Entrevista con Jaime Martín

Con motivo de la inminente edición de Todo el polvo del camino (que podéis recibir gratis en vuestra casa con un poco de suerte), entrevistamos a su dibujante, el veterano Jaime Martín. Desde aquí agradecemos a Jaime su tiempo y su buena disposición en todo momento.



¿Desde cuando haces cómics y por qué?

De muy pequeño quería ser pintor, también judoka y piloto de motocross, pero sobre todo pintor. Cuando tenía 14 años descubrí la revista Creepy y un año después El Víbora. Supongo que me debió parecer una opción más comunicativa que la pintura. Yo era muy introvertido y con el cómic podía contar un montón de cosas que de otra manera sería incapaz.

En este camino de 25 años haciendo cómics, ¿has tragado mucho polvo?

No. He tenido la suerte de hacer lo que he querido cuando he querido. Pero eso no siempre es bueno: empecé a publicar muy joven, aprendiendo sobre la marcha. Es muy conveniente pasar una buena temporada dibujando por el placer de aprender (perspectiva, anatomía…). Yo dibujaba porque tenía que publicar, y mi tiempo libre lo empleaba en preparar nuevas historias. Con el paso del tiempo te das cuenta que has ido aprendiendo a trompicones, a intervalos de tiempo escasos y distantes.

Donde sí se traga polvo es en los medios que manejan más dinero: publicidad y prensa. Ahí he cobrado buenos precios, pero siempre a cambio de ser muy flexible. Bueno, tal vez debería remarcar que en El Periódico de Catalunya me dejaron trabajar con total libertad y guardo muy buen recuerdo de las ilustraciones que hice para ellos.


Ilustración para El Periódico de Catalunya.


Tu carrera como autor, sin duda, ha sido un éxito. Pero, ¿sirve de algo un premio como el de autor revelación en el Salón del Cómic de Barcelona?

¿Éxito? Depende lo que se entienda por eso. No siempre he podido vivir de la historieta, y cuando lo he hecho ha sido más bien «sobrevivir». Cuando en la cabecera de El Víbora ponía «Comix para supervivientes» no era algo gratuito. Para mí el único éxito es haberme dedicado a lo que siempre quise, con mejor o peor fortuna, aguantando el paso del tiempo, las crisis, las modas, la renovación generacional de los lectores…

No sé si el premio me sirvió de algo, han pasado 20 años. Seguro que sí, por lo menos para conseguir algún trabajo alimenticio (en esa época trabajé junto a Toni Guiral en el diario El País y nos pagaron muy bien). Lo que sí recuerdo es que me alegró mucho que se reconociese mi trabajo, también que esa noche, al acabar la ceremonia, fui a buscar a mi compañera al trabajo y nos fuimos los dos a celebrarlo.

En cualquier caso, el mejor premio siempre lo da el público: cuando les gusta tu trabajo, cuando lo compran y lo difunden. Eso renueva la confianza del editor en el autor para publicar un nuevo álbum y vuelta a empezar.

De entre las páginas de El Víbora y Makoki, las tuyas destacaban casi por contraste. Por ejemplo, Sangre de barrio es una serie alrededor del mundo de la delincuencia y tú la afrontas con un estilo de dibujo limpio y cercano a lo académico, bastante alejado de aquella “línea chunga” o la posterior “línea tremenda” que caracterizaban a aquellas revistas y que eran casi su carta de presentación. ¿Te sentías un bicho raro en ese sentido? ¿Hubo alguna presión editorial para que te volvieras más “oscuro”? ¿Te planteas siquiera esto alguna vez?

No me sentía raro ni fuera de lugar, aunque sí tenía la impresión que iba un poco por libre. Me relacionaba poco con el resto de dibujantes porque era muy tímido, también porque pertenecían a la generación que puso en marcha la revista.

