Crónicas de Jerusalén (Guy Delisle)


Crónicas de Jerusalén (Guy Delisle). Astiberri, 2011. Cartoné. 17 x 24 cm. 336 págs. Color. 26 €

A estas alturas, Guy Delisle (Quebec City, 1966) es ya casi sinónimo de un producto muy concreto. Si exceptuamos el cómic infantil Luis va a la playa y la recopilación de historias más experimentales, Cómo no hacer nada, la obra del canadiense publicada en España denota una especialización en lo que podríamos llamar “libros de viajes”. En 2000 publicó Shenzhen, centrado en su estancia en la ciudad china, y en 2003 Pyongyang, donde relataba sus experiencias en Corea del Norte. Ambos libros fueron editados originalmente en Francia por L’Association, la editorial con la que Delisle venía publicando su poco convencional trabajo. Sus dos siguientes libros de viajes, Crónicas birmanas (2007) y Crónicas de Jerusalén (2011), manteniendo estructura y tono narrativos, los editó en Francia Delcourt, una editorial especializada históricamente en BD clásica y manga. Precisamente con su línea Shampooing (dirigida por Lewis Trondheim), Delcourt ha tratado de abrirse al mercado “alternativo”, publicando a gente como Joann Sfar, David B, Mathieu Sapin, Winshluss, Trondheim o el propio Delisle. Es importante remarcar este cambio de editorial porque, más allá de la fagocitación salvaje de la vanguardia que con tanto fervor denuncia Jean-Christophe Menu, es un claro indicio del importante viraje en los gustos del público y el mercado. O al menos de un sector del público lo suficiente amplio como para ser un mercado en sí mismo.

Escritos en primera persona y por tanto con un protagonista común, el propio Delisle, estos 4 libros de viajes podrían emparentarse con una tradición francesa que tiene a Tintin y Asterix como máximos exponentes. En aquellos primaba la aventura, tal vez porque su público objetivo era el juvenil, mientras que en la obra de Delisle lo que importa es lo cotidiano, más dirigido a un público adulto. Pero en el fondo la base es un poco la misma, esa sensación de extrañeza, de “están locos estos romanos” que nos transmiten las costumbres de otros pueblos. Especialmente si esos otros pueblos viven bajo regímenes dictatoriales y sujetos a normas sociales muy marcadas o restrictivas, como ha venido siendo el caso en los libros del autor.



En Crónicas de Jerusalén Delisle relata su estancia de un año en Jerusalén como acompañante de su mujer, coordinadora de Médicos Sin Fronteras. Y, evidentemente, este libro representaba para el autor un reto muy importante. El nombre del reto es Joe Sacco. Sin duda Delisle era consciente de ello, y tal vez por eso en la página 299 de la edición de Astiberri se pone en guardia y cuando le informan de que le han denegado el tránsito entre los territorios israelíes y palestinos por ser “el de los cómics”, responde, “¿No me estarán confundiendo con Joe Sacco?”. Con esta sencilla anécdota Delisle no solo se cura en salud poniendo de manifiesto lo inofensivo de su propuesta frente al activismo político de Sacco, sino que, por contraposición, define en gran medida su aproximación al libro de viajes. En una entrevista Delisle afirmaba, “(…) tengo claro que no hago periodismo como Joe Sacco, que viaja de cara a investigar y preparar libros. Y me encanta su resultado. Pero cuando he ido a estos sitios, yo simplemente hacía mi vida normal. (…) Veo mis libros más como novelas que como reportajes, porque todos son muy subjetivos”. Y así es. Delisle se mueve entre otros extranjeros y es sobre todo a través de las explicaciones de estos que va reconstruyendo la sociedad nativa en la que se haya inmerso. Se interesa más por la historia y la cultura de Jerusalén y alrededores que por su situación política, y tampoco intenta imponer una visión crítica. De hecho, aunque se puede percibir de forma latente a lo largo de casi todo el libro, no es casi hasta el final que Delisle se atreve a hacer explícita su animosidad hacia el gobierno israelí. Porque, como digo, esto no es Palestina o Notas al pie de Gaza, ni tampoco El fotógrafo de Lefèvre, Guibert y Lemercier. Delisle apuesta por un acercamiento más lúdico, más tintinesco, por mucho que algunos de los temas que aborde puedan ser delicados o incluso horribles. Y el canadiense tiene aptitudes de sobra para llevar a buen puerto su propuesta.

Este libro de Delisle está construido a base de anécdotas cortas y directas, de un dibujo sintético con mucha atención por el detalle relevante, posiblemente heredero de su trabajo como animador, y sobre todo de algo tan etéreo e importante como ritmo y gracia. No faltan los chistes recurrentes que estrechan lazos con el lector, como tampoco ese hilo que en Crónicas birmanas era el hijo más pequeño del autor y aquí es el propio acto de dibujar. Delisle se dibuja a menudo dibujando, recordándonos constantemente que esta historia es su historia y que este Jerusalén es su Jerusalén. Que si aparecen tan a menudo tantos muros lamentables es porque él los ha dibujado. Tal vez si que exista, al fin y al cabo, un posicionamiento político de Delisle menos soterrado de lo que pueda parecer a simple vista.

El resultado finalmente obtenido es justo el que él mismo apuntaba más arriba, que las más de 300 páginas de Crónicas de Jerusalén, a pesar de su tono neutro en la superficie, se lean más como una novela que como una crónica. No es fácil hacer lo que hace Delisle, pero él es un maestro haciéndolo. Afortunadamente, no predica en el desierto y su actualización del cómic de aventuras -aventuras cotidianas, de turista- llega donde el cómic de aventuras ya no llega. Como al muchacho que me vio leyendo en el metro mi ejemplar de Crónicas de Jerusalén y se acercó a preguntarme qué tal estaba, porque él no acostumbraba a leer cómics pero Pyongyang le había gustado mucho.