Hellblazer: La tierra a donde van los muertos (Carey & Camuncoli, Manco)

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Hellblazer: La tierra a donde van los muertos (Carey & Camuncoli, Manco). Planeta, 2006. Prestigio. 176 págs. Color. 10,95 €


Como la mayoría de tebeos de Vertigo, este tebeo hay que leerlo con las gafas de pasta en su sitio y el pijama puesto. Y tratándose de Hellblazer, a poder ser en el silencio de la noche sólo interrumpido por el crujir de las puertas de los vecinos trasnochadores. Claro que hubo un tiempo, la “era Azzarello” en que el terror hizo mutis por el foro de la serie en incluso se nos privó de la localización habitual de Constantine en su Inglaterra natal, pero afortunadamente Mike Carey volvió para poner las cosas en su sitio.

He de reconocer que siento debilidad por el personaje, y Hellblazer es una de esas series que compro independientemente de su calidad, sólo por tener mi ración de cinismo y magia mensual. Evidentemente no soy el único, ya que Hellblazer tiene el honor de ser la serie del subsello de DC más longeva y con uno de los personajes más carismáticos que se recuerdan en las últimas décadas. El hecho de que el interés de las historias protagonizadas por John Constantine describan el perfil de una montaña rusa no impide que nosotros, sus fieles seguidores, sigamos disfrutando de la mala leche, el egoísmo, la chulería, las réplicas hirientes, la manipulación y las malas artes de este bastardo hijo de Liverpool. Después de la estupenda etapa de Jaime Delano, cargada de crítica social y terror psicológico y de la memorable saga Hábitos peligrosos a cargo de Garth Ennis, la serie comenzó a caer en barrena con un Ennis que se desenvolvía muy bien en los diálogos y las situaciones repletas de sal gorda, captando a la perfección el cinismo del personaje, pero descuidando el aspecto sobrenatural y terrorífico. Tras su marcha, Paul Jenkins volvió a sacar la serie a flote ayudado del estupendo dibujo de Sean Phillips y firmando historias muy originales pero que casaban a la perfección con la idiosincrasia del personaje. Jenkins terminó de contar lo que quería contar y Ennis (de nuevo) y Warren Ellis se encargaron brevemente de Hellblazer, sin firmar historias memorables, pero que sin duda estaban por encima de las del guionista que les sucedería, Brian Azzarello. Azarrello se olvidó de que Constantine era inglés, se olvidó de que era un bastardo, un mago y un manipulador, y se olvidó de que todo eso es precisamente lo que hacía atractivo al personaje. Afortunadamente, el siguiente encargado de la serie, Mike Carey, sí que sabía lo que los lectores buscaban.

Lo poco que he leído de Carey me hace pensar que es uno de esos guionistas con oficio que saben adaptarse a las características del personaje en lugar de adaptar al personaje a sus propias características, y eso, cuando no eres un genio, es un acierto. Devuelve a Constantine a su país, lo vuelve a rodear de sus secundarios, de su familia, y vuelve a introducir el elemento fantástico y terrorífico en la serie. Y como diría el viejo John, lo hace jodidamente bien.

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El tomo que reseñamos ahora y que termina con el número 212 USA de la serie, es la segunda parte de una saga que comienza en el anterior tomo, en el número 200 americano. Más de un año entero en el que Carey orquesta un crescendo terrorífico que arrojará a Constantine al mismísimo infierno en compañía de Nergal, un demonio que introdujo Delano en los primeros número de la serie, auténtica archinémesis del protagonista y con el que siempre ha compartido un vínculo muy particular. El escritor se lo ha tomado con calma, dejando aquí y allá detalles en apariencia irrelevantes y que después tendrán gran importancia en el desarrollo de la historia, pero sin olvidar nunca dotar a cada capítulo del suficiente interés como para que el lector devore cada uno de los capítulos con la impresión de que le han contado algo. Ha creado toda una cohorte de personajes secundarios, y todos tendrán su papel en el devenir de la historia. El retrato de el “Señor de los Caídos y Primero entre los Malditos” es impagable, la crueldad de los seres que habitan el infierno no conoce límite, y las intrigas para hacerse con el poder de un reino infernal y las vueltas de tuerca que Carey imprime, son soberbias. No quiero desvelar detalles de la trama porque es importante que el lector los vaya descubriendo a medida que avanza el relato, así que me limitaré a decir que es una de las sagas mejor construidas de la serie. Constantine actúa como un mero peón, el gran manipulador es manipulado una y otra vez, y cede el protagonismo a los distintos demonios que luchan sin compasión por el poder. Por supuesto, guarda un as en la manga, pero como suele sucederle siempre, pagará un precio importante por hacer valer su triunfo. El único pero que encuentro a la narración de Carey es que a veces el ritmo se resiente cuando se alternan las secuencias que transcurren en el infierno con las que transcurren en nuestro mundo, y que estas últimas resultan anticlimáticas.

El dibujante, Leonardo Manco, aunque en ocasiones da la impresión de que usa demasiado la fotografía como referencia, imprime un grafismo oscuro y sucio acorde con la historia que se narra y logra crear un ambiente muy apropiado para la historia. Las grandes masas de negro le sirven para olvidarse de los fondos, y aunque habría sido deseable un infierno más detallado, consigue que tengamos la impresión de estar en medio de la ninguna parte. La conjunción del guión de Carey y el dibujo de Manco hacen que este tebeo, sin ser un gran cómic, sea altamente recomendable para los amantes del terror en general y los seguidores de Constantine en particular.

Las portadas de Tim Bradstreet, como siempre, rutinarias y olvidables, pero hay que agradecer a Planeta que se haya tomado la molestia de colocarlas en el lugar que les corresponde, justo antes de cada número. Eso sí, tirón de orejas a la editorial por los errores ortográficos: sólo y solo no son la misma palabra, y en 15 ocasiones (las he contado) demuestran que no lo saben. Hay más errores, pero es que este, por lo reiterado, clama al cielo… o al infierno.

3
Bueno, este es el nivel medio que habría que pedir a cualquier tebeo


el tio berni