Hernán Migoya lo explicó muy bien en su blog:

«Jaime nunca acabó de encajar en la primera generación de El Víbora, la de Gallardo y Mediavilla, Max, Nazario… y tampoco en la subsiguiente de los 90, la de Miguel Ángel Martín, Mauro, Iron. Jaime salió teniendo un pie puesto en cada una. »

Nadie me dijo cómo tenía que dibujar o que mi estilo fuera demasiado «limpio» (de hecho había otros autores como Bartolomé Seguí o Mónica que tampoco trabajaban siguiendo los patrones de lo que se llamó «línea chunga»). Curiosamente ahora sí dibujo más oscuro, con más rayas, incluso garabatos. Esas cosas salen cuando tienen que salir, no hay porqué imponerlas.


La «línea clara» de Jaime en Sangre de barrio.


Todavía hoy me sorprenden Los primos del parque. Una serie que aparentemente era de una sencillez garrula en sus guiones y sin demasiadas pretensiones, sin embargo transmite una sinceridad y verosimilitud que no se encuentran en obras supuestamente más elaboradas. ¿Por qué crees que sucede esto?

Eran el tipo de historias que cuenta un colega a otro, para explicarle las garulladas que ha estado haciendo durante el fin de semana. Sencillo y sin pretensiones, es cierto, pero era lo que hacíamos muchísimos peludos adolescentes en los ochenta: sexo, droga y rock and roll (poco de lo primero y mucho de lo último).

¿Por qué esa especie de “especialización” en personajes jóvenes y adolescentes en Los primos del parque, Sangre de barrio y La memoria oscura? ¿Es por poder hablar de algo que conoces? ¿Es un tema que te interesa (o interesaba) especialmente?

Es cierto, incluso en Lo que el viento trae el protagonista es un joven enfrentado al mundo adulto. También lo que estoy escribiendo ahora trata sobre eso mismo. Supongo que un psicólogo tendría una buena respuesta a esta pregunta, yo no sé qué contestar. Creo que me pasa como a mi gato, que ya tiene 13 años (eso en el mundo gatuno es ser un abuelo) pero sigue jugando y haciendo todas las gilipolleces de un adolescente. A veces, por querer hacer las mismas gamberras que cuando era un cachorro, se pega unas buenas hostias. Supongo que debo tener un daño cerebral que me impide ser consciente de la edad que tengo y acabaré dándome los mismos tortazos que mi gato.


Los incorregibles e inolvidables primos del parque.


Has trabajado bastante en cómic infantil y juvenil, en las revistas Bichos, Humor a Tope, Pulgarcito… ¿qué tal se te da esta faceta?

Muy bien. Me sirvió para formarme como profesional: entregas semanales, historietas, chistes de una viñeta, tiras humorísticas, pósters. Recuerdo que dejé la facultad de Bellas Artes porque tenía mucho trabajo con la historieta y me lo pasaba muy bien, mientras que las clases acabaron haciéndose aburridas. Al final nos juntábamos a fumar canutos en el jardín de la universidad un punky, un rockabilly, una pija y un jeviata (ese era yo). Era como los chistes de «un francés, un inglés y un español…». Al final dejé aquello a medio hacer y desde entonces no hice otra cosa que dibujar. No volví a pintar una tela.

También te has fogueado como ilustrador y diseñador. ¿Cómo encaras estos proyectos, en comparación con los cómics?

El diseño gráfico y web lo abordé en el año 92. Formé parte de ese reducido grupo de dibujantes que ya trabajaban digitalmente (creo que hubo un momento en el que los únicos que publicábamos historieta hecha con el ordenador éramos Jordi Sempere, Jaume Rafael Vaquer y yo). Los conocimientos informáticos sumados a mi trabajo como dibujante me ayudó a ganarme la vida cuando los tebeos empezaron a entrar en crisis. Pero era muy duro estar adquiriendo y actualizando conocimientos continuamente en unos dominios que no eran los míos. Unos años después decidí dejarlo y centrarme sólo en lo que realmente sabía hacer: tebeos.

