Cenizas (Álvaro Ortiz)

Cenizas (Álvaro Ortiz). Astiberri, 2012. Cartoné. 15,3×21,1 cm. 192 pág. Color. 20 €

Álvaro Ortiz es un autor joven, de los más prometedores del panorama actual español. Es un dibujante de talento obvio que en las distancias cortas destila frescura e ingenio, como puede verse en su blog, donde sube periódicamente ilustraciones y pequeñas historietas. Pero Cenizas es otra cosa: su puesta de largo, que lo podría terminar de situar en el mapa del cómic español o todo lo contrario. El proyecto cargaba además con la responsabilidad de haber ganado la beca Alhóndiga Bilbao, cono toda la expectación que eso supone, y la exigencia que siempre conlleva exponerse al público con una obra tan larga —casi ciento noventa páginas—.  Pero Ortiz ha pasado la prueba con nota: Cenizas supone un salto importante y definitivo desde sus libros anteriores, Julia y el verano muerto y Julia y el secreto de la ballena, y su lectura descubre una obra madura a todos los niveles.

            Cenizas es un road comic, una historia de viaje en coche por un país que nunca llega a identificarse, muy acertadamente, en el que tres amigos, que en realidad son cuatro, o más bien cinco, se reencuentran tras años sin apenas contacto para cumplir con el deseo de uno de ellos. En estos personajes está la primera gran clave de por qué Cenizas funciona tan bien: Piter, Polly, Moho, Héctor y Andrés nos interesan desde el primer momento en que aparecen, nos resultan entrañables, y sobre todo humanos, reales. Son treintañeros que hablan con una naturalidad y una verosimilitud que no son fáciles de encontrar en la ficción. Lo mismo puede decirse de todos los secundarios que van apareciendo. Yo empaticé de inmediato con todos los protagonistas, en parte gracias al dibujo de Ortiz, tan cuidado como suelto, con un punto naif que recuerda a Lewis Trondheim, y cuya manera de plasmar la expresión corporal y los rostros facilita mucho que nos identifiquemos con los personajes. Con ese dibujo tan simpático, hasta alguien cabreado o asustadísimo nos parece encantador, y todo el tono de la historia cambia completamente, desterrando el drama barato en el que corría el riesgo el autor de haber caído.

            Sobre esto, una de las cosas que más me ha gustado de Cenizas es como refleja ese momento entre los veintimuchos y los treintaypocos en los que uno está cambiando, va haciéndose mayor, e inevitablemente se distancia de los viejos amigos, de los que hizo en la universidad o con los que se corría las juergas. Como se ve en el tebeo, aún hay lazos, aún hay cariño, pero la vida los ha ido separando, aunque el viaje les servirá de curiosa terapia, a través de sus actos y de sus conversaciones, con una cualidad llamativa y excepcional: pese a que en Cenizas abundan los diálogos, no lo parece, porque la lectura de los mismos es muy ágil, y su tono nunca cae en el moroso artificio y la pretendida trascendencia de otras obras.

            No voy a relatar demasiado sobre el argumento; baste decir que tiene todos los elementos canónicos del género —persecuciones, droga, armas— pero con una vuelta de tuerca inesperada basada en la mezcla con el slice of life que también acaba siendo, y en ese tono tan peculiar que consigue Ortiz. Es una historia que puede contar en determinados momentos cosas duras, pero nunca pierde la luz y el optimismo: es ante todo un hermoso relato de amistad, que consigue, y esto es dificilísimo, no caer jamás en lo ñoño o lo cursi. La lágrima del lector, si llega, lo hace por razones genuinas, no gracias a trucos obvios y atajos de culebrón venezolano.

            Y si la lectura de Cenizas engancha desde el principio y obliga a leer del tirón, no es sólo por el encanto de sus personajes, sino también por la estructura perfectamente estudiada que tiene. Se intuye que Ortiz le ha dado muchas vueltas a la cuestión hasta dar con la mejor solución —o quizás no, claro, lo mismo lo tuvo claro desde el principio; eso doblaría su mérito—, con el equilibro perfecto para mantener la intriga del thriller y la atención del lector, mientras dosifica la información con exactitud, suelta las bombas cuando se debe, reparte las dosis justas de humor, intercala la  línea principal con flashbacks y con las páginas de un ensayo relacionado directamente con el título del tebeo, recurriendo a la voz de narrador de uno de los protagonistas en los momentos precisos, hasta llevarnos a un final emocionante y redondo. Sorprende muchísimo semejante dominio de las herramientas básicas de la narración en un autor tan joven y con poca experiencia en la obra larga pero realmente en este sentido Cenizas es impecable: una historia bien contada, exactamente de la forma que pedía para alcanzar todo su potencial, con una estructura redonda en la que todo va encajando al tiempo que hay espacio para muchas sorpresas. Lo mejor que puedo decir de Cenizas es eso, que me ha sorprendido constantemente, y nunca he sido capaz de anticipar lo que iba a pasar al girar la página. Y eso es más difícil de lo que parece.

            Podría hablar de más cosas, del dominio del color de Ortiz, de cómo juega con la composición de página, en la que predominan las viñetas pequeñas, de la presencia sutil y constante de la música, o de lo acertado del uso de elementos visuales en los bocadillos, un recurso historietístico puro que tendía a ser arrinconado hasta hace muy poco. Pero creo que también hay que dejar espacio para la sorpresa durante la lectura no sólo en lo argumental, así que no diré nada más. Solamente que Cenizas es una maravilla fruto del amor de su autor por su trabajo y de su entrega absoluta. Álvaro Ortiz ha puesto toda la carne en el asador, y la ha dejado en su punto.