SPX 2012, love is in the air

El año pasado escribí una crónica sobre mi visita a la Comic Con de San Diego y la palabra más repetida en el artículo fue “grande”. Tras cumplir esa especie de sueño del fan de la cultura más mainstream del cómic (y aledaños, sobre todo aledaños), tocaba un giro de 180 grados, así que este año visité junto a mi compañero Iñaki Sanz y el ínclito Santiago García una convención americana de cómic donde la palabra clave es “pequeño”. La Small Press Expo vendría a ser la otra cara de la moneda, la convención donde los artículos a la venta son pequeños y muchas veces artesanales, donde los expositores ni siquiera están identificados por un cartel con el nombre de la editorial, donde los autores, en su mayoría, son pequeños, en el sentido de que son jóvenes que aún no han sido ampliamente reconocidos por la industria. Una industria en la que, en algunos casos, no está del todo claro que quieran penetrar. O al menos no en los términos en los que la palabra industria se entiende en convenciones como la de San Diego. La SPX tiene sus propios códigos, y tal vez el más importante de ellos sea el modo en que allí todo el mundo entiende el cómic como un medio de expresión personal, más que como una manera de cumplir sueños de fan. Vamos a hacer un pequeño repaso de lo que dio de sí una reunión que cronológicamente duró tan solo un fin de semana escaso pero que recargó de energía a sus participantes por lo menos hasta la cita del año próximo.


El garito.


Lo primero que llama la atención de la SPX es su emplazamiento físico. En lugar de optar por uno de esos recintos feriales desangelados a los que estamos acostumbrados por estos lares, la organización escoge un espacio elegante, el hotel Marriott de Bethesda, con su amplio parking y boca de metro aledaña. Los pasillos y salas enmoquetados del hotel se parecen tanto a un recinto ferial como un tebeo de Chris Ware a uno de Jim Lee. Y allí se plantó el grupo salvaje compuesto por el tio berni, Iñaki y Santiago (nuestro cicerone en el periplo Baltimore-Bethesda), con pases de prensa e invitaciones para franquear la puerta y amplias mochilas donde acumular tesoros. Nada más traspasar la puerta, sentimos la bofetada. No por el olor, no, sino por la sensación de sobrecogimiento: todos los expositores son iguales, no hay rangos ni jerarquías en las mesas corridas, hay que verlo TODO. Al parecer, este año el espacio para los expositores había sido ampliado respecto a ediciones anteriores y el salón en que se ubicaban las mesas con material era espacioso y confortable, con sus depósitos de agua y vasos de plástico gratuitos para los visitantes, con su cajero automático y con mucho espacio entre las mesas para que los visitantes se sintieran cómodos. Y vaya si nos sentimos cómodos, en parte gracias a la ausencia de espadas gigantes o armaduras desaforadas y en parte a la sensación de que allí todos compartíamos unos mismos intereses. Respondiendo a una especie de regla no escrita, nada parecía fuera de lugar, como si todo el mundo tuviera perfectamente claro de qué hablamos cuando hablamos de ”small press”, donde por supuesto no tienen cabida ni las fuentes de chocolate ni las figuras de Star Wars ni los carteles de cine.


Siempre hay algún fan hardcore.


Afortunadamente, nos pusieron fáciles las cosas para cumplir nuestro primer objetivo: la mesa de la Comic Book Legal Defense Fund estaba junto a la puerta, y allí nos hicimos con uno de los 350 ejemplares del Building Stories de Ware en preventa. Al día siguiente ya no quedaba ninguno, y la CBLDF hizo tanta recaudación en la pequeña SPX como en la gigantesca Comic Con de San Diego, lo cual dice mucho sobre la actitud de los visitantes de ambas convenciones. Tras esta parada obligatoria, comenzamos el auténtico viaje al corazón de la tormenta.

Cuando uno se expone a un mapa de lo desconocido, es normal que busque puntos de referencia, asideros a los que agarrarse, y tal vez por eso paseamos rápidamente por el recinto hasta dar con caras familiares, es decir, editoriales bien conocidas: Picturebox, Nobrow, Drawn & Quarterly, Fantagraphics… Estas dos últimas contaban con un espacio algo mayor que el resto de expositores y tebeos más gordos, muchas novedades y firmas de los pesos pesados en sus stands, pero estaban perfectamente integradas en el entorno de minicomics circundante. Al fin y al cabo, el módulo básico de exposición, una mesa de aproximadamente metro y medio de longitud, solo costaba 300 dólares, y la mayoría de editores/autores la rentabilizaron con creces. Muchas de las personas con las que hablamos nos comentaron que las ventas estaban siendo especialmente buenas. A las cinco horas de inaugurarse la expo, Fantagraphics ya había hecho tanta caja como en toda la edición anterior, aproximadamente al mismo tiempo que el cajero automático agotaba toda la provisión de fondos para el fin de semana completo, y el domingo por la tarde muchas de las mesas de exposición parecían un desierto: se había vendido todo. Si tras esta edición de la SPX alguien nos preguntara si autoeditarse, hacer fanzines o cómics alternativos es rentable económicamente, tendríamos que responder que sí, aunque parecía obvio que allí no era la pasta el principal alimento de los creadores.