La ilustración la tengo abandonada porque en estos momentos sólo quiero hacer historieta.

El cómic es el trabajo en el que me siento más seguro, el que siempre quise hacer. Puedo gustar más o menos, pero sé lo que hago y por qué lo hago, conozco el medio y puedo solventar los problemas que surjan. Es un trabajo en el que me siento plenamente seguro.


Ilustración para la revista L’Inedit basada en Lo que el viento trae.


Y si no me equivoco eres profesor en la Escola Joso. ¿Aprendes mucho enseñando?

Claro, todos los días, es el principal aliciente. Lo habitual es un trabajo en el que lo único que se gana es dinero, pero cuando además aprendes algo todos los días eso se convierte en algo más que un trabajo.

Gracias a los alumnos descubro nuevos dibujantes, nuevas tendencias, cómo mezclan las cosas que les gustan (tatuajes, diseño gráfico, videojuegos…) y qué sale de esa mezcla heterogénea. También me interesa lo que no les gusta (en cómic, en cine, en música…).

Supongo que por eso llevo tantos años colaborando con la escuela, porque es una simbiosis perfecta.

En muchos de tus cómics, los personajes tiene una afiliación clara en lo que a tribu urbana se refiere, y por supuesto la música es un elemento importante en sus vidas. ¿Qué es la música en la vida de Jaime Martín? ¿Existe en tu cabeza alguna relación entre música y cómic?

La música es importante en mi vida diaria, aunque va y viene en frecuencia y estilos según las necesidades del momento. La escucho para desahogarme, para relajarme, para evadirme, por placer, para practicar idiomas… Básicamente voy del Rock duro a músicas más relajantes, de un extremo a otro (esto es de psiquiatra). Estoy convencido que durante un tiempo la música de Sade, Marisa Monte, Adriana Calcanhotto, Bebel Gilberto, Hooverphonic o Zero 7 evitó que asesinase a un antiguo vecino (en esa época incluso escuchaba mantras para abstraerme y dejar a un lado a aquel gilipollas y mis instintos asesinos).

En lo profesional, la relación entre música y cómic la inicié en Sangre de barrio y continuó con Los primos del parque. En Sangre de barrio es evidente, hay una banda sonora. En Los primos del parque el lector sabe qué música debe sonar en esas historias y se la pone él mismo, no existe pero está ahí todo el tiempo.

En aquella época las letras de las bandas de rock españolas me sirvieron de inspiración para muchas historias.

La música se transformó en viñetas y las viñetas en música: un día la banda Juanito Piquete y los Mataesquiroles hicieron una canción inspirada en el álbum Flores sobre el asfalto. Fue bonito ver cómo las ideas fluían en las dos direcciones del cómic a la música y viceversa.


Viñeta perteneciente a una de las historias del álbum Infierno.


Durante mucho tiempo tu nombre estuvo ligado a la editorial La Cúpula, trayectoria que rompiste con Invisible, un cómic publicado por Edicions de Ponent y donde también rompías, en cierta forma, con el tono y los temas de tus anteriores trabajos. ¿Por qué te desligaste de La Cúpula y por qué un cómic como Invisible, donde además el aspecto gráfico es tan distinto del de obras anteriores?

Cuando entregué Nunca nada (Sangre de barrio 3) tuve una pequeña discrepancia con la editorial y no me apeteció seguir trabajando con ellos.

En el salón del cómic de La Coruña, Viñetas desde o Atlántico 2003, conocí a Paco Camarasa, editor de Ponent. Me preguntó qué estaba haciendo, le expliqué Invisible y acordamos trabajar juntos. Fue una muy buena experiencia y Camarasa hizo que volviese a creer en mi trabajo. En cierta forma la salida de La Cúpula y el paso por Edicions de Ponent fue lo más parecido a esa sensación de sentirse cansado, sucio y con el ánimo decaído tras una larga travesía, entonces te das una buena ducha, te pones ropa limpia, te echas una siesta y cuando te levantas sientes que tu vida empieza de nuevo.

