Furari (Jiro Taniguchi)


Furari (Jiro Taniguchi). Poment Mon, 2012. Cartoné. 208 págs. B/N. 20 €


Como sucede a casi todos los grandes autores, Jiro Taniguchi tiene dos o tres temas que se repiten a lo largo de su carrera y que de alguna manera se entrelazan para dibujar su visión del mundo. Decir que uno de sus temas es “el hombre” puede parecer pretencioso o vago, pero sus mangas suelen incidir en tres aspectos que definen nuestra humanidad: las relaciones entre las personas (Los años dulces, El olmo del Cáucaso), las vivencias de infancia que nos hacer ser lo que somos (Barrio lejano, El almanaque de mi padre), y la interacción con nuestro entorno (La cumbre de los dioses, El canimante). Dentro de este último grupo podría encuadrarse Furari, su última obra publicada en España por Ponent Mon.

Furari toma como base la vida de Tadataka Inô, un cartógrafo japonés de los siglos XVIII y XIX que realizó los primeros mapas científicamente rigurosos de su país. Aunque más que su vida, tal vez deberíamos decir sus paseos, ya que a lo largo del libro su actividad principal es la de caminar, y en no pocos momentos Furari recuerda a esa otra maravilla de Taniguchi, El caminante. El protagonista camina con un propósito: contar sus pasos para poder establecer medidas entre distintos puntos. Sin embargo, este objetivo aparentemente tan práctico y prosaico acaba convirtiéndose en poco más que un medio para alcanzar un objetivo último mucho más interesante, un objetivo que es el del propio Taniguchi: establecer un diálogo entre el hombre y la naturaleza. No se trata de luchar contra ella, de doblegarla o de contemplarla con deleite (aunque un poco de esto sí que hay), sino de lograr una comunión absoluta donde el hombre no sea un ente separado de la naturaleza, sino un elemento más de la misma. No se trata tampoco de hacer ecologismo de salón o combativo. Aquí no hay conflicto (sí lo hay en otras obras “ecológicas” de Taniguchi), porque la idea no es establecer al hombre como antagonista de su entorno, sino como un elemento en armonía con él. No sé si Taniguchi profesa alguna religión pero, sin duda, Furari presenta más de un paralelismo con la filosofía sintoísta y el animismo. El protagonista, en su afán de realizar mapas, no hace otra cosa que intentar aprehender y escalar la naturaleza a la medida humana sin desvirtuarla. Un poco lo que hace Taniguchi con sus tebeos, todo sea dicho.



¿Por qué nos llega de una forma tan directa Taniguchi? Hay algo en sus cómics que lo alejan de esa sensación de exotismo que tenemos al leer otros mangas. Tal vez sea su tono reposado y reflexivo, un tono que no es para nada ajeno al cómic japonés pero que evidentemente no es el que más a menudo hemos visto publicado en España. Tal vez la cercanía tenga también que ver con ese estilo sin aspavientos, tan de línea clara y claridad narrativa, y con la sintonía gráfica entre los personajes y su entorno. En muchos sentidos, Taniguchi es un autor tan europeo como japonés, y de hecho él mismo ha declarado su fascinación por el cómic europeo, que hojea con pasión sin entender una palabra de los textos. A veces, es mejor no entender del todo lo que hay a nuestro alrededor, especialmente si lo que nos rodea también nos maravilla. Ese parece ser el secreto de Taniguchi, al que le sucede lo mismo que al cartógrafo protagonista de Furari, que nunca consigue dar el mismo número de pasos al hacer un mismo recorrido. De la inexactitud, la imperfección y la falta de capacidad para medir y explicar las cosas nace el afán de buscar nuevas maneras de transmitirlas. Y esto es lo que hace obstinadamente Taniguchi, un libro tras otro, recorriendo incansablemente el mismo camino pero dando un número distinto de pasos cada vez.