Bruselas mon amour

Aprovechando el paso del Pisuerga por la bella ciudad de Valladolid,hace unos días nos acercamos a Bruselas con la intención de degustar unas buenas coles en su entorno natural. Y, ¡oh, vaya!, casualmente se celebraba en la ciudad un festival de cómic. Vamos allá con una pequeña crónica de lo que dieron de sí un par de días en la capital europea.

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El primer día de visita lo dedicamos a recorrer la ciudad. Como seguro que sabéis, entre la oferta turística de Bruselas se encuentra “La ruta del cómic”. No, no es algo creado desde los cuarteles generales de los aficionados, es una ruta que aparece en las guías turísticas e incluso viene señalada en algunos mapas de la ciudad como algo que «hay que ver». Bruselas está plagada de murales de gran tamaño con dibujos de cómic de autores belgas (y algunos franceses) espléndidamente realizados y bastante impresionantes. Bruselas no es una ciudad demasiado grande ni con demasiadas atracciones turísticas, de modo que hacer la ruta de los murales es un modo tan bueno como otro cualquiera de recorrer la ciudad al tiempo que uno alimenta su afición a los cómics. Así, uno puede detenerse en un kiosco y comprobar cómo los álbumes Titeuf o El pequeño Spirou se venden en bonitas ediciones en tapa blanda por dos eurillos de nada (como aquí Mortadelo y Filemón hace unos años, vaya), o como los álbumes y parafernalia de Tintin y Blake & Mortimer son omnipresentes allá donde uno vaya. Bueno, y otras cosillas relacionadas con el cómic, también.

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Pero vayamos por partes. El primero de los murales lo encontramos en el intercambiador de tren/metro/tranvía Gare du Midi, una gran imagen de Tintin sobre una locomotora muy apropiada para su ubicación. Es el preludio del festival de murales que está por llegar. Por cierto, recordad siempre llevar cambio en los bolsillos: para mear hay que pagar (no es metafórico). Después ya pasamos a seleccionar un pequeño recorrido que nos permitiera en el poco tiempo del que disponíamos ver el mayor número de murales a la vez que pasábamos por los lugares más emblemáticos de la ciudad. Es importante tener los ojos muy abiertos y llevar la cabeza alta, porque es muy fácil pasar por debajo de uno de estos mastodónticos dibujos y no verlo (damos fe de ello, el Señor Jean se nos resistió cosa mala). Además, las calles tienen la mala costumbre de cambiar de nombre sin previo aviso, lo que complica bastante la localización. En fin, que para no aburrir, aquí van algunas fotos de los murales que pudimos ver, que no son todos ni mucho menos. Publicamos nuestras fotos porque nos hace ilusión, pero podéis encontrar ubicación y fotos de todos los murales en Google Maps o aquí.

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Esto no es todo. La ruta del cómic también incluye, como no, varios museos dedicados al cómic, como la Fundación Raymond Leblanc, la Casa del Cómic o el Centro Belga del Cómic. Mala, muy mala nuestra planificación, llegamos a este último minutos antes de su cierre y decidimos no verlo deprisa y corriendo. Vaya palo. Sin embargo, sí que es posible acceder a la primera planta, donde hay algunos cachivaches y una tienda donde a uno se le hace la boca agua entre álbumes y muñequitos de Tintin, Lucky Luke y Los Pitufos. Cuando uno ve los precios, la baba se le seca.

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Sin duda, las plantas superiores son más interesantes (y el propio edifico art nouveau tampoco es moco de pavo), pero lo dicho, no hubo tiempo de verlas (y menos tiempo tuvieron los turistas españoles que nos encontramos al salir y que también querían visitar el museo). Como dato curioso, los baños aquí son gratis, y además uno se puede hacer una foto en el mural de La marca amarilla (qué apropiado) que hay en la entrada.

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Algunas calles de la ciudad han recibido una nomenclatura alternativa, y debajo de la placa con el nombre oficial, se puede ver otra placa, de distinto color, dedicada a un personaje de cómic. Estas son algunas de las que nos encontramos.