Barba y gafas de pasta: redundante.


Hemos de reconocer que no fuimos nosotros quienes engordamos la cuenta corriente de las «grandes» editoriales. A pesar de sus atractivas propuestas, sus cómics son muy accesibles desde España, y los auténticos tesoros se encontraban en otras mesas, casi siempre en formato cuartilla y por precio entre los 2 y los 8 dólares. En cualquier caso, entregamos a Fantagraphics ejemplares de Pudridero para Johnny Ryan y saludamos al Atila de la crítica, Gary Groth, que sigue siendo el brazo fuerte de la ley. A sus 58 años aún tiene más músculos que un caballo, posiblemente debido a la ingesta compulsiva de plátanos, como pudimos comprobar.

También nos alegró poder hablar con otros editores que admiramos, como Sam Arthur de Nobrow, Chris Pitzer de AdHouse o Dan Nadel de Picturebox y regalarles nuestros tebeos (¡Moowiloo Woomiloo en los USA!). Otro de los puntos álgidos en la relación editor-editor fue confirmar en primera persona que todas las leyendas sobre la simpatía de Anne Koyama son ciertas, y lamentamos enormemente el no haber podido corresponder como merecía a su llamada a la amistad mediante el signo universal de “beber como cosacos hasta desmayarnos”. Bueno, en realidad lo hicimos, pero para entonces Koyama ya no estaba allí. Cuando ya nos disponíamos a hacer un blitzkrieg de dólares sobre las mesas de los cómics autoeditados, Daniel Clowes nos metió un dedo en el ojo. Es decir, que estaba firmando a un metro de nosotros, que inmediatamente sacamos al paparazzi que todo español lleva dentro y lo acribillamos a fotos… hasta que nos dimos cuenta de que a un metro a nuestra izquierda firmaba el Galactus del cómic (Santiago dixit), the one and only Quimby the mouse, Mr. Chris Ware. En ese momento sacamos de nuestro interior al paparazzi y lo sustituimos por un internado femenino ante Justin Biever. Tratamos de mantener la calma, nos situamos en la intersección de ambos, e inmediatamente sentimos que nos volvíamos más listos. Sus largas colas (de fans) nos disuadieron de pedirles una firma, lo cual no fue óbice para que más tarde asaltase a un Ware huidizo en los pasillos y le soltara un rollo y algún tebeo de regalo. Mi plan inicial era lamerle la cabeza (si estar cerca de él te vuelve más listo, imagina lo que tiene que ser saborearlo), pero es tan alto que me conformé con darle la mano.


Furia de titanes.


La lista de invitados de relumbrón (un auténtico repóker de ases) se completaba con Adrian Tomine, Françoise Mouly y los hermanos Hernandez, que causaban furor. Mientras que el año pasado en San Diego apenas si contaban con unos pocos aficionados a su alrededor, en la SPX hacían valer su estatus de estrellas fundadoras del cómic independiente (como certificaron sus tres premios Ignatz), y no solo firmaron todo lo que les pusieron delante durante horas, sino que revisaron portafolios de jóvenes autores ofreciéndoles su consejo. Como decía, tanto el público como los autores presentes en la SPX comparten un mismo objetivo y la simpatía y la empatía campan a sus anchas.



Mouly recién llegada de la India, el perfil de Burns, Tomine triste y dos hermanos.


Es difícil describir lo que sentimos al visitar con detenimiento las mesas de los autores y pequeños editores. De nuevo, una sensación mareante de saturación, de ser incapaces de abarcar la enorme oferta y variedad allí expuesta. Cómics grandes, pequeños, diminutos, grapados, con lomo, tabloides, antologías, relieves, texturas, acetatos, tebeos con forma de mariposa… Tomar en las manos todas esas propuestas, hojearlas, intercambiar algunas palabras con su autor, es lo más parecido que he vivido nunca a recuperar el nacimiento de mi amor por los cómics, asomarse a mundo nuevo por descubrir. Muchos de los autores de la SPX parecen decididos a matar al padre, y sus pequeños tebeos se rebelan como un movimiento de reacción frente a los formatos y usos estandarizados. Y ojo, porque no es un movimiento necesariamente en contra de, sino más bien además de. Es decir, dudo que exista un sentimiento generalizado entre esos jóvenes de tumbar a los Hernandez, a Ware o a un Clowes que, en definitiva, en sus inicios, hicieron este mismo camino. Simplemente, no se sienten parte de cierta industria y prefieren crear su propio marco de referencia y actuación. Tal vez el día de mañana ese marco sea el mayoritario, pero tampoco es algo que parezca quitarles el sueño. Y su sueño es expresarse libremente, intercambiar experiencias y obras con otros autores que se mueven en los mismo parámetros y llegar de verdad a los lectores. Son, en definitiva, jóvenes emprendedores, y aunque es obvio que son muy conscientes y cuidadosos con el aspecto económico de su trabajo, nunca dejan que sea lo que dirija sus pasos.

