Josep María Berenguer: días de vino, rosas y actitud

Es el turno de Martí.

El famoso creador de Taxista, Martí, legendario superviviente de la cultura de la droga que mató a muchos de su generación en los años 80 en España, sube a la plataforma y hace su discurso frente al micrófono dirigiéndose a la doliente audiencia en una de las amplias salas del tanatorio principal de Barcelona:

«Perdón, acabo de enterarme de la muerte de Berenguer. Lo llamé hace un par de días para pedirle otro adelante… ¡Pero esta vez fue él quien se adelantó a mí!»

Todo el mundo ríe. Después, el hijo de Berenguer, Manel, habla para cerrar la ceremonia. Las suyas son las palabras más esperadas del día…

«Si se nos ha enseñado que el vino era la sangre de Cristo, entonces el Ballantine’s era la de mi padre. Así que, para honrarlo, he traído estas botellas para que bebáis la sangre de mi padre», y entonces abre una caja de botellas de güisqui y procede, junto a sus hermanas, a llenar un vaso a cada uno de los presentes.

Las palabras que acabáis de leer pertenecen al inicio del obituario que Hernán Migoya, antiguo editor de La Cúpula, ha escrito sobre Josep María Berenguer en la web norteamericana The Comics Journal. Su artículo termina así.

Su enfermedad fue repentina y murió a los pocos meses, el 23 de abril. No sufrió mucho. Era muy querido por todos los profesionales del cómic de España, aunque tuvo sus pelas con la mayoría debido a sus fuertes convicciones y opiniones en ocasiones obcecadas.

Con todo, era una persona muy buena. Tenía una libertad de pensamiento maravillosa, especialmente para un producto de los 70 proveniente de un país oscurantista, como era la España de aquellos tiempos.

Ha sido, indudablemente, el editor underground español más importante de la historia del cómic.

Añadiría, «que Dios lo bendiga», pero estoy seguro de que Dios no lo haría y, en cualquier caso, Josep María tampoco se lo permitiría. Así que solo diré, gracias, Josep María, por bendecir nuestras vidas con tu amistad.

El cuerpo central del artículo, que aquí hemos escamoteado, incide en la historia editorial de Berenguer, una historia que creemos que a grandes rasgos ya conoce el lector español. De todos modos, el espíritu de esa trayectoria se condensa en la entrevista que recuperamos a continuación, una entrevista que Berenguer mantuvo precisamente con Migoya allá por 1995, en el número 179 de El Víbora, en el que se conmemoraba el 15 aniversario de la revista.

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Foto: D. Pasamonik (L’Agence BD)


¿Quién era Josep María Berenguer antes de El Víbora?

He cumplido 50 años. Tenía 35 cuando empezamos El Víbora. Veamos antes de eso. Siempre me ha fascinado la imagen y por ello me he dedicado a las artes visuales. Mi educación ha sido bastante afortunada a ese nivel. Mi padre tenía una parada de libros en el Mercado de San Antonio, y siempre he leído mucho. Desde los 14 años, en que mis padres me enviaban de intercambio a Inglaterra, he viajado constantemente. Recientemente he pasado dos meses en Japón, y he vivido en Nueva York, California, Estocolmo… A los 20 años me casé, tuve una hija y viví en Estocolmo dos años. También he vivido en París. En el 68 estuve allí haciendo carteles en Bellas Artes. He visto muchas cosas, y me ha interesado siempre la vida desde una óptica social y creativa. A inicios de los 70, volví de USA y con dos amigos más, fundé un equipo de arquitectura ligera. Nos dedicamos a hacer cúpulas geodésicas, entre otras la de Els Joglars, de 20 metros de diámetro, o mi propia casa en La Floresta. Tras varios años de trabajo, llegó una fuerte crisis de la construcción y nos disolvimos. Yo me quedé en La Floresta, trabajando en toda clase de chapuzas: cuadritos para turistas que vendíamos en Sitges, o haciendo de fotógrafo de los grupos de niños en las escuelas. Me ganaba la vida como podía.

