Entrevista a Josep María Beà

En los últimos tiempos parece que asistimos a una especie de reconocimiento a la carrera de uno de los autores españoles más importantes de los años ’60, ’70 y ’80, Josep María Beà. Glénat va recuperando sus obras más importantes (pronto, La Esfera Cúbica); Tebeosfera dedicó varios artículos y una excelente entrevista (muy recomendada) a Beà; Space Rock Heaters hizo lo propio; y por supuesto no podemos olvidar la extensísima entrevista que Absence mantuvo con el autor y que se reproduce en Mondo Brutto #39. De hecho, debido a las limitaciones del espacio impreso, Absence está ahora mismo dedicando varias entradas en su blog a mostrar curiosidades (y aquí la palabra cobra su auténtico sentido) sobre Beà.

Casi por azar, hace unos meses, antes de saber que se realizaría una mega-entrevista para Mondo Brutto, nos pusimos en contacto con Josep María Beà, y dado que desde el primer momento su actitud fue extremadamente agradable nos sentimos inclinados a solicitarle una entrevista. Demostrando una vez más su afabilidad, dedicó un importante espacio de su tiempo a responder las preguntas que váis a leer a continuación e incluso remitió gran parte de las fotografías e imágenes que ilustran la entrevista. Desde aquí, quiero agradecer personalmente a Josep María Beá el haber derrochado simpatía y caballerosidad en cada mail que hemos cruzado, el haberse esforzado en ofrecer respuestas interesantes a preguntas contestadas ya en muchas ocasiones y sobre todo el haber hecho realidad el sueño de un fan. Gracias, Josep María.

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Beà visto por Enrique Ventura.


¿A qué autores consideras tus maestros?

Es absurdo citar a unos pocos, carece de valor. Han sido muchos; se trata de una extensa sucesión de dibujantes, los cuales, van dejando una leve huella que lentamente configura una expresión gráfica inédita, la que finalmente acabará convirtiéndose en el estilo propio. De todas maneras, existen unos primeros referentes que, sin lugar a dudas, son determinantes en mi época de aprendizaje. Alex Raymond, Milton Caniff, Frank Robbins, Dan Barry, Stan Drake y Burne Hogarth, fueron autores de cabecera, que traducido, significa que los plagiaba salvajemente, viñetas enteras si era necesario, con fondo incluido. A día de hoy, una cosa tan descarada es inconcebible, saldría en Yotube, en el apartado de caraduras sin fronteras.

Hoy en día cualquiera que publique unas pocas decenas de páginas es considerado autor. En tu época era un poco distinto, ¿verdad? ¿Cuántas páginas había que dibujar de encargo y a destajo hasta conseguir poner tu firma en ellas?

Empecé muy joven, combinaba los estudios de Bachillerato y los de Artes y Oficios con el trabajo para la Agencia Selecciones Ilustradas que regentaba Josep Toutain. Aquello era como una fábrica de tebeos, algo semejante a una enlatadora de conservas cuyos productos, carentes del más mínimo interés artístico, iban dirigidos al mercado francés. Pero cuidado, el mercado francés de aquellos tiempos era de una cutrez que tiraba de espaldas. Se aceptaba todo, y todo era un magma abominable.

No se nos permitía firmar por miedo a que los sindicatos galos descubrieran la intrusión (que fue desmesurada) de dibujantes españoles y, por tal causa, pudieran surgir problemas.

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Carnet de Artes y Oficios. Edad real: 11 años. Edad falseada para poder matricularse: 14 años.


¿Cuántas páginas calculas que pueden haber salido de tus manos? ¿Cuántas de ellas se habrán publicado en España?

Joder, es tan difícil como saber cuantos dientes de leche han caído desde la proclamación de la Primera República Española hasta que Alexander Fleming descubrió la penicilina. Muchísimas páginas.

En Los Profesionales de Carlos Giménez apareces personificado en el jovencito José María Abé. ¿Cuáles fueron tus primeras impresiones al entrar a formar parte de Selecciones Ilustradas? ¿Eran realmente aquellos profesionales tan bromistas como cuenta Giménez?

A mis cinco años, más o menos, ya tenía clarísimo que de mayor quería ser dibujante de historietas y no bombero como la mayoría de mis amiguitos (curiosamente, el riesgo de calcinación es similar en ambas profesiones).

Diez años más tarde, como he comentado antes, ya estaba en la plantilla que tan bien retrata Giménez en Los Profesionales. Para mí, aquel lugar, exageradamente cochambroso en sus inicios, era muy parecido al cielo de las ilustraciones de Doré que colgaban por los pasillos de mi colegio Marista, pero también había jodidas rendijas que te llevaban al mismísimo infierno: las putadas constantes que nos hacíamos los unos a los otros.

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Los Profesionales, 1956 . De izda a dcha: Beà, Pedro Añaños, José González. Al frente, Domingo Álvarez.


En la mayoría de ocasiones, aquellas bromas, elaboradas cuidadosamente por un grupo de quisquillosos psicópatas (yo entre ellos) se enmarcaban en el ámbito de una crueldad extrema.

Una de las bromas que Carlos no cuenta es la que sigue. Procuro resumir.

[Nota: En realidad, Giménez sí que plasmó esta historia en Los Profesionales 5 (Glénat, 2004). Vamos a comparar el relato de Beà con algunas viñetas de la recreación de Giménez]

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Cogimos un trozo de papel de un periódico, un fragmento en blanco. Alguien que conocía a un linotipista consiguió que éste, en un momento, imprimiera la típica esquela comunicando la muerte de uno del grupo de dibujantes. El falso muerto era Manolo Brea. La necrológica lo dejaba claro, claro: “… ha fallecido víctima de un accidente de tráfico mientras cruzaba la…”. Todos conocíamos la trola menos uno.

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Brea estuvo todo un día sin aparecer por el estudio. A la víctima de la broma le enseñabamos la esquela repetidas veces. Mientras, varios tíos interpretaban un llanto contenido, gimoteos de plañidera, había quien se golpeaba la cabeza contra un armario: «…¡Joder… no pueeede ser… si ayer estaba sentado en esta mesa, joderr…!» Otros tiraban el pincel al suelo en un arranque de aflicción: «¡Dios mío… mirad, su página a medio dibujar…!» Todo eso con música de fondo de una emisora que daba clásica. Y así todo el puto día. 20 tíos, o más, sumiendo a otro en la más profunda de las tristezas.

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A las 19 horas, ya de noche, comenzamos a irnos y claro, el único que se quedó sólo en el estudio fue el pobre incauto.

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Fuera, en el rellano y parte de la escalera, nos agolpamos todos. Allí estaba Manolo Brea, vestido de negro, con la cara pintada con gouache claro y ojeras moradas. La boca abierta taponada con algodón. Acojonaba de la hostia. Y éste llamó al timbre. Y el otro abrió la puerta.

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Al verlo de pie con aquella facha de personaje de George Romero avanzando hacia él, retrocedió, dando trompicones, trastabillando, gritando. Cayeron sillas y una mesa, y el embromado también, de bruces al suelo, sollozando aterrorizado. Y entramos todos riendo.

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Encendimos las luces, Manolo se quitó el algodón y: «Hey chaval, que sólo ha sido una jodida broma, ja, ja, ja…!» Casi se muere, el pobre. De hecho, podía haber muerto.

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Así, pues, siempre planeaba sobre cualquiera de los que estábamos allí, el temor de que te la iban a jugar de manera peligrosa. Menuda paranoia. Había que querer mucho aquel oficio para pasar tanto miedo.

¿Era Toutain tan “personaje” como parece en Los Profesionales?

Fue un tipo muy peculiar, listo, sin lugar a dudas.

Por iluminación espontánea, supongo, descubrió que se podía ganar mucho más dinero como agente artístico que dibujando historietas, que es a lo que inicialmente se dedicaba. Así que, sin pensárselo mucho, llenó una carpeta con dibujos de compañeros suyos, se subió a un tren y se plantó en París con la idea de mostrar aquel material a cualquier editor que se cruzara en su camino. Regresó contentísimo, con un montón de guiones que entregó a sus amigos para que los dibujaran. Él no volvió a dibujar nunca más, mutó en un sagaz representante.

