la fascinación de un Clowes adolescente por el cómic de superhéroes, concretamente por los de Steve Ditko, como él mismo ha reconocido. Y de hecho su influencia se deja notar en la composición de varias páginas y en la situación vital de Andy, que remite a Spider-man claramente. Ese modelo está presente en la historia, y como un reflejo deformado del mismo puede leerse, pero también es cierto que Clowes se aleja de forma deliberada de la búsqueda personal y el camino del héroe: no es casualidad que lo primero que haga Andy para probar sus nuevos poderes sea romper por la mitad un ejemplar de La Odisea.

No hay por tanto grandes descubrimientos, ni epifanía alguna: lo que Clowes parece decirnos es que los superpoderes no salvarían al hombre de su mediocre mezquindad. Andy intenta en un primer momento utilizar sus poderes para hacer el bien, pero éste es un concepto demasiado complejo fuera del mundo de fantasía en cuatro colores de Marvel o DC, y más aún si le corresponde a un adolescente acosado decidir sobre él.  Junto a su amigo Louie —convertido en lo más parecido a un sidekick que puede haber en la vida real—, acaba, pese a esas buenas intenciones, enmarañado en venganzas crueles, ajusticiamientos infantiles y fiascos lamentables al intentar evitar crímenes o castigarlos. Sólo es un triunfal superhéroe que salta por los tejados en sus ensoñaciones. Y al tiempo, pasa por todos los trances propios de un adolescente conflictivo como buenamente puede.

Todo el cómic está estructurado en historias breves de unas pocas páginas, cada una con su propio título, a la manera de lo que luego hará con Wilson. Y como en éste, en El rayo mortal Clowes ya experimenta con los múltiples cambios de registro en su dibujo y con la composición en función de sus necesidades: a veces la página es una simple plantilla de viñetas uniformes, otras recurre a grandes espacios y viñetas de presentación que recuerdan a los cómics de superhéroes y al pulp. Maneja el color con intenciones narrativas claras, introduce flashbacks de manera novedosa e inteligente e incluso juega con los globos de texto y las viñetas para ocultar determinadas cosas o buscar otros efectos concretos, como veremos posteriormente en Mister Wonderful. Es un trabajo sofisticado en lo técnico y profundo en lo temático, quizás el más maduro de Clowes, el más consciente de su propia naturaleza. A través de un tópico de género construye una historia de soledad y hastío. Andy es un inadaptado, como muchos otros personajes de Clowes —de hecho, en cierta forma, toda su obra pivota sobre ese arquetipo—, y lo vemos desde la primera página, en la que el Andy de 2004, el presente por tanto en el momento en el que se publica el tebeo, nos introduce en la historia. Es un hombre gris que ha fracasado en la vida, sin importar su superpoder. Éste, en todo caso, lo ha hecho un poco más inestable y psicótico de lo que habría sido. Y situando al lector ahí desde el principio, Clowes condiciona nuestra lectura de la vida de Andy, porque ya sabemos que no será el relato de un gran superhéroe que cambiará la humanidad. No marca ninguna diferencia en la Historia. Desperdicia su vida igual que desperdicia sus poderes, y sólo afecta a aquellos pocos que tienen la mala suerte de cruzarse con su rayo de la muerte. Lo duro, y a la vez lo grande de este cómic, es que el lector sabe en su fuero interno que de haberle pasado a él, el resultado habría sido probablemente el mismo.

Es posible que al lector habitual de superhéroes convencionales le sorprenda la propuesta de Clowes. Como escribió Santiago García, la idea que tienen en la industria de superhéroes realistas es The Ultimates. Resulta, tras tantas vueltas a la idea, casi natural que una interpretación naturalista de los superhéroes pase porque éstos dominen el mundo o, como mínimo, su presencia lo cambie de alguna manera. Pero no es más que otro convencionalismo del género. Clowes plantea algo mucho más cercano a la realidad. Y la realidad para él es triste y gris. El ser humano, superpoderoso o no, sigue siendo humano.

Después de todo lo que he escrito, sigo con la sensación de que aún no he dicho ni la mitad de lo que puede decirse de El rayo mortal. Clowes trata muchos temas, y sus personajes van más allá de lo obvio. Persiste la sensación de que hay más tras ellos, que nos quiere decir más de lo que parece que nos dice. Por momentos uno casi piensa que es una historia más sobre un perdedor, que el elemento sobrenatural no es necesario, pero, claro, sí lo es. No sólo porque en su recreación de la adolescencia explicite la fantasía de poder que conlleva, sino porque su presencia refuerza la frustración permanente y le da al fracaso una dimensión nueva, y más terrible.

Es el mayor valor de El rayo mortal, en mi opinión, pero no el único. Es, como decía antes, el cómic más complejo de Clowes, y para mí, su mejor obra. Y decir eso cuando estamos hablando de uno de los autores americanos más importantes de los últimos veinte años es mucho decir.