Humor cristiano (Alberto González Vázquez)

Humor cristiano (Alberto González Vázquez). ¡Caramba!, 2012. Rústica. 19×26 cm. 128 págs. Color y B/N. 18 €.

La última novedad —por el momento, claro— de ¡Caramba! ha sido Humor cristiano, de Alberto González Vázquez, también conocido en internet como Querido Antonio. Y como su propio nombre presagia, es una obra basada en un humor blanco, que huye de la provocación fácil y no molestará a nadie, y que demuestra que se puede hacer reír sin caer en la grosería y sin ofender la sensibilidad, sin renunciar a los valores morales, sin confundir libertad creativa con el aquí vale todo tan tristemente frecuente en el humorismo actual y… no. Es broma, tranquilos: Humor cristiano se pasa tres pueblos. Y lo hace de una manera muy particular.

            Alberto González Vázquez ha recopilado para este libro una parte del material que ha ido publicando en internet en los últimos tiempos, al que ha añadido mucho de nuevo cuño —unos dos tercios del total— entre textos, cómics, y gags de una sola viñeta. En todos ellos el autor deja claro que para él el humor no tiene límites e ignora eso tan conservador y en el fondo tan retrógrado que es el buen gusto. Porque ¿qué es el buen gusto? ¿El buen gusto de quién? ¿Se puede en un mundo como el actual consensuar un buen gusto universal en aras de evitar que nadie se vea ofendido por un chiste? Obviamente no. Y no creo que sea algo deseable, tampoco. Y dado que cada uno se ofende por lo que le da la gana, y no por lo que dicta ese buen gusto abstracto y universal, el humor tiene que funcionar completamente al margen de cualquier preocupación en este sentido. Por supuesto que el humor puede ofender: para eso está.

            Así que González Vázquez ni se plantea los límites del humor: simplemente escribe sin ningún tipo de tabú. No sé si por inconsciencia o valentía, no esquiva temas tan controvertidos como los malos tratos, la pederastia, la religión, el sida o Juan Echanove. Su humor, especialmente en sus historietas, se basa en la inversión de valores como fuente de equívocos, una constante en el género desde la antigüedad clásica. Pero lo interesante y novedoso es que esa inversión no es previa al arranque de la acción, sino que tiene lugar en su transcurso, está expuesta al lector, y es lo que provoca los giros bruscos, casi violentos, que desembocan en el humor. González Vázquez no es dibujante, así que lo que hace es calcar figuras humanas de fotografías, con lo que consigue un efecto clave para entender el éxito de su fórmula: mientras que dibujantes como Paco Alcázar construyen un universo grotesco que se percibe como tal desde el primer vistazo porque el dibujo lo subraya, González Vázquez explora otra vía que se revela igualmente válida. Sus viñetas son neutras casi por completo, remiten a la realidad a través de la fotografía que se calca, e incluso en ocasiones es usada directamente. Se parte así de una situación normal en la que siempre se introduce un personaje disonante, con unos valores o un discurso alterados que en un principio parece causar malestar o rechazo en los demás pero que, tras un segundo giro, no sólo son compartidos sino celebrados. Lo monstruoso, lo aberrante, lo es solamente porque es diferente. Al naturalizar lo tabú, se produce un choque con el lector, que se ve arrastrado en el proceso aunque no quiera. La fórmula funciona, y alcanza sus mejores frutos en historias como “Taj Mahal”, “Juan Echanove”, “La minifalda”, “Transplante” o en el texto “Asco”. Quizás el problema sea que como toda fórmula corre el riesgo de agotarse o volverse previsible, pero el riesgo se evita con la variedad.

            Porque en Humor cristiano hay muchas más propuestas. Textos de calidad dispar pero con algunos muy buenos —“Lo prohibido” o “Entrevista con Antonio Banderas”—, historietas que usan directamente fotografías, como la genial “Obama”, páginas de cómic más experimentales, como las protagonizadas por unos Galactus y Silver Surfer apócrifos o “Invierno”, que cierra el libro, narrada como cómic pero que incluye el collage de fotos en las que el propio autor interpreta a todos los personajes que se usó para la realización de las páginas y que, aún no sé por qué, me inquieta mucho. Y es que ésa es otra de las claves: hay algunas historias que perturban tanto que ponen en entredicho hasta su misma naturaleza humorística, como es el caso de mi página favorita de todo el libro, “Ayuda”, impecable en su ejecución y representación de un equívoco muy negro, que provoca una sensación de atracción y rechazo simultáneos brutal.

            Y eso es algo aplicable, en diferentes grados, a todo el contenido de Humor cristiano, un libro que ignora el decoro y las buenas costumbres y nos enfrenta con nuestros propios tabúes, como individuos y como sociedad, un libro lleno de reflexiones bastante descorazonadoras, relaciones familiares enfermizas, personajes populares desubicados y algunas verdades incómodas ocultas entre sus páginas como bombas listas para estallar en la cara del lector. Y pajas.