Reproducción por mitosis y otras historias (Shintaro Kago)

Este artículo se escribió originalmente para otra publicación hace ya más de medio año sin conocer el contenido de Reproducción por mitosis. En cualquier caso, resulta pertinente como reseña al cómic recién publicado por EDT, cuya selección de historias entronca perfectamente con los temas tratados en el artículo, que se ha modificado muy ligeramente.



Reproducción por mitosis y otras historias (Shintaro Kago). EDT, 2012. Rústica. 216 págs. B/N. 12 €


Astérix y Obélix solían decir aquello de “Están locos estos romanos”. Una frase que no deja de ser el equivalente cómico de la manta de seguridad que Linus llevaba siempre consigo en Peanuts. Si los romanos están locos, será que nosotros no lo estamos. Y entre la locura que los galos atribuyen a los romanos y el occidental “es que los japoneses están muy enfermos” solo media un paso. Nos reconforta repetir este mantra, nos sitúa en un lugar conocido y seguro cada vez que accedemos a las expresiones más, llamémoslas, “extremas” de la cultura nipona. Desde esa distancia y de salud bien, gracias, consumimos puntualmente sus píldoras escatológicas y esquizofrénicas sin darnos cuenta de que no son el síntoma de la enfermedad que les atribuimos, sino la medicina reparadora. Y el doctor que hoy por hoy receta las fórmulas magistrales más eficaces se llama Shintaro Kago.

Shintaro Kago (Tokio, 1969) es un autor de manga –mangaka– con más de 20 años de cómics a sus espaldas que sin embargo apenas si se ha filtrado en el mercado occidental. Hasta ahora, el lector incapaz de descifrar el japonés disponía únicamente de alguna historia contenida en una antología de manga underground en Norteamérica y algún tomo recopilatorio en Francia y Grecia. Y, por supuesto, las socorridas scanlations que pululan por la red, es decir, escaneados de sus historias traducidos al inglés y maquetados por aficionados. La reciente edición de Reproducción por mitosis y otras historias por parte de EDT es una noticia gozosa, máxime cuando hace ya años que suspiramos por los huesos del nipón, aunque está por ver si el público español será capaz de asimilar las propuestas de Kago o si, en un golpe de irónica pero apropiada justicia poética, actuarán en su organismo como un potente laxante. Pero metamos las manos en la harina. O mejor dicho, en la mierda.

Kago vendría a ser al cómic extremo –y por extremo nos referimos a aquel en el que el cuerpo humano es un juguete deformable y la muerte un alivio– lo que Chuck Palahniuk es a la literatura actual. O lo que es lo mismo, un tipo que es capaz de ver nuestra idea más depravada, doblarla y ganar la partida. No está del todo claro si Kago va o no de farol, porque en alguna ocasión ha comentado que su insistencia en los temas de la mierda y el sexo sádico vienen dados por imposiciones editoriales. En Japón hay revistas especializadas y público interesado en tan edificantes temas, y no es de extrañar. La afición al sexo no necesita mucha explicación, y la coprofilia tampoco debería causarnos mayor estupefacción. El ser humano –casi todos los animales, en realidad– es poco más que un tubo. Damos una enorme importancia a nuestra boca y a todo aquello que entra en contacto con ella, y escondemos nuestro ano y aquello que por él transita. ¿Tal vez nos da vergüenza –o miedo– ver cómo nuestro cuerpo transforma aquello que ingiere?



Si hubiera que clasificar a Kago en un género, podría adscribirse al ero-guro, un movimiento artístico nacido en Japón en los años 20 y 30 del siglo pasado que se vertebraba alrededor del sexo decadente y enfermizo. En este sentido, Kago presenta puntos en común con otro gran mangaka, Suehiro Maruo, obsesionado con el Japón previo a la Segunda Guerra Mundial, con el sexo y con la corrupción física. Ambos comparten además cierto gusto por un ideal de belleza clásico en lo gráfico (más acentuado en el caso de Maruo) que contrasta con la brutalidad de lo representado y que nos hace viajar de lo sublime a lo infame en el espacio que separa dos viñetas. No es solo la temática y el estilo de dibujo, con bastante influencia de Katsuhiro Otomo en el caso de Kago, lo que acerca a ambos autores. Los dos se alejan de la celeridad y el ritmo frenético del manga más comercial para detenerse en la contemplación de la belleza que puede llegar a encerrar el horror, de la fascinación por lo macabro. Pero si Maruo triunfa con facilidad sobre Kago en lo que a preciosismo, sutilidad y profundidad psicológica se refiere, este último hace gala de una fantasía y un humor negro que le permiten abordar situaciones mucho más escabrosas sin caer en lo que podría llegar a ser considerado como directamente condenable. Kago coincide también con ese otro maestro del horror japonés que es Junji Ito en la búsqueda del triple salto mortal sin red, pero mientras Ito parece querer escribir historias que puedan llegar más tarde o más temprano al cine, Kago juega a la experimentación formal de una manera inaudita. No deja de resultar curioso que con unos mimbres tan de serie B como son el horror, la mutilación, el masoquismo y el excremento, Kago haya sabido destacar tanto por lo original de su tratamiento como por la deconstrucción del medio en el que trabaja. Sus páginas proponen malabarismos entre la superficie de la página, la tridimensionalidad del objeto representado, y las múltiples capas de metaficción que pueden finalmente englobar incluso al lector, rompiendo la barrera entre ficción y realidad. Al tiempo que pone de manifiesto el artificio en su obra, Kago señala el artificio de nuestro propio entorno.

Precisamente esa interfase, esa fina piel que separa el mundo que percibimos como real del mundo recreado en el arte, es en última instancia el discurso central de gran parte de la obra del mangaka. Como Agustín Fernández Mallo en su novela Nocilla Experience o, por qué no, como en la adaptación que de ella hizo al cómic Pere Joan, la búsqueda del límite se convierte en el impulso que da aliento a la creación, artística o no. Kago constantemente recurre a destruir la piel de sus personajes para hacer que lo estaba dentro pase a estar fuera y viceversa. Agujeros que traspasan cuerpos, cuerpos extraños que penetran orificios, orificios que reciben y expelen fluidos… En su serie Homunculus, desgraciadamente inconclusa en España, Hideo Yamamoto desarrollaba una idea fascinante. A través de la trepanación quirúrgica, esto es, un pequeño agujero en el cráneo que pone el cerebro en contacto con el mundo exterior, su protagonista era capaz de ver el yo auténtico de sus congéneres, la imagen de sí mismos que reprimían para poder encajar en una sociedad represiva. Yamamoto codificaba a través de esta metáfora la enfermedad de sus congéneres, de su sociedad, y la necesidad de la aceptación del yo interior para alcanzar la curación. Kago, con sus cómics mucho más salvajes, es más oblicuo -y socarrón- pero igualmente eficaz. Arengando a los lectores a romper los tabúes, a disfrutar de la representación del dolor, a rasgar la fina pero casi impenetrable membrana que enjaula nuestras bajas pasiones, a reírse de todo ello, Kago se erige en apóstol de la curación. Su medicina son las viñetas, sus pacientes somos nosotros. En el momento en que seamos capaces de leer sus páginas y reconocernos en ellas, habremos empezado a curarnos.