A los pocos años, consiguió que su agencia fuera considerada la más importante de Europa.

Claro, cosechar un éxito semejante a una edad muy temprana y en un país aislado políticamente del resto del planeta, lo transformó en un sujeto muy especial. Practicaba un comportamiento ora autoritario, ora paternalista, siempre desmedido en sus aturdidoras reuniones donde, con un verbo magnético, nos tenía a todos cautivados merced a sus hiperbólicas premoniciones de éxito. Se sentía, como no, admirado, temido y odiado por toda aquella tropa de cachorros subnormalizados mágicamente por una afición patológica por el cómic. Pero poca broma, con el tiempo fue conquistando el mercado exterior, y sin exagerar, casi nos llevó a las puertas de Hollywood.

Al principio, a mí, Toutain me aterrorizaba, procuraba evitarlo, no cruzarme con él en los pasillos de la agencia. Yo era un chaval casi hiperactivo, pronto a la risa, cosa que a él en aquella época no le resultaba grato ya que, con mi repertorio de interpretaciones mongoloides alborotaba el gallinero.

Y, sin embargo, acabamos siendo entrañables amigos. A pesar de aquellas infantiles regañinas con las que me vapuleaba al inicio, siempre conservaré un extraordinario recuerdo de su persona, no en vano, he de considerarlo como mi padre artístico.

Pocos días antes de su muerte, cuando apenas hablaba con nadie, permitió que le pasaran una llamada mía de teléfono. Su voz era exangüe. Con dificultad, rememoró una anécdota del pasado; mientras, yo sabía que nunca más volvería a oír su voz porqué se estaba despidiendo de mí. Esta, ha sido una de las experiencias más penosas de mi vida.

En un ambiente de estudio como el de Selecciones Ilustradas debía de ser habitual el comparar el trabajo de uno con el del compañero, aprender sus técnicas o incluso colaborar en la realización de algunas páginas para terminar una historia a tiempo, ¿no?

Sí. Es cierto.

Solía ocurrir que, de forma imprevista, te ponían un guión sobre la mesa (que podía ser de cualquier género), entonces, se trataba de aprender la técnica que empleaban los mejores, tales como, Florenci Clavé, Josep María Miralles, Javier Puerto y otros.

Yo tuve de maestro a Rafael López Espí, que era muy bueno manejando el pincel de marta, semiseco de tinta. Se ponía a mi lado, cogía el pincel y, en pocos segundos, me entintaba con una habilidad pasmosa aquello que a mí me resultaba casi imposible. (Estoy hablando de los orígenes. A saber: si aquel ambiente lo extrapolamos a la paleontología, el primer grupo de Selecciones Ilustradas corresponde a una colonia de monos keniapitecos que, en vez de erguirse sobre sus patas traseras y convertirse en humanos, opta por dibujar tebeos frenéticamente, como objetivo vital).

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Páginas de Jeff Curtiss y el leopardo negro, aparecidas en 1959 en Casco de acero, donde se aprecia el uso del pincel de Beà. En palabras del autor: «La conversión de tamaños era lamentable» y «Siempre usaba pincel para todo. Creo que, aunque no soportaba este estilo apresurado, realizado sin ganas, dibujaba con más soltura a los 19 que 30 años después.


Bueno, eso de la colaboración nunca obedecía a motivos de índole creativa, sino a chanchullos para cumplir tiempos de entrega y tal.

Si que recuerdo -aunque esto ocurrió más adelante-, que en un envío a Londres se perdió una remesa de 32 páginas de 2 y 3 viñetas cada una, correspondiente a una historieta romántica de 64 páginas. Toutain organizó una estrategia demencial y toda la tropa se metió a dibujar aquellas 32 hojas: se comenzó a las 9 de la mañana y por la noche estaban terminadas. Aunque claro, es mucho mejor no hablar del resultado.

¿Cómo recuerdas la época en la que dibujabas en la revista Drácula de Luis Gasca?

Acabas de dar un salto de casi 15 años.

Durante este tramo de tiempo, con la puta mili de por medio y viajes al extranjero, ocurrieron infinidad de cosas, tantas que, de no ser por mis agendas, muchas ya estarían convertidas en polvo de olvido.

Me centro en Drácula.

Veamos. Tras toda aquella abyección de trabajo agencial, Selecciones Ilustradas consiguió carbonizarme, hasta el extremo de llegar a creer que me había equivocado eligiendo la profesión de dibujante de cómics.

Hacía varios años que había abandonado el oficio y estaba metido de lleno en la pintura y otras cosas impensables. Me llamó Luis Gasca. Quedamos citados en un hotel y, en menos de media hora quedó todo pactado: disponÍa del capital suficiente para lanzar una revista de élite de periodicidad quincenal. Confiando plenamente en mí, me ofreció 5 páginas en la revista que llevaría por título el nombre de Drácula. Me daba libertad total, sin trabas ni cortapisas y pagando un precio muy interesante. Eso último, generó el siguiente fenómeno. Sabiendo que alguien creía en mí y que además me había elegido junto a Enric Sió y Esteban Maroto (que en aquel momento, los dos y Carlos Giménez, marcaban la tendencia del nuevo cómic español) para el experimento, consiguió, como si se tratara de un episodio paranormal, que de la noche a la mañana comenzara a visualizar una nueva manera de manifestarme a través del cómic.

Fue, sin exagerar, una experiencia maravillosa. Por primera vez me iba descubriendo a mi mismo, aparecía en el papel una estética desconocida, que , en ocasiones me resultaba casi ajena. Rompí una membrana que, sin ser consciente de ella, me tenía amarrado en aquella deleznable forma de realizar la historietas aprendida en S.I. Ahora podía lanzarme sin miedo al vacío, de tal modo, que todo cabía en el proceso creativo. Introduje novedades técnicas en las páginas: tramas mecánicas, raspados, frotagges, colages, distorsiones anatómicas, así como elementos extraídos de disciplinas muy alejadas del cómic, cual grabados decimonónicos, fragmentos de pintores contemporáneos o elementos iconografícos japoneses.

Puede que haya sido la única vez en mi vida que, sin conocer la causa, me haya divertido dibujando cómic. Porque, he de confesarlo, jamás he sentido alegría, euforia o algo parecido mientras he estado dándole a una historieta. Es duro, son muchas horas bajo el flexo en solitario, sin saber cual será la respuesta del lector.

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Portada de la revista Drácula #10 (Buru Lan, 1971), obra de Beà. Imagen extraída de Tebeosfera.


Fuiste uno de los muchos autores españoles que publicaron en la Warren, junto a José Ortiz, Rafael Auraleón, Esteban Maroto, Pepe González, Sanjulián… ¿qué recuerdas de aquella época?

Pues yo debía tener unos 29 cuando, un día, apareció James Warren en S.I. y nos contrató a unos cuantos con una retribución magnífica. Fue un sueño, no exagero.

Verme de repente trabajando para una revista que cubría todo los USA y Canadá y compartiendo páginas con gente a la que tanto admiraba, resultaba difícil de asimilar.

Joder, allí estaban Alex Toth, Neal Adams, Reed Crandall, Wallace Wood, Frank Frazzeta, Bernie Wrightson, Tom Sutton, Rich Corben, Steve Ditko, Al Williamson, etc. De hecho, yo hubiera pagado para poder aparecer en los créditos de la Warren.

¿Cómo era trabajar para un mercado extranjero desde España?

Como todos los dibujantes de mi generación, me había malformado trabajando para el mercado exterior; concretamente: Francia, Inglaterra y países nórdicos. (Menuda peña los nórdicos aquéllos. El tal Bastei, vaya joya. El desprecio que esa pandilla sentía por los autores españoles es objeto de análisis psiquiátrico. Supongo que estos editores debieron vivir una infancia muy traumática y nosotros pagamos las consecuencias, la madre que los parió a todos ellos) Pues eso, que conocía el comportamiento bastardo de las editoriales extranjeras y tal, pero, sin embargo, con Warren fue completamente distinto. Durante mis cinco años de colaboración con el editor yanqui, fui tratado con la consideración que, obviamente, debe ser tratado alguien que desempeña su trabajo asumiendo la responsabilidad contraída. Jamás tuve el más mínimo problema.

