Él fue malo con ella (Milt Gross)


El fue malo con ella (Milt Gross). Libros de Papel, 2011. Cartoné. 15,5 x 17 cm. 266 págs. B/N. 16 €


Hoy en día es difícil saber qué es una novela gráfica. Para la opinión popular es simplemente “un tebeo para adultos”, para otros una maniobra comercial que consiste en ponerle tapas duras a un tebeo. Por último, los hay que piensan que, más allá de su formato editorial, las novelas gráficas responden a cierta estructura narrativa cerrada y opuesta a la serialización. Si nos remontamos a los años 30, existió durante cierto tiempo un concepto análogo al de novela gráfica que, sin embargo, tenía un significado bastante diferente: el de la “novela sin palabras”. Algunos artistas europeos y norteamericanos, como Frans Masereel, Otto Nückel, Max Ernst o Lynd Ward elaboraron narraciones más o menos largas y compuestas solo por imágenes. Él fue malo con ella, de Milt Gross, es también una novela sin palabras, pero en mi opinión Gross es el único de estos autores que logró acercarse al ideal novelístico; no al ideal de lo novelístico entendido como una literatura “seria” o “para adultos”, sino al verdadero ideal novelístico: aquello que es capaz de penetrar en la condición humana y hablarnos de sus alegrías y sus pesares, sus mezquindades y sus miedos.

Lo importante en una novela (o al menos en una novela “tradicional”) es que el tono utilizado, bien sea serio o cómico, literal o irónico, realista, fantástico, elevado o popular, fluya ininterrumpidamente desde el comienzo hasta el final de la obra. Sin embargo, en las novelas sin palabras de Masereel y Ward, compuestas como un conjunto de grabados, aún siendo de enorme valor artístico, la narración no deja de tener un cierto ritmo de stacatto debido a su forma de composición más pictórica que basada en el lenguaje del cómic, como si la nueva imagen que trajese cada una de sus páginas viniera a interrumpir la escena de la página interior.

Nada de esto ocurre en Él fue malo con ella, quizá porque la caricatura es un estilo mucho más apropiado para la narración que los angulosos cortes del grabado en madera de Masereel y Ward. Cierto es que Gross tiene un estilo rudo, de trazo incompleto, como si agitara la mano violentamente al dibujar, o en lugar de un lápiz utilizase un martillo para plasmar sus ideas en la página. Y sin embargo, consigue que la mirada del lector vaya pasando de una imagen a otra con la fluidez de una película de dibujos animados antigua.



La premisa de Él fue malo con ella es tan tonta como lo es el sentimentalismo de las películas de Chaplin, y quizá por ello, resulta igual de irresistible. Un pionero del Klondike (lugar mítico en el cómic norteamericano gracias al Tío Gilito de Carl Barks) deja atrás a su amada para montar un negocio de pieles con un sórdido empresario, el cual resulta tener tan pocos escrúpulos como su bigote y su enorme abrigo de visón nos hacen sospechar. El pionero es un hombre tan fornido que en lugar de cazar osos a puñetazos, le basta con un apretón de manos para matarlos, así que el negocio resulta tener un éxito tremendo, y el empresario, ni corto ni perezoso, decide huir con los beneficios y beneficiarse también a la novia de nuestro héroe, haciéndola creer que ha muerto. Cuando el forzudo protagonista se da cuenta de la traición, decide ajustar las cuentas con el empresario y de paso recuperar a su novia, para lo cual ha de viajar a un lugar mucho más inhóspito que los solitarios parajes del Klondike: la gran ciudad, donde el villano se da la vida padre con su atormentada y nueva esposa.

El humor de Gross, otra de las mayores bazas de la novela, es tan tierno como delirante: en una de sus mejores escenas, el pérfido capitalista, ahora arruinado en la ciudad, decide casarse de nuevo, esta vez con una rica heredera. Sin embargo, el perro de ésta, terriblemente celoso, se opone a la boda y, con el alma rota, acude a un abogado con el fin de impedirla. A las puertas del bufete, descubre por el rabillo del ojo que al otro lado de la calle hay un surtidor de agua, algo a lo que ningún perro puede resistirse. Ni el mayor dolor de su corazón le impide cruzar la calle para darse un bañito en el surtidor antes de entrar en el despacho del abogado.



Por absurdo que parezca, este es uno de los muchos ejemplos que delatan el carácter naturalista de esta novela de Gross, llena de personajes presos de sus deseos y de su destino como las de John Steinbeck o Upton Sinclair. Y aunque en este caso sea la naturaleza perruna y no la humana, la que es víctima de sus pasiones, Gross le devuelve a los animales el derecho a sentir lo mismo que las personas, ya que al no haber palabras, el gesto facial y corporal, usado por perros y hombres con idéntica facilidad, se convierte en el único signo del alma.

Él fue malo con ella es una obra imprescindible por muchas razones, pero si hay que nombrar solo una diremos que es la mejor demostración que podemos encontrar hoy en las librerías, gracias a esta edición de Manuel Caldas, de que no es la “seriedad” o la “adultez” lo que hace valiosa a una novela gráfica, pues el kitsch, lo absurdo y la ingenuidad cómica de Gross (o de otros autores de su época como Elzie Segar o Carl Barks) pueden hablar con igual o mayor profundidad de los deseos y los miedos humanos que la más realista de las novelas.

Roberto Bartual
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