La opinión de Superman

Aunque Pepo Pérez ya tradujo un extracto hace tiempo (con el añadido de un muy pertinente vídeo), traducimos aquí completo el capítulo dedicado a Superman del libro de Jules Feiffer, The great comic book heroes (Fantagraphics, 2003), publicado por primera vez en 1965.

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La llegada del superhéroe fue una manera estrambótica de que el Sueño Americano recibiese su merecido. Horatio Alger ya no podía hacerlo a su manera. Le hacía falta el «¡Shazam!». Aquí estaba la fantasía con una base cínicamente realista: una vez valoradas las posibilades honestamente, estaba claro que tenías que ser súper para progresar en este mundo.

La brillantez particular de Superman no sólo reside en el hecho de que fue el primero de los superhéroes, sino en el cocepto de su alter ego.Lo que hacía a Superman diferente de la legión de imitadores que siguió no era que cuando se quitaba la ropa podía dar una paliza a cualquiera -eso lo hacían todos. Lo que hacía extraordinario a Superman era su punto de origen: Clark Kent.

Recordad, Kent no era la auténtica identidad de Superman como Bruce Wayne era la de Batman o (en la radio) Lamont cranston era la de La Sombra. Justo al revés. Clark Kent era la ficción. Los héroes anteriores -La Sombra, Green Hornet, el Llanero Solitario- no sólo eran vulnerables, sino que eran farsantes. No quiero criticarlos, sólo constato un hecho. La Sombra tenía que nublar la mente de la gente para meterse en harina. Green Hornet tenía que pasar por la parafernalia fetichista de ponerse un disfraz, un sombrero, una máscara negra, una pistola de gas, un automóvil amenazante y efectos de sonido de insecto antes de estar finalmente listo para salir a la calle. El Llanero solitario necesitaba equiparse con un caballo blanco, un indio y el reafirmador grito de Hi-Yo Silver para apartarse de todos los demás hombres enmascarados que antaño correteaban por el Oeste.

Pero Superman sólo tenía que despertarse por la mañana para ser Superman. En su caso, Clark Kent era la farsa. Aquel tipo con las gafas, el acné y la forma de andar que hacía reir a las chicas, no era real, no existía, era un disfraz a modo de sacrifico, un acto de discreto martirio. ¡Si ellos supieran!



¿Y para qué? ¿Se covirtió Superman en Clark Kent para llevar una vida normal, tener amigos, ser conocido como un tío majo, conocer chicas? Más bien no. Hay demasiado sacrificio en el papel, demasiada devoción en la licencia de la impotencia -una penetración, tal vez, en las fantasías del Hombre de Acero. ¿Superman como masoquista en secreto? Aquí hay tema de estudio. Porque de no ser así, si la idea, la única idea, era llevar una «vida normal», ¿por qué no una identidad más típica? ¿Cómo puede uno ser un cobarde reportero estrella, sujeto a desmayos en momentos de crisis, y esperar no despertar serias preguntas?

La verdad pudiera ser que Kent existía no por motivos de las historia, sino para el lector. Él es la opinión de Superman de todos nosotros, una afilada caricatura de cómo éramos nosotros, el elemento no criminal. Su falsa identidad era nuestra identidad real. Por eso lo queríamos tanto. Porque si eso no fuésemos realmene nosotros, si no hubiera Clark Kents, sólo muchas gafas y trajes baratos que al ser quitados nos revelasen en nuestras auténticas identidades… ¡qué infierno de mundo mejorado hubiese sido!