En Fobia se recopilan algunas de tus historias de terror para la Warren, todas ellas tienen un marcado aire personal hasta el punto de que te atreves a situar la acción de The accursed flower (La flor maldita, en España) en Cataluña y tocar al Tío Creepy con una barretina. Además de dibujadas, estas historias están guionizadas por ti, algo muy poco habitual en los trabajos de la Warren. Bueno, de hecho en 1972, Warren te otorga el premio al guionista del año, compitiendo con profesionales con mucho más nombre y experiencia como Archie Goodwin ¿Cómo lograste ese nivel de libertad creativa? ¿Hiciste todo lo que quisiste o quedaron cosas en el tintero?

Ocurió que , tras unos meses de estar dibujando guiones escritos por profesionales realmente buenos, como Archie Goodwin, Don Glut y otros que, por una larga experiencia, sabían muy bien qué se traían entre manos, decidí dar el paso.

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Página de The accursed flower, publicada originalmente en Creepy #49 (Warren, 1972) y recogida en España con ligeras modificaciones en el álbum Fobia (Intermagen, 1985). La imagen está extraída de El Rincón de Taula.


Toutain mandó un guión mío titulado The Picture of Death, solicitando a Warren que lo leyera y diera su aprobación para que yo pudiera dibujarlo. Y la jugada salió perfecta, Warren dio el visto bueno. Hostia puta, entonces me acojoné. Era el primer dibujante extranjero al que permitían dibujar un guión propio. Yo era consciente de que había mucho prejuicio hacia lo hispano y, si quería salir airoso del asunto, era cuestión de establecer una buena estrategia. Si intentaba emular técnicamente a los americanos la jugada estaba perdida, ¿cómo podía competir con Alex Toth que, con cuatro líneas te dibujaba un edificio de Lloyd Wright o un Cadillac Fleetwood del 46?

Así que, huí de los trazados rectos, paralelas, perpendiculares, del asfalto, de los enfoques alocados, del tratamiento Caniff, y me centré en estudiar la morfología de esquema ROMO (es largo de explicar y aburrido). Y funcionó. Funcionó tan bien que, como apuntas, en el 72 recibí el premio al mejor guión que, como es natural, también lo había dibujado yo.

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Página de El Cuadro de la Muerte, historia publicada originalmente en Creepy #45 (Warren, 1972) y recogida en España con ligeras modificaciones en el álbum Fobia (Intermagen, 1985).


Y es que intenté ser sincero. ¿Qué coño había visto en mi país desde pequeño?: alpargatas, boinas, borregos, masías y mucha pintura del ochocientos. Les gustó eso. Pero a los cinco años me cansé.

Yo me canso de todo y he de comenzar con algo nuevo, mi límite son 5 años. Y me despedí. No quedó nada en el tintero.

Guardo un recuerdo de puta madre de la etapa americana.

(Cuidado, me asalta una evocación de aquel tiempo. Tengo 33 años. Gano mucho dinero, cobro en dólares, me compro un coche descapotable con bocina musical de seis trompetas que, al presionar el botón, suena a revientatímpanos la melodía de la película El puente sobre el río Kwai. Los transeúntes, espantados, saltan como ranas grilladas, se apartan y me insultan de mala manera. Le doy al acelerador a fondo. Chirrían los neumáticos traseros. Mucho humo blanco. Salgo disparado del lugar. Qué bella es la vida a veces. Pocas. Fin de la evocación).

Escribiste y dibujaste un libro titulado La técnica del cómic. ¿Quedaste contento con el resultado?

Por Jesucristo bendito. Vaya saltos cronológicos.

Ahora me sitúas en el 85, supongo. Vale. Constituí la editorial Intermágen S.A. Alquilé un piso de 250 m. y comencé de cero con cuatro personas, Pascual Ferry entre ellas.

El primer trabajo que edité fueron unos fascículos semanales titulados La Técnica del Cómic que se distribuían en los quioscos.

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Beà y Ferry en La Técnica del Cómic (Editorial Iru, 1990).


Recuerdo como fue el primer día. No puedo olvidarme de lo que llegamos a reírnos Pascual y yo aquella mañana que, sin tener ambos ni idea, nos sentamos en una mesa pelada, con un boli cada uno y unas cuartillas. Dijimos: «Vamos a realizar 12 fascículos que llamaremos La Técnica del Cómic. ¿Cómo empezamos?» Y así nació la que, posiblemente, sea una de las mejores obras dadaistas que se han publicado en este país, que curiosamente, cuando los fascículos fueron convertidos en un libro, éste tuvo una aceptación magnífica.

Aún hoy en día, me encuentro con personas ilusionadas que me confiesan que su vida cambió gracias a la lectura de aquel libro. Lo comprendo perfectamente, es un manual que puede conducirte directamente a las puertas del delirio.

Sea cómo fuere, hubo mucho amor en su realización y, ahora descubro gratamente que, a mucha gente le llegó esta sincera emoción. Simplemente intentaba ayudar a los aficionados mostrando unas pautas informativas y, al parecer, lo conseguí.

¿Nunca has pensado en escribir algún otro libro teórico?

Me atreví con uno, porqué tenía mucha experiencia acumulada y, además, no había dejado de dibujar cómic. En estos momentos no me atrevería a dar lecciones sobre un cómic que no corresponde a mi generación. Cada generación barre la anterior, así debe ser si no queremos quedar anclados en el pasado. Por consiguiente, son los dibujantes de ahora, los actuales, aquellos que están activos quienes, de quererlo, deben escribir un libro teórico aportando los resultados de este proceso evolutivo.

¿Y un libro de memorias?

Hace unos cinco años, o puede que más, firmé contrato con Glénat que, cosa insólita y de agradecer, me anticipó una cantidad a descontar de la liquidación de futuras ventas, (un avance de derechos de autor, para ser más precisos). Las cosas deberían ser así, pero nunca son así.

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Una faceta poco conocida de Beà: ilustrador de novelas. La primera ilustración corresponde a El Fantasma de Canterville de Oscar Wilde, publicado por L’Atzar Ediciones en 1981. La segunda corresponde a un trabajo para la editorial Teide.


Me metí a escribir y, ¡oh dios!, desconocía que una cosa semejante implica serios riesgos mentales. Se trata, de sumergirse en esa puta nebulosa que es el pasado e ir tirando del hilo. Es entonces cuando descubres que no todo ha sido un cuento de Disney, que el subconsciente se ha ocupado de desinfectar la basura enquistada, pero a pesar de todo, basura sigue siendo. El caso, es que uno se encuentra sometido a un psicoanálisis sin control, removiendo emociones dormidas, muchas de ellas indeseables. Y, si se intenta ser sincero y no convertir el pasado en una dulce tarta de palosanto, debe prevalecer la objetividad. Ésta, se presenta con una variedad de sombras tenebrosas, poblada por algunos infraseres aborrecibles que, a mi pesar, deben ser reflotados, mostrados públicamente, pese a quién pese. Resumiendo: no se trata de un relato de ficción, sino de un ejercicio que te enfrenta de nuevo a episodios semienterrados en el monte del olvido. Revolver esa sopa me agotó. Interrumpí el trabajo en diversas ocasiones; cuando estaba en el umbral de las 200 páginas me planté, guardé el manuscrito en lo más profundo del ordenador.

Tres años después he retomado la escritura memorial. No me resulta muy grato: sé que, sin ninguna necesidad, avivaré rencores casi extinguidos e igual vienen a por mí con un bate en la mano, como se suele decir. Me la suda, como también se suele decir.

En la actualidad las tiradas de álbumes de autores españoles “independientes”, por decirlo de alguna manera, suelen rondar los 1.500-2.000 ejemplares. ¿Cuál es tu álbum que más ejemplares ha tirado?

En 1982, Historias de Taberna Galáctica tuvo un tiraje de 20.000 ejemplares. Se vendieron unos 16.000, el resto fue redistribuído y, posteriormente, la devolución se saldó -así se hacía habitualmente- en el mercado sudamericano.

