Takemitsu zamurái 1 (Eifuku & Matsumoto)


Takemitsu zamurái 1 (Eifuku & Matsumoto). Glénat (2009). Rústica. 224 págs. B/N y color. 12 €


Desde que leí Tekkon kinkeet trato de seguir la pista a Taiyou Matsumoto. No es un mangaka al uso, o al menos al uso de lo que estamos acostumbrados a ver en España, porque no pertenece ni a la escuela Tezuka, ni a la escuela Goseki y Kojima, ni a la escuela Otomo, ni a la escuela Tatsumi. Por supuesto que hay muchas otras escuelas o si se prefiere pautas estilísticas en el amplio campo del manga, pero gran parte de lo que nos llega presenta en mayor o menor medida influencias de estos autores. Y Matsumoto es distinto no sólo porque sus referencias vengan de autores europeos como Miguelanxo Prado, Moebius o José Muñoz (argentino europeizado), sino porque tiene una voz personal que se eleva por encima de todos estos préstamos. Ya en Tekkon kinkeet pudimos ver cómo este autor es capaz de moverse entre la hiperviolencia y la poesía sin despeinarse. También resultaba sorprendente y gratificante en su trabajo la adopción de un ritmo moroso, sí, como es tan habitual en el manga, pero cargado de intención narrativa bajo el camuflaje de la digresión surrealista. Si en Tekkon Kinkeet el relato adoptaba la forma de fábula moral (no demasiado halagüeña, por cierto) a caballo entre lo fantástico y lo urbano, en Blue spring (editado en EEUU por VIZ) desaparecían todo rastro de moraleja y de fantasía para dejar vía libre a un pesimismo existencial encarnado en una juventud japonesa y actual sin rumbo ni alicientes. Y aunque hay pautas comunes, el tono de Takemitsu zamurái remite a una filosofía mucho más alentadora.

En cualquier caso, los tebeos de Matsumoto no son tebeos fáciles de leer. Su mirada se centra intermitentemente en personajes y entorno estableciendo relaciones implícitas entre ambos, sus diálogos muchas veces son crípticos y las reacciones de los personajes son impredecibles, a menudo barnizadas con una fina capa de locura o, cuando menos, de desequilibrio social. Todo esto lo podemos encontrar de nuevo en Takemitsu zamurái, aunque en esta ocasión el guión corra a cargo de Issei Eifuku, ilustre desconocido. En el primer número de esta serie con ocho tomos programados y con un precioso diseño de Junzi Takahashi, Eifuku y Matsumoto ofrecen algo con regusto a novedoso utilizando viejos patrones: el Japón medieval, el extraño que llega a la ciudad y la relación entre el niño y el adulto. A diferencia de lo que estamos acostumbrados a ver en los relatos basados en el Japón feudal, el protagonista de la historia, con su katana de bambú, no se preocupa tanto por su honor como por disfrutar de las placeres más sencillos, en especial aquellos que acercan a la naturaleza. Ya en Nº 5 (también publicado por VIZ) Matsumoto sustituía sus paisajes urbanos por los naturales con cierto tono ecologista, algo que se acentúa en esta obra. La naturaleza se convierte en otro de los personajes de la historia, dotando de voz a objetos, animales y vegetales que interactúan con los personajes de tú a tú, posiblemente en alusión a la filosofía panteísta.



El dibujo de Matsumoto ahonda en la tradición ilustrativa japonesa a través de homenajes puntuales que también se extienden a la pintura europea con algunas pinceladas a lo Paul Klee o Gustav Klimt, acordes con el tono entre abstracto y romántico que propone la obra. También su división de la página en viñetas recuerda más al modelo de álbum europeo que al manga, proponiendo estructuras muy interesantes y, aunque poco habituales, muy de cómic en el sentido de específicas para este medio. El intercalado de viñetas aparentemente dispersas y generalmente con motivos naturales rompe el flujo de información como si los autores quisieran obligarnos a leer con detenimiento, como si estuvieran colocando puntos y comas en su escrito. De nuevo en la historia tenemos gatos, fetiche personal del Matsumoto, y como en Tekkon kinkeet surge la idea de la dualidad en el protagonista, pacífico e inocente en la superficie pero que porta en su interior el germen de la ira y el orgullo. De forma implícita se entiende que existe una lucha entre lo que el protagonista es y lo que quiere ser, y se abre la puerta a una vía de auto conocimiento que tiene que ver mucho con el budismo (Eifuku es budista y se propone ser ordenado sacerdote, según afirma en esta entrevista).

Takemitsu zamurái es, al fin y al cabo, una traslación al cómic de conceptos filosóficos no exenta de humor, o lo que es lo mismo, poesía del conocimiento con vocación de entretenimiento popular bellamente ilustrado.