Coches abandonados (Tim Lane)


Coches abandonados (Tim Lane). La Cúpula, 2009. Rústica. 172 págs. B/N. 16 €


Reseña publicada originalmente en la revista Dolmen, revisada y ampliada para su publicación en Entrecomics.

Coches abandonados es la primera obra de Tim Lane en nuestro país, una recopilación de historias cortas con un desesperanzador denominador común: la patética realidad que se oculta tras el sueño americano, la idea del triunfo en la vida y el american pie que Estados Unidos trata de vender a sus ciudadanos desde hace décadas. Siguiendo la estela de ilustres compatriotas, desde John Dos Passos a Jack Kerouac pasando por Tennessee Williams o Ernest Hemingway, Lane asume el desafío de retratar el rostro de la otra América. Y las referencias literarias son, en este caso, muy apropiadas, no tanto porque Lane alcance su profundidad, sino porque trata de emular sus fórmulas.

Las pequeñas historias de Lane están protagonizadas por los perdedores (ese concepto tan norteamericano), aquellos que quedaron en la cuneta como coches abandonados en la carrera del éxito en la vida. Enfermos mentales, matrimonios fracasados, despojos de bar de carretera, deambulan por las páginas de este libro de estructura fragmentaria como fantasmas sin rumbo definido. El estilo gráfico del autor, eminentemente ilustrativo y realista, recuerda en su caligrafía (pero sólo en su caligrafía) a Charles Burns o a un Daniel Clowes presa del horror vacui, pero carece de su soltura y pulso narrativo, de su distancia y capacidad simbólica. Seguramente, algún que otro giro irónico que suavizase el tremendismo noir de las páginas de Coches abandonados habría redundado en una mayor credibilidad y, sobre todo, en promover una mayor reflexión. El tono que propone Lane hace ya tiempo que se superó. Trasladarlo ahora al cómic no lo hace más válido, máxime cuando este cómic parece más un relato ilustrado (sin pretenderlo).



Hay que admitir que la recreación de ambientes es en ocasiones brillante, reforzando el protagonismo de la propia América y sus bares de carretera, sus trenes, sus viviendas unifamiliares, pero demasiado a menudo los personajes se presentan acartonados, a lo Al Feldstein, y las viñetas como una serie de fotos fijas que hay que atravesar a trompicones. También es cierto que el excesivo gusto de Lane por los prolijos textos de apoyo (muy literarios) y los diálogos impostados (también muy literarios), no favorecen la fluidez ni la verosimilitud y sí la sensación de déjà vu y de encontrarse frente a un relato ilustrado. A pesar de estas consideraciones, el intento de Lane se intuye sincero y no carece de algunas cualidades que convierten su lectura en tiempo aprovechado. Coches abandonados, ilusiones rotas, el sueño americano transmutado en pesadilla lúcida donde ya no queda sitio ni para el cinismo.