¿Cómo nació en ti la idea de lanzar una revista de cómic?

Vivía cerca de Josep Toutain, editor de cómic, y nos hicimos muy amigos. Sacábamos revistillas, boletines de barrio. Yo me encargaba de todo el aspecto visual y tenía muchas ganas de hacer una revista. Se lo comenté a Toutain, y él me ofreció dinero y conocimientos para realizarla, pero con la condición de que fuera de cómic. Me prestó todo su apoyo logístico: dónde comprar papel, dónde imprimir, etc. No tenía una familiaridad concreta con el medio, pero sí un olfato, una sensibilidad especial, gracias a la cual logré reunir a toda una serie de artistas con los que lanzamos el proyecto. Había dos grupos distintos, uno más de la Plaza Real, el Chino, etc., más barriobajero (Nazario, Pons…), y otro más de Bellas Artes, más estilista y menos marginal (Max, Roger…).

¿Cuál era la filosofía de esa nueva revista?

Lo que me planteé fue hacer una revista rompedora. La mayoría de los dibujantes profesionales consolidados (Usero, Giménez), decían al ver lo primeros números: “esto es una mierda, esto no va a durar dos días, se van a hundir…”. El Víbora fue la introducción de un expresionismo sucio, caricaturesco y exagerado, que conectó rápidamente con la gente joven. Cada uno hacía lo que quería, pero hablábamos mucho, nos veíamos constantemente: hacíamos reuniones, paellas, merendolas, etc., con lo cual se discutían mucho los contenidos a seguir. Al principio mi casa hacía las funciones de estudio, redacción, almacén, etc. Todos los dibujantes solían decir antes de reunirse: “Quedamos en la cúpula”. De ahí salió el nombre de la editorial. Yo siempre he tratado de que El Víbora tuviera una línea, un mensaje, una coherencia de contenidos: que siempre mantuviera una actitud de crítica social lo más cruda posible, y que hubiera variedad gráfica. No quería una escuela de dibujo, siempre he intentado huir de las escuelas: que si la línea clara, que si la línea nosecuántos… Y he tratado de encontrar autores con carácter, a los que el lector pudiera diferenciar de cualquier otro autor con una sola hojeada.

¿Cómo se os ocurrió el título de la revista?

Fue una casualidad. Nos obligaron las circunstancias, la censura. La primera idea fue llamarla Goma 3. Goma 2 era un explosivo muy utilizado por ETA en aquella época, y pensamos que por la intención que teníamos de hacer una revista muy anti-autoritaria, ese era el título idóneo. Pero por aquel entonces había que pedir permiso a Presidencia de Gobierno para sacar cualquier publicación a la calle, y allí nos estuvieron dando largas, no nos contestaban, hasta que me dejaron entender de una manera un poco disimulada que no nos daban permiso porque el nombre les parecía demasiado provocativo, ofensivo, etc. Al final nos reunimos todos y decidimos buscar otro título, porque tampoco nos interesaba luchar por un nombre, lo que queríamos era sacar una revista. Confeccionamos una lista de unos cien nombres, y nos quedamos con “el Víbora”.


El original de la portada de El Víbora nº1, de Nazario, expuesto en Getxo el año pasado.


Pero el título va por la expresión “ser un víbora”, supongo.

Sí, significa alguien que habla mal de los demás, y esa era nuestra intención. No indiscriminadamente, pero sí con actitud crítica.

¿Tuvisteis algún problema más?

No. Nacimos con la abolición de la censura, y pisábamos muy fuerte. Es verdad que recibí varias cartas anónimas amenazándome de muerte, diciendo: “hijosdeputa, ya vendremos a ajustar cuentas, os cortaremos los huevos…”. En fin. Eran cosas que te daban una cierta alegría, te proporcionaban fuerza y te hacían sentir que estabas en el buen camino.

¿Pensabas que podía durar tanto una revista de estas características?

