La oruga (Suehiro Maruo)


La oruga (Suehiro Maruo). Glénat, 2011. Rústica con sobrecubierta. 144 págs. B/N. 12 €

Pocos dibujantes son tan fascinantes como Suehiro Maruo. Desde sus primeros trabajos, Maruo ha ido desarrollando un malsano universo tan personal como subversivo, colocando a los lectores en la posición de un nada inocente voyeur y obligándoles a enfrentarse a sus propios tabúes: la aparente amoralidad de sus historias no hace más que entroncar con las pulsiones humanas más elementales y cuestionar nuestra propia moral. Sexo, mutilación, escatología, incesto, abuso, sadismo y muerte son algunas de las marcas de la casa, todo un catálogo de lo políticamente incorrecto y del mal gusto que sin embargo contrastan (y por tanto adquieren una mayor dimensión) con el exquisito gusto y la belleza clasicista con que el japonés dibuja. No cabe duda de que es ese dibujo, heredero de una tradición no demasiado explotada por el manga, el responsable en gran medida de la fascinación que causan sus historias. No estamos acostumbrados a que el underground y la subversión vengan acompañados de una excelencia estética clasicista, salvando tal vez el caso del paradigma occidental que es Charles Burns o, en un nivel más caricaturesco, Robert Crumb. A pesar de las diferencias estilísticas entre Crumb y Maruo, casi puede decirse que juegan en la misma liga. En su extraordinaria reseña de La sonrisa del vampiro (un texto ideal para introducirse en las constantes de Maruo), Pepo Pérez decía: “Existe algo en las imágenes de Maruo, una poesía rara y perversa, un simbolismo primigenio, que intuimos más que comprendemos racionalmente, pero que nos induce a escarbar hondo en nuestro interior y enfrentarnos a ciertas verdades humanas”. Como casi todos los grandes autores, Maruo lleva toda una vida expandiendo con sus trabajos una idea central, la de que el hombre es esclavo de sus pasiones y su naturaleza animal, y que la naturaleza es, por definición, cruel. Tal vez por eso las imágenes de bucólicos paisajes que disemina en sus comics, con exuberantes vegetaciones y diversa fauna, dibujadas con preciosismo y minuciosidad, resultan casi siempre inquietantes. Tal vez también por eso su trabajo es tan personal y apenas si podemos citar como digno sucesor (y no siempre) a Usamaru Furuya, o encontrar algunas pinceladas de influencia en Shintaro Kago.

La identificación del hombre con el animal llega a su cima precisamente en La oruga, la última obra de Maruo, que de nuevo resulta ser la adaptación de un relato de Edogawa Rampo, el popular escritor japonés de misterio que desarrolló su carrera en la primera mitad del siglo XX. De nuevo me ahorro algunas líneas enlazando la reseña que realicé sobre la anterior adaptación de Maruo de una obra del escritor, La extraña historia de la Isla Panorama, donde, manteniendo el foco en sus obsesiones más arraigadas, ya muchos de los elementos más controvertidos de sus trabajos anteriores desaparecían para dejar paso a un acercamiento más sutil. El cómic que nos ocupa hoy se basa en el cuento homónimo de Rampo contenido en la antología Relatos japoneses de misterio e imaginación (Jaguar, 2006). En él, un soldado japonés regresa de la guerra ruso-japonesa horriblemente mutilado, sin brazos ni piernas, mudo y sordo. Su esposa se ocupa de cuidarlo, desarrollándose entre ellos una compleja relación que aúna amor, odio, culpa, deseo y resentimiento. Evidentemente, este soldado privado de apéndices e incapaz (casi) de comunicarse activamente con su entorno es la oruga a la que hace referencia el título, un hombre privado de aquellos atributos que lo convierten en humano y le permiten formar parte de una sociedad. Nos encontramos pues ante un argumento que, sin necesidad de elementos fantásticos, entronca perfectamente con los temas principales de Maruo, temas que él se encarga de reforzar en su adaptación añadiendo numerosas escenas y situaciones, por no hablar de los que su mismo dibujo está sumando al conjunto del relato. Si bien el cuento de Rampo es uno de los mejores contenidos en la antología citada, no se puede decir que su talla como escritor sea comparable a la talla de Maruo como historietista, y el dibujante aporta abundantes capas de significado al cuento original, lo hace suyo y lo amplía llevándolo a lugares cercanos a lo subconsciente.



Es interesante señalar que durante la 2ª Guerra Mundial, el cuento de Rampo estuvo censurado por el gobierno japonés al considerarse antipatriótico, y aunque el objetivo final es muy diferente, uno no puede dejar de acordarse del acoso sufrido por Dalton Trumbo a raíz de su novela y posterior película antimilitarista Johnny cogió su fusil, donde existe una similar situación de partida. Maruo también acentúa en su adaptación la crítica antibélica, como ya hiciera en muchas de sus historias previas y como sería de esperar en un autor nacido en Nagasaki. Si el constructo social es para el dibujante japonés la raíz de muchos de nuestros problemas morales, cuánto más lo será un constructo mucho más restrictivo y amoral como es el ámbito militar. Por otra parte, la relación de dependencia intensa y mórbidamente sexual entre los dos protagonistas también recuerda a una famosa película, El imperio de los sentidos (Nagisa Oshima, 1976). Y es que una de las mayores cualidades de La oruga es su capacidad de sugestión, en el sentido de que tras la historia que narra Maruo el propio lector teje una red de referencias y posibilidades casi inagotable. Si bien la dualidad entre la belleza y la fealdad físicas y espirituales que encontramos en esta obra no se apartan un ápice de aquello a lo que Maruo nos tiene acostumbrados, la inopinada –por tratarse de una obra de Maruo– relevancia del amor como pulsión humana y un final que puede entenderse como redentor hablan de un autor que crece y evoluciona.

Ahora que 2011 acaba de terminar y que se han visto y seguirán viendo algunas listas de lo mejor del año, es muy posible que La oruga no aparezca en ninguna de ella. Y es una pena, porque no se hacen cómics mucho más redondos que este.