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Los belgas son unos tíos bastante ordenaditos. Los restaurantes griegos están en una calle, los tailandeses en otra… y las tiendas de cómics en otra. No es que estén todas allí, claro, pero sí que hay alguna calle (como Maurice Lemonier) en la que, en pocos metros, uno puede encontrarse tres o cuatro tiendas bastante interesantes (bueno, más o menos los mismo que sucede en Madrid). Lo malo de estas tiendas es que resultan caóticas, y si uno no tiene mucho tiempo, rebuscar entre álbumes y más álbumes apilados sin demasiado orden es realmente complicado y todo un peligro para los alérgicos a los ácaros. Lo bueno es que muchos de estos cómics son de segunda mano o saldos, y el precio medio de las serie de éxito, léase XIII (últimos álbumes incluidos), Lucky Luke, Astérix, Jeremiah, Blueberry o cualquier otro superventas que se os ocurra, es de unos 5 eurillos. También es posible encontrar novedades calentitas, como El Principito de Sfar, por 10 euros, la mitad de su precio “oficial”. Es aconsejable pues, llevar a Bruselas una maleta extra vacía y muchos billetes de 5.

Seguramente, con más tiempo podríamos haber descubierto muchas cosas relacionadas con el cómic en la ciudad, pero para un día no estuvo nada mal. Pasamos pues al segundo día, en que nos acercamos a la séptima edición del Festival de la BD de Bruselas. Nos llamó la atención la poca publicidad que encontramos del evento, teniendo en cuenta la importante presencia del cómic en la ciudad. ¿Una indicación de la cutrez del evento? Quizá, ya veremos. Desde luego, el emplazamiento era de lujo, un hotel precioso con elegantes salones. Vamos p’adentro.

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A priori, dos cosas nos habían sorprendido del programa. La cantidad de autores invitados, unos sesenta, y la ausencia de actividades. Efectivamente, la única actividad en el salón son las firmas de autores. No hay charlas, presentaciones, proyecciones ni concursos de cosplay. Pues vaya. Pero lo peor no es eso. A menudo nos quejamos de que nuestros salones no son más que una tienda donde comprar novedades. Nos quejamos por vicio. Las funciones del salón de Bruselas son vender, vender y vender. Para obtener una dedicatoria, es necesario comprar un álbum del autor en cuestión (o, atención, otro álbum de precio similar o superior), lo que te da derecho a un boleto numerado con tu posición en la cola de firmas. Esto, a nivel de organización, hay que reconocer que es espléndido. No hay que preocuparse de estar en la cola como un clavo durante dos horas, ya que basta con acercarse cuando calculas que será tu turno. A otros niveles, ya presenta algunos inconvenientes, como tener que comprar algo que no te interesa si ya tienes el álbum que quieres que sea firmado. Los stands de venta no son muy numerosos, y predominan por ubicación y tamaño los de la organización. Fue mi significativo también encontrar que las cintas de las que colgaban las acreditaciones de organizadores y autores tuvieran el logotipo de eBay, o que en algunos stands se vendiesen álbumes YA dedicados. Negocio, negocio, negocio. No es que nos parezca del todo mal. La industria se sustenta así, y seguramente los autores salen beneficiados de este tipo de encuentros, pero se echa en falta el ambiente de amor al cómic, de afición desinteresada que se respira en algunos salones españoles. Ya digo, comparados con el de Bruselas, el nivel de “negocio” de los salones españoles queda a la altura del barro.

Otro dato curioso que seguro que agradecen los habituales de las sesiones de firmas del Saló de Barcelona es que entre los organizadores se encontraban al menos tres de los famosos “franceses” que todos los años exasperan a los aficionados españoles por sus triquiñuelas a la hora de obtener álbumes firmados. Aquí nos pasamos el presunción de inocencia por el arco del triunfo y nos atrevemos a vaticinar lo que todos sospechábamos: las dedicatorias que obtienen en Barcelona tienen como destino eBay o una tienda. En fin, cada uno hace lo que quiere con sus propiedades y es libre de perder su tiempo en una cola para sacar un beneficio de unos pocos euros, pero nos da una sensación de cutrez tremenda.