No trabajábamos con la idea de un futuro lejano, la vida era tomada muy día a día. Pero aunque yo me he pasado mucho en la vida, siempre he tenido la consciencia de que teníamos que hacer durar esto. Y hemos pasado por todo.

¿Muchas anécdotas de aquellos tiempos?

Sí, las grandes fiestas, comilonas y borracheras que nos pegábamos todos, colaboradores, familiares, cuñados y amigos. Una pasada.

¿Es cierta, pues, la fama de los excesos de aquella época?

Sí. Realmente fueron días de vino y rosas. Pero como anécdota especial, una de las mejores fue con motivo del golpe de Estado, el 23-F. Creo que el primero que nos llamó por teléfono fue Martí Riera, avisándonos de lo que estaba pasando. Luego nos llamamos unos a otros para confirmar el asunto, y nos reunimos en la editorial por la tarde, quedándonos allí toda la noche, pensando qué hacer. Pasó de todo, desde un amigo editor de París que me dijo que podía ir para allá hasta que se calmara el asunto, que tendía curro sin problemas mientras tanto, hasta otro que decía conocer a un mangui de la Plaza Real que vendía pistolas a 50.000 pelas, que teníamos que defendernos, y todo eso. Al final decidimos que lo más sensato era opinar sobre el asunto. Montamos un número especial en una semana. Tuvimos colaboraciones desde París, de Shelton, y de Willem, Art Spiegelman llamó desde Nueva York… La gente se movilizó, y eso también nos dio mucha fuerza, autoestima y legitimidad. Nos dimos cuenta de que en la prensa, sobre todo en la del ocio, a la que pertenecemos, se habían producido muy pocas tomas de posición claras. Nadie sabía qué pasaría exactamente, y casi nadie dio la cara. Esto también me sorprendió. Mucha gente disimulaba, decía que se tenía que ir unos días a nosedónde…

Temáticamente, El Víbora ha sido la revista especializada en hablar abiertamente de según qué cosas. La homosexualidad, por ejemplo, ha sido siempre mostrada sin tapujos ni censuras.

Sí, pero no solo la homosexualidad, sino la sexualidad en general. Una de las acusaciones que nos hacía en los primeros 50 números de El Víbora era que no editábamos un cómic, sino una revista pornográfica, marrana, donde solo había sexo… Eso sigo escuchándolo ahora. Yo personalmente creo que, igual que hay que tomar una postura política clara en la vida para tener una idea de cómo es el mundo, lo mismo se debe hacer con respecto al sexo, las relaciones humanas, afectivas… Sufrimos una gran dosis de represión, de autocensura. La sociedad utiliza muchos resortes para sublimar los deseos sexuales de la población y convertirlos en esfuerzo no placentero. El sexo es utilizado socialmente como la zanahoria que se pone delante del burro para que dé vueltas a la noria. Siempre he pensado que el sexo hay que afrontarlo de cara, tomarlo por lo que es, no como una zanahoria, sino como camino, como actitud social, como lucha política. Y lúdica. En mi juventud, las corrientes intelectuales abordaban el sexo como vía revolucionaria contra el poder establecido. Pero es que las cosas no han cambiado mucho. Actualmente existe una nueva moral, eso que los americanos llaman lo “políticamente correcto”: antes de dar una opinión o decir lo que piensas, lo que sientes, tienes que considerar si es políticamente correcto. Y claro, eso es lo que mata la vida, la libertad, las relaciones humanas.

O sea, que la lucha de antes y la de ahora es prácticamente la misma.

La lucha continúa, y continuará hasta el fin de los tiempos. Yo no creo que lleguemos fácilmente a un paraíso, a un parnaso donde no haya represión ni injusticias. Más bien veo en estos momentos la vida como una lucha constante, como una fricción constante. Los problemas difícilmente se solucionan. Lo que podemos hacer es encararlos, o evitarlos, o soslayarlos, o hundirnos en ellos… Pero los problemas continúan, porque el ser humano tiene unas pulsiones básicas que están ahí desde siempre.

