Frank (Jim Woodring)


Frank (Jim Woodring). Fulgencio Pimentel, 2011. Cartoné. 176 págs. B/N y color. 30 €


Bienvenidos al interior de Jim Woodring. Leyendo este primer volumen recopilatorio de las aventuras de Frank, la primera sensación es la de que, a pesar de su mutabilidad, escenario y personajes son aterradoramente consistentes. Woodring tiene tan interiorizado –nunca mejor dicho- el universo de ficción de Frank, que no hay sorpresa para el lector: el relato puede ser surrealista, pero encierra una lógica que todos conocemos: la de los sueños. No son unos sueños proyectados como recuerdos literales, como hizo, por ejemplo, Rick Veitch en su Rick’s Rare Bit Fiends, sino que encierran un valor simbólico, aunque el símbolo sea indescifrable. Donde Veitch acababa resultando aburrido y paradójicamente previsible, Woodring captura la auténtica esencia del sueño, la realidad que nos ocultamos a nosotros mismos.

En Frank, Woodring utiliza tres personajes principales dentro de la tradición de los animales antropomórficos, personajes que suelen cumplir papeles definidos y repetitivos pero que a menudo pueden ser tanto víctimas como verdugos. El indiferente y pasivo Frank -lo más parecido a un personaje “normal”-, el Marrano Hombre, sujeto a las más bajas pasiones –y castigado por ello- y el Antojo, de personalidad dominante y agresiva. Por algún motivo uno tiene la sensación de que los tres personajes son distintas partes de la mente/personalidad del propio Woodring, y sin duda ahí hay un buen material para el psicoanálisis… lástima que dos psicólogos, tras leer algunas de las historias de Woodring, se negasen a tenerlo como paciente. Algo feo verían ahí, sí. Tanto en este Frank como en Jim, serie igualmente surreal pero protagonizada (abiertamente) por sí mismo y en un entorno menos codificado, la amenaza acecha a la vuelta de la viñeta. El hecho de que Frank sea muda y carezca de las “explicaciones” de Jim, la hace más inquietante porque nos dificulta utilizar mecanismos de distanciamiento, porque los personajes y situaciones son creíbles a la fuerza. El hecho de que en Frank sean animalitos, prácticamente dibujos animados, los que sufren las mutilaciones, pervierte nuestra raíz emocional. Se supone que esas cosas no les pasan a los inocentes animalitos, ni siquiera a los cerditos.



Hay algo en ese ambiente malsano de cuento que impregna Frank que recuerda al Pim & Francie de Al Columbia. Hay algo en la obsesión casi sádica por la mortificación, mutación y deformación carnal de los personajes, que recuerda a Charles Burns. Aunque si tuviera que comparar a Woodring con un único historietista –y partiendo de la base de que Woodring no tiene parangón-, este sería sin duda Robert Crumb. Ambos comparten la fijación enfermiza por la perfección en el dibujo, un dibujo influido por los grabadores del siglo XIX. Ambos gustan de los animales antropomórficos y han creado alter egos con los que vestir algunas de sus pulsiones soterradas. Ambos coquetean con lo surreal de una manera que a veces raya lo abstracto. Ambos, y esto es lo más importante, dibujan a modo de terapia, aunque no entiendan su funcionamiento. Crumb dice que todavía no comprende el significado de algunas de sus historias, especialmente las que realizó bajo la influencia liberadora de la conciencia del LSD -es decir, en el territorio de los sueños. Woodring, cuyo uso de la forma y el color es poco menos que psicodélico, dice que las comprende después de verlas publicadas. Nosotros, como lectores, casi podemos agradecer no acabar de encontrar un sentido unívoco para estas historias. En primer lugar, porque tal vez para nosotros no lo tengan, y en segundo lugar porque pueden ser leídas cada vez como si fuese la primera. Frank es el interior de un Woodring traumatizado desde niño que escapa de la tortura interna proyectándola en sus personajes. Nosotros, como lectores, no acabamos de entender a qué se debe el trauma, pero disfrutamos mórbidamente del espectáculo.