Cómo han cambiado las cosas. En aquel momento, el álbum venía a ser como un plus de beneficio añadido.
Primero, se rentabilizaba la obra vendiéndola por capítulos a revistas de varios países. Tras esta gestión, se editaba el álbum, cuyo tiraje se calculaba en relación al éxito que, el producto en cuestión, había obtenido de forma seriada.

¿Qué recuerdas de tu experiencia como coeditor de la revista Rambla y editor de Intermágen S.A.?

De Rambla prefiero olvidarme. Qué desastre. Aun siendo un interesante experimento cooperativista, un trasunto paticojo de la editorial francesa Les Humanoïdes Associés, resultó fallido. Nació tocado. Ha sido el tramo de mi vida en el que más he trabajado y menos dinero he ganado. Además de dibujar series con mi nombre, llegué a multiplicarme en cinco o seis pseudonimos: Las Percas, Sánchez Zamora, Pere Calsina, Sito, J. M., y otros que, afortunadamente, ya he olvidado.

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Página de la historia Nihil Obstat bajo el seudónimo Las Percas, recogida en el álbum Mediterráneo (Intermagen, 1985).


En aquel lugar siempre flotaban problemas insolubles. Qué pena. Fuera, fuera, miasmas fuera, que la vida son cuatro días.

A continuación, como he comentado anteriormente, constituí mi propia editorial: Intermágen S.A.

Allí siempre hubo muy buen rollo, siempre estuve acompañado de mi querida Marián.

No parábamos de reír y, sin embargo, se trabajaba mucho. Al márgen de La Técnica del Cómic, edité seis o siete álbumes con mi obra anterior, las revistas mensuales, Gatopato, Caníbal, Chucho Larguirucho y la semanal Bichos.

Intenté rodearme de dibujantes muy jóvenes, depositando toda mi confianza en ellos, procurando transmitirles el ánimo suficiente para encarar sus primeros trabajos. El resultado fue magnífico, ¡con qué afán y seriedad se comportaban aquellos tíos!

Allí estaban Miguel, Jesús de Cos, Alberto Calvo, Clos, y otros. Por lo visto, todos se lo pasaron de maravilla en aquella editorial y, a día de hoy son excelentes profesionales, como el magnífico Jaime Martín, que en estos momentos está triunfando en Francia con su álbum Lo que el viento trae.

¿Pasó por tus manos alguna propuesta que después te arrepentiste de haber rechazado?

Sí. En el 81, me ofrecieron colaborar en Heavy Metal, la película realizada en los USA y Canadá y producida por Ivan Reitman.

En Heavy Metal participó gente de la talla de Moebius, Corben, etc. Con una banda sonora muy potente: Black Sabbath, Blue Oyster Cult, Cheap Trick, Devo, etc. El problema es que en aquellos días, yo estaba plenamente concentrado dibujando Historias de Taberna Galáctica que se publicaba mensualmente en la revista 1984. Toutain, con su persuasiva dialéctica, acabó convenciéndome de que no podía dejar plantados a los lectores, que me olvidara de aquella oferta y que entendiera que la vida es así y no de otra manera.

Mi amigo Juan Giménez, que realizó el capítulo del taxista Harry Canyon -a mi juicio, lo mejor de todo el film- cuando regresó de Montreal, me comentó que la productora siempre creyó que finalmente me incorporaría al proyecto.

A decir verdad, más que por no haber colaborado en la peli, me arrepiento de no haber estado una temporada por aquellos parajes en compañía de Juan Giménez, que es una persona estupenda, un dibujante fuera de serie, con una corriente de opinión y sentido del humor muy afínes a los míos. Vamos, que lo hubiera pasado de coña con él. La risa estaba garantizada. Siempre persigo la risa.

Durante el boom del cómic de los ’80, ¿llegó un momento en que los autores llegasteis a pensar que el cómic se había normalizado como un medio cultural y de ocio más?

Desde luego. Daba la impresión de que el oficio estaba consolidado y blindado ante cualquier ¿derribo?

Sí, era del todo inconcebible que después de tantos años intentando dignificar un medio que había estado sumido en la noche de la desconsideración pública, pudiera sufrir una demolición o, dicho con otras palabras, una abolición tan lacerante. De la noche a la mañana, por culpa de una recesión económica internacional, entramos en inflación peligrosa y toda la pesca. Se encareció exageradamente el papel -y lo que no era papel- de manera escandalosa: Fin del viaje.

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Página de Historias de Taberna Galáctica (Toutain, 1981).


¿Cómo vivisteis el desinflamiento de la burbuja? ¿Hubo algún responsable directo?

Pues mira, fue algo muy parecido al actual pinchazo inmobiliario.

En lo que a edición de revistas de cómic se refiere, se había cruzado la línea de lo que podía considerarse sostenible. Casi había más publicaciones que lectores.

Los distribuidores, animados por unos años de sustanciosos beneficios, alentaban a cualquier persona a implicarse en la edición de todo nuevo proyecto. Los kioscos reventaban de títulos, la lista es increíblemente larga. En poco tiempo, casi sin previo aviso, todo se desmoronó como un jodido castillo de naipes. Las revistas de cómic, salvo algunas excepciones, dejaron de estar presentes en los kioscos hasta que casi todas ellas dejaron de editarse. Así se cerró un ciclo más; el denominado “Boom del Cómic”.

Debido a tu temprana incorporación al mundo del cómic, a los 14 o 15 años,¿A qué generación de autores te sientes más cercano? Lo digo porque creo que habrías encajado perfectamente entre la camada de El Víbora, y de hecho creo que publicaste algo en la revista, ¿no?

Pertenezco a la lejana generación de dibujantes que, en la década de los 50, nació casi de manera espontánea.

El centro neurálgico quedó establecido en Barcelona, merced a la presencia de varias agencias de producción y distribución de cómic, motivo que impulsó a muchos aficionados a trasladarse a Catalunya, sabiendo que, encontrar trabajo no suponía un asunto complicado. No es una temeridad afirmar que por Selecciones Ilustradas pasaron, en un momento u otro, todos los dibujantes de este país. Cualquier chaval con un poco de mano para el dibujo, era sometido a un “curso” intensivo de aprendizaje y, en tres semanas ya estaba preparado para afrontar un guión destinado al condescendiente mercado francés. Además, se le destinaba una mesa y un taburete en un macroestudio que se convertía, de modo inmediato, en una segunda casa; algo así como una residencia para tíos trastornados desde su infancia por la afición a la lectura de tebeos.

Mi generación es la formada por Esteban Maroto, Carlos Giménez, Alfonso Font, Jordi Bernet, Fernando Fernández, Adolfo Usero, Ramón Torrents, José María Miralles, Rafael López Espí, Carles Prunés, José González, Enrich Torres, Manolo Sanjulián, Manel Ferrer, Amador García, Suso Peña, Enrique Ventura, Miguel Ángel Nieto, Rafael Auraleón, Félix Mas, Ramón Escolano, Josep Gual, Florencio Clavé, Francisco Cueto, y bastantes más que en este momento no alcanzo a recordar.

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Beà con Adolfo Usero.


He de destacar a Enric Sió, con quien me sentí unido por una intensísima amistad. Me encantaban sus taimadas estrategias de seducción, su provocador dandismo que le procuró una tropa de enemigos, gente que lo odiaba profundamente. A veces, yo pensaba que esto último le gustaba, ya que nunca hacía nada para remediarlo.

Puede que gracias a su empeño de ennoblecer el cómic -que lo consideraba como un medio de expresión parangonable al mejor cine, al rock, a la pintura contemporánea o la literatura- consiguiera que, por primera vez los medios de comunicación se ocuparan de nuestro oficio.

Enric Sió fue un tío carismático, muy culto, relacionado con los integrantes de la gauche divine de Tuset Street (otro motivo que le creó desavenencias en el grueso de la profesión) .Un personaje atípico, que no se sentía cómodo en nuestro medio de escasa aura glamurosa.

Estuve con él una temporada en París, en la que me descubrió, a la vez que artistas desconocidos, lugares insólitos, parajes de turbadora estética gótica que, desde siempre, nos habían fascinado a ambos.

En Italia era muy respetado por la gente de la profesión (recibió varios premios importantes, el Yelow Kid entre ellos). En Milán me presentó a Guido Crepax diciéndome con indiscutible sinceridad: “Es quién yo hubiera querido ser”.

