Los hombres lobo de Montpellier (Jason)

Bueno, ahí lo tenéis, justo debajo del título de la entrada. En efecto, hoy damos la bienvenida en Entrecomics a Gerardo Vilches, a quien muchos tal vez conozcáis como The Watcher. Bajo este seudónimo lleva ya cuatro años ofreciendo contenidos de calidad en su propio blog, The Watcher and the Tower. Han sido arduas las negociaciones con su representante y abogados, y el juego ofertas y contraofertas merece el adjetivo de endiablado. Pero finalmente, y a pesar de las suculentas primas ofrecidas por otros blogs, ha sido Entrecomics quien se ha llevado el gato al agua y tendrá el honor de contar con Gerardo entre sus filas. A partir de ahora, esta es su segunda casa, y aunque seguirá publicando con la regularidad habitual en su blog, se dejará caer por aquí de vez en cuando con reseñas como la que podéis leer a continuación.


Los hombres lobo de Montpellier (Jason). Astiberri, 2011. Rústica con solapas. 48 páginas. Color. 12 €

El noruego Jason es sin lugar a dudas uno de los autores europeos más interesantes del panorama actual, y además uno que tiene un estilo propio totalmente personal y reconocible. Es verdad que eso resta capacidad de sorpresa: el dibujo de Jason no cambia ni evoluciona, es un edificio terminado, igual que sus rutinas narrativas, con las que se limita férreamente a seis por dos viñetas por página. Y sin embargo, en esas limitaciones autoimpuestas está la clave del buen funcionamiento de sus tebeos, en los que se obliga a innovar, a mejorar, en el apartado argumental, cada vez más sofisticado.

Claro ejemplo de ello —si no a qué tanto preámbulo— es el último cómic suyo publicado en España: Los hombres lobo de Montpellier. Situada en su actual ciudad de residencia, lo que se deja notar muchísimo en la cuidada ambientación, la historia tiene todos los elementos que caracterizan a Jason. Personajes herméticos, parcos en palabras, de intenciones indescifrables, situaciones rocambolescas que los protagonistas asumen con total naturalidad, y un elemento fantástico que distorsiona la realidad de la historia o que, mejor dicho, forma parte de esa realidad. Si en Yo maté a Adolf Hitler (Astiberri, 2008) era la existencia de sicarios legales y la máquina del tiempo, en esta ocasión ese elemento es, obviamente, los hombres lobo. El protagonista es un ladrón de joyas que se disfraza de licántropo por las noches para asustar a sus víctimas y evitar líos. El punto de arranque es atractivo, pero, y esto es lo grande de este cómic, nos da exactamente igual.

Porque podría haber sido cualquier otro, en realidad. No es importante, no es más que un trasfondo. Los hombres lobo apenas aparecen, y su presencia es solamente el detonante de la conclusión de la historia. Por el camino, como siempre sucede con las historias de Jason, se desarrolla una historia de personas más o menos corrientes. Si tienen alguna rareza es simplemente porque todos somos raros en el fondo.


Y como de costumbre, en esa historia que se nos presenta, prácticamente nada es explícito u obvio. Hay que desentrañar significados y prestar mucha atención, rellenar huecos y elegir además con qué rellenarlos, porque los tebeos de Jason casi siempre están abiertos a diferentes interpretaciones. Las caras inexpresivas de sus animales antropomorfos y su hieratismo hacen aún más complicado adivinar sus intenciones o sentimientos. Las conversaciones revelan además muy poca cosa: giran en torno a cuestiones totalmente banales. Así pues, al lector sólo le queda interpretar los actos de los personajes, los pequeños detalles, y por supuesto, su propia imaginación. Con ese equipaje, nos adentramos en el mundo frío e insensible de Los hombres lobo de Montpellier, —que no es más que el mundo de Jason, da igual de qué obra hablemos— adivinamos los sentimientos del protagonista por Audrey, no nos quedan del todo claros los de ella hacia él, y acabamos por entender, o creer que entendemos, por qué cada uno actúa como actúa. El plan del ladrón de joyas para deshacerse de los hombres lobo reales que pretenden acabar con él aparece al final, para cerrar la historia con un giro no del todo inesperado pero aun así sorprendente, que deja claro que nada en la vida es tan importante como creemos, que todo sigue igual, que los sentimientos en este universo jasoniano no son nunca nada demasiado tremendo.

Sigo quedándome con Yo maté a Adolf Hitler como mi cómic favorito de Jason de todos cuantos he leído. Me parece más divertido e intenso, con más brío. Pero Los hombres lobo de Montpellier se sitúa en un digno segundo lugar gracias a la sofisticación de la fórmula, a la depuración de la propuesta del autor, que está casi rozando la perfección. Eso conlleva un problema, claro: no sé hasta qué punto esta fórmula durará sin agotarse. Pero ya nos preocuparemos de ello cuando llegue el momento. Por ahora, toca disfrutar.