Desocupado (Lewis Trondheim)

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Desocupado (Lewis Trondheim). Astiberri, 2008. Rústica con solapas. 80 págs. B/N. 12 €

Crisis. Últimamente es una palabra que se oye pronunciar con bastante frecuencia, incluso demasiada. Todo parece ser culpa de la crisis: no sé cómo no se habían dado cuenta antes, ya que podían haberla utilizado desde ni se sabe cuándo para explicar cualquier fenómeno extraño, que se sale de los parámetros de lo habitual: la crisis del ladrillo, la económica, de consumo,… pero hay muchas más, tan famosas o por lo menos con el mismo caché que la que tenemos encima, y así nos encontramos con las crisis de los cuarenta, de identidad y la que nos ocupa: la de creatividad.

Ésta es la que trae de cabeza a Lewis Trondheim en su álbum Desocupado, en el que nos narra su estoy en crisis particular, con su más que peculiar punto de vista de las cosas y situaciones y editado con el sello característico de Astiberri Ediciones en su Colección Sillón Orejero.

Desocupado es, por lo pronto, un título engañoso, porque el artista no está sin hacer nada ni un solo momento desde que se apercibe que lleva 80 días sin dibujar. Hace cuentas y recapacita sobre el hecho de que no había parado de dibujar en los últimos 14 años, por lo que esos días podrían considerarse unas vacaciones de su faceta de dibujante, que le servirían para dedicarse a otras actividades que le parecen muy interesantes y atractivas en ese momento… pero que le llevan a considerar ciertas cuestiones, sobre todo, lo que él pasa a denominar el problema del envejecimiento del autor de cómics. Todo esto no hace si no generarle más dudas e interrogantes y mirándose en un espejo ficticio formado por supuestos posibles lectores, estos le devuelven como reflejo respuestas, que –irremisiblemente- le producen nuevas preguntas. Parte de la premisa que los autores al llegar a los 60 años lo tienen todo dicho y pregunta a ese público, éste le sale respondón y rebelde, dándole un ejemplo irrefutable con Moebius. Los insumisos son eliminados de esta audiencia, pero siempre sobresale alguno diciendo lo que, por supuesto, Trondheim quieren que digan, pero que no se atreve a decir por sí mismo. Así le pasa: cada vez tiene menos concurrencia y como sus inseguridades siguen aumentando, nada mejor que recurrir a amigos y compañeros de profesión. Entre viaje y viaje, consigue entablar diálogos con algunos de los nombres más reputados del momento y de siempre como Enmond Baudoin, Joann Sfar, David B., Christophe Blain, Guy Delisle, Enki Bilal (por mencionar unos cuantos), Yvan Delporte, con quien intercambia correos electrónicos que no hacen más que aumentar sus inquietudes, y Charles Berberian que le propone que inicie una nueva colección que bien pudiera titularse: Envejecer mal y vaya tocando diferentes profesiones. No parece que al autor le disguste la idea, pero enfrentado con su Lapinot, y sus futuribles Lapinot va a ser papá, Lapinot se casa … cree que acomodarse es la muerte del artista.

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En cuanto al dibujo, el autor, en un momento de este álbum asegura que nunca se ha sentido dibujante, pero a poco que se conozca su obra, el dibujo es totalmente reconocible: sus personajes antropomórficos (que consiguen gran parecido con su original en el caso de los autores mencionados), con una gran plasticidad a la hora de expresar sentimientos y, sobre todo, estados de ánimo, que conociendo al autor pasan siempre por el arco de la desilusión, la desesperanza y que chocan con sus antagonistas para lograr diferentes puntos de vista en un tebeo de composición muy libre, sin viñetas, pero con transiciones sencillas que no ocultan la profundidad y la preocupación de los temas tratados y en los que no falta, por supuesto, su sentido del (mal)humor tan característico.

Reflexiona Trondheim sobre una cuestión tan humana como el miedo al futuro, a ese devenir imposible de predecir, que nos traerá o llevará según los pasos que caminemos siguiendo este o aquel sendero, guiándonos por derroteros que surgen al continuar formulándonos preguntas, al dudar, al cuestionarnos cada paso sin evitar tener que darlos, con mayor o menor miedo, cuidado o precaución, pero que nos van condicionando como persona o como autor, que es el caso planteado. La crisis, en definitiva, entendida como oportunidad, que será superada a base de tesón, confianza, dudas, preguntas con y sin respuestas y un tirar hacia delante, paso a pasito, hasta tener entre nuestras manos -por ejemplo- el nuevo álbum, este Desocupado, compendio, a modo de ensayo personal, de todas estas cuestiones, tratadas desde el personalísimo punto de vista del autor que, a la vez, consigue hacer sus hipótesis universales. Una lectura muy recomendable para estos tiempos de crisis, que puede hacernos olvidar esta crisis mundial, impuesta e insufrible para adentrarnos en otras más propias e íntimas, e intentar solucionarlas o, al menos, verlas bajo otro prisma, cargado de los tópicos típicos de este autor, pero que deja un rayito de esperanza al final del túnel.