Ahora nadie habla de él, se le ha olvidado por completo y no me parece justo. Su legado es importante. La serie Mis Miedos, por elegir una de mis preferidas, es francamente buena. Quise mucho a Sió. Murió demasiado joven, hostia.

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Beá con Enric Sió.


Sobre El Víbora.

Contesto y pido perdón por los errores que, debido al siguiente ejercicio de síntesis, con toda seguridad voy a cometer. De todas maneras, quien quiera informarse debidamente de la historia del cómic underground en España, puede recurrir a tratados que, seguramente, han escrito con rigor montones de historiadores lumbreras.

A principios de los 70, gracias a una persona que me remitía revistas de los USA, descubrí el movimiento underground que causaba furor por aquellos pagos. Con Robert Crumb me quedé alelado. También descubrí que aquí, había un grupo de tíos muy jóvenes que intentaban manifestarse, mediante el cómic, de manera contracultural, alternativa, que se cargaban los patrones establecidos.

Tenían cojones los tíos. Como las jodidas editoriales no aceptaban sus trabajos, los imprimían en plan fanzine, los vendían ellos mismos en la calle, en bares, mercadillos y tal.

Juanjo Fernández consiguió reunir a los más destacados y publicó El Rrollo Enmascarado (con graves enfrentamientos con la audiencia provincial de Barcelona).

No mucho tiempo después, José María Berenguer, una especie de jipi que vívía en una casa-huevo plantada en medio del bosque de La Floresta -una pequeña población cercana a la ciudad de Barcelona-, congregó a toda la peña: Nazario, Mediavilla, Gallardo, Max, Martí, Mariscal, Los Farriol, Pons, Pamies, Rodolfo y muchos más. Se planteó la posibilidad de editar El Víbora (se intentó registrar inútilmente el nombre Goma 3) con el apoyo financiero de Toutain.

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Foto aparecida en la revista El Víbora #1. Arriba, de izda a dcha: Nazario, Beá, Rodolfo, Martí, Toutain, Gallardo. Abajo, de izda a dcha: Pons, Mediavilla, Max y Berenguer.


Por aquel entonces, yo estaba saturado de trabajo, orientándo en muchas direcciones. Toutain convenció a Berenguer para que me fichara como colaborador de la nueva revista, supongo que le dijo de mí que estaba chiflado pero no en dirección cretina.

Fui un par de reuniones asamblearias, dibujé dos historias que no fueron de mi agrado (cuando miro el Nº 1, me llena de ilusión verme en una foto de contraportada con los autores más destacados). Lo jodido eran los 10 o 15 años que me separaban de todos los componentes. Mientras ellos narraban, con toda naturalidad, experiencias vividas personalmente, yo tenía que fabular; carecía de sinceridad testimonial.

Abandoné sin que nadie me lo pidiera. No obstante, conservo un recuerdo entrañable de toda aquella generación de autores. Siempre me he sentido muy querido por todos ellos, desde el primer día los respeté y admiré por tener el valor de abrir, con mucho esfuerzo, una brecha tan transgresora en aquel marasmo de modorra social.

En la época de la transición fuiste denunciado y condenado por escándalo público debido a un par de páginas aparecidas en Muchas gracias. ¿Era peligrosa en aquella época la “nueva libertad” tras la muerte de Franco para los autores de cómics?

Salir de una dictadura no es empresa fácil; en aquel jolgorio que supuso un cambio hacia la democracia uno olvidaba con facilidad que los poderes fácticos seguían vivos, con un resentimiento de fiera acorralada. Fui condenado -por una historia insignificante- a 8 años de inhabilitación. Pero, quien mostró tener cojones (entre otros muchos dibujantes, claro) fue Carlos Giménez. Mediante sus historias semanales se enfrentaba a los fachas -que lo amenazaban de muerte- mostrando los dientes, y tras el atentado de la redacción de El Papus, en el que un inocente murió despedazado, Carlos siguió plantando cara.

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Beà y Carlos Giménez, décimas de segundo antes de un ataque simultáneo de risa.


¿Qué etapa de tu carrera, álbum o historia te ha enriquecido más, te ha proporcionado mayor satisfacción y recuerdas con más cariño?

Es una pregunta que implica un considerable esfuerzo para ser respondida rigurosamente.

Han sido muchos años de trabajo, en los cuales, podría hallar momentos muy especiales de euforia. Para una concisa valoración destinada a poder crear una lista de emociones de alto rango, necesitaría emplear mucho tiempo. No vale la pena, oye.

En muchas de tus historias me ha parecido encontrar una vuelta de tuerca respecto al esquema básico de las shock stories, tanto en el campo del terror o la ciencia ficción como en las historias más costumbristas. Mientras que generalmente en este tipo de historias un elemento extraño invade la realidad cotidiana de los personajes y trastoca su mundo, en tus historias, muchas veces el elemento extraño acaba siendo aceptado y es asimilado por la normalidad. ¿Piensas que el mundo real tal como es ya es lo suficientemente extraño y que no podemos escapar esta “extraña normalidad”?

Referente a las shock stories, me siento obligado a confesar que desde muy jovencito, gracias a un amigo que residía en N.Y y que me mandaba cantidad de material de cómic del 55, tuve la posibilidad (que no tuvo la mayoría) de nutrirme de toda aquella maravilla que suponía la New Trend de la EC de William Gaines.

Por este motivo y no otro, mi lista de dibujantes favoritos se engrosó con nuevos nombres: Johnny Craig, Joe Orlando, Graham Ingels, Jack Kamen, Bernie Krigstein, Reed Crandall, etc. Capté en todos ellos la indiscutible ilusión que ponían en su trabajo, así como el intento de complicidad que pretendían establecer con el lector, pero si algo me conmocionó sobremanera fue descubrir por primera vez en mi vida el uso del impactante final sorpresa (final O. Henry) en todas las narraciones.

Aprendí de ellos.

En cuanto a intentar huir de la infecta tumoración —mejor decir perversidad esquizoide— de nuestro modelo social es tarea perdida. En ocasiones imagino, y posiblemente acierte, que en unos cuantos lugares de mi ciudad -incluso en casa de ese vecino tan amable que saludo (sólo saludo) en el ascensor- puede haber un sujeto atado en una cama, sometido a tortura, sin ojos y tal, como en Seven. Pues sí. Imagino que el mundo real es mucho más extraño y maligno de lo que parece.

En tu obra utilizas a menudo el humor negro como contrapunto al horror o lo incomprensible. ¿Es una actitud vital o un recurso historietístico?

Cuidado, estás elevando el nivel de las preguntas, amigo mío. Yo sólo soy un dibujante, guionista… Ojo, a estas alturas no sé lo que soy, pero creo que después de descubrir las luminarias que hay en este mundo, sé que no soy mucha cosa.

Siempre me he sentido muy bien a unos centímetros de la realidad. Esos terribles acontecimiento de la existencia que, irremisiblemente, obedecen a penas y dolores, símbolos que descifran la perturbación corporal, me obligan a eludir lo indeseablemente tangible para, cautelosamente, evitar la reflexión del sufrimiento propiamente dicho.

¿Recurso historietístico? En mi caso, la historieta (término que no me agrada nada) es indivisible al desarrollo cognitivo inconsciente. En el momento de gestar un guión de cómic, una melodía, una novela, o el relato memorial del que te he hablado, soy incapaz de controlar plenamente el resultado de los mismos.

El surrealismo y la asociación libre son otras de tus constantes en obras como Peter Hipnos, Historias de Taberna Galáctica o En un Lugar de la Mente. ¿Hasta qué punto son importantes el subconsciente y la simbología en tu obra?

Decisivas.

De antaño, me ha entusiasmado la psiquiatría y la psicofarmacología. Incluso me matriculé en la universidad de Barcelona para estudiar Psicología.

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Viñeta de la historia Efecto Directo, firmada bajo el seudónimo Sánchez Zamora y recogida en el álbum Mediterráneo (Intermagen, 1985).