Aparte de ese número dedicado a El golpe, ¿hay algún otro que te haga sentir especialmente orgulloso?

A mí me gustó mucho hacer la portada nº 100, que fue una especie de jam-session. Nos sentamos en una sala todos los autores de El Víbora durante dos o tres días seguidos, sin parar de dibujar y discutir ideas. Fue una de las experiencias más fuertes que recuerdo de trabajo colectivo.


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¿Cuáles han sido los álbumes de mayor éxito de El Víbora?

Varios. Dos Peter Punk, de Max, y Anarcoma, de Nazario; vamos ya por la 4ª edición. De Fuga de la modelo, de Gallardo y Mediavilla, llegamos a vender en su momento más de 20.000 ejemplares. Ranxerox, de Liberatore, también ha sido un álbum muy puntero y emblemático. Y naturalmente, cualquier de Shelton y Crumb.

¿Qué título sería “lo más” de El Víbora hoy?

Las que más éxito tienen son Mónica y Beatriz, con sus Pequeñas viciosas.

¿Cuál es la relación actual con los antiguos autores?

Hay de todo. Sobre relaciones malas no te voy a dar nombres. Sí es verdad que hay autores que me han dejado de gustar, o me han dejado de parecer interesantes, porque considero que su mensaje no tiene ya validez, o es repetitivo, o simplemente vacío. Con algunos he podido hablar y nuestra relación sigue siendo estupenda. Otros han dejado de publicar porque han dejado el cómic. Unos se han decantado a la pintura, otros se han ido al diseño y la publicidad… Como anécdota está el caso de Pàmies, que se enamoró de una doctora y se fue a vivir a Granada, y ahora es profesor de Literatura Francesa. La vida te puede llevar por muchos caminos.

Pero hay varios que continúan. Max sigue preparando El mapa de la oscuridad, Pons también prepara cosas, y creo que Nazario seguirá colaborando esporádicamente. Por cierto, sus acuarelas son preciosas.

Tú que siempre estás tan preocupado por el lado social del cómic, ¿qué crees que refleja El Víbora actual?

Yo lo que pretendo es que continúe reflejando la sociedad en que vivimos y que continúe teniendo un cierto espíritu crítico. Pero es cierto que quizá ahora va más revestido de humor, de un humor más cínico. Hay menos opción utópica, aunque creo que no deja de tener una lucidez acerca de la realidad. En ese sentido el humor es purificador. L capacidad de reírte de las circunstancias, de tu situación, de lo que te afecta, consigue también crearte una distancia, te relaja, te permite respirar.

Se está formando una nueva escuadrilla de autores españoles: Mónica y Beatriz, Iron, Miguel Ángel Martín, Jaime Martín, Fonteriz, Mauro, Álvarez Rabo…

…Y muchísima más gente nueva que, aunque no está en El Víbora, está muy cerca. Desde hace tres años, Kiss Comix está canalizando gran parte de los jóvenes talentos. Allí los autores no hacen fantasía ni ciencia ficción, trabajan básicamente con el cuerpo humano, la anatomía, las expresiones y la manera de transmitir emociones primarias. Creo que es pues un magnífico aprendizaje. De allí ha llegado a El Víbora Fonteriz, y pronto lo hará Kevin Taylor. Además, la renovación no solo ha afectado a la cara externa de la revista, sino también a la interna, la del equipo redaccional. Ahora mismo se produce un gran entendimiento entre el staff y los autores, hay un espíritu afín.

¿Cuál es el futuro de El Víbora?

Yo creo que hay que mirar el presente, más que intentar ser un estratega a muy largo plazo. Sobre todo porque estamos hablando de una cultura viva, de una revista que conecta con la calle, con lo que está pasando, por lo tanto su fuente de información y su inspiración están en el presente. En lo que está sucediendo.

Para terminar, una pregunta metafísica: ¿qué has aprendido personalmente en estos 15 años de El Víbora?

He aprendido a mirar y estoy aprendiendo a vivir.