TNY: Charles Burns

Ya hemos comentado alguna vez que, tras su incorporación como directoara artística de The New Yorker, Françoise Mouly recurrió a muchos de sus viejos amigos del mundo del cómic para renovar el aspecto gráfico de la revista, empezando por las portadas. Uno de los llamados fue Charles Burns, que ya en 1993 publicó su primera ilustración en la cuberta del semanario. Este debut coincidió -muy posiblemente no por casualidad- con Halloween, de manera que Burns pudo soltarse y realizar una de sus portadas «macabras», oscuras, aunque con su punto de ironía. Pero incluso tratándose de Halloween, la portada era un poco demasiado outsider para The New Yorker. Burns tardó 3 años en volver a aparecer en portada, y en esta ocasión fue en período estival. ¿A alguien se le ocurre un tema menos burnsiano que el veranito y la playa? Pues eso. Burns no lo pudo evitar, suponemos, y de nuevo introdujo su toque inquietante, con ese mostrenco alopécito y tatuado dominando la ilustración. Más que amor paterno filial, lo que transmite la portada en la sensación de una inminente tragedia. Burns, es lo que tiene. En resumen, Charles Burns no parece el dibujante más apropiado para ilustrar la portada de The New Yorker (incluso sus colores parecen fuera del registro habitual de la revista), y de hecho no ha vuelto a aparecer por allí. Eso no ha impedido, sin embargo, que se convirtiese en el portadista oficial de The Believer, pero es que cada revista tiene su idiosincrasia (gráfica también) y lo que funciona en una puede no funcionar en otra. En fin, en cualquier caso, aquí están las dos portadas de Burns.