Ivan Pávlov o los hijos de Jean Genet. Me expulsaron, con razón, varias veces del aula. Abandoné pronto. A pesar de todo, guardo memorables recuerdos de aquellas estupendas horas compartidas con amigos y amigas que, hartos como yo, tomábamos asiento en el bar de la facultad, bebiendo un moscatel que hubiera congratulado a Willheim Reich, a quien le iba el morapio. Dicho con todo mi respeto al padre de la Caja de Orgón (A Freud, no. Era farlopero, según dicen. Aunque nunca se sabe. Sorpresas te da la vida).

Me interesé por una disciplina terapéutica , creada por el neurólogo berlinés J.H. Schultz que denominó Entrenamiento Autógeno, autorelajación concentrativa.

Es algo serio, clínicamente riguroso, que se aplica para el tratamiento de alteraciones emocionales. No es una fantasmada (no creo en lo paranormal. Los dos únicos casos de fenomenología paranormal que me han afectado directamente son: A).- En 2001 Glénat me anticipa una cantidad a cuenta de un trabajo que aún no he entregado. B).- En 1974, un editor me paga por adelantado el importe del guión y la realización de un cómic de 8 páginas). Sigo con lo de Schultz y resumo: por estado autógeno se entiende una situación temporal y pasajera, consistente en la modificación de la atención de un sujeto, en la cual pueden presentarse espontáneamente ciertos fenómenos, como respuesta a autoestímulos verbales o de otro tipo.

El estado autógeno lleva consigo la modificación de la consciencia y de la memoria. (En los años 70 el Dr. Alfonso Caycedo, basándose en dicha experimentación mental, elaboró una de propia llamada Sofrología). El aprendizaje es muy lento, como el yoga, por ejemplo. La gente se cansa a la semana y lo deja. Yo tuve paciencia y, en un año de práctica diaria, alcancé el segundo grado.

El dominio del entrenamiento autógeno, le permite a uno, tendido en una cama, descender a un nivel de consciencia que se halla entre la vigilia y el sueño. En este trance, que percibimos cada día antes de quedar dormidos, no podemos manejar el pensamiento, todo se disgrega, se crean amalgamas icónicas formadas por residuos entrados en las horas de vigilia que evolucionan sin control, formándo un universo insólito, presicodélico.

La autorrelajación concentrativa , permite observar este mundo surreal tanto tiempo como sea necesario y, en un momento dado, “ascender” al nivel de plena consciencia. Todo se recuerda, ahora se trata de tomar notas, de transcribir aquellas imágenes de entidad tan sugestiva.

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Viñeta de Zona B, historia recogida en el álbum En Un Lugar de la Mente (Glénat, 2001).


Muchas de esas imágenes, que en ocasiones poseían una carga argumental extraordinaria, me sirvieron como punto de origen para estructurar bastantes guiones. No es magia, es poder acceder, mediante una técnica de largo aprendizaje, a un ámbito cercano al subconsciente, donde, uno puede asistir como espectador a la génesis de los sueños, analizar su simbología.

Hace muchos años que dejé de practicar el training de Schultz, pero nunca he dejado de interesarme por todo lo que hace referencia (libros, charlas, artículos especializados) a la estructura de la mente.

Y, por si acaso, confirmo: soy un tío normal, al que le encanta pasarlo de puta madre con los amigos, las amigas y los gatos.

En tus tebeos es fácil rastrear influencias de la pintura y de la literatura (no sólo de ficción) ¿Cómo incorporas estos elementos a tus historias? ¿De forma deliberada? Es decir, ¿te planteas “voy a meter una viñeta a lo El Bosco o a lo Bacon, o esta cita psicoanalítica”, o te das cuenta del parecido después de realizarla?

De nuevo he de remitirme a la importancia del subconsciente.

En mi caso, mentalmente hablando, me resulta imposible seleccionar materiales de diversa índole y crear compartimentos estancos para cada uno de ellos. No. Todo está aparentemente mal almacenado pero, en un momento necesario, una pulsión, algo parecido a una llamada, consigue que se materialice una forma, la resultante de una inconmensurable masa cognitiva, mnémica.

Parece que posea el control de mi decisión al elegir determinados elementos, sin embargo, me sorprende descubrir que, casi siempre, elijo los de la misma gama cuando, sin duda alguna, tengo la posibilidad de revolver entre un un inmenso cajón de sastre. En el trayecto creativo (me repatea ese término tan ampuloso. ¿Qué coño es eso de crear?) está presente un factor, automático, imprevisible, ingobernable en ocasiones.

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Montaje con algunos de los homenajes explícitos de Beà en La Muralla (Toutain, 1987). De izda a derecha: Christina’s World de Wyeth, retrato de la madre de Whistler y Las espigadoras de Millet.

Retomando el tema de cómo te ha influido la literatura. En tus tebeos los personajes hablan “de otra forma”, no encontramos los típicos diálogos sino textos bastante elaborados y con abundancia de cultismos. ¿Lo hacías para envolver tus cómics en de un aura especial y personal, pensabas que era lo que la historieta necesitaba, o simplemente es que escribes así?

No. Nunca he pretendido adornar mi texto, barnizándolo de términos elocuentes, de diccionario de sinónimos. Si ha podido dar esta impresión, pido disculpas pues sería algo patético. Es verdad que he utilizado, en muchas ocasiones, un léxico extremado, para enfatizar la personalidad de un personaje o una situación concreta; es algo que me divierte, pero nunca persigo otra cosa.

Escribir para el público no me resulta nada fácil. Es muy frecuente que, al terminar de leer un buen libro, decida dejar de escribir para siempre. Hay gente acojonante hoy en día. ¿Cómo conseguía John Fante escribir tan endiabladamente bien? O el mismo Josep Pla. La madre que lo parió, me hunde este hombre. Y para más inri, no usaban ordenador.

Es posible, que mis mejores escritos sean los emails. Sobre sus resultados, de momento no hay diagnóstico.

Siempre has sido un artista en constante renovación, tanto gráfica como temática. Entre Josep María Beà, Sánchez Zamora, Norton y Las Percas, por ejemplo, había grandes diferencias tanto estilísticas como temáticas. ¿Por qué esa inquietud por explorar nuevos territorios con cambios tan radicales? ¿Qué te permitían unos estilos y seudónimos que no podías hacer con otros?

Soy persona a la que le gustan los cambios, es una necesidad visceral, me resulta incomprensible que aquellos dibujantes legendarios como, Stan Drake, Al Capp, Frank Robbins, etc., procuraran mantener toda la vida un mismo estilo (no es de extrañar, que los putos jerifaltes de la King Features, mantuvieran a raya a sus empleados cuando éstos coqueteaban con variaciones estilísticas). El estilo, cuando se perpetúa indefinidamente y no evoluciona, es signo de fosilización, de amaneramiento.

Los sinónimos que citas, los creé porque tres de los integrantes iniciales de Rambla, ante las circunstancias que se dieron en aquella sede editorial, huyeron por piernas (ojalá los hubiera seguido). No me resultó muy complejo trabajar con otros estilos. Es paradójico, el que más complicaciones me traía era mi propio estilo. (No. No es un hecho paradójico. Trabajar con seudónimo es como empezar de nuevo, con la salvedad de saberte el libro. Además, te sientes liberado de posibles críticas negativas: “ése soy yo pero no soy yo”)

Enlazando con la pregunta anterior… ¿cómo es posible que un autor posea tantas caligrafías? ¿No llegaste a sentir una cierta esquizofrenia cuando a lo mejor, en una historia de Sánchez Zamora te salía un dibujo a lo Beà o viceversa? ¿Cuánto había en estos distintos estilos de copia de otros autores y cuánto de aportación personal?

Nunca percibí esta sensación que señalas. Opino, sin presunción, que se trata de profesionalidad. Puede compararse con un viejo pianista que, sin mucha -o ninguna- preocupación, pasa de un género musical a otro. Lee cualquier partitura.

El estilo que firmé como Sánchez Zamora, era la cara opuesta del Beá de La Esfera Cúbica, no obstante, no pude engañar al lector que, al poco tiempo acabó descubriéndome. Resultó del todo imposible, por mucho que lo intentara, eliminar todo rasgo de mi estilo: una nariz, una boca, una mano acababan delatándome.

