Todo el mundo es imbécil menos yo y otras agudas observaciones (Peter Bagge)


Todo el mundo es imbécil menos yo y otras agudas observaciones (Peter Bagge). La Cúpula, 2011. Rústica. 120 págs. Color. 19 €


En muchos sentidos, la serie de los 90 fue Odio, de Peter Bagge, el retrato de aquello que nos vendieron como Generación X y que el dibujante canalizaba a través de su personaje tótem, Buddy Bradley. Concluida -o casi- la serie y entrados en nueva década, siglo y milenio, nos preguntábamos qué vendría a continuación y de qué manera Bagge volvería a convertirse en el molesto cronista de nuestra época. La respuesta no parecía encontrarse en Sudando tinta, ni en Apocalipsis friki, ni, más recientemente, en Other lives. Es verdad que en todas ellas practicaba el tiro al blanco, como es su costumbre, pero no acababan de ser tan redondas, tan globales, tan definitorias de un momento social como Odio. Pero claro, lo que pasaba es que Bagge, poco a poco y casi de tapadillo, estaba haciendo sátira política en la revista liberal Reason, y allí y en aquel tipo de cómic, en historietas a modo de columnas periodísticas de opinión de entre una y cuatro páginas, era donde estaba radiografiando su época a cara de perro. Esta era la nueva gran obra de Peter Bagge en la década de los 2000. La ternura con la que dulcificaba a algunos de los personajes de Odio ya no tenía cabida aquí. Al fin y al cabo, Kurt Cobain se había volado la cabeza y había sido sustituido por… ¿Limp Bizkit? ¿Muse? En tan solo una década, la abulia patética de la Generación X había sido sustituida por la cultura del éxito a cualquier precio de la Generación American Idol o Generación Operación Triunfo. Y Bagge, obviamente, había envejecido.



Si en Odio el retrato generacional no podía hacerse más que desde dentro para poder entender toda aquella frustración, en Todo el mundo es imbécil el retrato no puede hacerse más que desde fuera, porque es desde fuera, desde el entorno político, mediático y económico desde donde el mundo es dirigido -a la ruina, añado. Eso sí, lo que aquí no falta es pasión, ni tampoco faltarán ideas que enciendan los ánimos de los lectores españoles, que en muchos casos encontrarán marcianas las ideas liberales de Bagge, ideas que en ocasiones parecen tremendamente reaccionarias y otras absolutamente progresistas. En el fondo no se trata más que de la propia esencia americana, ese sueño individualista de esfuerzo y sacrificio para alcanzar una meta, ese ideal prácticamente randiano. Bagge es un admirador ferviente de los founding fathers de la cultura norteamericana y no le importa repartir estopa entre demócratas y republicanos, entre hippies trasnochados y adoradores del rifle, entre inmigrantes y WASPs que han pervertido el sueño original. Pero como decían los Sex Pistols, nadie es inocente, y Bagge también guarda en la recámara una última bala para volarse a sí mismo la tapa de los sesos. O un bazuca, si hace falta.