El hombre que se dejó crecer la barba (Olivier Schrauwen)


El hombre que se dejó crecer la barba (Olivier Schrauwen). Fulgencio Pimentel, 2012. Rústica. 21 x 27 cm. 112 págs. Color. 21 €

Olivier Schrauwen es un joven autor belga con poca obra publicada. En España se editó hace poco Mi pequeño, y ahora nos llega de la mano de Fulgencio Pimentel El hombre que se dejó crecer la barba. Se trata de una antología de historias que tienen como nexo superficial que sus protagonistas son barbudos. Pero si uno profundiza, ve que tienen en común mucho más: en casi todas las historias aparecen mundos imaginarios que son tan reales como el físico, mundos a los que uno o todos los personajes pueden acceder. Ya sea un mundo mental en el que un paralítico se refugia —El imaginista—, un mundo alternativo al que puede accederse a través de un artilugio —en la última historia, sin título— o mundos que se crean a través del dibujo.

Personalmente son estas últimas historias las que me han parecido más interesantes. Schrauwen explora el poder del dibujo, el hechizo que se ejecuta cuando cogemos un lápiz y trazamos un garabato, eso tan maravilloso que un niño conoce perfectamente pero que los adultos a veces olvidamos. Si el dibujo es forzado, como en la severa clase de La tarea, el estricto ejercicio al que es sometido el alumnado puede desembocar en un mundo de pesadilla, pero cuando la creación es libre, puede ser algo de carácter sagrado: en la que creo que es la mejor historia del volumen, La caverna, el hombre surge de una gota de tinta con propiedades mágicas, y con ella puede además crearse cualquier cosa que se imagine y pueda dibujarse, incluso una puerta a otro mundo.

Las ideas que expone Schrauwen son muy atractivas, pero no funcionarían si no fuera por su gran talento para el dibujo. Llama la atención que, mientras que en Mi pequeño rendía tributo al dibujo clásico y a Winsor McCay, en El hombre… se lanza a la experimentación más radical. En cada historia muta su estilo en función de lo que está contando, y recoge influencias clásicas —Congo Chromo, Clases de cabello— y otras más pop —El hombre que se dejó crecer la barba o El imaginista—. El uso que hace del color es también sobresaliente: va variando de técnica con la misma fluidez y siempre dota de un sentido narrativo al color de sus historietas, frecuentemente limitando la paleta que usa. Debido a esto el color nunca es naturalista, sino que intenta ser simbólico, transmitir emociones más que realidades. E incluso aunque no todas las historias gusten por igual, creo que esa audacia, la ambición que demuestra Schrauwen, son lo mejor del tebeo, y lo colocan a la cabeza de la vanguardia del medio.

El hombre que se dejó crecer la barba es un tebeo sobre la imaginación y la alegría de la creación artística, que celebra la libertad que ofrece el cómic contemporáneo y explora sus límites con desenfado. El sentido del absurdo de Schrauwen —que no resultará ajeno a los que hayan leído Mi pequeño— da lugar a escenas delirantes cuya lógica rozan muchas veces el surrealismo puro.

No me gustaría terminar sin dedicarle unas palabras a la excelente edición de Fulgencio Pimentel, que creo que es incluso mejor que la americana a cargo de Fantagraphics. Tiene unas cubierta y contracubierta diferentes, más bonitas, y el papel y la encuadernación son también de buena calidad. La traducción de César Sánchez, muy libre, se aleja de la literalidad y recrea en cada historia el tono necesario, respetando el espíritu del texto más que su letra exacta, lo cual me parece una gran decisión, incluso aunque en alguna frase se pueda exceder: siempre es preferible eso a una traducción neutra, plana y aburrida. Un gran trabajo para un tebeo muy recomendable.