Quemados (Andy Riley)

Quemados (Andy Riley). Astiberri, 2012. Cartoné. 24×17 cm. 96 páginas. Color. 16 €

El británico Andy Riley tiene una dilatada carrera a sus espaldas, pero fue con sus conejitos suicidas con lo que lo petó a lo grande. La idea era contundente y original, pero probablemente se acabó agotando tras tres entregas. Si a eso le sumamos que lo último que había leído de él, la pareja de libros formada por La cerveza vuelve fuerte a papá y El vino vuelve lista a mamá me pareció que utilizaba un humor demasiado light, amén de caer en algunos tópicos de género, el resultado es que me enfrenté con cierto escepticismo a la lectura de Quemados, su último libro publicado en castellano por Astiberri. Afortunadamente, con él Riley me ha vuelto a ganar para la causa, porque me ha encantado.

            Quemados es una recopilación de tiras aparecidas originalmente en la revista semanal Observer Magazine y que narra las vivencias de tres trabajadores de una cafetería, tres treintañeros fracasados totalmente representativos de la vida moderna —las tiras se publicaron entre 2002 y 2007—. Karl, Lottie y Nev ya no son jóvenes, pero tampoco son adultos. No tienen estudios, por lo menos que sepamos, ni relaciones sentimentales estables —ni inestables, en realidad—. Viven estancados en un trabajo que no les gusta, aislados, incomunicados, solos, con la constante insatisfacción que caracteriza a la sociedad posmoderna. Ninguno de los tres es feliz ni alcanzará nunca el ideal del triunfador que nos venden los mass media. No se gustan, ni mental ni físicamente, y se esconden en el autoengaño, se miran su ombligo para no mirar a los demás. Se refugian, sobre todo Karl y Nev, en la cultura pop de nuestra época, en las series y películas que suponen todo su bagaje intelectual, pero que tampoco los satisfacen. Son tres mediocres desgraciados que viven inmersos en vidas grises… y lo saben.

            Me imagino que el lector de estas líneas se estará haciendo la misma pregunta que me hice yo escribiéndolas: ¿esto no era un cómic de humor? ¿Dónde está? Bueno, el humor está ahí, por supuesto, yo me he reído leyendo Quemados… para sentirme mal acto seguido por hacerlo. Pero así es el buen humor costumbrista: amargo, porque al exponer las miserias de sus personajes para que nos riamos de ellos, Riley nos señala las nuestras. Nosotros también gastamos más de lo que tenemos, empezamos dietas que sabemos que no terminaremos, tenemos trabajos de mierda y somos incapaces de relacionarnos de forma satisfactoria. Las tiras de Quemados dan donde duele. Quizás el patetismo de sus tres protagonistas está exagerado, pero obliga a enfrentarnos al nuestro. Es un ejercicio de reconocimiento a ratos cruel y a ratos gozoso, porque todos tenemos una vena más o menos escondida de masoquismo.

            Riley no basa sus tiras en el gag visual, ni tienen unos mecanismos especialmente sofisticados. Tampoco hay una continuidad en las peripecias que cuenta, no hay tramas como en otras tiras, quizás porque la cadencia semanal las haría difíciles de seguir. Pero en las situaciones y conversaciones cotidianas tiene toda la materia prima que necesita. Sus tres personajes son conscientes de las trampas sociales en las que caen, de las mentiras que nos contamos a nosotros mismos y de algo muy interesante: los tópicos y convenciones que manejamos en nuestras relaciones sociales, la culturilla de todo a cien —«¿Sabías que Hitler era vegetariano?»—, y que amenazan con volverlas anodinas y formulaicas, totalmente superficiales. En una tira, por ejemplo, Lottie practica una conversación sobre Gran Hermano, primero alabando la nueva temporada y luego poniéndola caer de un burro, porque, en sus relaciones sociales, no importa decir la verdad o tener una opinión propia que compartir, sino encajar. Por eso Karl pasa del fútbol pero durante el mundial se convierte en un consumado experto.

            Aunque algunas tiras son muy locales, la gran mayoría son plenamente entendibles por cualquiera. Y hay además una labor de contextualización a base de notas al pie excelente, que nos esclarece cualquier referencia cultural, por ejemplo las menciones a varios programas televisivos o presentadores que aquí no conocemos. En este sentido, hay que destacar la labor de traducción de Óscar Palmer, que tiene toda mi admiración por usar el término «pinfloi»

            De todo cuanto he leído de Riley, Quemados ha sido lo que más me ha gustado. En sus páginas demuestra una habilidad especial para darnos donde duele, para señalar aquello que normalmente evitamos mirar de nosotros mismos y nuestro comportamiento. Los pequeños triunfos son ridículos y patéticos, las tragedias son aplastantes y absolutas. No hay compasión para sus personajes, así que tampoco la hay para el lector. Y para muestra, mi tira favorita, por despiadada: Karl intenta depilarse, sin mucho éxito, para concluir, en la última viñeta, que «de todas maneras, ¿quién va a volver a verte el pecho desnudo?». Auch.