En el estilo de dibujo, tanto la figura como el traje, Superman era una parodia simplificada de Flash Gordon. Pero si Alex Raymond fue el Dior para Superman, Joe Shuster estableció la moda de ahí en adelante. Todos los super-trajes de los demás eran copias de su tienda. Shuster representaba lo mejor del viejo estilo de dibujo del comic book. Su trabajo era directo, sin embellecimientos… crudo y vigoroso, tan fácil de leer como un diagrama. Sin líeas suaves, sin lustrosos efectos ilustrativos, sin ese toque de prefabricación sin sangre en las venas que pasaba por profesional en aquellos tiempos. La elegancia, gracias a Dios, estaba más allá de sus posibilidades. No sabía dibujar, pero dibujaba resueltamente; nadie podía imitar su estilo. Cuando los asistentes empezaron a «mejorar» el aspecto del cómic, en seguida empezó a ir cuesta abajo. Parecía como si lo hubieran dibujado en un banco.

Pero, ¡oh, aquellos primeros dibujos! Superman corriendo junto a locomotoras, saltando sobre cualqueir cosa que estuviera en su camino (nadie dibujaba los rascacielos como Shuster, lanzas impresionistas, Superman suspendido en el aire sobre ellos, con la pierna del salto doblada bajo el culo, la pierna para aterrizar estirada apuntando a tierra), levantando y agitando los coches de dos toneladas de la huída del atraco de y lanzándolos contra las paredes de precipicios… y todo ello con ligereza, no como un portento, todavía con esa exuberacia del temprano Slam Bradley. El problema es que las historias rápidamente perdieron interés; una vez que has hecho a un hombre súper, ya le has dejado sin argumentos para conflictos creíbles. Incluso los súper villanos, los súper científicos locos y, sí, súper orientales, parecían aburridos y sin vida al lado de la aplastante imagen de aquello en lo que se convertía Clark Kent cuando se quitaba la ropa. ¿Y qué importa si las historias eran aburridas y los villanos bla? Este era el Espectáculo de Superman -una compañía itinerante respaldando a la gran estrella. Todo era una pausa en la representación hasta que él aparecía. Y entonces merecía totalmente la pena.



Además, para el lector despierto había otros temas de interés. Parece que entre Lois Lane, Clark Kent y Superman existía un esquizoide y casto menage à trois. Clark Kent amaba a Lois Lane pero se sentía intimidado por ella; Superman salvaba a Lois Lane cuando se encontraba en problemas, pero era una lata el resto del tiempo. Como Superman y Clark Kent eran la misma persona, este comportamiento requiere una explicación. No puede ser que Kent quisiera a Lois para respetarse a sí mismo, ya que él mismo era Superman. Entonces, parece ser, quería a Lois para respetar a su falso yo, para amarlo cuando actuaba como un cobarde, para estar allí cuando pretendía que la necesitaba. Ella nunca estaba… luego, por supuesto, él la quería. Un típico romance americano. Superman nunca la necesitó, nunca necesitó a nadie -en todo caso, Lois lo perseguía a él-, luego, por supuesto, él no la quería. Él la despreciaba. Otro típico romance americano.



El amor es en realidad la búsqueda de un objeto deseado, no ser buscado por él. Una vez que has atrapado el objeto, ya no hay razón para amarlo, para tenerlo alrededor. Debe de haber otros objetos deseables por ahí, en algún sitio. Así que Clark Kent actuaba como el control para Superman. Lo que Kent quería era justo lo que Superman no quería que le molestase. Kent quería a Lois, Superman no… marcando por tanto la diferencia entre un nenaza y un hombre. Un nenaza quería chicas que lo desdeñasen; un hombre desdeñaba a las chicas a las que les gustaba. Nuestro opuesto cultural para el hombre que no lo lograba con las mujeres, nunca ha sido el hombre que lo hacía, sino el hombre que podría si quisiese pero que no quiere. El ideal de la fuerza masculina, ya sea el de Gary Cooper, el de Li’l Abner o el de Superman era ser tan viril y atractivo, estar en tal posición de fuerza, que nunca necesitase acercarse a las chicas. Excepto para ayudarlas. Y después salir por piernas. La relación real no era con las mujeres. Era con los villanos. Por eso recibían tan fuerte.