I.D. (Emma Ríos)

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I.D. (Emma Ríos). Astiberri, 2016. Cartoné. 17 x 24 cm. 80 págs. Bitono. 14 €

Decir que Emma Ríos es una dibujante mayúscula a estas alturas es casi una obviedad, pero lo que quizá no lo sea tanto es afirmar que es, también, una autora llena de ideas, con talento para contar historias y una panoplia de influencias muy diversas.

Todo esto queda muy bien plasmado en I.D., un libro que recopila la historia serializada en Island, la revista que la propia Ríos y Brandon Graham han dirigido en Image. Se trata de una historia que podría considerarse clásica dentro de la ciencia-ficción más hardcore —que no es, creo, la que predomina en el cómic americano actual—, que presenta un futuro cercano, nunca fechado, con rasgos distópicos —misiones espaciales o la policía repartiendo estopa en manifestaciones, por ejemplo… que no es precisamente algo del futuro, en realidad—, pero que lejos de dedicarse a describir ese futuro, se centra en tres personajes y en cómo se relacionan entre sí. Miguel, Noa y Charlotte no se encuentran a gusto con sus respectivos cuerpos, así que recurren a una nueva terapia experimental para implantar su personalidad en cuerpos de donantes. Ríos ha contado con la colaboración del neurólogo Miguel Alberte Woodward para diseñar un proceso científico plausible, que es la clave para que la ciencia-ficción funcione: tiene que parecer que todo lo que se cuenta podría ponerse en marcha mañana. En esto, Ríos me ha recordado un poco a las historias de ci-fi más puras de Warren Ellis, un guionista especialmente preocupado por la verosimilitud de sus ideas futuristas.

Aunque es necesaria la solidez científica de la idea, en realidad para mí la clave de la historia son los tres personajes, que en muy poco espacio Ríos consigue hacer atractivos. Recurriendo al tópico, podemos decir que respiran. Ya desde la primera página,esa fantástica composición de viñetas circulares que muestran detalles de los tres antes de que se nos hayan presentado, vemos que tienen algo especial, un magnetismo que, por supuesto, se debe en gran parte al extraordinario dibujo de la autora. En el cómic, un personaje no se construye solamente a base de diálogos, tratamiento y background: los detalles son esenciales. La ropa, las miradas, las posturas… Ríos está exquisita en esto. Las tonalidades rosas de las que se vale generan un ambiente extraño, orgánico, chocantemente cálido para un mundo que presuponemos duro y oscuro.

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Pocas autoras han sabido destilar en una firma única y personal influencias tan diversas. Lo que ella hace no tiene nada que ver con el amerimanga que estamos acostumbrados a ver en el mercado estadounidense desde los noventa. Aunque, desde el luego, la influencia del manga esté ahí, tanto en la organización de las viñetas y de la información de la página, como en el trazo. Sobre todo, Ríos consigue algo fundamental y muy difícil: es delicada cuando tiene que serlo, y consigue momentos íntimos muy vivos, pero de una viñeta a otra es capaz de desatar una violencia cinética, furiosa y quirúrgica. Y brilla en ambos casos, y en todo el espectro entre ambos. Ríos es de esas autoras que puede dibujar igual de bien un anciano y una niña, un árbol o una lechera de la policía. Es capaz de dibujar a Charlotte como una mujer de cincuenta años que te puedes creer como tal, sin perder atractivo. La representación de cuerpos no normativos es algo que ya estaba presente en Bella muerte (con Kelly Sue DeConnick, Astiberri, 2014), y que no es preciso que sea el centro de la narración para estar ahí, para aportar algo de política al asunto. Y creo que, en parte, Ríos me resulta una dibujante tan interesante porque tiene presente esto, porque reflexiona y es consciente de las implicaciones de cada dibujo, de cada representación de personas u objetos. No pone el automático nunca.

De I.D. me gusta que no explique todo. De hecho, la parte que me saca un poco de la lectura es precisamente la reunión con la médico que les explica el proceso de cambio de cuerpo, aunque lo entiendo, como decía antes, como algo imprescindible en el género —por eso, tal vez, no lo he visitado mucho en literatura—. Pero el final, que no desvela las motivaciones de Charlotte, el personaje que guarda más secretos, me parece muy logrado. Y, en general, todos los juegos de insinuaciones, los detalles, las sonrisas que dicen más que un cartucho de texto.

Voces como la de Ríos —y otro puñado de autores con plena conciencia de serlo— serán imprescindibles si el antiguo mainstream quiere renovarse, si es que esto es posible más allá de obras aisladas. Gente con cosas que contar, con estilos personales, con influencias que vayan más allá de la endogámica referencia al pasado del propio mainstream. Puede que haya una salida, o puede que no pero, mientras, aún quedan obras que disfrutar, como I.D.