De todas formas sigo teniendo relación con La Cúpula, crecí con ellos y yo siempre he tenido muy claro de dónde vengo.

Invisible es una historia oscura (un amigo me dijo que incluso enfermiza). Es algo rara, es cierto, pero era lo que me salió en ese momento, desde las tripas.

Un breve encuentro con un indigente que vivía en la calle me dio pie a hacer cuatro páginas, sin ánimo de publicarlas, sólo para mí, como un desahogo. Y acabó convirtiéndose en una historia más personal donde hay ficción, pero también muchas cosas que me agobiaban en ese momento, y aún hoy aunque en menor medida, como es esa sensación perpetua de sentirme fuera de lugar.



Y tras Invisible diste el salto al otro lado de los Pirineos para realizar Lo que el viento trae. Me surgen varias preguntas al respecto. En primer lugar, si se trataba de un proyecto que ya habías tratado de vender en España y no cuajaba, o si directamente te dirigiste al extranjero para tratar de publicarlo en unas condiciones determinadas.

Lo primero que me planteé fue que quería hacer aquella historia y no otra. Siempre me gustó el género de terror y era el momento de abordarlo porque me sentía preparado.

Con casi medio álbum dibujado mostré el proyecto a tres grandes editoriales. A las tres les gustó lo que vieron y quedé a la espera de una respuesta. Una no podía o quería afrontar los gastos de edición (?) y las otras dos nunca más se pronunciaron. Como no me gusta hacerme pesado decidí intentar vender el trabajo en Francia.

Me resultó difícil. Eran reticentes a aceptar el proyecto, pero en cambio me ofrecían trabajo como dibujante. Cuando conocí a mi agente las cosas fueron más sencillas. Para mí fue una suerte porque estaba dispuesto a olvidarme de hacer tebeos para siempre, aquel iba a ser el último intento por vivir dignamente del cómic.

Lo que el viento trae es un relato de terror, y si no me equivoco eres aficionado al género desde muy joven. ¿Por qué tardaste tanto en hacer tu propia historia de terror?

Porque no me sentía preparado. Ya me había pasado antes con La memoria oscura, una historia que hacía mucho tiempo que quería contar y siempre lo iba retrasando porque no me veía suficientemente preparado en la parte gráfica. Eran tantas las ganas que finalmente la dibujé, pero no era el momento. Nunca quedé satisfecho del dibujo. No quería que algo así me volviese a pasar.


Una de las primeras páginas de Lo que el viento trae.


A nivel de guión, ¿cómo fue enfrentarte a este nuevo cambio de registro respecto a tu trabajo anterior, de carácter generalmente social o humorístico? ¿Y qué tal te adaptaste al formato de álbum europeo?

Desde luego hay diferencias con trabajos anteriores, pero siempre queda un poso de aquello que me gusta tratar en casi todas mis historias: personajes jodidos, en situaciones incómodas y un cierto contenido social (contenido social que, en Lo que el viento trae, me resulta especialmente atractivo al tratarse de una historia de género).

No pienso en formatos, pienso historias y las dibujo como siempre lo he hecho. Sinceramente nunca me he preocupado de entender a qué se refieren cuando hablan de formato de álbum europeo. ¿Hablamos de tamaños o de contenidos? No veo tanta diferencia entre Los Profesionales de Carlos Giménez y El Fotógrafo de Guibert, Lefèvre y Lemercier. Los dos son productos europeos y, centímetro más o menos, guardan un formato similar. Si Lo que el viento trae se hubiese publicado sólo en España, por cualquier editorial, en alguna de sus colecciones ¿Estaríamos hablando de cómic europeo? Supongo que no, o tal vez sí, pero en cualquier caso me importa un pito.

