Aama: Olor a tierra caliente (Frederik Peeters)

Aama: Olor a tierra caliente (Frederik Peeters). Astiberri, 2011. Cartoné. 23×31 cm. 88 páginas. Color. 20 €.

A Frederik Peeters le sigo la pista desde su ya lejano Píldoras azules, uno de los primeros tebeos suyos publicado en España y, en mi opinión, uno de los que más contribuyó y contribuye a la ampliación del público del cómic. Desde hace algunos años me llama la atención el camino que ha recorrido en su carrera, inverso al que es habitual encontrar en otros autores: pasó de una obra autobiográfica que le dio la fama a otras que se acercan más a algunos de los géneros más tradicionales: el policíaco en RG, la ciencia ficción de Lupus… sin perder, afortunadamente, ni un ápice de su calidad.

Aama: Olor a tierra caliente continua en esta línea, concretamente en la de la ciencia ficción, con planteamientos que por momentos recuerdan a la citada Lupus pero que se aleja bastante de ella, en realidad. En este primer tomo arranca una historia con todos los alicientes de la ci-fi espacial más clásica: naves espaciales, robots, bases científicas en planetas lejanos, implantes corporales… Y como mandan los cánones, ambientada en un futuro distópico, sucio y desalentador, no exento de cierta crítica a la actualidad, aunque sea un poco torpe: el mundo acaba de pasar por una “Gran Crisis”, se señala a grandes compañías como las culpables y, de paso, se han prohibido las religiones.

De la historia no hablaré mucho porque gran parte de la misma permanece sin contar al acabar este primer tomo, y porque tampoco es cuestión de reventarle el tebeo a nadie, pero sí diré que como es habitual en Peeters al margen de la historia principal, de la trama de ci-fi pura y dura, tiene una importancia fundamental las historias personales de los protagonistas. El autor nunca pierde de vista esa visión slice of life, sobre todo en el personaje principal, Verloc, pero también en su hermano Conrad.

Aama además es una historia llena de interrogantes y vacíos, empezando por la amnesia con la que parte Verloc, pero también por todo lo que rodea a la colonia científica a la que va a parar. Como primer número que es de una serie, aquí se plantean varios enigmas, y en eso el cómic es impecable: ahora hay que ver, claro, cómo se van resolviendo y si responde a las expectativas que genera, algo que casi nunca es fácil.

Pese al exceso de lugares comunes y tópicos del género, la mirada de Peeters y el enfoque centrado en los personajes consiguen mantener el interés, incluso aunque el género no guste demasiado. Sin embargo, creo que el mayor hallazgo de Aama es su estructura narrativa: la mayor parte de la historia es un enorme flashback que a su vez contiene otros más breves, de manera que se van llenando huecos en la memoria de Verloc —está leyendo su propio diario, en realidad— al tiempo que se le ofrece información al lector. Todo, siempre, con el buen hacer que es habitual en el autor, sus personajes sin fisuras, creíbles, humanos, su excelente dibujo, más detallado de lo normal, especialmente en los rostros, y un gran color que contribuye decisivamente a la cuidada ambientación de todo el tebeo, aspecto vital dado que hay mucha variedad en los escenarios.

El mayor pero que se le puede poner a este cómic es quizás que le falta algo de acción, pero también es cierto que esto se debe a que la historia acaba de arrancar, y, además, la única escena de acción que hay es una pasada que colma las necesidades de cualquier lector: un combate entre robots —uno de ellos el robot mono guardaespaldas Churchill, de los mejores personajes del tebeo— con clara influencia manga en la que Peeters se divierte de lo lindo y que me ha recordado, salvando las diferencias, a las que dibuja David Rubín en El héroe.

Como decía antes, ahora hay que ver cómo desarrolla Frederik Peeters lo planteado. Pero por el momento, tenemos una historia muy entretenida, con gancho y que promete, realizada con la maestría de uno de los autores europeos más interesantes del momento, que rara vez pincha en hueso.