El invierno del dibujante (Paco Roca)


El invierno del dibujante (Paco Roca). Astiberri, 2010. Cartoné. 128 págs. Color. 16 €

Face it, tiger… you just hit the jackpot! No sé si Paco Roca es o ha sido fan de Spider-Man, pero esto es lo primero que se me vino a la cabeza al terminar de leer El invierno del dibujante. Bueno, esto y otras cuantas cosas. Pero vamos a empezar por el final, y ya a partir de ahí discutimos: El invierno del dibujante es el mejor trabajo de Paco Roca. Hasta la fecha, claro.

En realidad no es cierto que a Roca le haya tocado ningún premio. Su último libro no es fruto del azar, sino de un esfuerzo excepcional, y de muchas horas robadas al sueño durante la interminable gira que trajo consigo Arrugas y después Emocional World Tour. ¿Por qué comienzo entonces la reseña con esa frase? Mi impresión es que en este libro asistimos por fin al Roca consciente de ser Premio Nacional de Cómic y consciente del éxito de Arrugas, algo que no estaba demasiado claro en su anterior –y excelente– Las calles de arena. Y consciente del público al que se dirige, un público que no podría siquiera haber imaginado cinco atrás en su carrera. Es decir, Roca ha sido capaz de convertir, con elegancia y honestidad, una expresión de autor en un producto comercial, de visualizar claramente un objetivo y de acertar en la diana. Un camino entre dos aguas que pocos en nuestro país han sabido encontrar hasta el momento y que habla muy positivamente de la inquitud e inteligencia de Roca. Esta epifanía también abarca el pulido y afilado de las herramientas que maneja, del formato y la corriente en la que se encuadra –la novela gráfica, por si alguien se lo preguntaba– y, evidentemente, la elección del tema, un tema que entronca con la educación sentimental de tantos españoles. Y no sólo porque hable de los tebeos Bruguera. Porque El invierno del dibujante habla también de otras cosas, de atreverse a tener aspiraciones en un entorno gris y asfixiante –cárcel y censura son dos de las palabras más repetidas–,
de luchar por un ideal y, sí, de la derrota. Casualmente, algunos de los temas que hacen tan grande y tan accesible para el gran público una obra como El arte de volar, de sus colegas Antonio Altarriba y Kim .



Supongo que a estas alturas todo el mundo más o menos sabe que El invierno del dibujante narra la aventura de los dibujantes fugados de Bruguera a finales de los años 50 que decidieron editar su propia revista, Tío Vivo, para escapar del control de los editores y la censura y ser dueños de sus propios personajes y de su destino. Roca abarca un período de dos años y medio en el que desarrolla el nacimiento de la idea, su consecución y, finalmente, su fracaso y el regreso de los dibujantes al redil. No descubro nada, y de hecho Roca empieza por el final y alterna estaciones en su libro huyendo del orden cronológico y delimitándolas con el color. ¿Por qué narrar la historia de forma desordenada? Habrá que preguntárselo a él, pero el resultado ayuda a mantener el interés en una historia que ya conocemos y a establecer ese tono fatalista de Crónica de una muerte anunciada. Chapeau. Pero como decíamos, Roca es ya un experto en el uso de sus herramientas y las aplica con sutilidad y soltura. Desde la simplificación/depuración de su estilo –que recuerda al camino recorrido por Max o, como me decía un amigo, por Miguel Gallardo– hasta el uso dosificado de la documentación, todo cuenta, todo suma y todo parece meditado. En lugar de atosigar con constantes referencias a la época –que sí que están presentes relegados a un segundo plano– Roca deja que sean las ropas, los diálogos y los gestos de los personajes los que hagan el trabajo de ambientación más potente. Y el equilibrio. El invierno del dibujante es un ejercicio de equilibrismo donde se contenta al lector de cómic más hardcore y se hacen las mínimas concesiones necesarias para contentar también al lector ocasional. Dentro de estas mínimas concesiones podría citar un poco de falta de mala uva, pero en cualquier caso hay que reconocer –como me decía otro amigo– que Roca se moja y se atreve a ir, en cierta manera, contra la corriente. Con un par.



Repetimos, Roca ya ha tomado la medida a la novela gráfica y ha encontrado que hay cosas que aquí funcionan y que no lo harían en la tradición de, por poner, la BD. Por ejemplo, utiliza en varias ocasiones el plano fijo repetido, desarrollando los diálogos con más credibilidad de la que se logra con la típica variación de planos para “resultar interesante” e incluso introduciendo distintas líneas argumentales en una única serie de viñetas. Entiende el libro como objeto, introduce portadillas, utiliza el espacio disponible para ir salpicando las páginas con información, sin agolparla en presentaciones artificiales. La extensión del libro no permite desarrollar individualmente a los cinco rebeldes, y aquí Roca hace su pirueta más complicada… y le sale bien. La pirueta no es otra que reflejar la rendición y el fracaso de los dibujantes de Tío Vivo en quien, en principio, sería su antagonista, Rafael González, director de Bruguera. Y al acabar de leer el libro uno se pregunta si el título, ese invierno del dibujante, no hace tanta referencia o más a González que a los dibujantes rebeldes. González no fue dibujante, pero al igual que Conti, Escobar, Peñarroya, Cifré y Giner –y antes que ellos–, hizo su apuesta por la libertad y por la creatividad y acabó perdiendo y resignándose, quedando de por vida atado a un lápiz rojo –qué ironía– y a un trabajo esclavo. No creo que sea casualidad que la última docena de páginas del libro estén dedicadas a él, ni tampoco el balance de su vida que Roca insinúa.

Quedan muchas cosas por decir sobre El invierno del dibujante y se irán diciendo por allá y por acullá antes o después. Pero aquí y ahora repetimos, face it, Paco… you just hit the jackpot!