También en el apartado gráfico se aprecia una evolución, tanto en el uso del color como en la línea, el ritmo… ¿Es todo premeditado, para adecuarse al tipo de historia, es una evolución natural de tu estilo, o hay indicaciones editoriales al respecto? Digo esto último porque el producto final sí que tiene un aspecto muy francobelga.

No hay nada premeditado. Como decía antes, éste era un proyecto para vender en España y si tiene aspecto franco-belga no tengo ni idea de porqué es así.

Es normal que haya una evolución gráfica porque he aprendido a dibujar un poco mejor, porque ahora entinto también con el ordenador y eso incide directamente en el acabado del dibujo, porque dar clases y corregir a los demás hace que sea más estricto conmigo mismo… Todo ha sido un proceso natural, sin prisa y sin pausa. Seguramente los cambios no terminarán aquí, pero eso sólo pasará si tiene que pasar, de forma tranquila.


Más viento.


Tanto Lo que el viento trae como tu último trabajo en colaboración con Wander Antunes, Todo el polvo del camino, están editadas en la colección Aire Libre de Dupuis, donde casualmente también ha publicado algunas de sus obras más exitosas Rubén Pellejero. De hecho, encuentro algunas similitudes entre vuestros estilos de dibujo. ¿Tú las ves, piensas que ha ejercido alguna influencia en tu estilo?

No eres el primero que lo dice, aunque yo no lo veo así. Ocultar las influencias es absurdo y nunca lo he hecho. Aprendí a dibujar tebeos influenciado por Carlos Giménez, Jordi Bernet, Milton Caniff y Alex Toth. Josep Mª Beá me enseñó cómo incorporar lo mejor de cada uno, digerirlo y sacar mi propio estilo. Seguramente aún quedan remanentes de alguno de ellos (siempre recuerdo que la influencia que más tardó en desaparecer fueron las manos al estilo de Carlos Giménez). Conocí a Pellejero hace poco más de un año y estuvimos charlando al respecto: siempre es un misterio ver las conclusiones que se sacan sobre nuestro trabajo.

Después del éxito de Lo que el viento trae, que cosechó buenas críticas en España, Francia y Bélgica y recibió algunos premios, repites editorial (Dupuis) pero en lugar de continuar con otro trabajo en solitario, colaboras con Antunes. ¿Cómo surge la colaboración? ¿Es algo que hablasteis entre vosotros y después ofrecisteis a la editorial, fue la editorial la que te mostró el guión de Antunes, solicitaste tú un guión para ilustrar…?

Lo que el viento trae tuvo varias nominaciones, pero un sólo premio.

Todo el polvo del camino es anterior a Lo que el viento trae. Inicialmente era un álbum de historias autoconclusivas (se publicaron dos capítulos en los dos últimos números de El Víbora). Wander y yo movimos el proyecto pero no alcanzamos las expectativas que nos habíamos impuesto y lo dejamos aparcado. Cuando conocí a mi agente le interesó mucho recuperar aquel proyecto. Wander lo reescribió y lo convirtió en una historia larga.

Tras la publicación de mi primer álbum con Dupuis la editorial leyó el proyecto y decidió incluirlo también en la colección Aire Libre.

Tras pasar casi 20 años dibujando principalmente paisajes urbanos contemporáneos, en tus dos últimas te sales por la tangente. En Lo que el viento trae muestras la Rusia de los zares, y en Todo el polvo del camino los Estados Unidos de la depresión. ¿Cómo llevas el tema de la documentación y lo de ser históricamente sólido en tus páginas?

Me encanta. He descubierto que disfruto enormemente dibujando paisajes amplios, lugares que aíslan y empequeñecen al hombre. Intento tratar el paisaje como un personaje más. Pienso en las películas de miedo que me marcaron como El resplandor de Kubrick o La cosa, de Carpenter y me doy cuenta de cómo, con el paso del tiempo, van saliendo esas cosas sin apenas darse uno cuenta.

