Experimento

Echando un ojo al blog de Fantagraphics hemos encontrado este cómic de una página de David Lasky, y nos ha traído a la memoria el debate sobre el acabado y el minimalismo en cómic, y sobre la importancia de encontrar un registro gráfico adecuado para la historia que se quiere contar o la sensación que se quiere transmitir.

al-pacinocolor-763123.jpg


¿Es el autor un caradura? ¿Son necesarios unos mínimos de habilidad en el dibujo para contar una historia en cómic o basta con tener «una idea»? Evidentemente, es una forma válida para contar una historia, pero la cuestión es si existe un público interesado en aceptar las premisas estéticas del autor. ¿Vosotros compraríais este cómic?

Pero podemos ir un paso más allá y echar un ojo a Panel one, de Alexander Danner.

panel1.gif


El cómic continúa así durante varias páginas, con la aparición de algún bocadillo más adelante, letras de imprenta rotuladas mecánicamente después, capturas de pantalla de ordenador, imágenes simples prediseñadas, algún juego con la forma y el color de las viñetas y, sólo hacia el final, algún dibujo y caligrafía manuales de estilo infantil. ¿Atrevido experimento narrativo? ¿Búsqueda de los límites de la narrativa en cómic? ¿Más cara que espalda?

Esto nos plantéa otra pregunta: ¿es lícito no mancharse las manos con grafito para hacer un cómic? ¿Puede ser la historia tan interesante, estar narrada con tanta precisión como para que admitamos no tener ni siquiera una pista de la habilidad del autor como dibujante? ¿Para que olvidemos lo que aporta a la historia el trazo, la mancha, el color, el valor icónico del dibujo? Charles Burns es un autor donde se aunan el ritmo narrativo certero, la complejidad simbólica, la maestría en el dibujo, el acabado pulcro, posiblemente su Agujero negro sea considerado en el futuro como una de las grandes piezas del cómic de esta década… Sin embargo, su formación como fotógrafo (gracias por el enlace, Pepo) propició que sus primeras incursiones en el mundo del cómic tuviesen esta forma:

burns01.gifburns02.gifburns03.gifburns04.gifburns05.gif
burns06.gifburns07.gifburns08.gifburns09.gifburns10.gif
burns11.gifburns12.gifburns13.gifburns14.gifburns15.gif
burns16.gifburns17.gifburns18.gifburns19.gif


La historia, titulada The cat woman returns, fue creada en 1979 (anterior a sus primeros cómics «convencionales» publicados a principios de los ’80 en RAW), y apareció en Taboo #6 (SpiderBaby Grafix & Publications, 1992), la revista dedicada al horror editada por Steve Bissette donde también tuvieron cabida otras obras experimentales como Les yeux du chat de Jodorowsky y Moebius o los primeros capítulos de dos importantes y a priori poco comerciales obras de Alan Moore, From Hell y Lost Girls, realizadas con Eddie Campbell y Melinda Gebbie respectivamente. ¿Es la historia de Burns un cómic? Evidentemente, la fotografía no nos transmite las mismas sensaciones que el dibujo, carece de su iconicidad y perdemos en parte el carácter distintivo que imprime la muñeca del autor dibujando sobre papel (o sobre la wacom), pero por lo demás, se «lee» como un cómic. Ahí está el merecido éxito de El fotógrafo (Glénat) para certificar cómo la fotografía se puede integrar de forma natural en la narrativa del cómic.

moonknight.gifbignumbersp5_full.jpg
Bill Sienkiewicz en Moon Knight y Big Numbers, respectivamente


La cuestión es: ¿no debería el arte por sistema apostar por nuevas soluciones, evolucionar para colocarse a la par (o por delante) de los tiempos? Si otras disciplicas artísticas han pasado por revoluciones como el cubismo o el surrealismo que suponían una rotura total con las reglas y una redifinición de las propias disciplinas artísticas, ¿por qué nos cuesta tanto aceptar este tipo de experimentación en el cómic? Aceptamos con agrado la experimentación en Little Nemo o Gasoline Alley porque el dibujo se adapta unos determinados cánones estéticos. Tres cuartos de lo mismo con la revolución en los superhéroes que supuso el estilo de Neal Adams. Su influencia se haría patente en artistas como Bill Sienkiewicz, que posteriormente buscaría su propio camino experimental, epatando a todo el mundo en Los Nuevos Mutantes y llegando más allá en Elektra Asesina, Stray Toasters o la inconclusa Big Numbers. Una vez aceptado el «nuevo estilo», daría lugar a nuevos émulos como Dave McKean o David Mack, y vuelta a empezar.

klezmer3p30.jpgklezmer3page31.jpgklezmer3page32.jpgklezmer3page33.jpgklezmer3page35.jpg
Páginas de Klezmer 3, de Joann Sfar


Actualmente, y gracias sobre todo a una corriente que viene de Francia y que lidera Joann Sfar (al menos en cuanto a calidad se refiere), empezamos a considerar que cómics dibujados con un estilo mucho menos académico y en apariencia mucho menos trabajados, pueden ser perfectamente válidos. Exigir un acabado determinado a nuestros tebeos sería equiparable a exigir que todos los cuadros estuviesen pintados a lo Velázquez. El arte debe transmitir, y para ello puede emplear muy distintos recursos. ¿Por qué aceptar la experimentación en unas artes y no en otras? Eso sí, los experimentos por definición suponen «probar y examinar prácticamente la virtud y propiedades de algo». No tenemos tampoco por qué considerar cada experimento como un éxito, pero sin experimentos, incluídos los fallidos, no hay evolución. No hemos llegado aun al tope de la experimentación (probablemente no lo tiene), las propuestas de un Chris Ware pueden ser muy interesantes (lo son), pero ni siquiera rozan el límite de lo que el noveno arte puede llegar a ofrecernos. Las barreras están ahí para romperlas, el público cada vez es menos «académico» y acepta propuestas formal e intelectualmente más arriesgadas. Resulta que hay otras formas de hacer cómic y que además, nos gustan. De ningún modo esto invalida más de un siglo de historia y evolución. Al igual que en otras disciplinas artísticas, las tendencias pueden coexistir y encontrar su público: nosotros, haríamos bien en estar alerta y tener los ojos bien abiertos, porque la revolución no será televisada…