Penny Century (Jaime Hernandez)


Penny Century (Jaime Hernandez). La Cúpula, 2011. Rústica. 17 x 25 cm. 260 págs. B/N. 19 €


A estas alturas no es necesario hacer recuento de las virtudes de Jaime Hernandez como historietista, ni siquiera de la importancia que él y su hermano Gilbert han tenido en la explosión del cómic independiente en los años 90 y de la novela gráfica en la primera década del siglo XXI. También resulta ya casi superfluo alabar su creación de un microcosmos complejo, verosímil y en constante crecimiento en el que ha venido desarrollando una historieta de la experiencia (aunque esta experiencia no fuese siempre estrictamente la suya propia). Ni por supuesto se nos escapa a ninguno su extraordinario plantel de personajes con reacciones y gestos auténticamente humanos (a pesar de permitirse coqueteos con la fantasía). Así y todo, así a lo tonto, lo hemos hecho.

Jaime Hernandez ya lo ha demostrado todo, y lo único que nos puede sorprender de su trabajo es la constante progresión hacia una perfección que siempre pensamos que ya había alcanzado en la página anterior. A menudo podemos sospechar, eso sí, que Jaime no hace sino añadir detalles a una historia que en lo esencial ya está contada, pero eso sería como admitir que nuestra propia vida ya no nos puede sorprender. Si a eso sumamos que Jaime es el hombre capaz de introducir elipsis dentro de las elipsis, o lo que es lo mismo, de encontrar siempre un hueco, una historia por contar, y además hacerlo desplegando versatilidad gráfica y registros narrativos novedosos, concluiremos que nunca llegará a aburrirse. O a aburrirnos.



Este volumen retoma la producción del dibujante justo donde terminaba el tercer tomo de Locas también editado por La Cúpula, y abarca el período comprendido entre 1996 y 2002, unos 7 u 8 años de trabajo durante los cuales el mundo del cómic independiente sufría profundos cambios que podemos ejemplificar en dos eventos: el final de Odio, el comic book de Peter Bagge, y la recopilación en tomo del Jimmy Corrigan de Chris Ware. También los sufría la obra de Los Bros, padrinos del movimiento, que cerraban Love & Rockets y se lanzaban a la aventura en solitario. En el caso del pequeño de la dupla, esto se tradujo en las páginas recopiladas ahora en Penny Century, un tomo en el que asistimos a una diversificación de voces narrativas casi inédita en su trabajo anterior. El libro comienza con Whoa Nellie!, una historia de casi 70 páginas en la que prácticamente la mitad son escenas mudas de lucha femenina, un precioso recital de dibujo donde la habilidad del californiano para congelar instantes con realismo -pero sin el lastre de lo fotográfico, sin perder la sustancia icónica del dibujo- alcanza cotas irrepetibles. El libro continúa con Maggie And Hoppey Color Fun, una de las raras ocasiones, junto con La Magie la Loca -para The New Yorker-, en que los personajes han conocido la cuatricromía fuera de las portadas y que, por desgracia, aquí se reproduce en blanco y negro (al igual que en el tomo americano en que se basa la edición española). A continuación se recopila el material que la editorial ya publicó en cuadernillos bajo el epígrafe Penny Century y que, a su vez, contiene toda usa ristra de innovaciones dentro de la obra del autor, nuevas rutas que aquí ensaya y que irá refinando en el futuro. Por ejemplo, aquí encontramos las primeras historias narradas en primera persona por Ray Dominguez en las que se prescinde de los globos de diálogo, algo muy poco habitual en el trabajo previo de Jaime, recurso que en La educación de Hoppey Glass se acerca incluso al género negro. Más adelante nos topamos con la genuinamente terrorífica Chiller, una revisitación del estilo EC con narración en segunda persona y encuadres y sudor en rostro a lo Johnny Craig sobre la que podéis leer algunos apuntes aquí. Jaime volvería a sumergirse en el horror de forma más extensa en Ghost of H.O.P.P.E.R.S. También en Penny Century encontramos Home School, la primera historia de niños cabezones del de Oxnard (repetirá en La educación de Hoppey Glass), una especie de choque entre tres de sus grandes influencias, Hank Ketcham, Dan DeCarlo y Charles Schulz, donde da rienda suelta a toda la vis cómica que atesora y que le permiten vehicular los recursos clásicos de la caricatura y la acción del cómic infantil de los años 50 y 60.



Por supuesto, todo esto se sustenta en las constantes que hacen de Jaime un enorme creador: el blanco y negro preciso y elegante, las formas geométricas a un paso de la abstracción, la retícula de viñetas invisible, la captura del gesto indescriptible, el peso del cuerpo humano (especialmente el femenino), la elipsis sugestiva, el diálogo auténtico que nunca traiciona las personalidades. Si algo me sorprende todavía cada vez que leo una página de Jaime Hernandez es su capacidad para convertir cada viñeta en un universo aislado perfectamente bello y equilibrado… y para conseguir que no me detenga y que inmediatamente salte a la siguiente. Jaime Hernandez debe de ser el historietista más modesto del mundo.