Buscar documentación es una parte más del proceso, es necesario para dar verosimilitud a la historia. A mí me resulta muy divertido bucear entre fotos, vídeos y textos para formarme una idea de dónde me voy a meter. Además cuento con un ayudante de primera: Josep Mª Beà encuentra lo imposible, se ha convertido en un verdadero experto y me ha resuelto un montón de problemas.


Fotografías de la época como documentación para Todo el polvo del camino.


La edición española de Todo el polvo del camino es más pequeña que la original. Para entendernos, se ha pasado del formato álbum europeo al formato novela gráfica. ¿Te parece que afecta a la obra de alguna manera? ¿Has hecho algo para tratar de minimizar las posibles consecuencias negativas?

La edición de Dupuis es más grande, por lo tanto se disfruta más de la parte visual, eso es obvio, pero la calidad de los acabados es excelente en los dos casos.

Yo me he aficionado a los formatos más pequeños, siempre que la obra lo permita, porque me resultan prácticos: los manejo mejor, los puedo llevar encima cómodamente para leer en el tren y ocupan menos espacio. El último tebeo que compré fue El local, de Gipi. No tengo ni idea de en qué tamaño se publicó originalmente pero la edición de Sins Entido me parece estupenda. Si tuviese una versión más grande, como dibujante iba a disfrutar más de los detalles del grafismo, como lector creo que me daría igual.

Me preocupaba que el texto pudiese quedar demasiado pequeño y encajonado en los bocadillos, por ello modifiqué el tamaño de una gran parte de éstos. También he recuperado mi tipografía digital, he retocado el interlineado y el interletrado, también algunas letras que no me gustaban, también he añadido los signos de puntuación para otros idiomas. El resultado ha sido bueno: el texto se lee fácilmente y estéticamente también ha ganado pues el rotulado es acorde al dibujo.


Más polvo.


Wander Antunes explica en Todo el polvo del camino que tenía a John Steinbeck en la cabeza cuando escribió el guión. ¿Y tú? ¿Tenías a algún autor u obra concreta en la cabeza en los aspectos argumentales y visuales?

Mi referente visual fue la película de John Ford, Las uvas de la ira. También los cronistas gráficos de la época: Dorothea Lange, Ben Shahn, etc. Después de empaparme de la documentación hago el proceso inverso: desecho una gran parte de ella y trato de quedarme con lo mínimo, justo lo necesario para tener un referente a partir del cual poder ofrecer mi propia interpretación de las cosas. Tal vez esa es la parte más delicada, pero es la que ofrecerá un resultado más interesante porque se conseguirá, o no, una visión personal de las cosas, no una representación fotográfica.

Por ejemplo: en muchas fotografías que retratan la depresión americana se ve siempre gente en la calle; haciendo colas para comer, para buscar trabajo, para lo que sea. Cuando no hay nada que hacer la gente sale a la calle a buscarse la vida. En el álbum, en cambio, no se ve demasiada gente en los escenarios por donde se mueven los personajes. Es algo buscado, para acentuar esa sensación de desolación, de ambiente yermo, de depresión económica y moral. Puede estar acertado o no, pero es como yo lo imaginé y así quise transmitirlo.


De hecho, la portada descartada para Todo el polvo del camino es la viva imagen de la desolación.


Todo el polvo del camino es una historia, entre otras cosas, sobre el compromiso ético, y lo que más me ha llamado la atención es que al menos en un par de ocasiones esta ética pasa por encima de la ley, una ley que, por cierto, deja bastante que desear. Me da la impresión de que esto entronca muy bien con tus trabajos anteriores, y en este sentido me pregunto si has sentido que compartías una forma de pensar con Antunes.

Me ocurre que sólo me veo capaz de dibujar una historia si me siento identificado con aquello que se está contando, si comparto ciertas ideas con el guionista… Con Antunes se ha dado el caso y así es como quiero seguir trabajando.

