Pirueta (Charles Dutertre)

Reseña publicada originalmente en la revista Dolmen, ligeramente ampliada para su publicación en Entrecomics.


Pirueta (Charles Dutertre). Una China En Mi Zapato, 2010. Rústica. 88 págs. B/N. 12 €

Para pirueta, la de Pedro Alpera, que tal y como está el percal se anima a poner en marcha un nuevo proyecto editorial, Una China en mi Zapato, del cuál Pirueta es la primera referencia. Una referencia que, por la veracidad que desprende, acaba por desarmar las defensas de cualquier detractor de las “tranches de vie”. En Pirueta, el autor relata sus veranos de infancia en la granja de sus abuelos en la Bretaña francesa con una sana y moderada nostalgia, recordando con cariño aquellos días y con amor a sus abuelos. Esta recuperación del pasado trae a la cabeza sobre todo al Fermín Solís de El año que vimos nevar y Los días más largos, y en menor medida al Paul de Michel Rablagliati. Del primero tiene el sentido de la maravilla, la nostalgia positiva y el aspecto despreocupado y espontáneo. Del segundo evita los momentos de excesiva sensiblería. Porque tal vez el mayor acierto de este libro sea el no ceñirse necesariamente a los hechos incontestables, sino a los hechos tal y como quedan registrados en la memoria de un niño, pero eludiendo las ñoñerías.



El relato se estructura en capítulos que representan las distintas horas del día, desde el despertar matinal hasta la hora de dormir, describiendo el modo de vida en el campo y al tiempo desarrollando la personalidad de los abuelos y sus vecinos: gente sencilla, honrada, práctica, moderadamente arisca, como corresponde a los campesinos. Charles Dutertre se esfuerza en conseguir dibujar como un niño, olvidando meditadamente -supongo- las perspectivas, simplificando la línea, abundando en planos largos, como mirando desde lejos, e incluso rotulando a mano la versión española con un estilo de escritura infantil. A eso se suma una retícula invariable de 2×3 viñetas que minimiza el papel del diseño de página y enfatiza lo narrado, alejándose de artificios preciosistas o manipulaciones de la atención. Así, su busca del tiempo perdido acaba siendo lo que seguramente él pretendía: una sincera plasmación de la memoria de la infancia y un homenaje a los abuelos. Ahora, echando la vista atrás, al fin comprendemos lo uno y a los otros.