Sobre los autores. Pues muchísimos, la mayoría de ellos desconocidos para nosotros, pero con algunos pesos pesados de la historieta como Dino Attanasio, Batem, Raoul Cauvin, Floch, Dany, o nuestras dos elecciones, Hermann y José Luis Munuera. Colocados en larguísimas mesas corridas, era un lujo pasar por delante de los autores para verles dibujar álbum tras álbum. Como hemos dicho, nosotros nos limitamos a dos autores, y vamos a empezar por el final, Hermann.

Hermann, como estrella que es, fue uno de los autores con menor número de horas de firma programadas, y para colmo llegó tarde. No hay mal que por bien no venga. Su retraso hizo que muchos de los que ya tenían su ticket numerado desistieran del encuentro, y los pocos que por casualidad nos encontramos al maestro belga sentado en un rincón, nos colocamos sin orden ni concierto en una cola improvisada. Tras aceptar que un miembro de la organización se colase para que Hermann firmase su álbum (esperamos que no lo venda), llegó nuestro turno (Nota: tras permitir la colada, Hermann nos mira y nos dice en inglés: “así es como la gente te jode”). Tras intercambiar algunas palabras en inglés con el autor, nos pregunta, “You are not English, are you?” Vale, nuestro acento nos delata y confesamos ser españoles. Alegrón para Hermann, que sabe español y se lanza a practicar su don de lenguas con nostros, recordando con cariño su paso por El Escorial para impartir una charla y el tremendo calor de Madrid. Por supuesto, Hermann está de vuelta de todo y las dedicatorias son muy simples, un perfil del personaje principal del álbum a firmar, habitualmente. Pero eso es lo de menos. Es un auténtico lujo comprobar como a sus 70 años, Hermann sigue siendo un personaje vital, afable, amable y muy despierto. Entre otras cosas nos confiesa que este mismo año está invitado a los III Encuentros del Cómic en Ávila. Anotadlo en vuestras agendas. Quedamos en vernos allí de nuevo y nos despedimos. He aquí una prueba del encuentro.

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El otro autor con quien pudimos encontrarnos fue el murciano José Luis Munuera. Por si quedaba alguna duda sobre su éxito en tierras francófonas, su cola es la más larga (no pun intended) de todo el festival. Se hinchó a firmar álbumes de Navis y Spirou en francés y flamenco (y al menos uno en castellano, el nuestro) con la única ayuda de sus manitas, un café y una galleta. Como un jabato, firma dos días por la mañana y por la tarde, y atiende cualquier petición de los aficionados. Ya sabéis: “quiero que me hagas esta viñeta en la que un monstruo salta sobre el protagonista” o “quiero un Spirou en esta o en la otra pose” o “clávame esta viñeta”. Munuera se lo curra que no veáis y todo el mundo sale contento. Aprovechamos que sale a fumar un pitillo para ponernos en modo stalker, seguirle y presentarnos. Además de un excelente dibujante, Munuera demuestra ser un tío estupendo, simpático, sincero y muy accesible. Menuda suerte que hemos tenido con nuestros dos autores elegidos. Ya en la cola de firmas, charlamos sobre su Spirou, sobre Navis, que triunfa allá donde va, sobre algunos proyectos futuros que tiene en cartera, sobre Batman Año 100 y Agujero Negro y yo qué sé sobre qué más. Aprovechando que estamos rodeados de no hipanoparlantes, Munuera se desahoga sobre un par de temas. Lo cierto es que no esperábamos este nivel de “confindencia” y salimos del encuentro con un dibujo estupendo de Spirou y la sensación de que Munuera es un tipo estupendo.

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Sólo dos días en Bruselas, pero mucho cómic por todas las esquinas, por no mencionar otros atractivos de la ciudad, como el Atomium, el Manneken Piss y la Janneken Piss, que está justito al lado del famoso bar Delirium Tremens, con sus 2.000 variedades de cerveza (literal), las boulangeries, chocolaterías, Plaza Mayor o la amabilidad de la gente, que cuando nos ve con un mapa en la mano no espera a que preguntemos, sino que se acerca para ofrecer ayuda. Bruselas ha pasado la prueba del algodón comiquera, y para colmo en el viaje de vuelta nos encontramos con Tirso Cons y Kenny Ruiz que vuelven de otro festival en Andenne. Saludos a todos los autores con los que nos encontramos y a nuestra insuperable anfitriona. Ευχαριστούμε πολύ, Πανδώρα!

el tio berni