Piensa que me cuesta mucho dibujar; rectifico una y otra vez, me cuestiono continuamente la composición, la narrativa, el color… Si no creyese en la historia, en su autor, si no la sintiese un poco mía sería un trabajo ingrato.

Cuando escribo yo el guión me ocurre igual. Hace un montón de años me ofrecieron escribir y dibujar unas páginas sobre fútbol. Pagaban muy bien y tenía poco trabajo en aquel momento… pero yo detesto el fútbol. Joder, creo que sellaría los estadios con hormigón, como se hizo en Chernobyl, con todos los aficionados dentro. No acepté el trabajo porque hubiera sido una tortura. Ni que hubiera buscado un ayudante futbolero para los guiones….

Respecto a lo de la “ley que deja bastante que desear” es cierto, es algo casi recurrente en mis historias. Energúmenos armados con placa y pistola intimidaron a mis hermanos y mi primo cuando apenas eran unos críos por colarse una noche en la piscina del pueblo. Nunca he confiado en nadie que haya escogido un trabajo en el que esté implícito llevar un arma. Seguro que la policía es necesaria, pero no me creo que seleccionen adecuadamente al personal.

En Todo el polvo del camino el campo está abonado para que quienes ostentan el poder ejerzan su voluntad de la forma más rápida y fácil, mediante la fuerza.


Cuando el lema de la policía es el opuesto a «porteger y servir».


Una pregunta un poco comprometida… ¿no te parece que el protagonista es demasiado “de una pieza”, demasiado honrado como para ser creíble?

El protagonista es un tipo que lo ha perdido todo, de forma dramática. Está francamente jodido y carga con su propia cruz. En esa situación uno puede optar por el abandono (como parece que hace él al principio) o justo lo contrario.

Una forma de redimirse a sí mismo, de dejar atrás la culpa, es obrar como hace él a partir de cierto momento de la historia. Es la opción adecuada para no volverse loco.

Por otra parte me parece un final saludable. Agridulce, tal vez, pero, como comento en el texto que introduce el libro, un final que hace que este mundo parezca menos feo.

¿Qué le contarías a alguien que no sabe nada de Todo el polvo del camino para convencerle de que le puede interesar?

Lo que yo valoro en cómic, cine o literatura es que consigan sumergirme en la historia, que me transporte a otro lugar, otra época, otro mundo. Eso es lo que más valoro, por encima de todo. Todo el polvo del camino, además, incita a creer en las personas (y lo dice alguien que tiene poca fe en el ser humano) eso, para los tiempos que corren, es un regalo.

Me gusta mucho tu tratamiento del color actual, y cómo has elegido en Lo que el viento trae y Todo el polvo del camino los colores azul y amarillo respectivamente como temas principales ya desde la portada. Está claro que estos colores eran los apropiados para los distintos escenarios de estas dos historias, pero ¿hay más razones para haberlos utilizado? ¿Razones más allá de las meramente estéticas?

No tengo en cuenta la estética cuando pienso en los colores que van a predominar en la historia. Para mí es sólo una cuestión de narrativa y, además, resulta más sencillo encarar el trabajo de esa manera. La estética también tiene su importancia, por supuesto, pero ante la duda siempre antepongo el uso del color como elemento narrativo. Ése es su verdadero potencial, el que hará una lectura más fluida, más eficaz, el que nos transportará al escenario dibujado y el que conseguirá dejar una impronta en nuestro cerebro, recordando más la ambientación de aquella historia que los propios dibujos.

Ahora mismo se publica Todo el polvo del camino. Eso quiere decir que seguramente ya estás embarcado en un nuevo proyecto. ¿Podrías hablarnos un poco de él? Al menos si está destinado al mercado nacional o al extranjero, si se trata de una colaboración, si será innovador o seguirá la línea de anteriores trabajos…?

Aún es pronto para hablar de ello, pero trabajo en una historia ambientada en el mundo militar. No es una historia de guerra, no me interesan, es de personas, de jóvenes (otra vez), de hombres y mujeres, de cómo nos organizamos la vida, de cómo intentan organizárnosla.