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Página bajo el seudónimo Sánchez Zamora para la historia Jaime, recogida en el álbum Once nombres (Intermagen, 1985).


Hasta incluso en tratamientos no realistas se detectaba esa impronta inalterable.

Aprovecho para aclarar algo que viene a colación.

Siempre se ha dicho que Sánchez Zamora había nacido por mi adoración a Alex Toth. No es cierto, yo no estaba capacitado para imitar al americano, ¡qué más hubiera querido! Tiene gracia la cosa, como si se tratara de un jueguecito de niños. Tranquilos, aquí no pasa nada, ¿faltan dibujantes, miren señores, de la noche a la mañana voy a dibujar como el mejor del mundo. Joder, qué maravilla poder convertirse en Toth por la gracia del espíritu santo ése.

No, no, no. La historia es muy distinta. Todo fue planeado por mí de manera muy meticulosa.

Debía elegir un referente cuyo estilo se alejara completamente del mío. Ni tramas, ni degradados, ni excesos gráficos. Encontré en Chantal Montelier -la dibujante francesa que por aquellos días estaba de moda-, unos patrones que iban a servirme perfectamente. Estuve unos tres días analizando aquel tratamiento extremadamente frío, copiando su concepción anatómica, todos sus recursos, olvidando el papel Schoeller para usar cuartillas de fotocopiadora y empleando plumas estilográficas desechables.

No usaba lápiz ni goma de borrar. En la primera cuartilla, trazaba un esbozo general. Sobreponía una segunda cuartilla y, por transparencia, iba corrigiendo. Y a la tercera ya lo daba por finalizado. En muchas ocasiones , cuando no estaba satisfecho de algo, de un rostro por ejemplo, lo repetía en otra hoja, lo cortaba y lo pegaba sobre el defectuoso (¡no teníamos Photoshop! Qué putada) Finalmente lo entintaba con un pincel. Sin pensármelo mucho.

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Dos páginas de la historia India, aparecida en el número 27 de la revista Makoki (Makoki, 1992), firmadas como Sánchez Zamora.


Con el paso del tiempo, Sánchez Zamora también evolucionó de estilo, y, probablemente (de nuevo el subconsciente) aquellas masas de negro podían recordar el manchado de Toth. Pero nunca hubo un intento de imitación.

¿Qué importancia le das a la documentación en los cómics? ¿Y al acabado del dibujo?

Eso depende de los intereses de cada autor. En mi caso, siempre que lo he considerado necesario, he recurrido a la documentación. Y ojalá hubiera existido Internet en mi época, me hubiera ahorrado comprar esos 4.000 libros que conservo por un sentimiento de nostalgia desde hace muchos años. Un día los tiraré todos a un contenedor, no tiene sentido conservar tanto papel.

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Página de La Técnica del Cómic (Editorial Iru, 1990).


Sobre el dibujo.

¿Qué coño significa, a estas altura , eso de dibujar bien?

Veamos. En mi adolescencia fui matriculado en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Barcelona. Dibujar bien, en aquel lugar, se trataba de seguir a rajatabla las consignas más radicales del esteticismo académico, consistentes en la fiel imitación de la Naturaleza como objeto. La tal Naturaleza, por supuesto, no era otra cosa que sucias escayolas que reproducían el estatuario griego. Puta decadencia.

Luego, ya como profesional primerizo, dibujar bien consistía en imitar el estilo de maestros de la época dorada del cómic yanqui.

Ahora, dibujar bien no sé lo qué es ni falta que me hace saberlo, si es que hay que saberlo.

Speaking in silver: en mi modesta opinión, tiendo a considerar que, un cómic logrado es aquel que me cautiva por la historia que me cuenta. No me importa cómo esté dibujado si el autor consigue atraparme.

Recuerdo que a veces, iba a comprar El Víbora sólo para leer las historias de Álvarez Rabo o Mauro Entrialgo; joder, tras aquel grafismo minimal, subyacía casi siempre un argumento elocuente, cargado de una ironía muy inteligente que me enganchaba desde la primera hasta la última viñeta. ¿Dibujan bien los aludidos? No lo contemplo; el alto valor del contenido de sus cómics sobrepasa la valoración gráfica. Y, una cosa así, no es fácil de conseguir.

Lo que me hunde en un sopor de primer grado, es que no me cuenten nada, aunque para disimular la carencia argumental se recurra a una pomposa exhibición de técnica dibujística.

A lo largo de tu carrera, ¿cómo has percibido tu relación con los lectores? ¿Tus historias estaban dirigidas a ellos o eran una forma de sacar cosas que llevabas dentro? Lo digo porque te las has arreglado para que sean enormemente personales.

Hasta los tiempos -lejanos ahora-, de mi colaboración con las revistas de Warren, dónde se recibían opiniones de los lectores, nunca había tenido contacto con ellos. Fue en el primer salón del cómic de Barcelona que, con gran sorpresa, pude descubrir que existía gente que seguía mis trabajos. Fue una magnífica inyección para el ego, verme, por primera vez, acosado por gente muy joven que quería dibujos míos.

Y respecto al piropo final, de nuevo, mi ego te lo agradece.

Eres un declarado admirador de Alex Toth, pero lo que a lo mejor alguna gente no sabe es que el propio Toth te mencionaba a ti como uno de sus autores favoritos. ¿Qué pensaste de esto cuando te enteraste?

Bueno, bueno. Este hecho, sin cuestionarlo un solo segundo, sí que puedo considerarlo como el que más felicidad me ha procurado en mi carrera.

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Beà con Alex Toth.


Rebobino cinta.

A mis 17 -puede que más, puede que menos-, descubrí a Toth que, con una maestría inusual, dibujaba versiones de telefilms yankis.

En el estudio de Selecciones Ilustradas, recibíamos las revistas de Novaro en las que aparecían sus historias.

Aquel estilo que aglutinaba lo mejor de Sickles, Caniff, Robbins, y tantos otros, nos dejaba noqueados. No sabíamos cuál era su nombre porque, en todas aquellas historias no aparecía la firma de nadie. Así que, para identificarlo entre los demás dibujantes, lo bautizamos, a efectos prácticos, como “el tío bueno”: «Hey, ¿alguien tiene por ahí algún perro del tío bueno?» o así.

Aquel hombre sí que evolucionaba, poco a poco se convirtió en el mejor manual para hallar soluciones a todos los problemas que , cada día, nos planteaban los guionistas más exigentes.

Con el paso del tiempo, la obra de Toth, que dicho de paso es monumental, alcanzó tesituras inabarcables. Fue un todo terreno excepcional, más aclamado por los dibujantes que por el público lector.

Compartí páginas con él en las revistas de Warren. Me resultaba increíble, inaudito, descubrir en los créditos mi nombre junto al suyo.

Sería una tarea larga y, seguramente aburrida, explicar los motivos, “mis motivos”, por los que acabé considerando a Alex Toth como el mejor dibujante que ha dado la historia del cómic. Se trata, está claro, de mí opinión.

Una mañana, Jordi Bernet me llamó por teléfono, muy ilusionado. Me dijo que en la revista Comic Book Artist nº 11, Toth, -a quien rendían homenaje a toda su carrera-, nos había incluido a él y a mí en una lista manuscrita de sus dibujantes preferidos de toda su vida. Cuando ví el documento aluciné.

Qué cosas tiene la vida, joder. Si al niñato de 17 años que fui yo, le hubieran dicho que, en el futuro, aquel genio al que tanto admiraba acabaría manifestando su admiración hacia mí, no hubiera creído una sola palabra.

Ha sido el mejor premio que he podido recibir. Algo que ha justificado, absolutamente, todos los años dedicados a esta profesión. Así lo he vivido yo.

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La página en la que Toth cita a sus dibujantes favoritos.


Glénat ha reeditado algunas de tus obras más emblemáticas, pero ¿sabes si planea continuar la reedición de material tuyo?

Pues está al caer la edición un nuevo álbum: La Esfera Cúbica.

No ha aparecido antes por la siguiente razón. Hará un año y medio, aproximadamente, tuve el deseo de apoyar el álbum con una banda sonora original. Se trataba pues, de componer 76 minutos de música que posteriormente, se editarían en un CD, con la intención de adjuntarlo al libro.

