Alec (Eddie Campbell)


Alec 1. Cómo ser artista y Alec 2. La musa muerta (Eddie Campbell). Astiberri, 2010. Rústica con solapas. 17 x 24 cm. 320 y 336 págs. B/N. 22 € c/u


Alec es el monolito de 2001 del mundo del cómic. Una piedra de toque, un salto evolutivo, un faro en la oscuridad. A lo largo de los años, muchos años, y antes que (casi) nadie, Eddie Campbell se ha ocupado en registrar los momentos realmente relevantes de su existencia, los que merece la pena recordar: la obsesión por una botella de vino, aquel día que tuvo que comprar una cadena para la bici, la primera vez que su hija tiró de la cadena del váter o aquella mañana que se despertó con ganas de vomitar en un saco de dormir rodeado de desconocidos. Las cosas que hacen la vida soportable. Las cosas que hacen tu vida tuya y universal. Campbell ha necesitado acumular cientos de instantáneas en cientos de páginas para poder vislumbrar y arrancar un jirón de realidad y mostrárnoslo. “Esta es mi vida, ¿acaso no se parece en lo esencial a la tuya?”

Tomados por separados, cada uno de los tomos que finalmente se han recopilado en este Alec, eran buenos, muy buenos. Reunidos en un grueso volumen (o en dos, en la edición de Astiberri), se transforman en un monumento. Un monolito. Un esfuerzo titánico –y un poco narcisista, todo sea dicho- por desmentir nuestra pequeñez, con la particularidad de que la piedra que ha esculpido Campbell es su propia persona. Lo que el escocés ha llevado al cómic es la profundidad, la densidad que tanta falta hacía al medio para ser merecedor de esa etiqueta desgastada y en realidad tan poco usada que es el “el noveno arte”. No, hacer cómic no es hacer arte. Hacer arte es hacer arte, y Campbell lo vio pronto. No podía expresar lo que realmente le interesaba utilizando las herramientas y los atajos de la mayoría de sus antecesores. Había que inventar. E inventó, inventó una nueva forma de contar lo más complicado que se puede contar y al mismo tiempo hacerse un hueco en lo que pensaba que era un panteón para la posteridad. Lo decidió desde el principio, y necesitó 25 años para culminar su tarea. Verla ahora recopilada, sopesar su grandeza, casi hace saltar las lágrimas. La vida y el arte fundidos al fuego lento de retazos de realidad, de mucho humor, de metáforas visuales inauditas -Campbell es un dibujante extraordinario-, de textos de hondo calado. El cómic, por fin, con un poso literario sin dejar de ser cómic. Campbell sabía desde el principio lo que quería, pero solo con el paso de los años, la acumulación de momentos y experiencia, cuando va refinando su estilo, desengolando la voz, soltando su dibujo (tan a menudo sin acabar, atrapando el momento). No por ello son peores las primeras historias de Alec, simplemente son más jóvenes.



Solo se me ocurren otros dos autores de cómic que hayan transitado la misma senda sin desbrozar que ha recorrido Campbell: Harvey Pekar y Chris Ware. Entre los tres hay notables diferencias de plasmación, de sensibilidad, pero los tres han buscado la manera de llevar al cómic la sensación, el pensamiento. Y además, han querido y han sabido hacerlo con sinceridad. Y eso se nota, vaya si se nota. De los tres, Campbell es el que se ha tomado el asunto con más humor, siempre con una sonrisa socarrona y siempre minimizando la sombra nariguda de la angustia, haciendo equilibrismo entre lo efímero y lo trascendente. De los tres, Campbell es el que ha pagado el precio más alto. Tallar su obra sobre su propio cuerpo, llevar la fusión entre vida y arte hasta sus últimas consecuencias, la confusión, ha sido una carga demasiado pesada para el dibujante, como puede verse en ese fabuloso epílogo que es El destino del artista. Tras preguntarse Cómo ser artista, Cambell clausura su aventura autobiográfica con un cómic en el que busca la respuesta a cómo dejar de ser un artista. Ya no quiere que su vida sea arte, solo quiere vivirla. Porque, a diferencia de lo que él pensaba, el arte no garantiza la inmortalidad.

Alec es muchas más cosas, no merece la pena esforzarse en comprimirlas en una entrada de un blog, aunque el propio autor puede ayudarnos a desentrañar algunas. Algún día miraremos atrás y diremos, “sí, Alec significó algo”. Y aún más importante, diremos, “sí, Alec significó algo para mí”. Eso es el arte.