Aunque Jaime no lo dice, nos olemos que su próximo trabajo puede tener algo que ver con este dibujo. O no.


También me gustaría saber cómo ves como autor veterano y como profesor el mercado del cómic actualmente, y si tienes alguna indicación para los jóvenes autores. Y me gustaría también tu opinión desde el punto de vista exclusivamente de lector de tebeos.

Detesto esta pregunta porque hace que me sienta como un loro repitiendo siempre la misma cosa. El mercado del cómic lo veo como hace 2 años, como hace 4 años, como hace 10 años…

Yo estoy aburrido de oír hablar de recuperación de ventas, creación de nuevas editoriales, aumento de títulos, proliferación de eventos relacionados con el cómic, de que la novela gráfica va a salvarnos el culo a todos… Tal vez sea así, pero cuando hablo con dibujantes que tratan de seguir ganándose la vida con la historieta, TODOS los días, opinan más o menos lo mismo que yo. Los autores sabemos, en líneas generales, cuales son las tiradas, las ventas y los precios que se pagan por un álbum. No me sirve que me pongan como ejemplo Maus o Mortadelo y Filemón. Esa no es la realidad de la mayoría de autores de cómic de este país.

A un autor novel le diría que es importante la autocrítica, la capacidad de poder autocorregirse, la paciencia y la perseverancia. También la suerte, pero hay que crear oportunidades para encontrarla, no viene sola.

Vamos acabando… ¿me podrías recomendar algunos cómics, tanto nacionales como extranjeros? No tienen por qué ser novedades, claro.

Leo muy pocos cómics. Queda feo decirlo pero es así. Una vez discutía alguien en algún blog sobre los autores de cómic que dicen no leer cómics: menudo cristo se lió. Los ponían verdes, pero es algo normal y comprensible. Hay un momento de la vida en que uno se lo lee todo, adquiere una cultura tebeística considerable, pero luego hay otras cosas, unas más serias y otras más banales. Un dibujante de cómics se pasa la mayor parte del tiempo dibujando y escribiendo (más de las 8 horas de un trabajador medio), además suele tener una pareja, una familia, unos amigos, hay que hacer la compra, cocinar, limpiar, estudiar idiomas, intentar hacer un poco de ejercicio de vez en cuando para no acabar jorobado, perder el tiempo en internet, ver películas, leer las noticias, un libro, un tebeo, no hacer nada y descansar la mente, irse de vacaciones, de fin de semana… Me cago en el copón, ya hago bastante si me da para leer un cómic al mes.

Así, sin darle muchas vueltas diría El Príncipe Valiente de Foster, Las 7 vidas y La esfera cúbica de Beà, Los profesionales y Paracuellos, de Giménez, S de Gipi, El arte de volar de Altarriba y Kim, Pinocchio de Winshluss, Mis problemas con las mujeres de Crumb y Supermaño de Calvo.

Por último, ¿cuándo te vas a cortar la melena?

Hace unos tres años andaba yo un poco agobiado por algo, no recuerdo qué, y además hacía un calor calor del demonio. No sé donde había oído que las mujeres, cuando pillan un gran cabreo o tienen un problemón, se plantan en la peluquería y se hacen un corte de pelo radical o se tiñen el pelo de colores (lo sé, suena a película de Almodóvar). Así que me dije «pues yo también, que igual funciona…» me fui a una peluquería del barrio y cuando me preguntó «¿Cuanto corto?» le dije que lo que quisiera, que tenía dos palmos de pelo a su disposición. Estaba acojonado pensando cómo iba a salir de allí. Al final la chica dijo que le daba pena y sólo cortó las puntas.

Ya di su oportunidad al gremio de peluqueros, ahora el pelo tendrá que caer solo.




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Bibliografía hasta 2003
Monografías editadas por La Cúpula

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