De muy joven había tocado en un grupo musical y, desde entonces, siempre he tenido una guitarra cerca de mí. Llevaba una temporada, puede que de un año, aprendiendo a manejar secuenciadores informáticos, es decir, hacía ruidismo mediante el ordenador. Acabé comprándome un buen equipo, doméstico claro, y me metí en serio con el proyecto.

En aquellos días, tuve la suerte -esos regalos maravillosos que el destino te ofrece en cuentagotas-, de conocer a Puertas, que en aquel tiempo dirigía la revista El Víbora, pero además, dominaba la música electrónica de una manera que me pareció genial. Le propuse si quería participar en el asunto, componiendo al 50%.

Él conocía La Esfera Cúbica y se sintió muy ilusionado en participar en el asunto.

Tras doce meses trabajando juntos, mandándonos archivos por correo, seleccionando, cortando, manipulando sonidos de forma algo salvaje, grabando efectos por la calle, dándole a un montón de plugins y metiendo su toque de guitarra telecaster, dimos por finalizado el curro: 20 temas, cuyos títulos corresponden a frases y textos que aparecen en el álbum.

Todo el tiraje del CD ya está en Glénat, masterizado y dentro de una funda de cartón, esperando la impresión del álbum para adjuntarlo a él.

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Portada para el CD de La Esfera Cúbica, extraído del blog de Joan Navarro.


Todo un año de decibelios, de acabar con los tímpanos jodidos. Lo he pasado muy bien con mi teclado y guitarras, pero, sin lugar a dudas, lo mejor ha sido la amistad de putamadre conseguida con Sergi. Es una persona muy generosa (me regaló una guitarra strato cojonuda; la que él tocaba a sus 15 años), listo del copón, gran escritor. Me ha descubierto, músicos, pelis, escritores, documentales, blogs, cómics. En fin, es como si hubiera asistido a un master de actualización contracultural. Poder comunicarse, sin ningún problema, con alguien a quién duplico la edad, no tiene precio. La mayoría de viejos me agotan, solo me arrastran al puto pasado. Es un peligro.

Terror, ciencia ficción, crítica social, guerra, humor, costumbrismo… ¿hay algún género que no hayas tocado?

Sobre los géneros, déjame pensar… creo que, poco o mucho, los he tocado todos.

En la época agencial, existía una especie de concepción del oficio en la que, el profesional, debía aceptar cualquier género que le ofrecieran en el departamento de producción. Entregabas una historieta de guerra, y el mismo tío que la cogía, rebuscaba en un archivador y te decía, toma una del Oeste. Y venga, ibas a tu mesa, mirabas todo el grueso de documentación y a copiar a Salinas o a Arturo del Castillo. Esta documentación también se intercambiaba con los demás, tal como cromos y eso.

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Homenaje subterráneo a Lee Miller, la amante y modelo de Man Ray, y excelente fotógrafa en la portada de En Un Lugar de la Mente (Glénat, 2001). En palabras de Beà: «Con Enric Sió, nos divertimos mucho jugando a eso. Detrás de muchos dibujos nuestros hay cantidad de personaje que admirábamos. No lo sabe nadie.»


¿Hay alguna historia que te quedaste con ganas de escribir o dibujar? ¿Lo harás algún día?

En ocasiones, regalo algún guión o ideas a viejos amigos. Es divertido hacerlo, mientras te tomas un Rioja en la terraza de un bar.

No volveré a dibujar cómic.

En un determinado momento decides abandonar el mundo del cómic para dedicarte a otras disciplinas artísticas. ¿Por qué?

Porque toque techo. El techo de mis posibilidades, por supuesto. Comprendí que, ahora, eran las nuevas generaciones quienes iban a tomar el timón. Dejé de sentir el impulso, aquella motivación milagrosa. Además, siempre estoy enzarzado en muchas cosas que, en estos momentos, me interesan sobremanera.

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Beà: «Espacio televisivo producido por José Luís Martín, director de MAD, productora de El Jueves. 23 cap. Guiones propios, así como toda la construcción de los artefactos. Me encanta trabajar en plan sierra, taladro, soplete. Se emitió hace años en el programa Plastic. Posiblemente vuelva a retransmitirse.»


¿Sigues leyendo cómics hoy en día? Si es así, ¿cuáles son los más reseñables que has leído últimamente?

Sigo leyendo cómics (nunca de forma obsesiva), me interesa saber por dónde van los tiros.

Me voy a abstener de citar a españoles, odio estas listas con ausencias importantes (respeto aquellas que elaboran los lectores) que, en ocasiones son injustas y deprimen. Admiro a todo aquel que, en la soledad de su estudio, se quema las pestañas bajo un flexo. Todos están en mi lista.

Guiris: Los viejos ya los tengo demasiado vistos, a excepción de Crumb, que siempre me sorprende. Actuales: Adrian Tomine, Joe Matt, David Lapham, Thomas Ott, Daniel Clowes, algunos japos, etc.

¿Qué hay del proyecto de convertir Historias de taberna Galáctica en serie de televisión?

Un asunto aparcado.

A punto estuvo de iniciarse el rodaje.

En el 90, todo estaba aparentemente atado. El Institut de Cinema Catalá consiguió formar equipo con la RAI, TVE, Lorimar y United Artists. Se gastó una montaña de pasta con prototipos para el capítulo piloto. De repente, nuestra televisión se retiró del proyecto. De la noche a la mañana se cerró el asunto.

Si el mundo del cómic es inestable, complejo, no te cuento lo que significa meterse en el ámbito cinematográfico.

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Maqueta de Beà para la producción televisiva de Historias de Taberna Galáctica. Imagen tomada del blog de Jaime Martín, donde pueden encontrarse varias entradas relacionadas con el autor.


Aunque no tiene exactamente que ver con tu obra… ¿has leído Súper Puta de Manel Fontdevila?

Claro que sí. Y opino que coincidimos en muchos planteamientos. Me interesó ese planteamiento arriesgado, estos diálogos automáticos, me recuerda mucho a aquellas experiencias dadaístas de Tzara y toda aquella peña que tanto he llegado a admirar. Aquí Fontdevila, pasando de convencionalismos, derriba la jodida mecánica narrativa establecida. Felicidades.

¿En que proyectos estás embarcado ahora mismo?

En varios, no puedo vivir sin proyectos pendientes. Me doy cuenta, de que siempre, desde mi infancia, coexisto con proyectos, es como una inercia, como una forma de vivir.

Ahora estoy de lleno con la música digital, escribiendo las memorias y, esperando que se desocupe un local cercano para, de una vez por todas, volver a coger alicates, sierras, taladros, martillos, acetileno, cortar láminas de acero, ensamblar mecanismos, con la intención de construir lo que llamo “Artefactos Electroacústicos de Absoluta Inutilidad”.

(A veces , cuando veo esas atrocidades que están asolando el mundo, niños muriendo de hambre, putas guerras, pobreza infinita, epidemias mortales y tal, me siento avergonzado. A unos miles de kilómetros la gente está muriendo y yo estoy preocupado en construir “Artefactos Electroacústicos de Absoluta Inutilidad”. ¿Qué he de hacer? ¿Coger un kalashnikov e irme al frente? Esos putos políticos que, como decía Pío Baroja en El árbol de la ciencia, son unos profesionales de la granujería, saben qué hacer para crear este triste sentimiento de culpa. Perdón por el derrape).

“Sólo quien ama el cómic puede entender sus imágenes”. ¿Sigues manteniendo la frase?

Más que nunca.

Aunque parezca lo contrario, no es sencillo entender el cómic. Requiere un aprendizaje de un sinfín de convenciones gráficas.

El adulto que , por diversos motivos, nunca lo ha leído, o dejó de hacerlo en su infancia, es probable que sólo descubra imágenes inconexas , cuya lectura le resulte agotadora, carente de estímulo.

El cómic, a ese tipo de personas —que son hueste— les aburre soberanamente, no sienten nada por él, no pasan de la segunda página, son aquellos que regalan Maus a un niño de 6 años creyendo que se trata de un cuento de ratoncitos.

Hay que amarlo.

Un fuerte abrazo a los que han tenido la paciencia de llegar hasta esta línea.

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el tio berni