Ante este panorama, baste decir que (al final, después de lavarme el cerebro a mí mismo) agradecí que el cajero automático de la SPX hubiera saltado por los aires. Aún así, la recolecta de fanzines y pequeñas publicaciones fue más que satisfactoria y abundante, y encontramos especial gozo en charlar con gente como Benjamin Marra o Box Brown, autor y editor de Retrofit y uno de nuestros líderes espirituales cuyo pañuelo es como la cazadora de Nicolas Cage en Corazón salvaje, un símbolo de libertad. Junto a él, el ser de energía conocido como Josh Bayer se empeñó en comprarnos un ejemplar de Pudridero, pero nos pareció feo intercambiar dinero con un ente de pureza artística y se lo regalamos. En ese momento sentimos que habíamos sido aceptados en la Hermandad de Hermosos Hacedores de Historietas. Nos gustaría seguir con el name dropping, pero en cierto modo es un poco desesperanzador darse cuenta de que muchos de los autores allí presentes más interesantes son prácticamente desconocidos en España: Jonny Negron, Pat Aulisio, Martin Cendreda, Noah Van Sciver, Ethan Rilly, Michael DeForge, Lale Westvind, Dustin Harbin… Aunque nos reconforta que otros igualmente interesantes y recomendables ya hayan visto algunas de sus obras publicadas en España, como Tom Neely, Zack Sally, John Porcellino, Sammy Harkham o la coqueta a la par que huidiza Gabrielle Bell. La energía creativa concentrada en la SPX chisporroteaba como el “Kirby krackle”.


Parte del botín de guerra.


El maremágnum de autores y visitantes podría haber resultado un desbarajuste de no ser por el buen hacer de la organización, que destacó por su eficiencia tanto antes de la propia SPX, con un tumblr, un facebook y un twitter muy activos y útiles, como durante la propia convención, permaneciendo prácticamente invisible pero haciendo que todo funcionase como un reloj, tanto las colas de firmas como los horarios y medios audiovisuales de las charlas. Charlas que se celebraban, por cierto, en recintos acordes a su importancia, salones de actos perfectamente equipados, con buena acústica y, en una palabra, dignos, tanto de la categoría de los invitados como de la preparación e interés que demostraron los visitantes. La charla de Daniel Clowes, acompañado de Ken Parille y Alvin Buenaventura fue dinámica y enriquecedora, a pesar de que en ocasiones Clowes demostrase tener muy aprendido su papel de cínico de vuelta de todo. Así y todo, se metió al público en el bolsillo, incluso a un tal Charles Burns sentado… efectivamente, a un metro de nosotros (más listos, más listos). No detallaremos demasiado la charla de Chris Ware con David M Ball porque esperamos poder ofrecerla convenientemente traducida en esta página, pero si Clowes convenció con su sorna, Ware lo hizo con su humildad, empeñado en hacerse entender de la forma más sencilla posible y ofreciendo su cara más humana (a pesar de que guste de autorretratarse como un robot). Al final, la ovación más larga y estruendosa que he oído en un acto en torno al cómic, con un Ware absolutamente azorado por la situación.


Su cara, su sonrisa.


Concluida la SPX, uno se lleva la sensación de que el cómic está muy vivo y que, realmente, todo está en manos de los creadores y pasa por la iniciativa, el talento y la ambición artística. Y me gustaría que la lectura de esta pequeña crónica sirviera a muchos autores españoles para entonar un sonoro “Yes, we can!”.

ADENDA: Quien quiera bucear a fondo en el espíritu de la SPX, puede hacerlo leyendo tanto la crónica del evento de Santiago García, como echando un ojo a sus retratos de autores o incluso retrayéndose a sus artículos sobre los primitivos cósmicos, los cómics de la vida real, el porno de vanguardia, Box Brown, Josh Bayer y Benjamin Marra. Todos ellos estaban en la SPX, bien físicamente, bien a través de sus cómics, bien en esencia.