Criminal: El último de los inocentes (Ed Brubaker & Sean Phillips)

Criminal: El último de los inocentes (Ed Brubaker & Sean Phillips). Panini, 2012. Cartoné. 28×18,5 cm. 112 págs. Color. 13,95 €

Ed Brubaker es, con todos sus defectos, uno de los guionistas del actual mainstream americano más sólidos. Se toma en serio el material con el que trabaja y a sus lectores, planifica con cuidado y, acierte o no, da siempre una sensación de saber lo que está haciendo que contrasta con la tendencia a la improvisación que se ha generalizado en las grandes franquicias.  Pero también es cierto que es un autor que rara vez sorprende en sus planteamientos —aunque pueda hacerlo en sus giros argumentales—: quien compra un cómic de Brubaker ya sabe, a grandes rasgos, lo que va a encontrarse.

            Uno de los mejores ejemplos es Criminal: serie de género negro canónico, puro, alojada en el sello Icon de Marvel, que permite que los autores retengan los derechos, y que cuenta con Sean Phillips en el dibujo. Empezó bien, muy bien, con historias de sabor clásico, personajes bien construidos y carismáticos, giros de guion interesantes, y una excelente voz narradora. Pero las siguientes entregas cayeron en la rutina de forma alarmante: más de lo mismo, entretenido, sí, pero intranscendente. Se sigue adelante por la inercia de la serie regular, como tantas veces sucede. Pero resulta que Brubaker se guardaba un as en la manga.

            Y ese as es El último inocente, último arco argumental de Criminal publicado en España, como es habitual en formato de tomo, por parte de Panini. Brubaker y Phillips han creado no sólo la mejor entrega de la serie hasta el momento, sino que posiblemente es su mejor tebeo desde que están colaborando. Y lo es porque trasciende el género desde el respeto y añade capas de lectura que enriquecen la obra. Y sinceramente, no creo que a estas alturas haya muchas más formas de hacer las cosas y ser relevante o aportar algo nuevo.

            No obstante El último inocente puede leerse como género negro puro y duro: es la historia de un hombre con sus chanchullos, pero más o menos normal, que vuelve al pueblo donde pasó su juventud para estar con su familia en la enfermedad de su padre. A partir de ahí, lo dicho, una historia fenomenalmente montada en la que el protagonista quiere cambiar de vida, deshacerse de su mujer, liársela a su suegro, afamado hombre de negocios, y cargarle el muerto al amante de su esposa.

            Pero la jugada es de maestro: al mismo tiempo, Brubaker convierte estos tebeos en un homenaje o revisitación de otros más antiguos y convierte la historia en algo más grande, más divertido y más interesante desde muchos puntos de vista diferentes. En primer lugar es, como toda la serie pero más claramente aún, una referencia constante a los cómics de crímenes pre Code en los que los gánsteres campaban a sus anchas y el crimen no siempre tenía castigo. La trama de asesinato y encubrimiento remite directamente a los argumentos de aquellos tebeos, aunque los revista de madurez y verosimilitud, pero además incluso hay una escena en el que el protagonista abre una vieja caja y lee algunos de cuando era niño —la historia transcurre a principios de los ochenta— “Me cuesta creer que en aquellos tiempos nos dejaran leer esto… Pero era un mundo distinto. Un mundo mejor”, dirá. Y quizás el mayor homenaje y al mismo tiempo la mayor vuelta de tuerca a los viejos cómics que leía ese chaval está en su final, que obviamente no voy a desvelar aquí.

             En segundo lugar, El último de los inocentes plantea un juego constante con el universo de Archie Comics. Hablamos muy poco de los cómics de Archie para el peso que han tenido y aún tienen en la sociedad americana, como explica Santiago García en este texto. Simboliza un pasado ideal que nunca existió, ese remanso de prosperidad en el imaginario colectivo estadounidense en el que los personajes de Archie viven eternamente, sin envejecer, aunque ciertas cuestiones más estéticas que éticas sí evolucionen. Y Brubaker y Phillips lo que proponen es coger ese mundo y confrontarlo con la realidad. Archie ha crecido y ya es un ingenuo adolescente que vive blancas aventuras mientras se toma un batido en la heladería y elige entre Betty y Veronica para ir al baile de primavera. Archie, en estos cómics, se llama Riley y se ha casado con Veronica, que le pone los cuernos con Reggie, y por eso suspira recordando a Betty, la encantadora vecina de al lado, su mejor amiga de la infancia con la que finalmente, porque así es la vida, no acabó saliendo. Moose se ha hecho policía, y Jughead, como no podía ser de otra manera, es un yonqui en rehabilitación. La heladería a la que iban de chavales ha cambiado de dueño y ahora está frecuentada por punkis. Archie/Riley vive recordando ese pasado idílico, convencido de que las malas decisiones que ha tomado en su vida pueden solucionarse volviendo a él —simbolizado en su pueblo natal, Brookview/Riverdale—, aunque sea de manera artificial y llevándose por delante lo que haga falta para estar con su particular Betty. Sean Phillips y los coloristas Dave Stewart y Val Staples hacen un excelente trabajo recreando el estilo de los tebeos de Archie, bien en viñetas intercaladas entre las del presente a modo de flashbacks, bien en páginas completas que contienen historietas breves que van completando la narración principal.

            El último de los inocentes tiene algunos momentos bastante duros, aunque otros lo pretenden pero no lo consiguen, quizás por lo de siempre: son cuestiones que en el mainstream pueden ser incómodas, pero fuera de él no tanto. Sin embargo, me reafirmo: es el mejor trabajo hasta la fecha del tándem Brubaker/Phillips, que funcionan ya prácticamente como si fueran un único autor completo. Un cómic rico en lecturas y matices metalingüísticos, que mezcla el cómic de romance adolescente con el de género negro de manera impecable, que reflexiona sobre cómo idealizamos el pasado y lo mal que puede sentar envejecer, y que esquiva cualquier moraleja al uso en su brillante final.